Apreciado Melviton
Apreciado Melviton
Respuesta a Mensaje # 1060:
Aunque la Biblia tampoco habla de respetar la vida o la sangre -a nadie se le había ocurrido irrespetarlas-, es un concepto que la Wachtower incorporó para el uso vernáculo en la organización y que suscita asperezas con los que no somos TJ haciéndonos sentir irrespetuosos.
El escueto “no matarás” del Decálogo junto a lo estipulado a Noé y los suyos en cuanto a los animales de los que podrían alimentarse (Gn 9:3,4) parece tan claro como suficiente.
Con la única excepción de un solo episodio (1Sa 14:33) parece que Israel nunca tuvo problema con la observación a lo dispuesto en Lv 17:14, y si algún israelita fue eliminado del pueblo por esta transgresión, no quedó registrado, lo que lo hace improbable.
En realidad, nunca podía ser este un mandamiento difícil de guardar. Sí, comparativamente, lo era el de guardar el sábado, pues al menos consta una lapidación (Nm 15:32), y frecuentemente los profetas denunciaron al pueblo de Israel por profanarlo. Digo esto, nada más, porque vuestro énfasis se asemeja a como los adventistas maximizaron el mandamiento del sábado por sobre los otros nueve del decálogo. Extraña, igualmente, que la grasa asociada en la prohibición de la Ley a la sangre (Lv 3:17) no recibiera igual consideración.
No veo yo en las Escrituras lo que tú dices de la enseñanza de los textos que establecen de manera clara y contundente el alejar la sangre, previniendo así que se pudiera pecar al comerla. Más bien veo que lo normal era que el hombre conviviera con la sangre propia que bullía por sus venas, y la de su prójimo que debía evitar derramarla. En cuanto a la de los animales, tanto la derramada en sacrificio en el altar, como la de los animales limpios muertos para alimentarse -debidamente cubierta por el polvo de la tierra-, no conlleva ninguna idea de “alejamiento”. No tenía el israelita cómo alejarse de ninguna sangre, ya que por el contrario, sea por los sacrificios en el tabernáculo o el Templo o la faena en el campo de aquellos que servían a su alimentación, había un necesario acercamiento a la sangre, aunque no fuera hasta su boca. Dices:
“Aquí se ha demostrado que no ha sido de ninguna manera “fantasioso” el establecer que la acción de “comer” equivale a “meter en el cuerpo” algo que se ha prohibido de manera tan clara y repetitiva en las Escrituras”.
Respondo: Reconozco que se ha “mostrado” pero no “demostrado”, pues si así hubiera sido yo mismo quedara convencido. Recuerda que soy enteramente libre para cambiar mi opinión -caso que algo efectivamente se me demuestre-, sin aparejarme molestas consecuencias; privilegio del que disfrutan unos cuantos foristas aunque no todos.
El portillo abierto que el Eterno dejó al promulgar la Ley a Israel, es que Él usó el verbo “comer” (bien entendido en el hebreo, griego, latín, castellano y guaraní) y no la versión de Alfageme: “No introducirás sangre en el cuerpo” que también hubiera sido igualmente bien entendida en aquellos idiomas y todos los demás.
No es criterio personal mío sino universal el distinguir que si bien todo lo que se come se introduce al cuerpo, no todo lo que se introduce al cuerpo se come.
Reza el dicho: “El que se fue a Sevilla perdió su silla”, pero no quien pierde su silla necesariamente ha ido a Sevilla.
Te pones de filólogo con la semántica del “abstenerse” como si de tanto ordeñarlo pudieras sacar otra cosa que no sea la leche que la ubre da. Pero no somos terneros mamones. Ciertamente que el “comer” de Lv 17:14 es específico por lo que sigue (sangre) y el “abstenerse” (apartarse, guardarse, privarse) de Hch 15:20, 29 ya no lo es tanto, lo que le da carácter de recomendación y no de mandato absoluto y autoritario como los del Levítico. De cualquier modo, ese “abstenerse” en la decisión de la asamblea de la iglesia en Jerusalem estaba asociado a la ley de Lv 17:14, pues el término no es plástico como para hacerlo extensible a cuanto se te ocurra, como cuando dices:
“En realidad, el significado de “abstenerse” se asemeja más a “no introducir” sangre al cuerpo”.
No le veo semejanza alguna. Te lo han hecho creer así y de igual manera lo trasmites ¡pero tal fantasía no va conmigo!
Seguidamente te refieres a “el “espíritu” detrás de aquella prohibición hacia lo sagrado de la vida”. Eso me hace acordar a que cuando los parlamentarios de mi país arguyen en Cámara sobre “el espíritu subyacente de la Ley que plasmó el constituyente o legislador”, siempre es para achicar o estirar su alcance. Así, al pobre jurisconsulto que hace un siglo redactó un artículo de la ley, se le atribuyen cosas que lo espantarían de tener que escucharlas.
La amplitud del “abstenerse” a la que te refieres no aplica a multitud de cosas ni a una extensión de lo ya sabido sino a una más suave modalidad; no como lo que se impone con todo el rigor y severidad de la antigua Ley, sino a lo que se recomienda como bueno de hacerlo así.
O sea, el “abstenerse de sangre” de Hch 15:20, 29 no es ampliado a más formas del comer sangre que no fuese por la boca ¡porque ni modo que lo fuera por otro lado!
La única diferencia está en que ese “abstenerse de sangre” no suena tan rotundo como el “no comerás” de la Ley.
No estaba en aquellos cristianos el mandarse la parte como que ellos pudieran ser todavía más escrupulosos que los escribas y fariseos.
El inquirir el motivo divino tras la promulgación de un decreto suyo va en contra de aquellas cosas secretas que al Eterno pertenecen, y que al no haber sido reveladas (Dt 29:29), exponen al pesquisante a cualquier cosa.
Fíjate cuán osado sería preguntarse el por qué Dios iluminó de tal forma a Pasteur en el siglo XIX para que recién descubriera la vacuna contra la rabia, y poco después a otros biólogos con las vacunas contra la viruela y difteria que ocasionaban millones de muertes al año.
Nadie es tan ingrato para reprocharle a Dios por qué esperó hasta ahora lo que habría evitado antaño tantas muertes con los demás logros contemporáneos de la medicina.
Tu gran paradoja sigue sin respuesta simplemente porque no existe tal paradoja más que en ti mismo. Dios legisló sin consultar con nadie.
Si al mejor estilo aristotélico compones un diseño escolástico que te conduce a las conclusiones deseadas, podrá resultar muy impresionante y será todo un éxito si al menos alcanza a convencerte a ti mismo. Pero mi mente, sin funcionar mejor, no funciona así.
Yo jamás argüí con que Jesús en Jn 15:13 se estuviera refiriendo a que se podía comer sangre. Podré soltar un disparate pero no de tamaña envergadura.
Así que no está bien que ante la ausencia de dislates míos me los inventes para luego refutarlos fácilmente.
Yo sólo digo lo que escribo y no es justo que lo disfraces hasta pintar mi punto de vista como si “Jesucristo tenía en mente justificando la ingesta de sangre “salvavidas” al cuerpo del hombre”.
Si te pones tú mismo a deducir o a interpretar por mí, hasta dar la que llamas mi propia versión de que el Señor estaba entonces pensando en transfusiones de sangre, ¡qué fácil te resulta considerar insensata y patética esa deducción! Lo gracioso es que esa ESPECULACIÓN nunca fue mía. Ni lleva mi marca.
Es cierto que ustedes tienen siempre en su repertorio Mr 8:34,35:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará”.
Como frecuentemente les acontece, erran en la aplicación: el discípulo fiel de Jesucristo comienza por negarse a sí mismo, por lo que su vida no cuenta si es menester ofrendarla por su causa y la del evangelio. Tanto los mártires como los misioneros en regiones inhóspitas y entre pueblos salvajes, tuvieron por honor y alto galardón dar su vida por el Señor y la salvación de los perdidos.
Esto por supuesto no se aplica al negarse a ser transfundido, porque el discípulo fiel que comenzó por negarse a sí mismo no busca rédito alguno con una muerte que estaba en su potestad evitarla. Hay una motivación egoísta al agarrarse de la esperanza de un reino terrenal tras la resurrección, cuando mejor fuera aprovechar el tiempo que el Eterno acá nos da para servirle a Él y al prójimo.
No quiero ser adivino, pero intuyo que al concluir tu mensaje seguramente dijiste para tus adentros:
-Bueno, esto no hará mella en Ricardo, pero al menos servirá para dejar satisfechos a mis hermanos en el Foro, que por demasiados días mantuvieron su expectativa en cómo le contestaría a su breve ponencia.
Recibe mis amables saludos.
Apreciado Melviton
Respuesta a Mensaje # 1060:
Aunque la Biblia tampoco habla de respetar la vida o la sangre -a nadie se le había ocurrido irrespetarlas-, es un concepto que la Wachtower incorporó para el uso vernáculo en la organización y que suscita asperezas con los que no somos TJ haciéndonos sentir irrespetuosos.
El escueto “no matarás” del Decálogo junto a lo estipulado a Noé y los suyos en cuanto a los animales de los que podrían alimentarse (Gn 9:3,4) parece tan claro como suficiente.
Con la única excepción de un solo episodio (1Sa 14:33) parece que Israel nunca tuvo problema con la observación a lo dispuesto en Lv 17:14, y si algún israelita fue eliminado del pueblo por esta transgresión, no quedó registrado, lo que lo hace improbable.
En realidad, nunca podía ser este un mandamiento difícil de guardar. Sí, comparativamente, lo era el de guardar el sábado, pues al menos consta una lapidación (Nm 15:32), y frecuentemente los profetas denunciaron al pueblo de Israel por profanarlo. Digo esto, nada más, porque vuestro énfasis se asemeja a como los adventistas maximizaron el mandamiento del sábado por sobre los otros nueve del decálogo. Extraña, igualmente, que la grasa asociada en la prohibición de la Ley a la sangre (Lv 3:17) no recibiera igual consideración.
No veo yo en las Escrituras lo que tú dices de la enseñanza de los textos que establecen de manera clara y contundente el alejar la sangre, previniendo así que se pudiera pecar al comerla. Más bien veo que lo normal era que el hombre conviviera con la sangre propia que bullía por sus venas, y la de su prójimo que debía evitar derramarla. En cuanto a la de los animales, tanto la derramada en sacrificio en el altar, como la de los animales limpios muertos para alimentarse -debidamente cubierta por el polvo de la tierra-, no conlleva ninguna idea de “alejamiento”. No tenía el israelita cómo alejarse de ninguna sangre, ya que por el contrario, sea por los sacrificios en el tabernáculo o el Templo o la faena en el campo de aquellos que servían a su alimentación, había un necesario acercamiento a la sangre, aunque no fuera hasta su boca. Dices:
“Aquí se ha demostrado que no ha sido de ninguna manera “fantasioso” el establecer que la acción de “comer” equivale a “meter en el cuerpo” algo que se ha prohibido de manera tan clara y repetitiva en las Escrituras”.
Respondo: Reconozco que se ha “mostrado” pero no “demostrado”, pues si así hubiera sido yo mismo quedara convencido. Recuerda que soy enteramente libre para cambiar mi opinión -caso que algo efectivamente se me demuestre-, sin aparejarme molestas consecuencias; privilegio del que disfrutan unos cuantos foristas aunque no todos.
El portillo abierto que el Eterno dejó al promulgar la Ley a Israel, es que Él usó el verbo “comer” (bien entendido en el hebreo, griego, latín, castellano y guaraní) y no la versión de Alfageme: “No introducirás sangre en el cuerpo” que también hubiera sido igualmente bien entendida en aquellos idiomas y todos los demás.
No es criterio personal mío sino universal el distinguir que si bien todo lo que se come se introduce al cuerpo, no todo lo que se introduce al cuerpo se come.
Reza el dicho: “El que se fue a Sevilla perdió su silla”, pero no quien pierde su silla necesariamente ha ido a Sevilla.
Te pones de filólogo con la semántica del “abstenerse” como si de tanto ordeñarlo pudieras sacar otra cosa que no sea la leche que la ubre da. Pero no somos terneros mamones. Ciertamente que el “comer” de Lv 17:14 es específico por lo que sigue (sangre) y el “abstenerse” (apartarse, guardarse, privarse) de Hch 15:20, 29 ya no lo es tanto, lo que le da carácter de recomendación y no de mandato absoluto y autoritario como los del Levítico. De cualquier modo, ese “abstenerse” en la decisión de la asamblea de la iglesia en Jerusalem estaba asociado a la ley de Lv 17:14, pues el término no es plástico como para hacerlo extensible a cuanto se te ocurra, como cuando dices:
“En realidad, el significado de “abstenerse” se asemeja más a “no introducir” sangre al cuerpo”.
No le veo semejanza alguna. Te lo han hecho creer así y de igual manera lo trasmites ¡pero tal fantasía no va conmigo!
Seguidamente te refieres a “el “espíritu” detrás de aquella prohibición hacia lo sagrado de la vida”. Eso me hace acordar a que cuando los parlamentarios de mi país arguyen en Cámara sobre “el espíritu subyacente de la Ley que plasmó el constituyente o legislador”, siempre es para achicar o estirar su alcance. Así, al pobre jurisconsulto que hace un siglo redactó un artículo de la ley, se le atribuyen cosas que lo espantarían de tener que escucharlas.
La amplitud del “abstenerse” a la que te refieres no aplica a multitud de cosas ni a una extensión de lo ya sabido sino a una más suave modalidad; no como lo que se impone con todo el rigor y severidad de la antigua Ley, sino a lo que se recomienda como bueno de hacerlo así.
O sea, el “abstenerse de sangre” de Hch 15:20, 29 no es ampliado a más formas del comer sangre que no fuese por la boca ¡porque ni modo que lo fuera por otro lado!
La única diferencia está en que ese “abstenerse de sangre” no suena tan rotundo como el “no comerás” de la Ley.
No estaba en aquellos cristianos el mandarse la parte como que ellos pudieran ser todavía más escrupulosos que los escribas y fariseos.
El inquirir el motivo divino tras la promulgación de un decreto suyo va en contra de aquellas cosas secretas que al Eterno pertenecen, y que al no haber sido reveladas (Dt 29:29), exponen al pesquisante a cualquier cosa.
Fíjate cuán osado sería preguntarse el por qué Dios iluminó de tal forma a Pasteur en el siglo XIX para que recién descubriera la vacuna contra la rabia, y poco después a otros biólogos con las vacunas contra la viruela y difteria que ocasionaban millones de muertes al año.
Nadie es tan ingrato para reprocharle a Dios por qué esperó hasta ahora lo que habría evitado antaño tantas muertes con los demás logros contemporáneos de la medicina.
Tu gran paradoja sigue sin respuesta simplemente porque no existe tal paradoja más que en ti mismo. Dios legisló sin consultar con nadie.
Si al mejor estilo aristotélico compones un diseño escolástico que te conduce a las conclusiones deseadas, podrá resultar muy impresionante y será todo un éxito si al menos alcanza a convencerte a ti mismo. Pero mi mente, sin funcionar mejor, no funciona así.
Yo jamás argüí con que Jesús en Jn 15:13 se estuviera refiriendo a que se podía comer sangre. Podré soltar un disparate pero no de tamaña envergadura.
Así que no está bien que ante la ausencia de dislates míos me los inventes para luego refutarlos fácilmente.
Yo sólo digo lo que escribo y no es justo que lo disfraces hasta pintar mi punto de vista como si “Jesucristo tenía en mente justificando la ingesta de sangre “salvavidas” al cuerpo del hombre”.
Si te pones tú mismo a deducir o a interpretar por mí, hasta dar la que llamas mi propia versión de que el Señor estaba entonces pensando en transfusiones de sangre, ¡qué fácil te resulta considerar insensata y patética esa deducción! Lo gracioso es que esa ESPECULACIÓN nunca fue mía. Ni lleva mi marca.
Es cierto que ustedes tienen siempre en su repertorio Mr 8:34,35:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará”.
Como frecuentemente les acontece, erran en la aplicación: el discípulo fiel de Jesucristo comienza por negarse a sí mismo, por lo que su vida no cuenta si es menester ofrendarla por su causa y la del evangelio. Tanto los mártires como los misioneros en regiones inhóspitas y entre pueblos salvajes, tuvieron por honor y alto galardón dar su vida por el Señor y la salvación de los perdidos.
Esto por supuesto no se aplica al negarse a ser transfundido, porque el discípulo fiel que comenzó por negarse a sí mismo no busca rédito alguno con una muerte que estaba en su potestad evitarla. Hay una motivación egoísta al agarrarse de la esperanza de un reino terrenal tras la resurrección, cuando mejor fuera aprovechar el tiempo que el Eterno acá nos da para servirle a Él y al prójimo.
No quiero ser adivino, pero intuyo que al concluir tu mensaje seguramente dijiste para tus adentros:
-Bueno, esto no hará mella en Ricardo, pero al menos servirá para dejar satisfechos a mis hermanos en el Foro, que por demasiados días mantuvieron su expectativa en cómo le contestaría a su breve ponencia.
Recibe mis amables saludos.