Pero cuando Jesús dijo: "Yo y mi padre somos uno"; se refería a una unidad más especial con Dios.
LA MISMA ESENCIA Y NATURALEZA
La presencia de Dios en Jesús es mucho más grande. Es algo diferente al resto de seres.
EMANUEL SIGNIFICA DIOS CON NOSOTROS.
JESÚS= DIOS MANIFESTADO EN CARNE
Moisés habló con Jesús, antes de su encarnación, cara a cara.
Éxo 33:11
Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero. Y él volvía al campamento; pero el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo.
EXPLICACIÓN
Jua 1:18
A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.
Moisés habló con el Hijo, es él quién le ha dado a conocer.
El rostro de Moisés resplandeció, evidencia de haber hablado con Jesús y tuvo que colocar un velo sobre su cara.
Cuando contemplamos esta misma reunión, con un invitado más, Elías, los testigos nos dicen que el rostro de Jesús resplandeció, tal como estaba acostumbrado Moisés a contemplarlo muchos siglos antes de su encarnación, leemos:
Mat 17:1 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto;
Mat 17:2
y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.
Mat 17:3 Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él.
En esta edad de la gracia, del Nuevo Pacto en su sangre, no hay necesidad de usar velo.
El Espíritu Santo nos ha quitado ese velo.
Tenemos el privilegio de contemplar la gloria de Jesús en las Escrituras:
2Co 3:18 Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta
como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.
Cuando Jesús dice:
Jua 10:30 Yo y el Padre uno somos.
Al igual que Pedro, Jacobo y Juan, lo contemplo rodeado de su gloria, con su rostro resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz de un relámpago.
!!ESE ES MI JESÚS!!
Y aunque esa visión de la gloria de Cristo, no se iguala a la gloria cuando estemos en la misma Presencia de él, con nuestros cuerpos semejantes al cuerpo de la gloria suya, porque esa es la promesa que tenemos nosotros sus redimidos, aquí, leemos:
Flp 3:20 Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;
Flp 3:21 el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra,
para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.
Aquella gloria será mayor que la primera, tal como lo dice el profeta:
Hag 2:9
La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos.
Basados en esta Escritura, sabemos que la casa, que antes era referenciada a una construcción, material, en la Iglesia de Cristo la referencia es a nuestro cuerpo, ya transformado en su misma Presencia, leemos:
Heb 3:2 el cual es fiel al que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios.
Heb 3:3 Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo.
Heb 3:4 Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios.
Heb 3:5 Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir;
Heb 3:6
pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza.
Cuando vemos la gloria de Jesús, antes de su encarnación, en el AT y en los días de su Ministerio terrenal, y ahora, cuando en el mismo cielo está siendo adorado por millones y millones de seres angelicales:
Apo 5:6 Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie
un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos,(E) los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra.
Apo 5:9 y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación;
Apo 5:10 y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.
Apo 5:11 Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos;
y su número era millones de millones
Sabemos que el resplandor refulgente de su rostro y sus vestiduras resplandecientes como la luz de un relámpago, no han perdido su esplendor, a pesar de conservar en sus manos y costado, las huellas a las que se refiere el profeta, cuando pregunta:
Zac 13:6 Y le preguntarán: ¿Qué heridas son estas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos.
¿Un Cordero como inmolado?
Sí, ese es el Jesús de las Escrituras, coronado de gloria y de hermosura, a pesar de sus heridas, como testimonio del alto precio pagado por sus redimidos.
Es el mismo Jesús, que contemplamos recibiendo adoración, al lado de su Padre Dios, por los siglos de los siglos, leemos:
Apo 5:13 Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir:
Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.
Apo 5:14 Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.
Jua 10:30 Yo y el Padre uno somos.
Se requiere ser sellado con el Espíritu Santo, para contemplar a Jesús, sentado a la diestra del Padre, ambos recibiendo la misma adoración, como acabamos de leer:
Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.
Muchos pasan a la Eternidad sin tener este privilegio:
Mat 11:27 Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre;
y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo,
y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.