Re: 1844, su importancia
(Continuación)
La confirmación celestial
Teniendo en cuenta un mes bisiesto para el año 1844, el Día de la Expiación debía caer el 23 de octubre en Jerusalén. ¿Por qué eligieron los milleritas, entonces, el 22 de octubre de 1844 como el día que correspondía al de la Expiación en ese año? ¿Observaron mal el cambio de luna? ¡No, en absoluto! Ellos sacaron la cuenta de la diferencia de horas entre Jerusalén y Boston, y dedujeron que mientras en Jerusalén el Día de la Expiación debía caer el 23 de octubre, en Boston iban a estar todavía en el 22 de octubre. Por esa razón, muchos esperaron la venida del Señor hasta la media noche.
Hiram Edson, uno de los milleritas que esperaron hasta pasada la media noche la venida del Señor, pasó junto con otro grupo de creyentes toda la noche, llorando desconsolados, aún más afligidos que si hubiesen perdido un ser querido, según testificaron luego. Al amanecer sintió que “debía haber luz y ayuda” para su angustia, e invitó a algunos hermanos a ir al granero para orar por esa luz. “Continuamos en sincera oración hasta que el testimonio del Espíritu fue dado diciéndonos que nuestras oraciones eran aceptadas, y que se nos daría luz, se explicaría nuestro chasco, haciéndolo claro y satisfactorio”.
Después del desayuno, Hiram Edson invitó a los que habían ido a orar con él al granero, a salir para alentar a otros con esa confirmación del Espíritu que habían tenido. “Mientras pasábamos por un extenso campo, fui detenido por el medio del campo. El cielo pareció abrirse ante mi vista, y ví distinta y claramente que en lugar de que nuestro Sumo Sacerdote saliese del lugar santísimo del santuario celestial a esta tierra en el día diez del séptimo mes, al final de los 2300 días, El, por la primera vez, entró en ese día en el segundo apartamento de ese santuario, y que tenía una obra que llevar a cabo en el lugar santísimo antes de volver a la tierra; que El vino a la boda, o en otras palabras, al Anciano de Días, para recibir un reino, dominio y gloria; y que nosotros debíamos esperar su regreso de la boda” (P. A. Gordon, The Sanctuary, 1844, and the Pioneers (Washington, DC, Review and Herald, 1983), 24-25.
Nuestro hermano de Oliveira concluye de la siguiente manera. “¿En qué momento tuvo Hiram Edson esa experiencia, en la mañana del 23 de octubre? ¿Entendió esta verdad en el mismo momento en que Jesús entró en el segundo apartamento del santuario celestial? No lo sabemos con precisión. Pero lo que podemos decir es que a las 7 de la mañana, en Port Gibson, donde Edson vivía o a las 8 de la mañana en Boston, el centro del adventismo, debía ser equivalente a las 3 de la tarde, la hora del sacrificio vespertino en Jerusalén, y que las 10 u 11 de la mañana de Boston sería equivalente a la puesta del sol en Jerusalén.
“La experiencia de Hiram Edson sincronizaba con la hora del sacrificio de la tarde el 10 de Tishri=22/23 de octubre en Jerusalén. Su experiencia fue similar a la que tuvieron Jesús y Esteban en el comienzo, mitad y fin de la septuagésima semana” (de Oliveira, 104). El cumplimiento tanto de la profecía de las 70 semanas como de la profecía de los 2300 días-años tuvieron confirmación celestial en la tierra.
En el otoño del año 27, “tan pronto como Jesús fue bautizado, subió del agua. En ese momento, el cielo se abrió, y Jesús vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y una voz del cielo dijo: ‘Este es mi Hijo amado, en quien me complazco’” (Mat 3:16-17).
En la primavera del año 31, Jesús vio a su Padre que ocultó de él el rostro mientras pendía de la cruz y exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mat 27:46). Luego de dar un fuerte grito de victoria dirigiéndose a su Padre, diciendo “consumado es”, expiró y “el velo del templo se rasgó en dos, desde arriba hacia abajo. La tierra tembló, y las rocas se partieron. Se abrieron los sepulcros de muchos santos que habían muerto, y volvieron a la vida después que Jesús resucitó. Y salidos de los sepulcros fueron a la ciudad santa, y aparecieron a muchos” (Mat 27:48-53).
En la mañana del 23 de octubre hora de Boston, Hiram Edson recibió la confirmación del Espíritu que le traería la aclaración del chasco que habían sufrido. Tuvo una visión del santuario celestial con la puerta abierta al lugar santísimo en torno a la la hora en que, en Jerusalén, terminaba el Día de la Expiación con el sacrificio de la tarde (Lev 16:24; Núm 29:11). De una manera equivalente, Esteban tuvo una visión de Cristo en el santuario celestial al concluir la profecía de las 70 semanas.
En el año 34 Esteban, luego de dirigir su último llamamiento a la nación judía como en el estilo en que lo habían hecho los profetas en lo pasado, fue apedreado sellando así la nación judía su rechazo al evangelio y abriendo la puerta a la proclamación del evangelio a los gentiles. Antes de morir “Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la diestra de Dios. Y dijo: ‘Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios’” (Hech 7:55-57). Al morir apedreado se expresó como Jesús al ser crucificado diciendo: “¡Señor, no les atribuyas este pedado!” (Hech 7:60).
Poco después Felipe es llevado por el Espíritu para bautizar a un etíope (Hech 8), Saulo de Tarso tiene una visión semejante a la de Esteban y es llamado como apóstol a los gentiles (Hech 8), y Pedro tiene la visión de los alimentos inmundos a los que Dios limpió, en referencia a la aceptación de los gentiles en su reino (Hech 10-11). Habían concluido las 70 semanas que Dios había “cortado para” el pueblo judío, y el movimiento del evangelio se desplazaba de Jerusalén y Judea hacia Samaria, hacia Grecia, hacia Roma y finalmente, “hasta lo último de la tierra” (Hech 1:8). Era la confirmación del “poder” del “Espíritu Santo” que debían esperar para cumplir con el plan trazado por Dios y anticipado cronológicamente por la profecía.
En el otoño de 1844, más precisamente en la mañana del 23 de octubre, cuando debía concluir el Día de la Expiación correspondiente en Jerusalén en ese año, Hiram Edson recibió el testimonio del Espíritu y vio, en forma clara y nítida, abrirse el cielo y el cambio de ministerio que debía llevarse allí del lugar santo al lugar santísimo para concluir la obra de intercesión celestial en el juicio final (Dan 7:9-10,13-14; 8:14). Una visión semejante la proyectó el apóstol Juan para la séptima trompeta en los siguientes términos, sugiriendo de antemano que la atención de la gente sería dirigida desde entonces hacia el lugar santísimo del templo celestial. “Entonces fue abierto el templo de Dios en el cielo, y quedó a la vista el Arca de su Pacto en su templo” (Apoc 11:19). Dos meses más tarde E. de White recibe su primera visión y ve al pueblo adventista dirigiéndose hacia la ciudad de Dios.
La entronización de Jesús en el santuario celestial en el año 31 DC, en ocasión del Pentecostés, fue confirmada en la tierra mediante el don de lenguas que Dios dio a los apóstoles para capacitarlos para predicar el evangelio (Hech 2). Ese era el don que más necesitaba la naciente iglesia cristiana para poder llegar al mundo conocido de aquel entonces con el cometido evangélico. Con el llamado al don profético que Dios extendió a E. de White ese mismo año de 1844, se dio la confirmación celestial de que Jesús había pasado al lugar santísimo del templo celestial, y que había ido allí para concluir su obra de intercesión en el juicio previo a su venida. Ese juicio tenía como propósito coronarlo Rey de la Nueva Jerusalén, y determinar quiénes serían admitidos en su reino y en su Santa Ciudad. El don de profecía prometido al remanente final en Apoc 12:17 (cf. Apoc 19:10), era el don que más necesitaba el naciente último remanente para ir a todo el mundo y preparar un pueblo que estuviese en pie para la venida del Hijo del Hombre.
Qué grados de estudios se requieren para estudiar estos temas
El presidente venezolano Chávez, en sus conflictos con la Iglesia Católica, respondió a los sacerdotes católicos en determinada ocasión que ellos—los sacerdotes—no tenían el monopolio de la Biblia. Esto lo afirmó como réplica a la acusación que un sacerdote estaba haciéndole de manchar la Palabra de Dios al citarla, siendo indigno de ello. El trasfondo de la declaración del sacerdote era el de la Iglesia Católica que tiene un Magisterio que se considera infalible, y puede desautorizar o autorizar cualquier interpretación de la Biblia. Tal criterio está en pugna con la clara declaración del apóstol Pedro quien dijo que “ninguna profecía de la Escritura vino por una interpretación privada”, ni “por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped 1:19-21). Tal concepto está en pugna con el principio bíblico confirmado por el Hijo de Dios de que la Biblia debe ser su propio intérprete (Mat 4:6-7), y que aún los más simples pueden, siguiendo ese principio bajo la dirección del Espíritu de Dios, asombrar aún a los que pretenden ser más sabios (1 Cor 1:25-29).
Con criterios a veces prestados por la Iglesia Católica, otros por la adoración a los títulos que se dan en los centros educativos nuestros al igual que en los del mundo, algunos doctores en teología se han erigido en una especie de norma absoluta de lo que es verdad y no lo es. Cierto doctor en teología de Andrews University le dijo a una ancianita que vive cerca de 3 ABN, y da sus servicios a esa entidad laica, que los doctores en teología ocupan el primer lugar, luego vienen los pastores que se instruyen con ellos y, finalmente, en tercer y más bajo lugar, los hermanos laicos como esa ancianita y los que trabajan en 3 ABN que lo ignoraban en sus intentos de aparecer en algún programa de ese canal dirigido por laicos adventistas.
Debe reconocerse que se requiere hoy cierta capacitación especial para poder responder con conocimiento de causa muchas cosas relacionadas con la fe. Esto es más cierto aún en algunos temas que requieren conocimientos no solamente bíblicos y teológicos, sino también históricos, matemáticos y astronómicos, como lo es más definidamente el tema que estamos considerando. Pero la posibilidad de obtener ese conocimiento no está restringido a los que obtienen cartulinas blancas con la mención de doctor. En otras palabras, los doctores no tienen tampoco el monopolio de la Palabra de Dios. Ellos también deben ajustarse al principio bíblico de dejar que la Biblia se interprete a sí misma. Y ellos también se equivocan—digámoslo mejor, tienen el derecho de equivocarse—como cualquier otro, ya que como me dijo cierta vez mi director de tesis en la Universidad de Estrasburgo, nadie nació sabiendo.
Es un laico ahora, brasileño, a quien Dios le dio la locura o pasión de estudiar ese tema (en el sentido de 1 Cor 1:18,22-23), y lo que ha escrito requiere el mismo respeto que lo que escribieron tantos otros antes de él y a quienes critica. Su mérito no está en ser un laico, como tampoco en otros el ser doctor, sino en que su pasión lo llevó a hacer un estudio serio de todos los temas básicos y tan diversos involucrados en la cronología de las 70 semanas y los 2300 días anuales. Yo, doctor en teología, puedo decir que ninguno me enseñó tanto sobre ese tema, y me permitió entender en forma tan definida varios aspectos en discusión al respecto, como ese hermano industrial luso-americano. Aunque mucho de lo que expresé aquí tiene que ver con una investigación y propuesta personal mía, un buen número de los argumentos los tomé de él en su evaluación de los análisis de los teólogos adventistas del S. XX sobre ese tema.
Este hecho me alegra grandemente, porque en la contienda final, Dios se valerá mucho más de instrumentos humildes que se dejen enseñar por él que por eminencias que han estudiado en grandes centros del saber. No se trata de un culto a la ignorancia, tan perjudicial como el culto a la sapiencia, sino de un reconocimiento al esfuerzo bereano de alguien que tuvo motivación divina para interesarse en conocer a fondo un tema que toca a su fe, y sin buscar codearse con los grandes del saber aún de su propia iglesia.
Si es que un título de doctor Honoris Causa debe darse a alguien, ese título le corresponde al hermano Juárez Rodrígues de Oliveira más que a una buena cantidad de gente a la que se lo han dado. Se trata de alguien que no se transformó en un recalcitrante disidente radical como muchos movimientos que sin fundamentación buscan justificar su misión destruyendo las bases de la fe adventista y su organización. Alguien a quien nadie le pidió que hiciese tal investigación, y se preocupase en hacerla a fondo sin esperar recibir una recompensa personal. Alguien que tuvo el valor suficiente de no venerar “sabios” o doctores a tal punto de no atreverse a mostrarles a un buen número de ellos cuán equivocados estaban. Sólo ante gente así, con tal pasión y honestidad intelectual que no es muy común en los círculos teológicos científicos (según me lo confirmó en mi defensa doctoral uno de los profesores de Estrasburgo que formó parte del jurado), me sacaré el sombrero y con todo placer.
Juárez Rodrígues de Oliveira, un industrial y traductor oficial del inglés al portugués, trabajó también para compañías de hierro y acero. Tal vez tal oficio lo volvió tan acérrimo como esos metales en su tenacidad para obtener conocimiento sobre el tema de su pasión, así como en la defensa de sus convicciones y martilleo de la posición contraria de doctores, teólogos e historiadores que se aventuraron antes que él en ese tema. En su crítica a los teólogos adventistas de la segunda mitad del S. XX, de Oliveira no parece haber perdonado, en efecto, ningún detalle que estuviese en contradicción con sus propios descubrimientos acerca de cómo creyeron los pioneros milleritas y adventistas, ni con sus descubrimientos astronómicos. Aunque ese estilo apologético y polémico de abordar un estudio sezudo no parezca cristiano para algunos, suele ser académicamente aceptable y común especialmente entre judíos. A su vez, ayuda a entender mejor algunos aspectos algo más difíciles.
Tal vez por una razón semejante declaró la pluma inspirada en relación con la gran confrontación final entre la verdad y el error, que “hay una belleza y una fuerza en la verdad que nada puede hacer tan evidente como la oposición y la persecución” (EÚD, 144). Nadie que no sea dominado por una pasión tan grande por la verdad que Dios nos dio para estos últimos días, podrá gozar de esa belleza y de esa fuerza en medio de la crisis final en la que pronto entraremos en pleno.
“Entre los habitantes de la tierra hay, dispersos en todo país, quienes no han doblado la rodilla ante Baal. Como las estrellas del cielo, que sólo se ven de noche, estos fieles brillarán cuando las tinieblas cubran la tierra y densa oscuridad los pueblos. En la pagana Africa, en las tierras católicas de Europa y Sudamérica, en la China, en la India, en las islas del mar y en todos los rincones oscuros de la tierra, Dios tiene en reserva un firmamento de escogidos que brillarán en medio de las tinieblas para demostrar claramente a un mundo apóstata el poder transformador que tiene la obediencia a su ley... Y en la hora de la más profunda apostasía, cuando se esté realizando el supremo esfuerzo de Satanás para que ‘todos...’ reciban... la señal de lealtad a un falso día de reposo, estos fieles, ‘irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin culpa’, resplandecerán como ‘luminares en el mundo’ (Filip 2:15). Cuanto más oscura sea la noche mayor será el esplendor con que brillarán” (Ev, 512; véase Isa 60:1-2).
Bendiciones.
Luego todo Israel será salvo.