Algunas conclusiones sobre el presente epígrafe.
Las simples banalidades de lo que se ha pretendido fomentar al restarle importancia a nuestra forma de interpretar lo sagrado, obedece más a la costumbre y al prejuicio infundado que a un sano enfoque por establecer lo que más nos acerque a la verdad suprema de todo lo vivo sobre este planeta.
Estableciendo normas y caminos artificiales supuestamente amparados a premisas verdaderas sobre la interpretación de lo sagrado, realza más bien la dialéctica personal que engrandece y nutre la materia prima de las falacias que entorpecen la agilidad de una mente racional, para descubrir apropiadamente las piezas fundamentales que sostengan la razón que nos asiste.
El tema aquí deliberadamente propuesto por Ricardo de “Cuán santa o sagrada es la sangre”, es el tema de un audaz reto que nos presenta el forista para darle seguimiento y buen fundamento bíblico, pero restringido al plano de una simple concepción personal que ya se tiene establecido con anterioridad, ante cualquier argumento que desentrañe la verdad detrás del “mito”, o bien, del calificado “mito” que sobrepuja y trata de abrirse camino ante la demoledora dialéctica subjetiva que no valora más que lo que ya se ha decidido en aras de fomentar el radicalismo, irrespetando en un tono desafiante, todo vestigio de verdad que nos guíe mejor para un adecuado entendimiento hermenéutico de las Escrituras.
La inconsistente premisa presentada como base fundamental que da apoyo a la aporía que el argumento principal encubre, obedece, no a la falsedad en sí de desenmascarar una inadecuada interpretación de lo sagrado, sino más bien a una guerrilla personal hacia una ideología religiosa que hay que callar a ultranza, no por lograr que prevalezca la luz de la verdad por encima de la incomprensión de lo que denominan “secta”, sino más bien por continuar con la represión religiosa como disimulado recurso heredado de la nefasta obscuridad que dio origen a la malformación teológica más grande de la historia registrada: la negación del Cristo que fue reforzada por el infame comportamiento de los principales que lideraron y dominaron el escenario religioso mundial. Hasta esto se ha pretendido apagar minimizando los terribles hechos que no se pueden ya borrar de los anales de la historia registrada.
Los conflictos que a menudo se dan entre posiciones y puntos de vista contrarios respecto a problemas que afectan a la vida y la muerte de las personas, conflictos que suelen contraponer a creyentes con otros creyentes en unos términos que no sólo hacen difícil el acuerdo, sino la misma discusión para alcanzarlo.
Una de las razones del enfrentamiento es la cuestión del fundamento sobre lo que debe definirse como “Santo” o “Sagrado”. De hecho, es una de las preguntas que ha ocupado a las mentes desde los orígenes del hombre: el por qué se debe respetar esto o aquello. Por qué hay que ser buena persona. Por qué hay que hacer justicia. Por qué la vida humana es sagrada y Por qué el ser humano tiene una dignidad fundamental.
La respuesta religiosa a dicha pregunta es sencilla y categórica: estamos hechos a imagen de Dios, por eso nuestra vida es sagrada. Fin de la contienda. Es más, la creación divina de la vida humana la convierte en algo indisponible para quien la posee, que es cada persona. Sólo Dios tiene poder para dar y quitar la vida ya que esa vida depende sólo de su Voluntad. Razón suficiente para aceptar lo sagrado de la vida sin necesidad que sobre algo tan obvio tenga que ser pronunciado, además, y de manera escritural, lo que por simple deducción aflora a cualquier mente humana para una acertada conclusión de los hechos.
No porque existan múltiples conceptos expresos que se indicaron como “sagrados” de manera específica, en determinadas épocas y en determinadas costumbres propias de los rituales impuestos a Israel, vamos a exigir que se acompañe en otros aspectos, su expresa manifestación. No debemos ignorar lo que con tanta facilidad el aquí proponente del epígrafe que nos ocupa ha dejado constancia –y muy clara– de que todo lo que provenga del Dios Eterno como Fuente infinita de Santidad, es también sagrado, sin que para nada exige contenido textual que apoye su simple deducción. Lo extraño y contradictorio es, que si ya se ha aceptado la santidad “general” de todo eso que proviene de Dios, se haya llegado al mismo tiempo a contradecir dicha determinación solo por llevar la contra a una organización que por más de un siglo la ha promovido y divulgado al mundo.
La inconsistencia argumental es impresionante. Alega en su aporte 921 lo siguiente: “Aunque nunca escribirán que sea ese un versículo bíblico, al citarlo lo pronuncian con la misma entonación que si lo fuese. Por fuerza de la costumbre, la frecuencia y énfasis con que es alegado inconscientemente adquiere bíblica autoridad.” Y, seguidamente, restándole rigor a lo anteriormente alegado, manifiesta: “Por supuesto que no me atrevería a quitarle a la sangre y a la vida aquellas cualidades nada más que porque no haya constancia de ello en las Escrituras.” Y, de nuevo, ya al borde de la más tenebrosa y peculiar forma de contradecirse, alega que: “Cuando acabamos de registrar toda la Biblia buscando textos que otorguen santidad a la sangre y/o sacralidad a la vida, nos llevamos la sorpresa de que no hay un solo versículo, siquiera de muestra. Lo más llamativo, es que sí hay muchos versículos calificando de santas o sagradas muchas cosas, debidamente especificadas.”
A lo que pregunto: ¿A cuáles “muchas cosas, debidamente especificadas”? ¿Será a los “calzoncillos del sacerdote levita? ¿A la copa o a los panes de la presentación? ¿A los utensilios utilizados en el Santísimo del Templo? ¿Al “estiércol” del levita, como lo manifestó en un aporte anterior? ¿O al “suelo” que pisó Moisés en el Sinaí cuando Dios le manifestó que se quitara las sandalias porque estaba parado en “suelo sagrado”? Esto es deliberadamente confundir las peras con las manzanas y un vano entusiasmo por promover la discusión de lo indiscutible y presentar como válidas, las argucias propias de un espíritu de rebeldía que traspasa las fronteras de un coherente razonamiento. ¡Claro que muchas cosas fueron indicadas de manera expresa como “sagradas” por algún específico designio o funcionalidades temporales mientras se llevaban a cabo situaciones especiales cuando Dios lo determinaba apropiado! Pero lo que no podemos aceptar es el hecho de igualar lo que de manera temporal se designó como “sagrado” con lo que, de manera eterna y desde los días de Noé, se destacaron como principios eternos de respeto hacia la vida representada por la sangre y donde se deduce apropiadamente la evidencia propia que respalda la santidad especial sin necesidad que nos lo reafirme una verdad de “Pedrogrullo”.
La generalidad como “santidad” es una cosa discutible y habrá que darle a cada una su debido lugar dentro de la creación Divina. Por el contrario, la vida como la conocemos, como dádiva del Creador al hombre creado a su “imagen y semejanza”, no necesita de ninguna cita expresa para deducir que esa vida que se declaró “intocable” porque Dios la reclama para sí, necesite de más apoyo adicional y expreso como si fuera imprescindible. Porque si la entendiéramos de la manera que lo hace el aquí forista contendor, el mundo en el que vivimos se volvería un caos total y un desorden por no saber distinguir entonces, la relatividad de lo “sagrado” de todo cuanto por Dios fue creado.
La discrepancia sobre el fundamento parece, en definitiva, muy grave. Como acabamos de ver, depende de en qué creamos en cada particularidad. La diferencia radica más bien en que en el primer caso, quien funda la moral es un Dios que dicta unas normas, mientras que en el segundo somos nosotros mismos quienes lo hacemos, dotados de una “falsa” concepción que encumbra nuestro ser por encima de la enseñanza expresa del Altísimo. Dicha diferencia incide claramente en los contenidos de la moral, pues si en las morales religiosas los contenidos los decide Dios, en el caso de las morales no religiosas los decidimos entre todos.
La sacralidad o dignidad de la vida humana puede tener, y de hecho tiene, interpretaciones diversas y divergentes. Las religiones monoteístas fundamentadas en la Biblia coinciden en defender que sólo Dios puede disponer de la vida humana, esa es la correcta interpretación que suelen hacer de lo explícitamente evidenciado en los Escritos Sagrados. Una interpretación que en realidad renuncia a esta acción, simplemente no atribuye al Creador la capacidad de disponer sobre el principio y el fin de la vida de cada criatura y determinar, más allá de toda duda razonable, qué realmente es sagrado para Él.
El diálogo llevado a cabo en el epígrafe versa ya de algún modo sobre la disputa relativa al soporte divino o no de la santidad relativa o específica. Se estableció abriendo una discusión en torno a una pregunta que, llevada a otro terreno, podemos formularla así: “¿Las cosas son buenas porque Dios las quiere o Dios las quiere porque son buenas?” La pregunta venía planteada a propósito de la discusión sobre si, por ejemplo, ¿Era bueno (o malo) que alguien se hiciera una transfusión de sangre cuando existe un precepto para “abstenerse” de ella de una manera que abarca una serie de formas de “introducirla” al cuerpo? Para una acusación judicial de “suicidio” o “asesinato” contra el que rehúsa una transfusión para sí o para otra persona, ¿Sería un intento de asesinato en cualquier caso?, ¿Está el amor a la vida amparado como atenuante suficiente para no imputar responsabilidad al que escoge no transfundir su sangre a nadie? ¿Es aceptable tal flexibilidad de interpretación o, por el contrario, es un asesinato sean cuales sean las circunstancias en caso de no administrar sangre al paciente? ¡Estas preguntas no se zanjaron claramente en este epígrafe! Se externaron opiniones de un bando y de otro pero siempre quedaron en la “mesa” los textos que prohíben el uso de la sangre animal –comiéndola únicamente alegaron– y aunque la Biblia no se refiere a no comer “sangre humana”, tampoco alguien ha dicho que sí está permitido. Más bien, el rechazo ha sido unánime.
Y si la Biblia no indica de manera expresa “comer sangre humana” por razones obvias, y todos están de acuerdo, indica a todas luces que no hacen falta “textos explícitos” o “versículos” que así lo aclaren para evitar comerla. ¡Simple sentido común! Por lo tanto, esto corrobora y avala la postura TJ de que no hace falta que existan textos que prohíban expresamente la ingesta de sangre humana para determinarse a no hacerlo. Deja completamente sin efecto el “manido” argumento aquí presentado, pero como “cortina de humo” nada más, con el fin de “enredar” tratando de justificar la desobediencia a Dios con tal de “salvar” una vida humana en peligro y citando incorrectamente el texto de Jesús de que estamos obligados a “dar la vida por nuestros amigos”. Aquí, sí deducen de manera expedita que, como la sangre es “vida”, entonces, hay que “dar” de esta “vida” (la sangre) a favor de quien la necesite. ¿Una monstruosa alteración del principio envuelto en las palabras del Señor? ¡Indudablemente!
Dios prohibió “comer sangre animal” (por lógico rebote también la humana) y quien se atreviera a hacerlo se arrostraba la muerte prematura.
Se ha preguntado en repetidas ocasiones que si esta prohibición de “comer sangre” era una “prohibición dietética o de salud” y las respuestas fueron que ¡NO!
Y si no fue ninguna prohibición dietética o de salud, tampoco aclararon entonces el por qué de la prohibición a “comerla”.
Porque si se comía y hacía daño al organismo y por este motivo se prohibió, entonces sí era por motivos de salud. Pero lo extraño es que si fueron motivos de salud porque podía enfermar a quien la “comiera” ¿Por qué aparejaba muerte al hacerlo de igual forma? Nunca se dio respuesta a esta y otras interrogantes.
Sólo la respuesta afirmativa a la segunda parte de la adversativa —“Dios quiere las cosas buenas porque son buenas”— permite saldar las dudas anteriores preservando, al mismo tiempo, la autonomía del concepto sobre lo “sagrado” de la sangre o de la vida. Pues la decisión de que algo es bueno o malo; de que un asesinato merece o no merece un castigo, tiene que ser una decisión racional. Dicho de otra forma, la determinación de lo bueno o lo malo es, a priori, previa a la fe religiosa. No podría ser de otra forma si tiene algún sentido la afirmación “Dios es bueno”, ya que sólo es posible decirlo si podemos dar a “bueno” un significado independiente de Dios. De lo contrario estamos diciendo “Dios es bueno”, y no se molestará si invalidamos el “abstenernos” de algo; sino “Dios es Dios” y aunque también sea “bueno”, hay que primero obedecerle aunque una vida esté en “peligro” de muerte por desobediencia, no “absteniéndose” de lo que Él prohibió hacerlo.
Atentos saludos.