Re: ¿Crees en la evolucion?
	
		
	
	
		
		
			Mutación no es evolución, el virus no tiene que cambiar para sobrevivir, aunque este sea mas fuerte hoy, mañana puede ser mas debil como ha sucedido a través de los años. El cambio de dieta provoca un cambio en nuestro sistema y esto no es evolución.
		
		
	 
A lo largo de la historia, el  descubrimiento de gran parte de los microorganismos  conocidos se ha debido a la investigación de las enfermedades producidas por ellos. Así, a mediados  del siglo XIX(gracias a los trabajos pioneros de L. Pasteur y R. Koch) estaba bien establecida la existencia de un  complejo “mundo microbiano” formado por bacterias, protozoos y hongos.  Sin embargo, el propio Pasteur había sido incapaz de encontrar el  microorganismo que producía una enfermedad entonces mortal: la rabia.  Esto llevó a pensar que ciertas patologías estaban causadas por  entidades infecciosas muy distintas a las caracterizadas hasta entonces,  que parecían mucho más simples que las bacterias y demasiado pequeñas  para ser observadas con el microscopio óptico. Se trataba de los virus,  cuyos primeros representantes fueron descubiertos a finales del siglo  XIX: el virus del mosaico del  tabaco (que infecta a la planta Nicotiana tabacum, tan apreciada por los  fumadores), el virus de la fiebre aftosa (infeccioso para varias  especies de animales, entre ellas las vacas), y el virus de la fiebre  amarilla (que fue el primer virus patógeno humano descubierto). 
Una  característica común que tenían los virus caracterizados en esa época es  que eran capaces de atravesar un filtro con un tamaño de poro microscópico, denominado “filtro  de Chamberland”. Por tanto, el sistema de esterilización por filtración,  que había sido efectivo para las demás toxinas conocidas entonces (ya  que quedaban retenidas por el filtro) no valía con los virus. Con ello,  se ponía de manifiesto una característica fundamental de los virus: su  tamaño es muy inferior al de las bacterias, y muchísimo más pequeño que  el de las células eucariotas. Era imposible observar los virus  utilizando la tecnología disponible, y por tanto se estaba luchando  contra un enemigo invisible.
Con la aparición de la microscopía  electrónica en la década de 1930 se pudo comenzar a ver virus, y a  estudiar su proceso de infección en las células. Desde entonces se han  realizado muchísimos estudios sobre los virus, y hoy sabemos que son  entidades muy pequeñas, de dimensiones nanométricas (entre 20 y 400 nm),  con formas variadas: bastón, espiral, icosaedro,  esfera...
Durante el último siglo se ha ido profundizando sobre los  mecanismos que emplean los virus para infectar a las células y parasitar  o “secuestrar” parte de su maquinaria para hacer copias de sí mismos.
Esto  ha llevado a plantear una pregunta muy interesante: ¿son los virus seres vivos? A pesar de que en este  capítulo se da una posible definición de “vida”, la respuesta a si los  virus son seres vivos no es nada fácil. De hecho, los científicos no se  ponen de acuerdo en este tema. Por un lado, los virus deberían  considerarse seres vivos porque hacen copias de sí mismos, es decir, se  replican, y además en su descendencia los nuevos virus producidos son  distintos entre sí, lo que les permite evolucionar. El hecho de que los  virus evolucionan resulta evidente si pensamos en estos ejemplos: las  personas mayores han de vacunarse todos los años de la gripe (ya que el  virus de la gripe que infectó a la población el invierno pasado ha  evolucionado y este año es diferente); los enfermos
de sida han de  cambiar de tratamiento cada ciertos meses (el virus de la  inmunodeficiencia humana ha evolucionado y se ha hecho resistente a los  fármacos que tomaba el paciente); de vez en cuando aparecen “virus  nuevos”, también llamados “virus emergentes”, que pueden producir  enfermedades muy graves e incluso pandemias de dimensiones mundiales  (como es el caso de una de las cepas del virus de la gripe aviar, que  está mutando durante los últimos años e infecta a humanos en vez de a  aves). Sin embargo, el hecho de que los virus necesiten siempre células  para replicarse, es decir, que sean necesariamente parásitos porque no  son capaces de replicarse por sí mismos, hace que no puedan considerarse  como seres vivos. Así que la polémica está servida: ¿a qué se parece  más un virus, a una bacteria o a un mineral?
 
Aunque no respondamos a esa pregunta sí  podemos investigar mucho sobre los componentes de los virus. Poseen tres  partes fundamentales: 1) un genoma, que puede ser de ADN (el mismo  ácido nucleico que forma el genoma de todas las células) o de ARN (otro  ácido nucleico de estructura diferente); 2) una cápsula o “cápsida” de  proteínas que protege al genoma; 3) en algunos virus, una membrana  “robada” a la última célula que han infectado. Los virus cuyo genoma es  de ARN (como el de la gripe, el Ébola, el del sida o el de la hepatitis C) evolucionan más  rápidamente que los que tienen genoma de ADN (como el virus de la  varicela, el papilomavirus, el  herpes o el de la hepatitis A).
 La vida (si es que eso es vida) de los  virus es sencilla y a la vez frenética: infectan una célula, se replican  en ella, y salen (unas veces rompiendo la célula infectada y otras no)  para infectar otras células y continuar el ciclo hasta que no queden más  células disponibles. 
 
Los  virus son nanomáquinas replicativas que han ido apareciendo en la  naturaleza y evolucionado en paralelo a las células durante millones de  años. 
Pueden producir diversas enfermedades en los organismos  a los que infectan, pero no siempre es así. A pesar de su mala fama,  hay muchísimos más virus beneficiosos que perjudiciales, y la mayor  parte de los que nos infectan no nos causan enfermedades. Además, por el  simple hecho de saltar de unas células a otras (de la misma especie, e  incluso de especies distintas) los virus han ido modificando los genomas  de los organismos infectados y han influido directamente en su  evolución. Veamos un ejemplo sorprendente. Cuando hace muy pocos años se  ha secuenciado el genoma humano se vio que casi la mitad de nuestra  información genética proviene de virus que se han ido integrando en  nuestro ADN (mediante estrategias similares a la que usa el virus del  sida) a lo largo de la evolución. Es decir, los humanos no seríamos como  somos (o tal vez incluso no existiríamos) si no fuera por los virus.  ¿Curioso, verdad? Además los virus, o partes de ellos, también se han  utilizado por su potencial para fabricar vacunas y fármacos que nos  permiten prevenir o curar las infecciones producidas por esos mismos  virus o por otros. 
Por ejemplo, cuando todos nosotros nacimos y teníamos  tan solo dos o tres días, nos pusieron la primera inyección de nuestra  vida. ¿Y qué nos inyectaron? Pues precisamente la primera dosis de la  vacuna contra el virus de la hepatitis B, obtenida a partir de un  componente (de dimensiones nanométricas) de la envuelta de ese virus,  que de forma aislada no produce infecciones pero servirá para que  nuestro sistema inmune aprenda a reconocer ese virus y prepare sus armas  para destruirlo en el futuro si se lo encuentra. Hay varios casos  similares de vacunas obtenidas por ingeniería genética a partir de una  parte del virus, o de un virus completo pero modificado para que no  produzca enfermedades al ser inyectado. Otra aplicación médica muy  interesante de los virus es utilizarlos precisamente como lo que son,  nanomáquinas muy especializadas capaces de llegar a células concretas y  entrar en ellas. Así, por ejemplo, se están modificando virus para que  dentro de ellos haya un fármaco, de tal forma que el virus pueda  inyectarse a un individuo enfermo (por ejemplo, con cáncer), llegar al  tejido tumoral, entrar en sus  células y liberar dentro de ellas su carga explosiva. El empleo de los  virus como nanosubmarinos terapéuticos está en fase de investigación,  pero podría ser muy importante en el futuro. 
Para el desarrollo de  alguna de las aplicaciones clínicas de los virus sus propiedades  mecánicas han de ser modificadas de forma controlada. Esto se ha logrado  recientemente empleando una combinación de técnicas genéticas y de  procedimientos nanotecnológicos, que permiten alterar la rigidez y la  forma de las cápsidas víricas. Merece mucho la pena investigar en las  propiedades y potencialidades de estas nanomáquinas que la evolución ha  puesto en nuestras manos, ya que ningún nanobombardero construido por el  hombre podría ser tan eficiente (¡y barato!) como un virus  suficientemente “domesticado”.
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