El horror en archivos de metal
El horror en archivos de metal
Este artículo está dedicado para todos aquellos que están en contra de los EEUU por haber liberado a Irak, para los que piensan que hubiera sido más "cristiano" haber dejado al pueblo seguir sufriendo bajo el yugo de la tiranía del demonio Saddam.
El horror en archivos de metal
<I>En los cementerios se habilitaban zonas clandestinas para enterrar a los prisioneros / «La mayoría venía con la lengua hinchada, deforme. Y con una gran marca en el cuello. Los habían colgado», recuerda un sepulturero</I>
En el cementerio de Al-Karj en la localidad de Abu Ghraib, cerca de Bagdad, se estableció desde 1985 una zona acotada, separada por muros de ladrillos. Un área a la que estaba prohibido acceder, de la que no se podía hablar. «So pena de muerte», advierte Mohamed Muslim Mohamed.
Como parte de la aureola enigmática que se tejió en torno a este emplazamiento, fueron muy pocas -menos de una veintena de cientos- las tumbas que quedaron identificadas con nombres. Los despojos humanos eran enterrados con números. Los últimos, dos semanas antes de que comenzara la guerra, recibieron los guarismos 992 y 993.
Pero Mohamed Muslim Mohamed era consciente del terrible origen de los restos que cada semana traía la famosa camioneta blanca procedente de la cercana prisión de Abu Ghraib. «La mayoría venía con la lengua hinchada, deforme. Se les salía de la boca y les llegaba al pecho. Y con una gran marca en el cuello. Los habían colgado. Otros tenían un tiro en la cabeza o en el pecho. Algunos olían terriblemente mal, como si llevaran días y días muertos», precisa el chaval de 21 años, que lleva seis trabajando como sepulturero.
Cuando el chico comenzó a trabajar en Al-Karj, el espacio delimitado para este emplazamiento tan sólo ocupaba la mitad del solar.Hoy el terreno es una sucesión interminable de montículos marcados con los consabidos números. «A veces traían cinco, otras 10 y en ocasiones 15. Uno encima de otro, apilados en la camioneta».Siempre en compañía de Ahmed, el encargado de las entregas, y de un oficial de Al-Aman, el Servicio de Seguridad Especial, una de las unidades de inteligencia más temidas en Irak. «Por cada ocho cadáveres que enterrábamos nos pagaban entre 6.000 y 10.000 dinares [tres euros]», explica Mohamed.
Desde hace días, Al-Karj está sufriendo un proceso a la inversa.Familiares que acuden al camposanto semiclandestino para desenterrar a sus deudos. «Hoy se han llevado uno y ayer tres», precisa Sufian Ali Jabar, compañero de Mohamed.
Otros, como Ali Mohamed Abud, se personan en el emplazamiento intentando buscar alguna noticia de sus desaparecidos. El hermano de Ali, Sharif, de 49 años, fue arrestado en 1981 acusado de pertenecer al movimiento islamista Al-Dawah. Nunca más supieron de él. «Dejó una mujer y tres hijos. Tan sólo queremos saber dónde está su cuerpo para poder llorar por él», aclara Ali.
Mohamed le explica que Al-Karj tan sólo era destino para los ejecutados a partir de la fecha referida de 1985. «Los que murieron antes de esa fecha tenéis que ir a buscarlos a Mohamed Shakran [otro cementerio]», le conmina.
Aunque hay también muchos que excavan en la propia prisión de Abu Ghraib. La agencia AP dice que el martes encontraron allí dos cadáveres. Con las manos atadas a la espalda y sendos disparos en la nuca. En algunos de los agujeros han hallado dientes humanos.
«Mire, yo cuando comencé en este trabajo tenía todo el pelo negro y ahora ya ve, blanco como la leche. Esto fue el terror más absoluto y por eso tenemos que documentarlo, demostrar lo que pasó y permitir que las familias recuperen a sus muertos». Quien habla no es otro que Jalid Rasul Alaani, responsable del cementerio de Al-Karj y ahora uno de los integrantes más significados de la singular asociación popular que se creó hace 10 días para averiguar dónde fueron a parar miles de detenidos del régimen.
Sobre los muros de la improvisada oficina del colectivo en Bagdad alguien colgó pancartas con lemas como «¿Dónde están nuestros hijos, hermanos o padres prisioneros?» o «Necesitamos ayuda para encontrar a nuestros prisioneros».
Cinco minutos en este lugar sirven para entender el sistema de terror que azotó a este país durante décadas. Decenas de personas se apilan frente a lista tras lista -hay más de 30- pegadas en los muros donde se recogen los nombres de los desparecidos cuyos restos han sido localizados. Hay un nombre, una fecha de defunción y el cementerio al que los familiares pueden ir a recuperar los vestigios.
Casi otro centenar se hacina frente a una ventana en la que un muchacho va cantando los nombres de más víctimas y su ubicación.Una decena de mujeres embutidas en el tradicional chador negro lloran en cuclillas en una esquina del edificio.
Dentro del habitáculo, el horror se guarda en archivos de metal.Decenas de cajas con miles de documentos. Esparcidos por varias habitaciones. Y en todos la misma cantinela. «Ejecutado». «Ejecutado».«Ejecutado». Los integrantes de esta singular oficina afirman que la mayor parte son los archivos de la propia Al-Aman, descubiertos por el populacho en un supermercado y trasladados hasta aquí.Otros son los listados que elaboró el citado Jalid Alaani durante su paso por Al-Karj. «Antes de que yo llegara había ya enterrados allí 250 cuerpos. Yo contabilicé 993. De 150 nunca pude averiguar su identidad. Ni nombre ni nada», declara. Jalid añade que cualquier persona que localiza ahora informes similares los remite a este edificio.
En ocasiones, los sicarios de Sadam eran precisos y detallistas.En esos casos explicaban de manera minuciosa el motivo de la muerte. «Fusilado por escapar durante tres días de su unidad [militar]», reza el texto que prueba el trágico paradero del hermano de Adeil Obeid, de 39 años. En medio de esta vorágine de espanto, Adeil no sabe si considerarse afortunado. El siempre supo que Imad -su hermano- había fallecido en 1984. «Lo supimos porque nos hicieron pagar por las balas con las que le mataron.Trece dinares [en aquel entonces, un dinar equivalía a tres dólares de EEUU, toda una fortuna para la economía local]».
Adeil Obeid es uno de los voluntarios que examina hoja por hoja los textos oficiales. La asociación parece estar comandada por el ayatolá Imat Adin Alaualdi, que también pasó siete años y medio en las cárceles de Sadam «por reclamar justicia y libertad», apunta. Imat advierte que no pertenecen a ningún partido o agrupación social. «Nos organizamos a nuestra manera el 13 de abril. Sólo queremos ayudar a las familias, aliviar su pena», declara ante la atenta mirada de los dos guardaespaldas con kalashnikov que le protegen.
Como el propio clérigo, la gran parte de los integrantes de este colectivo sufrieron personalmente las atrocidades de un sistema dislocado. Saad Husein, de 39 años de edad, muestra las estremecedoras marcas que le dejó la electricidad en la cadera y recuerda que una de las torturas preferidas de sus verdugos era intentar introducirle botellas de Pepsi-Cola por el ano. «Así durante cuatro años», precisa.
Brahim (no quiere dar su apellido) descubrió hace dos días ojeando estos mismos papeles que los nueve miembros de su familia cuyo rastro se eclipsó hace 23 años en Bagdad tras ser arrestados por las fuerzas de seguridad murieron casi de inmediato. «Los detuvieron porque tenemos un hermano que es miembro de Al-Dawah, pero a él nunca lo agarraron y todavía vive», comenta.
Nadie sabe estimar de cuántos desaparecidos están hablando. Según el informe que hizo público Tony Blair en septiembre de 2002 -basado a su vez en investigaciones de agrupaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch- tan sólo en 1984 en la prisión de Abu Ghraib fueron ejecutados 4.000 reos, otros 122 entre febrero y marzo de 2000 y 23 más en octubre de 2001. Unos 3.000 fueron asesinados en la cárcel de Mahjar y 2.500 más en lo que se denominó «campaña de limpieza de prisiones» entre 1997 y 1999.
«Ustedes los cristianos hablan del infierno como algo fuera de la tierra, pero aquí, en Irak, nosotros ya sabemos de lo que se trata. Mire a toda esa gente, clamando tan sólo por saber dónde mataron a sus seres queridos. Sadam no era un ser humano, era algo diabólico», sentencia Bashir Aidan Ali, que dice pasó 10 años en la prisión de Abu Ghraib.
Autor: ABU GHRAIB (IRAK)
<I>Por su interés, he reproducido este artículo tomado de la edición impresa del diario <A HREF="http://www.elmundo.es">El Mundo</A></I>.