Y sigamos leyendo el cristianismo orginal, que bien nos habla de la Resurrección que niegan los TJ.
Sepultado después de muerto, se aparece Jesús a los discípulos
11. El lugar de la sepultura era un huerto, y había plantada una vid. El había dicho: «Yo soy la vid» (Jn 15, 1). Está colocada en la tierra para que quedase erradicada la maldición que se introdujo por causa de Adán. La tierra estaba condenada a producir espinas y abrojos. Pero de la tierra se alzó la vid verdadera para que se cumpliese lo dicho: «La verdad brotará de la tierra, y de los cielos se asomará la justicia (Sal 85, 12). ¿Y que habrá de decir el que está sepultado en el huerto?: «He tomado mi mirra con mi bálsamo» (Cant 5, 1). Y también: «Mirra y áloe, con los mejores bálsamos» (4, 14). Pero estos son los símbolos de la sepultura, y en los Evangelios se dice: «Fueron (las mujeres) al sepulcro llevando los aromas que habían preparado» (Lc 24, 1). «Fue también Nicodemo... con una mezcla de mirra y áloe» (n 19, 39). Y también se dicen a continuación: «He comido mi pan con mi miel» (Cant 5, 1 LXX). Lo amargo, antes de la pasión, y lo dulce después de la resurrección. Después, vuelto a la vida, entró por unas puertas que estaban cerradas (Juan 20, 19). Pero se resistían a creer, pues creían ver un espíritu (Lc 24, 37). Pero él les dijo: «Palpadme y ved» (Lc 24, 39; cf. 37-41). «Meted los dedos en el agujero de los clavos» como exigía Tomás (Jn 20,24-29). Y «como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: "¿Tenéis aquí algo de comer?" Ellos le ofrecieron parte de un pez asado» (Lc 24, 41-42). Ahí se ve cómo se ha cumplido lo que se ha dicho: «He comido mi pan con mi miel».
Las mujeres, rápidas al sepulcro
12. Pero antes de entrar por las puertas cerradas, lo estaban buscando a él, esposo y médico de las almas, aquellas mujeres buenísimas y dotadas de una fortaleza viril. Llegaron aquellas bienaventuradas al sepulcro y buscaban al que ya había resucitado (cf. Mt 28, 1-6). Las lágrimas les brotaban de los ojos cuando en realidad era ya momento de alegrarse y de cantar a coro por el resucitado. Vino María buscándolo, como está en el Evangelio (Jn 20, 1 ss) y no lo encontró; lo oyó después de boca de los ángeles y finalmente vio a Cristo (20, 11-18) . ¿Acaso no constaban ya estas cosas por escrito? Pues se dice en el Cantar de los Cantares: «En mi lecho he buscado al amor de mi alma». Pero ¿en qué momento?: «En mi lecho, por las noches, he buscado al amor de mi alma»(18). María, dice, llegó «cuando todavía estaba oscuro» (Jn. 20, 1). «En mi lecho, por las noches, he buscado al amor de mi alma. Lo busqué y no lo hallé» (Cant 3, 1). Y en los evangelios es también María la que dice: «Se han llevado a mi Señor, y no se dónde lo han puesto» (Jn 20, 13). Pero los ángeles presentes deshicieron esta ignorancia diciendo: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (Lc 24, 5). No resucitó solo, sino llevando consigo a otros muertos. Pero ella no lo sabía. En referencia a ella cuando se dirige a los ángeles, dice el Cantar de los Cantares: «"Habéis visto al amor de mi alma?». Apenas habíamos pasado —es decir, a los dos ángeles—, cuando encontré al amor de mi alma. Lo aprehendí y no lo soltaré» (3, 3-4).
Aparición a las mujeres
13. Después de la visión de los ángeles fue Jesús el que se anunció a sí mismo. Dice el Evangelio: «En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: '¡Dios os guarde!'. Y ellas, acercándose, se asieron a sus pies» (Mt 28, 9). Lo asieron para que se cumpliese aquello: «Lo aprehendí y no lo soltaré» (Cant 3, 4). La mujer era de cuerpo débil, pero de ánimo viril. Las aguas no apagaron el amor ni lo anegaron los ríos (cf. Cant 8, 7). Al que se buscaba estaba muerto, pero no se había apagado la esperanza de la resurrección. Y el ángel les dijo de nuevo: «Vosotras no temáis» (Mt 28, 5). No digo que no temáis a los soldados, sino que no estéis temerosas. Sientan ellos temor, para que, instruidos por la experiencia, den testimonio y digan: «Verdaderamente éste era Hijo de Dios» (Mt 27, 54). Pero vosotros no debéis temer, pues «el amor perfecto expulsa el temor» (I Jn 4, 18) . «Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos», etc. (Mt 28, 7). «Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo» (28, 8). ¿También esto está escrito? Dice, en efecto, el salmo segundo, enunciando la pasión de Cristo: «Servid a Yahvé con temor y regocijaos en estremecimiento ante él» (Sal 2, 11 LXX). «Regocijaos», por el Señor que ha resucitado, pero «en estremecimiento» por causa del terremoto y del ángel que apareció con el fulgor de un relámpago.
Jesús resucita, aunque el sepulcro estaba sellado y vigilado
14. Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos sellaron el sepulcro tras advertírselo a Pilatos, pero las mujeres vieron al Resucitado. E Isaías, que conocía, por una parte, la futilidad de los sumos sacerdotes y, de otro lado, la fortaleza de fe de las mujeres, dice: «Mujeres, que venís de la visión, daos prisa, pues no hay un pueblo que tenga inteligencia» (Is 27, 11 LXX). Los sumos sacerdotes están desprovistos de inteligencia, y las mujeres están mirando con sus mismos ojos(19). Y cuando fueron a aquellos los soldados comunicándoles todo lo que había sucedido (Mt 28, 11), les advirtieron: «Decid: "Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros dormíamos"» (28, 13). Correctamente lo predijo esto también Isaías hablando como por ellos: «Habladnos cosas halagüeñas, contemplad ilusiones» (Is 30, 11). Pero él ha resucitado y se ha alzado, mas ellos con donativos en dinero sobornan a los soldados (28, 15). Pero los soldados no necesitan convencer ahora a los actuales emperadores. Pues los soldados de entonces traicionaron a la verdad con dinero, pero los actuales emperadores edificaron esta santa Iglesia de la Resurrección de Dios Salvador, en la cual estamos y a la que embellecieron con plata y oro, ornamentándola a base de altares también con oro, plata y piedras preciosas. «Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicación» (Mt 28, 14). A él le persuadieron, pero no al mundo entero. ¿Y cómo es que, al salir Pedro de la cárcel, fueron condenados sus guardianes (Hech 12, 19), mientras que no sufrieron castigo los que custodiaban a Jesús? En realidad, la pena a aquellos les fue impuesta por Herodes, pues no tenían excusa por ignorancia, pero estos otros, que supieron la verdad y la ocultaron por dinero, fueron respetados por los sumos sacerdotes (cf. Mt 28, 15). Unos pocos judíos creyeron entonces la fábula, pero en la verdad creyó el orbe entero. Los que ocultaron la verdad quedaron sepultados en el olvido, pero los que la acogieron aparecieron a la luz pública movidos por la fuerza del Salvador. Este no sólo se alzó de entre los muertos, sino que llevó consigo también a otros muertos, de cuya persona dice claramente el profeta Oseas: «Dentro de dos días nos dará la vida, al tercer día nos hará resurgir y en su presencia viviremos» (Os 6, 2)(20).