Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

Entonces estás admitiendo que el espíritu santo no es la llamada tercera persona de la trinidad. Nosotros creemos que el espíritu santo es la fuerza impersonal que posee el Padre, Jehová. La Biblia enseña que procede del Padre, de su ser (Juan 12:26). La Biblia nunca enseña que es una persona individual como lo son el Padre y el Hijo, sino que es algo. Por eso la Biblia dice que Dios lo derrama en porciones (Hechos 1:5; 2:17,33), lo usa para bautizar (Mateo 3:11; 1 Cor. 12:13), llena a los creyentes con su espíritu (Hechos 2:4), es una posesion (Efesios 1:14) lo usa para sellar (Efesios 1:13) y Dios lo da como si fuera un regalo (Lucas 11:13).

Satás. Solo tu pretendes negar tus propias palabras. Eres tan falso, que no dudas en declarar que el Espíritu Santo es el mismo Dios Padre obrando, como a la vez, una fuerza. Solo tú Satanás, puedes ser tan embustero, falaz, y falso. Te ato.

Papias. Buenos días. Empezamos.
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

Sino hace falta atar a Satanas, Raul68, él sabe mejor que nadie que Dios, es Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¿Por qué combate esta idea? Porque minimizando el papel de "Hijo" despojándole de su divinidad, niega que el mismo Dios se halla hecho carne y sido hombre y halla muerto. Al demonio le hubiese gustado que Dios se hubiese hecho un ángel... pero no, se hizo hombre, verdadero hombre. ¿Te imaginas en que lugar deja al demonio que el Dios que el quiso ser, ahora halla perdonado al hombre que también pecó como él?

El amor de Dios por el hombre llega incluso a la encarnación, por eso el odio del demonio a María (otra figura que también ha empañado convirtiéndola en una diosa y minimizando su bienaventuranza real) y cómo no al Hijo también.

Y si no se salva el Hijo ¿Cómo se va a salvar el Espíritu?

Pero ya sabemos quien niega al hijo,también niega al Padre; el Padre y el Hijo son Uno. (Y esto está en la Escritura)
 
Re: Una prueba definitiva e que el espíritu santo no es una persona...

Re: Una prueba definitiva e que el espíritu santo no es una persona...

Mira [...], tienes muchas herejias vertidas, muchas incoherencias, muchas falacias, mucha cizña sembrada en estos foros. NO, ya está bien. Te ato.

Apolos, buenos días. Empezamos. Un saludo.


Respondan y libérense de influencia cegadora del Diablo (2 Corintios 4:4)....

Si el espíritu santo fuera una persona, y además fuera omnisapiente, ¿por qué no sabe todas las cosas?:

"Pero de aquel día o de aquella hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre." (Mar 13:32, La Biblia de Las Américas)
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

Sino hace falta atar a Satanas, Raul68, él sabe mejor que nadie que Dios, es Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¿Por qué combate esta idea? Porque minimizando el papel de "Hijo" despojándole de su divinidad, niega que el mismo Dios se halla hecho carne y sido hombre y halla muerto. Al demonio le hubiese gustado que Dios se hubiese hecho un ángel... pero no, se hizo hombre, verdadero hombre. ¿Te imaginas en que lugar deja al demonio que el Dios que el quiso ser, ahora halla perdonado al hombre que también pecó como él?

El amor de Dios por el hombre llega incluso a la encarnación, por eso el odio del demonio a María (otra figura que también ha empañado convirtiéndola en una diosa y minimizando su bienaventuranza real) y cómo no al Hijo también.

Y si no se salva el Hijo ¿Cómo se va a salvar el Espíritu?

Pero ya sabemos quien niega al hijo,también niega al Padre; el Padre y el Hijo son Uno. (Y esto está en la Escritura)

Saludos.

Los santeros creen en "Dios" pero no creen en Jesús, si creen que existió y predicó pero no piensan que fuera Dios.

He conversado personalmente con ellos, y ellos invocan espíritus de muertos y hacen hechicerias, el único ser al que no se puede invocar es a "Jesús".

Según sus palabras textuales "para la religión santera Jesús no significa nada".

Hace como un año alguien me dijo "se puede atar con la santeria en el nombre de cualquier "santo" menos en el nombre de Jesús".

Entonces, ellos QUE REPRESENTAN LA RELIGIÓN DE SATANÁS EN PLENO, no aceptan la divinidad de Jesús relegándolo a ser solo un hombre común y corriente.

Los Testigos de Jehová hacen eso mismo, relegan a Jesús a un segundo plano pero creen en "Dios".

Entérense, Dios sin Jesús es el diablo, el mismo "Dios" del Islam.

DLB.
 
Re: El "espíritu santo" no es una persona. Es "usado" por una persona... Dios

Re: El "espíritu santo" no es una persona. Es "usado" por una persona... Dios

No se preocupe Eidher, no esperamos que la mayoria las lea. Pero el que solo las vea es suficiente para que reciba un testimonio. Por cada 4 personas que las rechaza hay por lo menos una que las lee. Su acusación es su opinión subjetiva muy propia de los intrancigentes.


Para que las vean es necesario que muestren un interés por ello y si acaso les

interesa lo bíblico- Sencillamente lo bíblico ninguno de nosotros participó en

escribirlo ni fue escrito con el propósito de discutir.

A los que no quieren insistentemente en algo mejor no exasperarlos sino dejar-

los si acaso alguna vez se deciden a leerlas y ser objetivos.

Un tema tan sencillo como el hecho de que el primer mártir muerto, Esteban,

vio en visión a 2 personas. Padre e Hijo.

¿ Dónde estaba el Espíritu Santo ? ¿ Viendo novelas o toros ? NO sin duda.

Jn 4:23,24 dice que Jehová es 1 Espíritu. Y en otros lugares pone que tiene

alma. Y en otros lugares se deja en claro que dice " El Espiritu de Dios "

como indicando que El lo tiene... la Fuerza Creadora de El que sirve para todo

... hasta ahí podemos llegar. Pretender saber más quienes no conocen a Jeho-

va es imposible. La wacthtower es una sociedad legal que es la única que ha

traducido la Biblia o porciones de ella a más de 200 idiomás ... ya con eso y

otras lecturas y libros de enseñanza bíblicos podemos estar agradecidos de

que serán recordados por la Historia como pioneros en ello.

Por internet es demasiado fácil hablar cuando mejor es hablar cara a cara y

yo he predicado a menudo me dicen ' no me interesa ' así vemos que las per-

sonas en su imperfección adánica si no es buscando la Verdad de la Biblia po-

co puede el ser humano que imperfecto asimile el conocimiento de Jehová ...

cuanto menos los que dicen no interesarles pues ocupados estan en sus de-

portes, novelas, películas, videojuegos, chateando ... que sin ser actos ini-

cuos lo es el hecho de no dedicarle a Dios más tiempo en buscarlo ... cómo

pueden entonces tener Espiritu Santo las personas si no leen a Jehová en su

palabra de la Biblia ?

Y ese es el único libro inspirado que nos sirve de guía para nosotros los huma-

nos imperfectos .... esperemos la perfección en Cristo y sólo con la eternidad

sabremos más de lo podamos saber ahora ( las cosas reveladas ) ... ninguna

persona de actitud propensa a discutir ni prepotente, Así lo son los que criti-

a los testigos cristianos de Jehová , puede presumir ni jactarse en Jehová ni

en conocimiento bíblico por cuanto no lo predica a sus vecinos de la calle ni

creo que lo haga a familiares ni a compañeros de trabajo por cuanto eso se-

ría edificar el alma del que carecen cristianamente las personas de hoy ...

... luego se ven las hipocresías de las funerarias y de los sacerdotes y en los

cementerios se ven en las lápidas ' Señor mio' y ' Dios mio esto ...' y muchos

símbolos como si eso fuera un ticket de entrada a paraisos o cielos....

.... ¡ Venga por Dios ! ¿ Hasta cuando vamos a ver ese tipo de cosas ?...


Como dice el Padre Nuestro .... Venga tu Reino. Sí por favor. Que venga y

limpie a la Tierra de todo pecado e impiedad humanas y salve a los creyentes

en Jesucristo como el Hijo de Jehová.

A Jehová por Jesucristo, Amén.
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

Saludos.

Los santeros creen en "Dios" pero no creen en Jesús, si creen que existió y predicó pero no piensan que fuera Dios.

He conversado personalmente con ellos, y ellos invocan espíritus de muertos y hacen hechicerias, el único ser al que no se puede invocar es a "Jesús".

Según sus palabras textuales "para la religión santera Jesús no significa nada".

Hace como un año alguien me dijo "se puede atar con la santeria en el nombre de cualquier "santo" menos en el nombre de Jesús".

Entonces, ellos QUE REPRESENTAN LA RELIGIÓN DE SATANÁS EN PLENO, no aceptan la divinidad de Jesús relegándolo a ser solo un hombre común y corriente.

Los Testigos de Jehová hacen eso mismo, relegan a Jesús a un segundo plano pero creen en "Dios".

Entérense, Dios sin Jesús es el diablo, el mismo "Dios" del Islam.

DLB.

¡Qué falacias!

Ustedes creen que rebajamos a Jesús, porque nmo lo ponemos en el peldaño que solo pertenece a Dios. Pero están muy equivocados. Nosotros honramos a Jesús, y si nos llamamos Testigos de Jehová es porque lo imitamos. Jesús es "el Testigo Fiel y Verdadero" de Dios (Apocalipsis 1:5; 3:14).
Creemos que solo por Jesús podemos ser salvos, pero no ignoramos que Jesús adora a alguien superior a él.
Sólo por la sangre de Jesús somos salvos. Sólo él es el modelo perfecto de cómo adorar al Padre. Sólo el es nuestro caudillo. Sólo él es el rey nombrado por Jehová para gobernar mil años en Su nombre. Sólo Jesús es "el camino la verdad y la vida", y vamos al Padre sólo por él.

Ahora bien, quienes deshonran a Jesús son aquellos que ponen en su boca palabras que lo hacen un suplantador de la posición suprema de su Padre.

Están acusando a Jesús de blasfemos. Él la criatura más excelsa del universo, pero a fin de cuentas una CRIATURA. Él no es el Dios Todopoderoso.
 
Re: Una prueba definitiva e que el espíritu santo no es una persona...

Re: Una prueba definitiva e que el espíritu santo no es una persona...

Respondan y libérense de influencia cegadora del Diablo (2 Corintios 4:4)....

Solo Satanás responde cuando es llamado por su nombre.
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

L HIJO UNIGÉNITO DE DIOS


Sobre las palabras (del Símbolo): «Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre, Dios verdadero antes de todos los siglos, por quien todo fue hecho». Se parte de Hebr 1,1 ss: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo...»(1).

1. Con lo que ayer os dijimos se explica suficientemente, por nuestra parte, que esperamos en Jesucristo. Pero no hay que creer en Jesucristo en un modo simple y vulgar, ni hay que aceptarlo como a uno cualquiera de los muchos que, de modo abusivo, han sido llamados «Cristos»>. Ellos eran «cristos» como tipo e imagen, pero es éste el verdadero Cristo, que no fue escogido de entre los hombres y promovido al sacerdocio, sino que recibió del Padre eterno la dignidad sacerdotal. Por eso la fe nos advierte que no pensemos que se trata de uno cualquiera de los «cristos» (ungidos) corrientes: a la confesión de fe se añade que creemos «en un solo Señor Jesucristo, hijo único de Dios».

Hijo de Dios Padre por naturaleza

2. Cuando oyes hablar del Hijo, no pienses en la adopción, sino en un Hijo por naturaleza, Hijo Unigénito que no tiene ningún otro hermano. Por eso se le llama Unigénito, porque no tiene ningún hermano en la dignidad de la deidad y en la generación paterna. Pero no le llamamos Hijo de Dios por nuestro propio impulso, sino porque el Padre mismo le dio el nombre de Hijo, y es verdadero el nombre que los padres ponen a los hijos.

Pedro, en nombre de los apóstoles, reconoce a Jesús como Hijo de Dios

3. Nuestro Señor Jesucristo se revistió en aquel entonces de la naturaleza humana, pero esto era desconocido de muchos. Cuando él, sabiendo que se ignoraba, lo quería enseñar, reuniendo a los discípulos les preguntaba: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» (Mt 16,13). No buscaba una gloria efimera,sino que deseaba decirles la verdad para que no sucediese que, estando ellos conviviendo con el Hijo unigénito de Dios, y Dios mismo, le despreciasen como a un simple hombre. Cuando ellos dicen: «... unos, que Elías; otros, que Jeremías» (16,14), es como si les respondiera: tienen excusa los que no lo saben pero vosotros, que sois apóstoles y curáis leprosos en mi nombre, expulsáis demonios y devolvéis a muertos a la vida, debéis saber quién es aquel por quien realizáis esas maravillas. Cuando todos se mostraban reticentes (pues esta realidad excedía las fuerzas humanas), Pedro, príncipe de los apóstoles y supremo predicador de la Iglesia, no utilizó palabras propias ni razonamientos humanos, sino que, inundado de luz en su mente iluminada por el Padre, le dice: «Tú eres el Cristo» (Mt 16,16), añadiendo: «El Hijo de Dios vivo» (ibid.). E inmediatamente se añade una declaración de bienaventuranza (superior a lo que el hombre puede captar), conformada con la afirmación de que era una revelación procedente del Padre. Pues dice el Salvador: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (16,17). Así pues, quien reconoce a nuestro SeñorJesucristo como Hijo de Dios, es hecho partícipe de la bienaventuranza; pero quien niega al Hijo de Dios se hace infeliz y desgraciado3.

Hijo en todo semejante al Padre

4. Cuando se le llama Hijo, no pienses que se trata de una exageración, sino que es hijo verdaderamente, por naturaleza, sin un comienzo. No ha pasado de la servidumbre a la adopción, sino que es Hijo engendrado desde toda la eternidad, mediante un proceso de generación inescrutable e inabarcable. De un modo semejante, cuando oyes hablar de «primogénito» (cfr. Hebr 1,6), no lo entiendas al modo humano, pues los hombres tienen además otros hermanos, y en algún lugar está dicho: «Israel es mi hijo, mi primogénito» (Ex 4,22). Pero así como Rubén fue despojado de su honor de primogénito de Jacob por haberse introducido en el lecho de su padres, también Israel crucificó al Hijo arrojándolo de la viña de Dios Padre (Mt 21,39 ss)4. Y a otros la Escritura dice: «Hijos sois de Yahvé vuestro Dios» (Dt 14,1). Y, en otro lugar: «Yo había dicho: "¡Vosotros, dioses sois, todos vosotros, hijos del Altísimo!"» (Sal 82,6)6. Pone: «Dije», y no: «He engendrado». Pues ellos recibieron por la voz y la palabra de Dios la adopción que no tenían. Pero él (el Mesías) no pasó de ser una cosa a convertirse en otra, sino que desde un principio nació como Hijo del Padre existiendo antes de cualquier comienzo y antes de los siglos. Es Hijo del Padre en todo semejante a su progenitor; eterno del Padre eterno, engendrado como vida de la vida, luz de luz, verdad de la verdad, sabiduría de la sabiduría, Rey de Rey, Dios de Dios, potestad de potestad.

Generación eterna del Hijo

5. Cuando oigas el Evangelio que dice: «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1,1), entiende esto en lo referente a la carne. Pues es realmente hijo de David para siempre, pero es Hijo de Dios antes de todos los siglos y sin un principio7. Y asumió realmente lo que no tenía8, pero lo que tiene lo tiene desde la eternidad como engendrado del Padre. Tiene dos padres: uno, David, según la carne; el otro, según la divinidad, Dios Padre. Aquello que tiene de David está sometido al tiempo, puede constatarse y es un linaje que se puede detallar, pero lo que procede de la divinidad no está sometido al tiempo ni al espacio, ni tiene una ascendencia de la que se pueda dar cuenta:«De su ascendencia, ¿quién se preocupa?»9. Dios es espíritu, y lo que es espíritu se engendra espiritualmente, de modo incorpóreo sin que pueda rastrearse linaje alguno. El mismo Hijo dice del Padre: «El me ha dicho: "Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy..."» (Sal 2,7). Ese «hoy» no expresa algo reciente, sino eterno. Es un «hoy» sin tiempo, antes de todos los siglos: «... Desde el seno antes de la aurora te he engendrado» (Sal 110,3, versión clásica griega).

Creer en el Hijo de Dios

6. Cree, por tanto, en Jesucristo Hijo de Dios vivo, Hijo unigénito, según el Evangelio, que dice: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Y, a su vez: «El que cree en él (el Hijo) no es juzgado» (3,18), sino que ha «pasado de la muerte a la vida» (I Jn 3,14). Pero «el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él» (Jn 3,36), «porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios» (Jn 3,18). De él daba testimonio Juan diciendo: «Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). Con temor ante él decían los demonios: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo» (Mc 5,7; cf. Lc 4,34).

El Padre engendra al Hijo en la suma perfección 10

7. Por consiguiente, el Hijo de Dios lo es por naturaleza y no por adopción, engendrado por el Padre. Pero el que ama al que le engendró ama también a quien él ha engendrado. Pero quien desprecia al engendrado por él transmite su afrenta a su progenitor. Y cuando oigas hablar de que Dios engendra, no andes pensando en la generación corporal, ni pienses en una reproducción que entraña corrupción, no sea que vayas a caer en la impiedad. «Dios es espíritu» (Jn 4,24) y su generación es espiritual; pues los cuerpos, por su parte, engendran cuerpos y en la generación corporal debe haber un transcurso de tiempo.

Sin embargo, en la generación del Hijo desde el Padre no hay ningún intervalo temporal. Además, cuando se engendra algo, es engendrado como realidad imperfecta; sin embargo, el Hijo de Dios ha sido engendrado como perfecto: existiendo en la actualidad, existe desde el principio, nació sin un comienzo. De ese modo nacemos nosotros, pasando después de la ignorancia infantil al uso de razón: imperfecto es, oh hombre, tu nacimiento, aunque se produce un crecimiento mediante sucesivos añadidos. Pero en el caso que nos ocupa no pienses nada semejante ni te venga a la mente debilidad alguna del progenitor, (como si dijeses): engendró a alguien imperfecto que, pasando el tiempo, logró la perfección. Al progenitor lo acusas de debilidad al decir que lo que después fue concedido por el transcurso del tiempo no se había dado, según tu parecer, desde el principio.

8. No creas, por tanto, que se trata de una generación humana ni semejante a como Abraham engendró a Isaac. Pues Abraham no engendró a Isaac porque quisiese, sino porque alguien distinto a él se lo concedió. Cuando es Dios y Padre el que engendra, no hay en ello ignorancia ni tampoco deliberación. Y decir que no sabía lo que engendraba es una impiedad grandísima. Decir también que estaba sopesando las circunstancias y que luego comenzó a ser padre es también impiedad de la misma categoría: pues no es que Dios existiese primeramente sin hijos y que después, en un momento determinado, llegase a ser padre, sino que siempre ha tenido al Hijo. Lo engendró, no al modo como los hombres generan a los hombres, sino como lo conoció únicamente él, el que lo engendró antes de todos los siglos como Dios verdadero.

9. Al ser, pues, el verdadero Dios Padre, engendró un Hijo, Dios verdadero, semejante a él. Y no como los maestros tienen discípulos, es decir, tampoco al modo como Pablo dice a algunos: «He sido yo quien, por el Evangelio, os engendró en Cristo Jesús» (I Cor 4,15). Pues quien no era hijo por naturaleza ha llegado a serlo como discípulo. Pero en el caso que nos ocupa se trata de un hijo por naturaleza, de un verdadero hijo. Tampoco como vosotros, los que vais a ser iluminados, sois hechos ahora hijos de Dios; pues también vosotros sois hechos hijos, pero en adopción por gracia, según lo que está escrito: «A todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Ellos no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios» (Jn I, 12-13)11. Y nosotros nacemos ciertamente del agua y del Espíritu (cf. Jn 3,5), pero no es así como Cristo ha nacido del Padre. Recuérdese que en el momento del bautismo la voz dijo: «Este es mi hijo» (Mt 3,17; cf. 17,5), y no: «Este ha sido hecho ahora Hijo mío». Al decir «Este es mi Hijo», declaraba que ya era Hijo antes de realizarse el bautismo.

10. El Padre no engendró al Hijo como la mente genera en los hombres la palabra. Pues en nosotros la mente es algo subsistente, pero la palabra que se pronuncia se pierde en el aire. Nosotros hemos sabido, sin embargo, que Cristo nació no simplemente como una palabra que se pronuncia, sino como Palabra subsistente y viva, no proferida y difundida con los labios, sino engendrada desde el Padre eterno de modo inefable y con una sólida subsistencia12. «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios» (Jn 1,1), sentado a la derecha (cf. Sal 110,1). Palabra que entiende la voluntad del Padre, Palabra que todo lo construye según su beneplácito, Palabra que baja y asciende (cf. Ef 4,10)13. Pero una palabra, cuando se profiere, no baja y sube al pronunciarla, sino que se expresa diciendo: «Yo hablo lo que he visto donde mi Padre» (Jn 8,38). Es una Palabra llena de autoridad y que ejerce su dominio sobre todas las cosas, pues el Padre ha entregado todo al Hijo (cf. Jn 13,3 y Mt 11,27)14.

11. Lo engendró el Padre, pero no como alguno lo entendió, sino como él solo sabe15. Pues no nos abrevemos a explicar cómo lo ha engendrado. Sólo podemos hablar de cómo no ha sido dicha generación. Es cierto que el Hijo procede del Padre, aunque también toda la naturaleza engendrada o creada. «Pregunta a la tierra y te lo dirá» (Job 12,8 hebr.). Aunque interrogues a todas la cosas que hay sobre la tierra, no te lo podrán decir. Y es que el globo terráqueo no puede explicar quién es su modelador ni su artífice. Y no sólo la tierra lo ignora, sino que también el sol lo desconoce. Pues el sol fue creado el cuarto día sin saber qué había sido creado en los tres días anteriores. Pero quien desconoció lo que se hizo en los tres días anteriores a él, no puede evidentemente decir quien fue el autor. Tampoco lo dirá el cielo, pues éste fue puesto por Cristo, por voluntad del Padre, como si fuese una humareda. Tampoco los cielos de los cielos ni las aguas que están sobre los cielos serán quienes lo cuenten. ¿Por qué, pues, te lamentas, oh hombre, de no saber lo que los mismos cielos ignoran? Y no son sólo los cielos los que ignoran esta generación, sino que incluso no lo saben las criaturas angélicas. Si alguien -suponiendo que fuese posible- subiese all primer cielo y, al observar el lugar de los ángeles que allí habitan16, acercándose, preguntase cómo Dios ha engendrado a su Hijo, tal vez le respondería: Más arriba los hay mayores y más altos que nosotros. Pregúntales a ellos. Sube hasta el segundo y tercer cielo: alcanza, si es que puedes, hasta los tronos y dominaciones, y también los principados y las potestades. Si alguien llegara hasta allí —es imposible—, renunciarían a describirlos, puesto que ni siquiera los habrían explorado.

12. Siempre me he asombrado de la curiosidad de algunos que, opinando temerariamente de cuestiones religiosas, caen en la impiedad. Piensan que los tronos y las dominaciones, creados por Cristo, y además los principados y las potestades17 están sin descubrir, y así intentan averiguar al Creador con mayor curiosidade18. Dime en primer lugar, tú que eres muy atrevido, qué diferencia hay eritre trono y dominación. Busca entonces las cosas que atañen a Cristo. Dime qué es un «principado» y una «potestad» o qué es un «poder» y un ángel. Indaga entonces con curiosidad al Creador, pues «todo se hizo por él» (cf. Jn 1,3). Pero no quieres interrogar a los tronos y dominaciones o quizá más bien es que no puedes. Y, ¿quién hay que conozca hasta la profundidades de Dios sino el Espíritu Santo (cf. 1 Cor 2,10-11), que es el que habló en las Escrituras? Pero ni siquiera el mismo Espíritu Santo habló en las Escrituras de (I modo de) la generación del Hijo por el Padre. ¿Por qué indagas afanosamente lo que ni el mismo Espíritu Santo describió en las Escrituras? Y si ignoras lo que ha quedado escrito, ¿podrás indagar las cosas que no se han escrito? Muchas son las cuestiones de que trata la Escritura: si lo escrito no podemos abarcarlo, ¿por qué fatigarnos nuestro ánimo con lo que no está escrito? Nos es suficiente con saber que Dios engendró a un único Hijo.

13. No te dé vergüenza confesar tu ignorancia cuando en ella tienes algo de común con los ángeles19. Sólo quien engendró conoce a quien engendró, y el que por él ha sido engendrado conoce a su progenitor. Y el que ha engendrado sabe lo que ha engendrado. Y el Santo Espíritu de Dios da testimonio en la Escritura de que el engendrado es Dios sin que haya habido un comienzo. «En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Cor 2,11). «Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo» (Jn 5,26). Y, además, «para que todos honren al Hijo como honran al Padre» (5,23). Y: «Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere» (5,21). Y ni el que engendra queda disminuido en nada ni el engendrado carece de cosa alguna (sé que ya he hablado de estas cosas)20. Pero es por seguridad nuestra por lo que estas cosas se han repetido con frecuencia. Ni quien engendró tiene padre ni el engendrado tiene hermano. Ni el engendrador se convirtió de este modo en hijo ni el engendrado llegó a ser padre. De un solo Padre ha sido engendrado un Hijo único. No se trata de dos ingénitos ni de dos unigénitos. Sino que sólo hay un Padre ingénito (ingénito es el que no tiene Padre) y hay sólo un Hijo, engendrado eternamente por el Padre: no nacido en el tiempo, sino engendrado antes de los siglos: y que tampoco ha experimentado un crecimiento, sino que ha sido engendrado como actualmente es.

14. Creemos, por consiguiente, en el Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre como Dios verdadero21. Pues un Dios verdadero no engendra un dios falso, como ya se ha dicho. Ni engendró tras haber deliberado consigo mismo, sino que lo hizo desde la eternidad de un modo mucho más rápido, como es lógico, que nuestras palabras y nuestro pensamiento. Pues nosotros, cuando hablamos en el tiempo, empleamos tiempo, pero, cuando se habla del poder divino, el acto de engendrar está fuera del tiempo. Y, como se ha dicho muy a menudo, no es que llevara al Hijo de la no existencia al ser, ni al que no era lo recibió en adopción; sino que el Padre, que existía desde la eternidad, engendró eterna e inenarrablemente a su Hijo único, que no tenía ningún otro hermano. Tampoco se trata de dos principios, sino que cabeza del Hijo es el Padre22, que es el principio único. Así pues, el Padre engendró al Hijo como Dios verdadero, llamado «Emmanuel», que, entendiéndolo bien, se traduce como «Dios con nosotros» (cf. Mt 1,23)23

15. ¿Quieres darte cuenta de que es Dios el que ha nacido del Padre y que después se ha hecho hombre? Escucha al profeta: «Este es nuestro Dios, ningún otro es comparable a él. El descubrió el camino entero de la ciencia, y se lo enseñó a su siervo Jacob, y a Israel su amado. Después apareció ella en la tierra, y entre los hombres convivió» (Bar 3,36-38). ¿Crees que Dios, después de la Ley de Moisés no se ha hecho hombre? Acoge también otro testimonio de la divinidad de Cristo acabado de leer: «Tu trono, oh Dios, para siempre jamás» (Sal 45,7). Y para que a propósito de estos pasajes no se pensase que con su venida en carne llegó después, como desarrollándose, a la cima de la divinidad, dice abiertamente: «Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros». ¿No ves acaso que el Mesías Dios ha sido ungido por Dios Padre?

16. ¿Quieres que se te ofrezca también un tercer testimonio de la divinidad de Cristo? Oye a Isaías que dice: «Los productos de Egipto, el comercio de Kush... vendrán a ti y tuyos serán»; y poco después: «Ante ti se postrarán y te suplicarán: "Sólo en ti hay Dios, no hay ningún otro, no hay más dioses". De cierto que tú eres un Dios oculto, el Dios de Israel, salvador» (Is 45,14-15)24. Ves a Dios Hijo que tiene en sí mismo a Dios Padre. Sólo le falta decir lo que dijo en los Evangelios: «Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn 14,11). No dice «yo soy el Padre», sino «yo estoy en el Padre y el Padre está en mí». Y, a su vez, no dijo: «Yo y el Padre soy uno», sino «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30), para que ni los separemos a uno del otro, ni hagamos mezcla de Padre e Hijo. «Uno», porque es una la dignidad de la divinidad, puesto que es Dios quien engendró a Dios. «Uno» por la prerrogativa del Reino, pues no es que sobre unas cosas reine el Padre y sobre otras el Hijo, como si éste, a semejanza de Absalón25, se alzase contra el Padre. En realidad, el Hijo reina sobre las mismas cosas sobre las que reina el Padre. Son «uno» también porque no hay disonancia alguna o separación, pues no son unos los deseos del Padre y otros los del Hijo. «Uno» porque no son unas las obras de Cristo y otras las del Padre. El ordenamiento de todas las cosas es unitario, ya que el Padre ha actuado a través del Hijo: «Pues él habló y así fue; él ordenó y fueron creados» (Sal 148,5 LXX), dice el salmista. Pero el que dice, dice a quien oye; y quien manda, manda a quien está presente.

17. El Hijo es, por tanto, verdadero Dios, teniendo en sí mismo al Padre, pero no transformado en el Padre: pues tampoco se hizo hombre el Padre, sino el Hijo—digámoslo en verdad y libremente. No padeció por nosotros el Padre, sino que el Padre envió al que padeció por nosotros. Ni tampoco digamos nunca: «Había un tiempo en el cual no existía el Hijo»26. Tampoco admitamos una filio-paternidad, sino que avancemos por el camino regio sin desviarnos a la izquierda o a la derecha. Ni, creyendo honrar al Hijo, le llamemos a éste Padre ni, pensando en tributar honor al Padre, creamos que el Hijo es una de las cosas creadas. Más bien el Padre único sea adorado a través del Hijo único, sin que se «distribuya» la adoración. Predíquese un Hijo único, sentado a la derecha del Padre antes de los siglos, que no ha recibido en el tiempo esto de sentarse con el Padre tras el sufrimiento y como resultado de una evolución, sino que lo posee desde la eternidad.

18. «El que ve al Hijo, ve al Padre»27. Pues en todo es semejante el Hijo a quien lo engendró: vida que procede de vida, luz de luz, poder de poder, Dios de Dios. En nada son diferentes las características de la divinidad en el Hijo, y quien ha sido considerado digno de ver la divinidad del Hijo ha sido llevado con ello a gozar del Padre. Este modo de hablar no es mío, sino del Hijo unigénito: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9)29. Y, para decirlo más compendiosamente, debemos evitar tanto separar como confundir: no digas nunca que el Hijo es ajeno al Padre ni aceptes a quienes dicen que el Padre es a veces Padre y a veces Hijo: son afirmaciones extrañas e impías, no testimonios de la Iglesia, pues el Padre permaneció tal aunque hubiese engendrado al Hijo sin sufrir él mismo transformación. Engendró a la Sabiduría (cf. I Cor 1,24), pero él no fue despojado de ella; engendró la fuerzan sin perder con ello su energía. Engendrando a Dios, no fue despojado de su divinidad ni nada perdió quedando disminuido o transformado, ni a su vez el engendrado carece de algo: perfecto es el que engendró y perfecto es el engendrado. Dios es quien engendró y Dios es el que ha sido engendrado, el cual es Dios de todas las cosas y llama Padre a su Dios, sin miedo de decir: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios» (Jn 20,17).

19. Pero para que no creas que se trata de una paternidad igual tanto para el Hijo como para las demás criaturas, en las frases que siguen hizo una distinción. Pues no dijo: «Subo a nuestro Padre», de modo que se dedujese una comunidad de las creaturas con el Unigénito; sino que dice: «mi Padre y vuestro Padre». De un modo, mío, por naturaleza; y de otro modo, vuestro, por adopción. Y, a su vez: «A mi Dios y a vuestro Dios». De una forma, Padre mío por vínculo natural y como Hijo unigénito; de otra forma, vuestro como criaturas. Por consiguiente, el Hijo de Dios es verdadero Dios, engendrado de modo inefable antes de todos los siglos. Os repito a menudo todo esto para que se os grabe bien en vuestra mente. Cree ciertamente que Dios tiene un Hijo, pero no tengas mayor curiosidad en el cómo, pues si lo indagas no encontrarás respuesta. No te ensalces a ti mismo, no sea que caigas.

Entrégate simplemente a la meditación de lo que se te confía. Dime quién es en realidad el que engendró y te darás cuenta entonces de qué engendró. Si con el pensamiento no puedes abarcar la naturaleza del que engendra, no escrutes con impaciencia quién es el engendrado.

20. Para la piedad te basta saber que dijimos que Dios tiene un Hijo único: un Hijo engendrado por naturaleza, que no comenzó a existir cuando nació en Belén, sino antes de todos los siglos. Escucha, en efecto, al profeta Miqueas, que dice: «Mas tú, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquél que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño» (Miq 5,1). No pongas tu atención, por tanto, en aquél que entonces nació en Belén, sino adora al que desde la eternidad ha sido engendrado por el Padre. No toleres a quien diga que el Hijo comenzó a existir en algún momento del tiempo, sino que debes reconocer que el Padre es principio sin tiempo, un principio que nada tiene que ver con un Hijo temporal, inabarcable, él por su parte sin principio: en suma el Padre30, fuente del río de la justicia, del Unigénito, a quien engendró como el sólo sabe. ¿Quieres saber que nuestro Señor Jesucristo es también rey eterno? Escúchalo otra vez cuando dice: «Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró» (Jn 8,56). Pero al endurecerse los judíos ante esto, les dijo algo todavía más duro: «Antes de que Abraham existiera, Yo Soy» (8,58). Y, a su vez, dice al Padre: «Ahora, Padre, glorifíicame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese» (Jn 17,5). Claramente lo dijo: Antes que el mundo fuese, yo tenía gloria junto a ti. Y dice a su vez: «... me has amado antes de la creación del mundo» (17, 24).

21. Creamos, por consiguiente, «en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, que nació del Padre como Dios verdadero antes de todos los siglos, y por el cual "todo se hizo" (Jn 1,3)»: «los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades, todo fue creado por él» (Col 1,16), y ninguna de las cosas creadas está sustraída a su poder. Enmudezca toda herejía que hable de diversos agentes y autores del mundo; conténgase la lengua que azota con blasfemias a Cristo Hijo de Dios; callen quienes dicen que el sol es el Cristo, pues él no es este sol brillante, sino el artífice del sol; enmudezcan quienes dicen que el mundo es obra de los ángeles, pues pretenden invadir lo que es prerrogativa del Hijo único. Tanto las cosas visibles como invisibles, los tronos y dominaciones (cf. Col 1,16), y «todo cuanto tiene nombre», todo ha sido hecho por Cristo. El Hijo reina sobre las cosas que han sido hechas por él, y no cogiendo los despojos de otros sino ejerciendo su señorío sobre sus propias obras, como dijo el evangelista Juan: «Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe» (JUn 1,3). Todo ha sido hecho por él, actuando el Padre a través del Hijo.

22. Querría aducir un ejemplo de lo que se dice, aunque sé que es un ejemplo débil. Pues, ¿cuál de las cosas visibles puede ser un ejemplo idóneo de la invisible potestad divina? Adúzcase, sin embargo, como un ejemplo débil, puesto por un débil a los débiles. Es, pongamos por caso, como si un rey que tiene un hijo que también es rey juntamente con él, y deseando fundar una ciudad, pone ante él una maqueta de la ciudad que ha de construir. El hijo, con la maqueta, llevará a su término el proyecto. Del mismo modo, cuando el Padre quiso hacer todas las cosas, el Hijo fue quien lo realizó todo en obediencia al Padre, de modo que esa obediencia preserva incólume para el Padre la libertad de su poder supremo, pero el Hijo tiene el dominio sobre las cosas que ha hecho: de ese modo ni queda rebajado el dominio del Padre sobre las cosas que ha hecho ni el Hijo obtiene poder sobre cosas hechas por otro, sino sobre las que él mismo ha fundado. Pues no fueron los ángeles quienes fundaron el mundo -de ello ya se ha hablado31-, sino el Hijo unigénito engendrado, como dijimos, antes de todos los siglos. Por él todo fue hecho, sin excluir nada de su actividad creadora. Y todo sea dicho hasta aquí por nosotros por la gracia de Cristo.

23. Volviendo ahora a la confesión de fe, concluyamos ya estas palabras. Todo lo hizo Cristo, los ángeles, los arcángeles, las dominaciones y los tronos. No es que el Padre careciese del poder suficiente para crear por sí mismo, sino que quiso que el Hijo reinase sobre las cosas que había hecho, mostrándole el ordenamiento de las cosas que habían de ser creadas. Pues dice el Unigénito tributando honor a su Padre: «El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo» (Jn 5,19). Y a su vez: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo» (Jn 5,17). No existe contradicción entre las actuaciones de ambos. «Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío» (Jn 17,10), dice el Señor en el Evangelio. Esto puede conocerse con claridad, tanto desde el Antiguo como desde el Nuevo Testamento. Pues el que dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gén 1,26), es que se estaba dirigiendo a alguien que estaba a todas luces presente. Pero quien más claramente habla (en este sentido) es el salmista, que dice: «El lo dijo, y existió; él lo mandó, y fueron creados»32, como si el Padre mandase y dijese, y el Hijo todo lo ejecutase según sus deseos. Esto lo dijo, en sentido místico, también Job: «El sólo desplegó los Cielos y holló la espalda de la Mar (Job 9,8), queriendo decir con ello a los inteligentes que quien, estando aquí, caminaba sobre el mar era el que anteriormente había hecho los cielos33. Y, por su parte, el Señor dice: «¿Fuiste tú34 quien tomó la tierra como barro e hiciste un ser viviente a quien, dotado de la facultad de hablar, lo pusiste sobre la tierra?» (Job 38,14 LXX). Y, un poco más abajo: «¿Se te han mostrado las puertas de la Muerte? ¿Has visto las puertas del país de la Sombra? (38,17). Con ello declara que el que, por su bondad, descendió a los infiernos es quien desde el principio hizo al hombre del barro.

24. Cristo es, por consiguiente, Hijo unigénito de Dios y autor del mundo. Pues «en el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él» (Jn 1,10). Y «vino a su casa» (1,11), como nos enseña el Evangelio. Cristo no es autor, en unión con el Padre, sólo de las cosas que se ven, sino también de las que no se ven. Pues «en él, según el Apóstol, fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia» (Col 1,16-17). Incluso si te refieres a los siglos35, el autor de éstos, en obediencia al Padre, es también Jesucristo, pues «en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos» (Hebr 1,2). Al cual sea la gloria, el honor y el poder, con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

Saludos.

Los santeros creen en "Dios" pero no creen en Jesús, si creen que existió y predicó pero no piensan que fuera Dios.

He conversado personalmente con ellos, y ellos invocan espíritus de muertos y hacen hechicerias, el único ser al que no se puede invocar es a "Jesús".

Según sus palabras textuales "para la religión santera Jesús no significa nada".

Hace como un año alguien me dijo "se puede atar con la santeria en el nombre de cualquier "santo" menos en el nombre de Jesús".

Entonces, ellos QUE REPRESENTAN LA RELIGIÓN DE SATANÁS EN PLENO, no aceptan la divinidad de Jesús relegándolo a ser solo un hombre común y corriente.

Los Testigos de Jehová hacen eso mismo, relegan a Jesús a un segundo plano pero creen en "Dios".

Entérense, Dios sin Jesús es el diablo, el mismo "Dios" del Islam.

DLB.


Se equivoca en que nosotros los testigos le parezca a usted que ponemos a

Jesús por mero hombre.

Jesús es el Verbo hecho carne. Es dios Poderoso pero muríó ... y Dios Todopo-

deroso no puede morir. Jn 3:16 y Habacuc 1:12 y por ello es el Único que

es Unico. Es Dios. Es Uno. Pantocrator. Jesucristo por ende murió y fue crea-

do. Dios Padre no. El existe siempre.

1 saludo-

Pero le recomiendo que tales preguntas nos la diga predicando. En la red no

está muy claro si a usted le interesa en verdad todo esto.

De todas maneras haremos todos lo que queramos ¿no? pero tan solo unos

pocos son los que defienden la Biblia ... y eso se demuestra en la calle...

... ante el público. Como Jesus y Pedro y Pablo y la Magdalena....
 
Re: Una prueba definitiva e que el espíritu santo no es una persona...

Re: Una prueba definitiva e que el espíritu santo no es una persona...

Si el espíritu santo fuera una persona, y además fuera omnisapiente, ¿por qué no sabe todas las cosas?:

"Pero de aquel día o de aquella hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre." (Mar 13:32, La Biblia de Las Américas)

Miren si es manipulador y falso, que pretende hacer ver que aquí se habla del Espíritu Santo ¿DONDE ESTÁ INDICADO?... manipulador. Solo Satanás pretende hacer ver lo que no está.

Apolos, no tienes ya coherencia en nada, ningún sentido tienen tus palabras.
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

EL ESPÍRITU SANTO (I)


Pronunciada en Jerusalén sobre: «Y en el Espiritu Santo, Paráclito, que habló por los profetas». La lectura se toma de I Cor 12,1-4: «En cuanto a los dones espirituales no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia...». Y, más adelante: «Hay diversidad de carismas, pero el Espiritu es el mismo» (12,4), etc.(1).

1. Verdaderamente necesitamos de la gracia espiritual para hablar del Espíritu Santo, aunque nunca estaremos a la altura de la cuestión, pues es imposible. Intentaremos, sin embargo, exponer con naturalidad lo que sacamos de ello en la Sagrada Escritura. En los Evangelios se habla de un gran temor cuando Cristo dice abiertamente: «Al que diga una palabra contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro» (Mt 12,32)(2). Y hay que temer seriamente que alguien, al hablar por ignorancia o por una mala entendida piedad, se gane la condenación. Cristo, juez de vivos y muertos, anunció que un hombre tal no obtendrá el perdón. Y si alguien le ofende, ¿qué esperanza le queda?

Hablaremos de lo que sobre el Espíritu Santo se dice en la Escritura

2. Es necesario el don de la gracia de Jesucristo, tanto para que nosotros hablemos adecuadamente como para que vosotros oigáis con inteligencia. Pues la inteligencia penetrante no es necesaria sólo para los que hablan, sino también para los que oyen, de modo que no suceda que éstos oigan una cosa y torcidamente entiendan otra. Hablaremos, pues, nosotros del Espíritu Santo sólo lo que está escrito y, si algo no está escrito, que la curiosidad no nos ponga nerviosos. Es el mismo Espíritu Santo el que habló por las Escrituras: él dijo de sí mismo lo que quiso o lo que pudiéramos nosotros entender. Así pues, digamos las cosas que fueron dichas por él, pues con lo que él no dijo no nos atreveremos.

Presente ya desde antiguo, es igual en dignidad al Padre y al Hijo

3. Hay un solo Espíritu Santo Paráclito. Y del mismo modo que hay un solo Dios Padre, y no hay un segundo Padre, y sólo un Hijo unigénito, que no tiene ningún otro hermano, así existe un solo Espíritu Santo, y no existe otro Espíritu Santo que sea igual en honor a él(3). Es, por tanto, el Espíritu Santo, la máxima potestad, realidad divina e inefable. Pues vive y es racional, santificador de todas las cosas que Dios ha hecho por Cristo. El ilumina las almas de los justos. El está también en los profetas y también está, en la nueva Alianza, en los Apóstoles. Odieseles a quienes tienen el atrevimiento de aislar la acción del Espíritu Santo. Pues hay un solo Dios Padre, Señor de la antigua y de la nueva Alianza. Y un solo Señor, Jesucristo, que profetizó en la antigua y ha venido en la nueva. Y un sólo Espíritu Santo que anunció por los profetas a Cristo y que, después que Cristo llegó, lo mostró(4).

Ni se habla de tres dioses ni deben separarse Padre, Hijo y Espíritu Santo

4. Por tanto, nadie separe la antigua de la nueva Alianza: que nadie diga que uno es allí el Espíritu, mientras que aquí lo es otro diferente(5), pues ofende así al mismo Espíritu Santo, a quien se tributa honor juntamente con el Padre y el Hijo y que queda, en el bautismo, incluido dentro de la Santa Trinidad. Pues el mismo Hijo unigénito de Dios dijo claramente a los apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19)(6). Nuestra esperanza está puesta en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No anunciamos tres dioses. Callen, pues, los marcionitas(7), porque, juntamente con el Espíritu Santo, por medio de un único Hijo, predicamos un único Dios. La fe es indivisa y la piedad es inseparable(8). Ni separamos la Santísima Trinidad, como hacen algunos, ni hacemos, como Sabelio, una confusión(9). Sino que reconocemos piadosamente a un Padre único, que nos envió un Salvador, el Hijo, Reconocemos a un Hijo, único, que prometió que enviaría desde el Padre al Paráclito (cf. Jn 15, 26). Reconocemos al Espíritu Santo, que habló por los profetas y en Pentecostés descendió sobre los apóstoles en una especie de lenguas de fuego (Hech 2, 3), en Jerusalén, en la iglesia de los apóstoles, la de arriba(10). Aquí tenemos toda clase de prerrogativas. Aquí Cristo y el Espíritu Santo descendieron de los cielos. Y era muy conveniente que, del mismo modo que las cosas que se refieren a Cristo y al lugar del Gólgota las decimos en el mismo Gólgota, así también hablásemos del Espíritu Santo en la iglesia de arriba. Pero puesto que el que allí descendió participa de la gloria del que aquí fue crucificado, por eso es en este lugar donde hablaremos del que allí bajó. El culto piadoso no admite separación.

Expondremos las herejías

5. El propósito es, pues, decir algunas cosas sobre el Espíritu Santo. No, desde luego, exponer detalladamente su persona(11), pues es cosa imposible, sino señalar, acerca de él, diversas aberraciones de algunos para que no seamos, ignorándolas, arrastrados por ellas. También queremos delimitar los caminos del error para que avancemos por un camino real. Y si examinamos con cautela algo de lo que ha sido dicho por los herejes, caiga de nuevo sobre sus cabezas, pero permanezcamos inmunes, tanto nosotros los que hablamos como vosotros que escucháis.

6. Pues los más impíos herejes en todas las materias afilaron también su lengua en contra del Espíritu Santo atreviéndose a decir cosas infames, como escribió Ireneo en sus libros Contra las herejías(12). Algunos no temieron decir que ellos mismos eran el Espíritu Santo. El primero de los cuales es Simón, al que los Hechos de los Apóstoles llaman «Mago». Una vez expulsado, no dudó en enseñar tales cosas(13). Los llamados «gnósticos» son también impíos y han dicho otras cosas en contra del Espíritu, y asimismo han hablado perversamente los valentinianos(14). Pero el criminal Manes se atrevió a decir de sí mismo que era el Paráclito enviado por Cristo. Según los profetas o el Nuevo Testamento, ha habido quienes se imaginaban que unos y otros eran el Espíritu Santo. Su error —o más bien su blasfemia— son muy grandes. A tales hombres, por tanto, ódialos y huye de los que blasfeman contra el Espíritu Santo, para los cuales no hay remisión. ¿Cómo te vas a unir a los que carecen de toda esperanza, tú que ahora has de ser bautizado también en el Espíritu Santo? Si al que se une a un ladrón y realiza correrías con él se le somete a suplicio, ¿qué esperanza habrá de tener quien se enfrenta al Espíritu Santo?

Contra los marcionitas y los gnósticos

7. Odiese también a los marcionistas, que separaron del Nuevo Testamento las palabras del Antiguo. El primero de ellos fue Marción(15), hombre alejadísimo de Dios, que afirmó la existencia de tres dioses. Al ver insertados en el Nuevo Testamento los testimonios de los profetas acerca de Cristo, los suprimió para privar al Rey de estos testimonios(16). Odiese a los que ya mencionados gnósticos, como a ellos les gusta llamarse, pero que están llenos de ignorancia(17). Hicieron sobre el Espíritu Santo afirmaciones que yo no tendría ahora el atrevimiento de recordar.

Contra los montanistas

8. Ódiese a los de la Frigia inferior y a Montano y sus dos profetisas, Maximila y Priscila(18). Pues Montano, fuera de sí y delirante —y no hubiera dicho lo que dijo si no hubiese estado loco—, se abrevió a proclamarse a sí mismo como el Espíritu Santo. Hombre muy abyecto, baste decir, por respeto a las mujeres que aquí están, que estaba cubierto de toda impureza y lascivia. Habiendo ocupado Pepusa, un lugar muy pequeño de Frigia al que dio el falso nombre de Jerusalén, degollaba a los hijos pequeños de algunas mujeres despedazándolos en banquetes criminales. Por este motivo hasta tiempos recientes, en que la persecución se ha ido calmando, estábamos nosotros bajo sospecha de estos crímenes. La razón es que los montanistas, aunque falsamente, eran llamados con nuestro mismo nombre de cristianos. Como digo, se atrevió a llamarse a sí mismo Espíritu Santo, a pesar de rebosar impiedad y crueldad y estar sujeto a una imperdonable condena.

Contra los maniqueos(19)

9. A éste hay que añadir, como anteriormente se dijo, al muy impío Manes, el cual acumuló los vicios de todas las herejías. Siendo él mismo el más profundo abismo de perdición y reuniendo en sí los delirios de todos los herejes juntos, elaboró y propagó el más reciente de los errores. Se abrevió a decir también que él era el Paráclito que Cristo había prometido que enviaría. Y puesto que el Salvador, prometiéndolo, decía a los apóstoles: «Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto» (Lc 24, 49). ¿Qué, pues? ¿Acaso, cuando ya habían muerto hacía doscientos años, estaban esperando a Manes los apóstoles para ser revestidos de poder? ¿Quién tendrá la osadía de decir que no se llenaron ya del Espíritu Santo? Pues está escrito: «Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo?» (Hech 8, 17). ¿Es que no sucedió esto antes de Manes, y muchos años antes de él, cuando el Espíritu Santo descendió el día de Pentecostés?

El poder del Espíritu no se compra por dinero.

De nuevo, el caso de Simón

10. ¿Por qué se condenó a Simón Mago? ¿No fue porque, acercándose a los apóstoles, les dijo: «Dadme a mí también este poder para que reciba el Espíritu Santo aquel a quien yo imponga las manos» (Hech 8, 19). Pues no dijo: «Dadme a mí también una participación en el Espíritu Santo», sino poder, de modo que pudiese vender a otros algo que no se puede comprar y que él mismo no había conseguido(20). Ofreció dinero (8, 18) a unos hombres que tenían el propósito de no poseer nada(21), a pesar de haber visto a quienes ofrecían las ganancias de las cosas vendidas poniéndolas a los pies de los apóstoles (cf. Hech 4, 34-35). Y no pensaba que quienes pisaban con sus pies las riquezas entregadas para alimentar a los pobres nunca pondrían un precio al poder del Espíritu Santo. ¿Y qué es lo que dijeron a Simón?: «Vaya tu dinero a la perdición y tú con él; pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero» (8, 20). «Eres otro Judas, que esperaste vender la gracia del Espíritu». Si, por tanto, Simón, que quería conseguir el poder (del Espíritu) es entregado a la perdición, ¿de cuánta impiedad no será reo Manes, que se jactó de ser él mismo el Espíritu Santo? Odiemos a los hombres dignos de odio. A los que Dios deja a un lado, dejémoslos. Con toda confianza, digamos también nosotros acerca de los herejes: «¿No odio, Yahvé, a quienes te odian? ¿No me asquean los que se alzan contra ti?» (Sal 139, 21). Pues existe una enemistad laudable, según está escrito: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y ente tu linaje y su linaje» (Gén 2, 15). En realidad, la amistad con la serpiente produce la enemistad con Dios y la muerte.

La promesa del Espíritu de vida

11. Sea suficiente lo dicho acerca de estos expulsados. Pero ahora volvamos a la Sagrada Escritura, y bebamos agua de nuestras vasijas y de la fuente de nuestros pozos (cf. Prov 5, 15). Bebamos del agua viva «que brota para vida eterna» (Jn 4, 14). «Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (7, 39). Observa lo que dice: «El que crea en mí (no de un modo simplista y lánguido, sino), como dice la Escritura (con lo que te está remitiendo al Antiguo Testamento): «De su seno correrán ríos de agua viva» (7, 38)(22). No se trata de ríos perceptibles por los sentidos y que irrigan, en un sentido simple y vulgar, la tierra que contiene espinas y leños, sino de los que infunden luz a las almas: «Sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna» (4, 14). Es otra clase de agua, que vive y que brota: brota sobre los que son dignos de ella.

El Espíritu reparte sus dones entre todos

12. ¿Y por qué ha dado el nombre de agua a la gracia del Espíritu? Porque todas las cosas constan de agua, ya que el agua es la que hace las plantas y los animales; porque desde los cielos desciende el agua de las tormentas. Siempre cae del mismo modo y de la misma forma, aunque son multiformes los efectos que produce: una única fuente riega todo el huerto. Y una única e idéntica tormenta desciende sobre toda la tierra, pero se vuelve blanca en el lirio, roja en la rosa, de color púrpura en las violetas y en los jacintos, y diversa y variada en los distintos géneros de cosas. De una forma existe en la palma y de otra en la vid, pero está toda ella en todas las cosas, pues (el agua) es siempre la misma y sin variación. Y, aunque se mude en tormenta, no cambia su forma de ser, sino que se acomoda a la forma de sus recipientes convirtiéndose en lo que es necesario para cada uno de ellos. Así el Espíritu Santo, siendo uno y de un modo único, y también indivisible, distribuye la gracia «a cada uno en particular según su voluntad» (cf. 1 Cor 12,11). Y del mismo modo que un árbol seco produce brotes al recibir agua, así también el alma pecadora, cuando por la conversión ha sido agraciada por el don del Espíritu Santo, produce los racimos del Espíritu Santo. Y aunque él es uno y único, obra sin embargo, por voluntad de Dios y en nombre de Cristo, efectos múltiples: se sirve de la lengua de uno para la sabiduría e ilustra la mente de otro con el don de profecía; a éste le concede el poder de expulsar demonios y a aquel el don de interpretar la Sagrada Escritura; de alguno fortalece la temperancia(23) y a otro le enseña lo referente a la misericordia(24); a otros les enseña a ayunar o a soportar los ejercicios de la vida ascética; a otros, a despreciar las cosas del cuerpo, y hay a quien prepara para el martirio. El es diverso en cada uno, pero nunca es distinto de sí mismo. Como está escrito: «A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad» (I Cor 12,7-11)(25).

Diversos sentidos de la palabra «espíritu

13. Pero puesto que acerca del Espíritu Santo, con un nombre único y común, se han dicho muchas cosas diversas en la Sagrada Escritura y puede temerse que alguien las confunda por ignorancia por no saber a qué espíritu se refiere lo que allí está escrito, es preciso señalar ciertas características seguras del Espíritu al que la Escritura llama Santo. Pues así como Aarón es llamado «cristo»(26) y también David, Saúl y otros son llamados «cristos», y sin embargo es único el verdadero Cristo, así también, una vez que se atribuye la denominación de «espíritu» a diversas realidades, es estupendo ver a quién se llama, por algún motivo peculiar, Espíritu Santo. Pues son muchas las cosas que se llaman «espíritu», pues un ángel es llamado «espíritu», se llama «espíritu» a nuestra alma y al viento que sopla se le llama «espíritu»(27). También una gran virtud es llamada «espíritu» y es denominada «espíritu» una acción impura. Incluso el Demonio, el Adversario, es llamado «espíritu». Cuídate, pues, cuando oigas estas cosas, de que, por la semejanza de la denominación, no confundas una cosa con otra. Pues de nuestra alma dice la Escritura: «Su soplo exhala, a su barro retorna», y del alma dice a su vez: «Que modela el espíritu del hombre en su interior» (Zac 12, 1)(28). Y de los ángeles dice en los Salmos: «Que hace a sus ángeles espíritus y llama de fuego a sus servidores»(29). Y del viento dice: «Tal el viento del Este que destroza los navíos de Tarsis» (Sal 48, 8). Y además: «Como el árbol es agitado por el viento en el bosque». Y: «Fuego y granizo, nieve y bruma, viento tempestuoso, ejecutor de su palabra» (Sal 148, 8). Y de la buena doctrina dice el Señor mismo: «Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida» Un 6, 63), es decir, son espirituales(30). Pero el Espíritu Santo no es algo que se exhala hablando con la lengua, sino alguien vivo(31), que nos concede hablar con sabiduría, siendo él mismo el que se expresa y habla.

El Espíritu Santo sugiere, habla y enseña

14. ¿Quieres darte cuenta de cómo crea palabras y habla? Felipe, por revelación de un ángel, bajó por el camino que llevaba hasta Gaza, cuando llegaba el eunuco. Y dijo el Espíritu a Felipe: «Acércate y ponte junto a ese carro» (Hech 8, 29). ¿Ves cómo el Espíritu habla al que le oye? Y Ezequiel dice así: «El espíritu de Yahvé irrumpió en mí y me dijo: "Di: Así dice Yahvé"» (Ez 11, 5). Por otra parte, «dijo el Espíritu Santo» a los apóstoles, que estaban en Antioquía: «Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado» (Hech 13, 2). Ves al Espíritu que está vivo, que segrega y que llama, y que envía con poder. Y Pablo dice: «Solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones» (20, 23). El es el que santifica a la Iglesia, su auxiliador y su maestro, el Espíritu Santo maestro, del que dijo el Salvador: «Os lo enseñará todo», y no dijo sólo «os lo enseñará», sino también «os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26). Pues no son unas las enseñanzas de Cristo y otras las del Espíritu Santo, sino claramente las mismas. De las cosas que habían de suceder dio Pablo testimonio con anterioridad, para que, mediante un conocimiento previo, el ánimo se sintiese más firme. Y estas cosas se os han dicho por aquella sentencia: «Las palabras que os he dicho son espíritu» (Jn 6, 63), de modo que no pienses que éste (el Espíritu) es sólo algo que nosotros decimos, sino doctrina sólida.

El diablo, espíritu del mal y de pecado

15. Con la palabra «espíritu» se denomina también al pecado, como ya dijimos, pero por otra razón contraria, o sea, según dicen: «con un espíritu de fornicación se extraviaron» (Os 4, 12 LXX). También se le llama espíritu, espíritu inmundo, al demonio, pero con ese adjetivo de «inmundo». Pues a cada espíritu se le da un añadido, que designa una característica propia. Si se dice «espíritu» al alma humana, se le añade «del hombre» (I Cor 2, 11). Si se dice acerca del viento(32), se habla de «viento de borrasca» (Sal 107, 25). Cuando designa al pecado, dice «espíritu de fornicación». Si se refiere al demonio, le llama «espíritu inmundo», para que sepamos de qué se habla particularmente en ese caso y no creas que se está hablando del Espíritu Santo. ¡Ni hablar! Pues este nombre de «espíritu» es nombre general y común, y lo que no tiene un cuerpo espeso y denso es llamado, de un modo genérico, espíritu. Pero puesto que los demonios no poseen tales son llamados «espíritus». Pero hay espíritus muy diversos. Pues el demonio impuro, cuando se introduce en el alma del hombre (y Dios libre de este mal a todas las almas tanto de los que están aquí como de los ausentes), llega como un lobo tragando sangre y dispuesto a devorar lanzándose contra la oveja. Es una llegada muy cruel, y muy grave para el que la sufre. La mente se oscurece con una densa niebla. Es un ataque injusto de alguien que invade una propiedad ajena, pues se esfuerza en abusar, haciendo violencia (Mc 9, 17-18), de un cuerpo ajeno sirviéndose de él como si fuese propio. Hace caer a quien se mantiene en pie, emparentado como está con aquel que cayó del cielo (cf. Lc 10, 18); enreda la lengua y retuerce los labios; en lugar de palabras, arroja espuma. El hombre se sume en tinieblas y, cuando el ojo está abierto, el alma no ve nada a través de él. Lleno de miseria, el hombre se convulsiona lleno de temor ante la muerte. Realmente los demonios son enemigos de los hombres y los maltratan suciamente y sin misericordia.

La fuerza y la iluminación otorgadas por el Espiritu Santo

16. No es tal el Espíritu Santo. ¡Lejos de vosotros este pensamiento! Pues, al contrario, aquí estamos en el terreno del bien y de la salvación. En primer lugar, su venida tiene lugar en la mansedumbre y con suavidad, y se le percibe con esa suavidad y con fragancia, pues su yugo es muy ligero. Avisan de su llegada los rayos brillantes de luz y de ciencia. Viene con los sentimientos de una auténtico protector. Viene a salvar, sanar, enseñar, advertir, fortalecer, consolar y a iluminar la mente: en primer lugar, la de aquel que le acoge y, después, sus obras y las de los demás. Y del mismo modo que quien estaba en tinieblas anteriormente, al mirar luego al sol, de repente recibe la luz en su ojo corporal y distingue lo que antes no veía con claridad, así es aquel que ha sido considerado digno del don del Espíritu Santo: se ilumina su ánimo y, colocándose más allá de lo humano, ve ahora lo que ignoraba. Postrado su cuerpo en tierra, su alma contempla los cielos como en un espejo. Como Isaías, ve «al Señor sentado en un trono excelso y elevado» (Is 6, 1). Contempla, como Ezequiel, al que «estaba sobre la cabeza de los querubines» (Ez 10, 1). Ve, como Daniel, a «miles de millares» y «miríadas de miríadas» (Dan 7, 10). Siendo como hombre poca cosa, ve el principio y el fin del mundo, y discierne el transcurso de los tiempos y la sucesión de los reyes. Y no es que esto lo haya aprendido, pero es un verdadero proveedor de luz. Un hombre puede ser encerrado entre paredes, pero la fuerza de su conocimiento se extiende ampliamente hasta contemplar incluso lo que otros hacen.

El poder que da el Espíritu de discernir lo oculto

17. Pedro no estaba presente cuando Ananías y Safira vendieron sus posesiones. Pero estaba presente por el Espíritu, y dijo: «¿Cómo es que Satanás llenó tu corazón para mentir al Espíritu Santo?» (Hech 5, 3). No era acusador ni tampoco testigo. ¿De dónde había llegado a conocer el hecho? «¿Es que mientras lo tenías no era tuyo, y una vez vendido no podías disponer del precio? ¿Por qué determinaste en tu corazón hacer esto?» (Hech 5, 4). Un hombre iletrado, Pedro, supo por la gracia del Espíritu lo que ni siquiera los mismos sabios de los griegos habían llegado a conocer. Un ejemplo semejante tienes también en Eliseo. cuando había curado gratis la lepra de Naamán, Guejazí(33) se cobró una paga, cobrándose el valor de un trabajo de otro, y colocó el dinero recibido de Naamán en un lugar oscuro (cf. 2 Re 5, 20 ss). Pero las tinieblas no son oscuras para los santos (cf. Sal 139, 12)(34). Pues, después de vuelto, le pregunta Eliseo (así como Pedro: «Dime, ¿habéis vendido en tanto el campo?» (Hech 5,8): «¿De dónde vienes, Guejazí?» (2 Re 5, 25). Y no lo decía porque no lo supiese, sino deplorándolo. Has venido de las tinieblas y te irás en tinieblas. Has vendido la curación de un leproso y la herencia de la lepra te acompañará (cf. 2 Re 5, 27). Yo he cumplido—dice el mandato de quien me dijo: «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis» (Mt 10, 8). Pero tú has vendido la gracia; recibe el salario de tu venta. ¿Y qué le dice Eliseo?: «¿No iba contigo mi corazón...?» (2 Re 5, 26). Yo estaba limitado por mi propio cuerpo, pero el espíritu que Dios me dio veía incluso las cosas lejanas y me mostraba con claridad las cosas que sucedían en otras partes. Ves de qué modo no sólo suprime la ignorancia, sino que incluso da conocimiento infuso, y ves cómo el Espíritu Santo ilumina las almas.

También a los profetas iluminaba el Espíritu Santo

18. Hace casi mil años que vivió Isaías. Contempló a Sión como una pobre tienda de campaña. Sin embargo, la ciudad todavía estaba en pie embellecida por gran cantidad de plazas públicas y revestida de su dignidad. Está dicho, no obstante: «Sión será un campo que se ara» (Miq 3, 12), preanunciando lo que se ha realizado en nuestros días. Observa la exactitud de la profecía, pues dice: «Ha quedado la hija de Sión como cobertizo en viña, como albergue en pepinar, como ciudad sitiada» (Is 1, 8). Y realmente está este lugar ahora lleno de pepinares. ¿Acaso no ves cómo el Espíritu Santo ilumina a los santos?(35). Que la semejanza de la denominación no te arrastre a otras cosas. Mantén en cambio, lo que es exactamente la verdad.

El Espíritu, que sugiere la castidad y la pobreza voluntarias, protege al hombre y le da sus dones

19. Si en alguna ocasión, cuando estés descansando, te vienen pensamientos acerca de la castidad o la virginidad, es él quien te esta instruyendo. ¿No sucede con frecuencia que una joven, ya dispuesta para la consumación del matrimonio, no accede porque él(36) le sugiere la virginidad? ¿Es que no ocurre con mucha frecuencia que un hombre conspicuo en la vida pública desprecia las riquezas y la dignidad instruido por el Espíritu Santo? ¿O que muchas veces un joven, viendo una figura grácil cierra los ojos para no ver y escapar de la deshonra? ¿Por qué crees que eso sucede? El Espíritu Santo ha instruido la mente del hombre, siendo tantos en el mundo los deseos de la avaricia, hay cristianos que siguen la pobreza voluntaria. ¿Por qué razón? Por el mandato interior del Espíritu Santo. Es una realidad preciosa el Espíritu santo y bueno. Debidamente somos bautizados en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Con su cuerpo lucha el hombre con muchos y fieros demonios(37). Y a menudo es contenido y dominado por las palabras de súplica un demonio al que muchos no podían retener con cadenas de hierro. Un simple soplo del exorcista se convierte en fuego contra el enemigo invisible. Tenemos, por tanto, de parte de Dios un auxiliador y protector, gran maestro de la Iglesia y gran luchador en favor nuestro. No sintamos temor ante los demonios ni ante el diablo, pues es más grande el que lucha por nosotros: simplemente abrámosle las puertas, pues «va por todas partes buscando a los dignos» (cf. Sab 6,16)(38) y buscando a quién regalar con sus dones.

La fortaleza del Espíritu Santo en las dificultades

20. Pero se le llama Paráclito porque consuela, fortalece con sus exhortaciones y nos ayuda en nuestra debilidad(39), «pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8, 26), es decir, ante Dios, como se ve por el asunto mismo. A menudo alguien, víctima de injurias por causa de Cristo, padece injustamente el desprecio. Amenazan el martirio y los tormentos por doquier: el fuego y la espada, las bestias y el precipicio. Pero el Espíritu Santo sugiere: «Espera en Yahvé» (Sal 27, 14), hombre. Es poca cosa lo que te sucede, pero es grande lo que se te dará. Tras padecer un tiempo breve, estarás eternamente en compañía de los ángeles. «Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros» (Rm 8, 18). El Espíritu describe al hombre el reino de los cielos, le muestra el paraíso de las delicias, y los mártires, presentes a la vista de sus jueces pero ya en el paraíso en cuanto a su energía y su poder, pueden así despreciar la dureza de lo que ven.

El Espiritu permite dar testimonio en favor de Jesús

21. ¿Quiéres saber cómo con la fuerza del Espíritu Santo dieron los mártires su testimonio? El Salvador dice a los discípulos: «Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir» (Lc 12, 1 1-12). Pues es imposible padecer el martirio por dar testimonio de Cristo si no se sufre con la fuerza del Espíritu Santo. Pues si «nadie puede decir "Jesús es Señor!" sino con el Espíritu Santo» (1 Cor 12, 3), ¿quién dará la vida par Jesús si no es en el Espíritu Santo?

Ilumina a todos los cristianos de cualquier condición y de cualquier pueblo

22. Grande, omnipotente en sus dones y admirable es el Espíritu Santo. Piensa cuántos estáis sentados aquí, cuántas almas somos. El Espíritu actúa de modo adecuado a cada uno. Está en medio de todos y ve la situación de cada uno. Ve también el pensamiento y la conciencia, y también lo que hablamos y a lo que damos vueltas en nuestra mente. Grande es esto que acabo de decir y, sin embargo, es todavía poco. Quisiera que consideraras, iluminando él tu mente, cuántos son los cristianos de toda esta parroquia y cuántos los de toda la provincia de Palestina. Amplía también tu mente desde esta provincia a todo el Imperio de los romanos y vuelve desde él tu mirada al mundo entero: los pueblos de los persas y las naciones de la India, los godos y los sauromatas, los galos y los hispanos, los moros, los africanos, los etíopes y otros de los que ni los nombres conocemos: son muchos, en efecto, los pueblos cuyos nombres no han llegado siquiera a nuestro conocimiento. Mira a los obispos de cualesquiera pueblos, a los presbíteros, los diáconos, los monjes, las vírgenes y los laicos, y observa quién es el que los rige, preside y les concede sus dones. Cómo, en todo el mundo, a uno le regala el pudor, a aquél la virginidad perpetua, a éste el afán de dar limosna, a otro el interés por la pobreza y a otro, en fin, la capacidad de poner en fuga a los espíritus enemigos. Y así como la luz, con un solo rayo, todo lo ilumina, así también el Espíritu ilumina a los que tienen ojos. Por tanto, si alguno se queja de que no se le da la gracia, no acuse al Espíritu, sino a su propia incredulidad.

Ángeles, potestades y todas las criaturas necesitan del Espíritu

23. Ves el poder que ejerce en el mundo entero. Que no se quede tu mente a ras del suelo, sino asciende a lo alto: sube en tus pensamientos hasta el primer cielo y contempla los muchísimos miles de ángeles que allí están. Si puedes, sube con el pensamiento a mayor altura: contempla los arcángeles y contempla a los espíritus, mira las virtudes, los principados, las potestades, los tronos y las dominaciones(40). Dios ha dado al Paráclito como prefecto, maestro y santificador de todos ellos. Necesitan de él Elías, Eliseo e Isaías entre los hombres. Y entre los ángeles, Miguel y Gabriel. Ninguna de las cosas creadas le iguala en honor. Pues todas las clases de ángeles y todos los ejércitos juntos carecen de paridad e igualdad con el Espíritu Santo. A todos ellos los cubre y oscurece la potestad sumamente buena del Paráclito. Si alguno de ellos es enviado a realizar un ministerio(41), escruta incluso las profundidades de Dios, como dice el Apóstol: «El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» ( I Cor 2, 10-11)

En unión con el Padre y el Hijo, el Espiritu Santo reparte sus dones

24. El, en los profetas, anunció a Cristo; él actuó en los apóstoles; él, hasta el día de hoy, sella las almas en el bautismo. El Padre se da al Hijo, y el Hijo comunica de sí mismo al Espíritu Santo(42). Es el mismo Jesús, no yo, quien lo dice: «Todo me ha sido entregado por mi Padre» (Mt 11, 27). Y del Espíritu Santo dice: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad,... El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros» (Jn 16, 13-14). El Padre, a través del Hijo y juntamente con el Espíritu, lo da todo. No son unos los dones del Padre, otros los del Hijo y otros los del Espíritu Santo. Pues una es la salvación, una la potestad y una la fe, único es Dios Padre, único es su Hijo y único es el Espíritu Santo Paráclito. Y bástenos saber estas cosas. No indagues afanosamente la naturaleza o la sustancia. Pues, si es algo que se hubiese escrito, lo diríamos. Pero no nos atrevamos con lo que no ha sido escrito. Para nuestra salvación nos basta saber que existen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Sobre los setenta ancianos que ayudaron a Moisés

25. Este Espíritu descendió, en tiempo de Moisés, sobre los setenta ancianos. (Pero que la amplitud del discurso, carísimos, no os cause tedio. El mismo del que hablamos nos dé fuerza a cada uno de nosotros, a los que hablamos y a los que oís.) Este Espíritu, como decía, descendió sobre aquellos setenta ancianos que estaban bajo Moisés. Pero esto te lo digo para probar que todo lo conoce y todo lo obra como quiere. Fueron seleccionados setenta ancianos. «Bajó Yahvé en la nube y le habló. Luego tomó algo del espíritu que había en él y se lo dio a los setenta ancianos» (Núm 11, 25). Y no fue dividiendo al Espíritu, sino que cada uno recibió algo de su gracia, distribuida según su capacidad y su potestad. Los presentes eran de hecho sesenta y ocho, y profetizaron, pero no estaban Eldad y Medad. Pero para que quedase claro que no era Moisés el que concedía nada, sino que era el Espíritu el que obraba, también profetizaron Eldad y Medad, que habían sido llamados, pero no habían acudido (cf. Núm 11,26-30).

El mismo signo de la imposición de las manos para la antigua y la nueva Alianza

26. Se asombró de ello Josué, hijo de Nun, sucesor de Moisés, y acercándose a Moisés le dice: «¿Has oído que Eldad y Medad están profetizando?». Fueron llamados y no vinieron. «Mi señor Moisés, prohíbeselo» (11, 28). Pero él le dijo: No se lo puedo prohibir, pues es una gracia celestial. No se lo impediré, pues también yo tengo esa gracia. No creo que tú hayas dicho esto movido por la envidia. No te consumas de celo por mí porque ellos hayan profetizado mientras tú todavía no profetizas. Aguarda un tiempo: «¡Quién me diera que todo el pueblo de Yahvé profetizara porque Yahvé les diera su espíritu!» (11, 29). Proféticamene añadió lo de «porque les diera su espíritu». Pues ciertamente tampoco lo ha dado ahora, y tú no lo tienes todavía. Entonces, ¿no lo tuvieron Abraham, Isaac, Jacob y José? ¿Es que acaso no lo tuvieron los que vivieron antes de él? Sin embargo, es muy claro aquello de «cuando Dios les diera su espíritu», que es como si dijera: a todos. Y, no obstante, el don de la gracia es ahora privado y restringido, mientras que entonces se había derramado y abundaba. En realidad, se quería decir lo que nos habría de suceder en Pentecostés, pues también él descendió entre nosotros. Pero también anteriormente había descendido sobre muchos. Pues está escrito: «Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos» (Dt 34, 9). Ves el mismo signo en todas partes, en la antigua y en la nueva Alianza. En tiempo de Moisés se concedía el espíritu por la imposición de manos. A ti, que serás bautizado, ha de venir la gracia. No te digo de qué modo ni te anticipo el momento(43),

Presencia del Espíritu en personajes de la antigua Alianza

27. El vino también a todos los justos y profetas. Me refiero a Enós, Henoc, Noé y los demás, Abraham, Isaac y Jacob. Que también José tuvo el espíritu de Dios (cf. Gén 41, 38), es algo que ya había descubierto el mismo Faraón. Ya oíste acerca de Moisés y de las cosas admirables que hizo por el Espíritu. También lo tuvieron el fortísimo Job y todos los santos, aunque no mencionemos ahora los nombres de todos. El fue el que, en la construcción del Tabernáculo llenó de sabiduría a Besalel y a sus hábiles compañeros (Ex 31, 1-6).

28. En la fuerza de este Espíritu, según lo que tenemos en el libro de los Jueces, fue juez Otoniel (Juec 3, 10), se vio fortalecido Gedeón (6, 34) yJefté consiguió la victoria (11, 29). Débora, mujer, entabló batalla (4-5) y Sansón, cuando todavía obraba con justicia y no contristaba al Espíritu, realizó cosas superiores a las fuerzas humanas(44). En los libros de los Reyes encontramos claramente, acerca de Samuel y David(45), cómo profetizaban en el Espíritu Santo y eran jefes de profetas. Y a Samuel se le llamaba «vidente» (I Sam 9, 9-11). Pero David dice elocuentemente: «El espíritu de Yahvé habla por mí» (2 Sam 23, 2). Y, en los Salmos: «No retires de mí tu santo espíritu» (51, 13). Y a su vez: «Tu espíritu que es bueno me guie por una tierra llana» (143, 10). Y, como tenemos en las Crónicas, con el Espíritu Santo fueron agraciados Azarías, bajo el rey Asá, y, bajo Josafat, Yajaziel (2 Cró 15, 1; 20, 14). Y también Zacarías, que fue lapidado (2 Cró 24, 20-21; cf. Mt 23, 35 ss). Y Esdras dice: «Tu Espíritu bueno les diste para instruirles» (Neh 9, 20)(46). Acerca de Elías, el que fue tomado, y de Eliseo, ambos portadores del Espíritu y realizadores de cosas admirables, es cosa clara -aunque ahora lo pasemos por alto- que estuvieron llenos del Espíritu Santo.

Y en otros profetas

29. Y si alguien recorre los libros tanto de los doce(47) como de los demás profetas, encontrará muchísimos testimonios acerca del Espíritu Santo. Miqueas dice: «Yo, en cambio, estoy lleno de fuerza por el espíritu de Yahvé» (Miq 3, 8). Y Joel: «Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne» (3, 1). Y Ageo dice: «... según la palabra que pacté con vosotros a vuestra salida de Egipto, y en medio de vosotros se mantiene mi Espíritu: no temáis» (2, 5). De modo semejante, Zacarías: «No obstante, acoged mis palabras y mis mandatos, que yo prescribo en mi Espíritu a mis siervos los profetas» (Zac 1, 6 LXX). Y así, otras cosas.

En Isaías y Ezequiel

30. También Isaías, el predicador elocuentísimo: «Reposará sobre él el Espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvé. Y le inspirará en el temor de Yahvé» (11, 2-3). Con ello quiere decir que él (el Espíritu) es uno e indivisible, pero son diversos los efectos que produce. Y también: «He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él (Is 42, 1). Y también aquello: «Derramaré mi espíritu sobre tu linaje (44, 3). Y además: «Ahora el señor Yahvé me envía con su espíritu» (48,16). O bien: «En cuanto a mí, esta es la alianza con ellos, dice Yahvé. Mi espíritu que ha venido sobre ti...» (59, 21)(48). Y, a su vez: «El espíritu del Señor Yahvé está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahvé...» (61,1)(49). Y también, hablando en contra de los judíos: «Mas ellos se rebelaron y contristaron a su Espíritu Santo» (Is 63, 10) y: «¿Dónde está el que puso en él su Espíritu Santo?» (63, 11).

También tienes en Ezequiel —si no estás ya cansado de escuchar— lo que ya se ha recordado: «El espíritu de Yahvé irrumpió en mí y me dijo: "Di: Así dice Yahvé"» (Ez 11, 5). Pero el «irrumpió sobre mí» se ha de entender correctamente, como queriendo designar la caridad y la clemencia. De modo semejante a como Jacob, una vez que encontró a José, «se echó a su cuello» (Gén 46, 29) y como, en los evangelios, aquel padre amantísimo, al ver a su hijo de vuelta, «conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (Lc 15, 20). Y, también en Ezequiel: «El espíritu me elevó y me llevó a Caldea, donde los desterrados, en visión, en el espíritu de Dios» (Ez 11, 24). Y otras cosas ya las oíste antes, cuando hablamos del bautismo(50): «Os rociaré con agua pura... y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo» (36, 25-26). Y, poco después: «La mano de Yahvé fue sobre mí y, por su espíritu, Yahvé me sacó» (37, 1).

En Daniel

31. El infundió la sabiduría en el alma de Daniel, de modo que un joven fuese juez de ancianos. La casta Susana había sido condenada como impúdica. Nadie la defendía. ¿Quién la habría arrebatado de la mano de los jefes? Era llevada a la muerte y ya estaba en manos de los verdugos (Dan 13, 41-45). Pero se presentó su auxiliador, el Paráclito, el Espíritu que santifica a toda criatura inteligente. «Manténte ahí», le dijo a Daniel. «Tú, que eres joven, arguye a los viejos manchados por la corrupción de pecados de jóvenes. Pues está escrito: «Suscitó el santo espíritu de un jovencito» (13, 45). Y, resumiendo brevemente, por la sentencia de Daniel se salvó aquella muchacha pura. Este caso lo hemos resumido, pues no hay tiempo de exponerlo todo. Incluso Nabucodonosor reconoció que en Daniel estaba el Espíritu Santo, pues se refirió a él como «Daniel..., en quien reside el espíritu de los dioses santos» (Dan 4, 6)(51). Dijo una cosa verdadera y otra falsa. Que tenía el Espíritu Santo era verdad, pero no que era «jefe de los magos». Pues no era mago, sino conocedor de las cosas por el Espíritu. De hecho, antes (Dan 2, 31ss.) había explicado la visión de la imagen que había visto y que no entendía. «Explícame, dice, la visión, que yo, que la vi, no la entiendo». Ves ahí la potencia del Espíritu Santo, porque quienes vieron no entienden, y los que no vieron conocieron e interpretaron.

En la siguiente catequesis se hablará del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento

32. Estaríamos inclinados a recoger muchos testimonios del Antiguo Testamento y a explicar con más claridad lo que atañe al Espíritu Santo. Pero queda poco tiempo y es aconsejable que no tengáis tanto que escuchar. Por lo cual, contentos con lo mencionado de la antigua Alianza, volveremos, si Dios lo permite, en la catequesis siguiente a lo que falta del Nuevo. El Dios de la paz, os regale a todos con los bienes espirituales y celestiales por medio de Nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíriritu (cf. Rom 15, 30). A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén(52).
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

EL ESPÍRITU SANTO (II)


Pronunciada en Jerusalén, termina lo que quedaba acerca del Espíritu Santo. La lectura se toma de la Primera epístola a los Corintios: «Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro palabra de ciencia...» (I Cor 12,8 ss.)(1).

Nos detendremos en puntos fundamentales del Nuevo Testamento

1. En la catequesis precedente ofrecimos, en cuanto lo permitieron nuestras fuerzas, una pequeña parte de los testimonios referentes al Espíritu Santo. En la presente, en cuanto se nos permita, tocaremos, si Dios quiere, lo que nos queda, es decir, lo referente al Nuevo Testamento. Ya entonces, para no excedernos en el hablar, pusimos límites a nuestra tarea —pues nunca se acabaría de hablar del Espíritu Santo— y ahora daremos cuenta de una pequeña parte de lo que resta. No pretendemos ingenuamente cubrir lo poco que diremos con la multitud de lo que puede extraerse de la Escritura. Tampoco utilizaremos hoy razonamientos e invenciones humanas—no debe hacerse—, sino que nos bastará traer a la memoria las sentencias de la Sagrada Escritura. Es el procedimiento más seguro según el bienaventurado apóstol Pablo, que dice «... de las cuales también hablamos(2), no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales» (1 Cor 2, 13). Hacemos cosas semejantes a los viandantes y navegantes, los cuales, teniendo en mente la meta de un larguísimo camino, se apresuran adrede, pero acostumbran, por la limitación humana, a detenerse en las distintas ciudades y puertos.

Un solo Dios Padre, un solo Hijo, un solo Espíritu Santo

2. Pues aunque se han dado divisiones a la hora de disputar acerca del Espíritu Santo, él permanece no obstante indiviso, puesto que es único y el mismo. Igualmente cuando hablábamos del Padre, mencionábamos, por un lado, el sumo y único poder de su persona, y por otro, cómo se llamaba «Padre» y «Todopoderoso» y, además, creador de todas las cosas(3) pero esta distribución de las catequesis no significaba una división de la fe. Era único también el propósito de la piedad y de nuestra religiosidad cuando hablábamos del Hijo unigénito de Dios, cuando enseñábamos tanto lo que se refiere a su divinidad como lo que atañe a su humanidad. De este modo cuando distribuíamos en cuestiones diversas lo que había que decir acerca de nuestro Señor Jesucristo, predicábamos una fe indivisa en él. Así, pues, también ahora, aun habiendo dividido las catequesis acerca del Espíritu Santo, es una fe indivisa en él la que anunciamos. Pues el Espíritu Santo es uno y el mismo, pues «todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad» (1 Cor 12,11), pero él permanece sin división. Pues no hay otro Paráclito que no sea el Espíritu Santo, pero es único e idéntico aunque con diversas denominaciones: vivo y subsistente(4), que habla y actúa. Es santificador de todas las criaturas dotadas de razón que Dios ha hecho por medio de Cristo, los ángeles y los hombres.

Diversas denominaciones, pero un solo Espíritu

3. Pero que no crean algunos, por su ignorancia y por la diversidad de denominaciones del Espíritu Santo, que se trata de espíritus diversos, y no de uno único e idéntico, el único que existe. Por ello, la Iglesia Católica, que vela por tu seguridad, transmitió en la confesión de fe que creyésemos «en un único Espíritu Santo Paráclito, que habló por los profetas»: para que pudieses darte cuenta de que ciertamente las denominaciones pueden ser muchas, pero Espíritu Santo sólo hay uno. De aquellas muchas denominaciones os hablaremos ahora de algunas.

La relación del Espíritu Santo al Hijo y al Padre

4. Se llama Espíritu según lo que hemos leído: «Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría» ( 1 Cor 12,8). Y se le llama Espíritu de Verdad, según lo que dice el Salvador: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad...» (Jn 16, 13). También se le llama Paráclito, como también dijo: «... porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito» (16, 7). Y que se trata de una única y misma realidad, a la que se denomina con nombres diversos, se explica claramente por lo que inmediatamente diré. Pues ya se dijo que el Espíritu Santo y el Paráclito son el mismo. Pero está igualmente dicho que son lo mismo el Paráclito y el Espíritu de la verdad: «(Y yo pediré al Padre) y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad» (14, 16-17). Y también, «cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad» (15, 26). Se le llama Espíritu de Dios, como está escrito: «He visto al Espíritu que bajaba... sobre él» (Jn 1, 32), y, a su vez: «Todos los que son guiados por el espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8, 14). También se le denomina Espíritu del Padre, como dijo el Salvador: «No seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará por vosotros» (Mt 10, 20). Y también Pablo: «Doblo mis rodillas ante el Padre» (Ef 3, 14) y, más abajo: «... para que os conceda... que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu» (3, 16). Se le llama también Espiritu del Señor, como dice Pedro: «¿Cómo os habéis puesto de acuerdo para poner a prueba el Espíritu del Señor?» (Hech 5, 9). Igualmente se le llama Espíritu de Dios y de Cristo, como Pablo escribe: «Más vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece» (Ro». 8, 9). Se le llama asimismo Espíritu del Hijo de Dios, como está dicho: «La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo» (Gál 4). Y se le menciona también como Espíritu de Cristo, como ha quedado escrito: «... procurando descubrir a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el Espíritu de Cristo» (I Pe 1, 11). Y también: «... gracias a vuestras oraciones y a la ayuda prestada por el Espíritu de Jesucristo» (Flp 1, 19).

Más denominaciones del Espíritu Santo

5. Además encontrarás otras muchas denominaciones del Espíritu Santo. Pues se le llama Espíritu de santificación, como está escrito: «Según el Espíritu de santidad» (Rm 1, 4)(5). También se le llama Espíritu de adopción, como dice Pablo: «Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor, antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: «¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15). Igualmente se le llama Espiritu de revelación, según está escrito: «... os conceda (el Dios de nuestro Señor Jesucristo) espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente» (Ef 1, 17). También se le menciona como Espíritu de la Promesa, como se dice en el mismo lugar: «En él también vosotros, tras haber... creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa» (1, 13). Se le llama también Espíritu de gracia, cuando a su vez, dice: «el que... ultrajó al Espíritu de la gracia» (Hebr 10, 29). Y también se le denomina con otras muchas denominaciones del mismo modo. Oíste claramente también en la catequesis precedente que a él en los Salmos se le llama a veces «bueno» y, a veces, «generoso» (51, 14). Y en Isaías se le ha llamado «espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor» (Is 11, 2). De todo lo cual se deduce, tanto de lo anterior como de lo que hemos dicho ahora, que realmente son distintas las denominaciones, pero el Espíritu Santo es uno y el mismo, vivo y subsistente, siempre presente juntamente con el Padre y el Hijo. No es proferido mediante palabras por la boca o los labios del Padre o del Hijo, ni mediante ninguna expiración ni tampoco es echado al aire, sino que subsiste en sí mismo(6), hablando y actuando él mismo, dispensador y santificador. No es dispensación con desgarro, sino en la concordia, y es la única que da la salvación, la cual procede —como ya dijimos—, del Padre, el Hijo y Espíritu Santo. Quiero que recordéis lo que hace poco dijimos(7) y que claramente os deis cuenta de que no se trata, en la Ley y los Profetas, de un Espíritu y de otro distinto en los Evangelios y en los Apóstoles. Sólo hay un único e idéntico Espíritu Santo, que inspiró las Sagradas Escrituras tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

El Espíritu Santo hizo posible la concepción virginal de María

6. Este es el Espíritu Santo que vino a Santa María Virgen. Pues como se trataba de engendrar a Cristo, el Unigénito, la fuerza del Altísimo la cubrió con su sombra y el Espíritu Santo, acercándose hasta ella (cf. Lc 1, 35), la santificó para esto, para que pudiese tener en su interior a aquel por quien todo fue hecho. No tengo necesidad de muchas palabras para que entiendas que esta gestación estuvo libre de toda mancha y contaminación, pues ya lo aprendiste (cf. cat. 12, núm. 25). Gabriel es quien a ella le dijo: soy mensajero y pregonero de lo que ha de suceder, pero yo no participo en la operación. Pues aunque sea arcángel, soy conocedor de mi orden y de mi oficio. Yo te anuncio la alegría, pero no es por gracia mía por lo que darás a luz: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35).

El Espíritu Santo en Isabel, Zacarías y Simeón

7. Este Espíritu Santo mostró su eficacia en Isabel. Pues no sólo actuó con las vírgenes, sino también entre cónyuges con tal que se trate de un matrimonio legítimo. «E Isabel quedó llena de Espíritu Santo» (Lc 1, 41) y profetizó. Y la preclara sierva dijo de su Señor: «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (1, 43). Pues Isabel la llamó bienaventurada (1, 45). Lleno del mismo Espíritu, también Zacarías, padre de Juan, profetizó diciendo cuántos bienes causaría este Unigénito, añadiendo además que Juan sería, por su bautismo, precursor suyo. También Simeón el justo fue advertido por el Espíritu Santo de que no vería la muerte antes de contemplar al Mesías del Señor y, recibiéndolo en sus brazos, dio testimonio públicamente en el Templo en lo que a él le tocaba (cf. Lc 2, 25-35).

Juan Bautista y el Espíritu Santo

8. Juan, por su parte, que había sido lleno por el Espíritu Santo desde el seno de su madre (Lc 1, 5), fue santificado en orden a bautizar al Señor, no porque él comunicase el Espíritu sino porque anunciaba al que sí lo comunicaba. Pues dice: «Yo os bautizo con agua para conversión; pero el que viene detrás de mí... él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mt 3, 11). «En fuego», ¿por qué? Porque en lenguas de fuego tuvo lugar el descenso del Espíritu Santo. Acerca de lo cual dice el Señor con alegría: «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!».

El Espíritu Santo en el bautismo de Jesús

9. Este Espíritu Santo descendió al ser bautizado el Señor (Mt 3, 16) para que no quedase oculta la dignidad del que se bautizaba, según lo que dice Juan: «El que me envió a bautizar con agua, me dijo: Aquel sobre quién veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo (Jn 1, 33). Pero mira lo que dice el evangelio: «Se abrieron los cielos». Abiertos por la dignidad del que descendió. Dice: «Se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él». (Mt 3, 16). Se trataba de un descenso por su propia iniciativa(8). Pues era conveniente, como algunos han interpretado, que las primicias y los dones del Espíritu Santo, que se otorgan a los bautizados, se mostrasen en primer lugar en la humanidad del Salvador, que es quién tal gracia confiere(9). Descendió en forma de paloma —como dicen algunos, pura, inocente y sencilla—, cooperando con sus oraciones en favor de los nuevos hijos y del perdón de sus pecados, mostrando así la imagen y el ejemplo(10). De este modo se había predicho, en forma misteriosa, que el Mesías habría de manifestarse de esa manera. Pues en el Cantar de los Cantares se exclama acerca del Esposo: «Sus ojos como palomas junto a arroyos de agua» (Cant 5, 12)(11).

El Arca de Noé, la paloma, el bautismo, el Espíritu Santo(12)

10. Según algunos, una imagen de esa paloma venía ofrecida en parte por aquella de la que se cuenta en la historia de Noé (Gén 8, 8 ss.). Pues en aquellos tiempos llegó a los hombres, a través de la madera y el agua, la salvación y el comienzo de la nueva humanidad. La paloma volvió a Noé al atardecer, llevando un ramo de olivo (Gén 8, 11). Así, dicen, fue el Espíritu Santo quien descendió en realidad junto a Noé, el cabeza de esa nueva humanidad. El (el Espíritu Santo) es el que hizo una unidad de las voluntades y el genio de los linajes diversos. De esta diversidad de intereses eran imagen las distintas naturalezas de los animales encerrados en el arca. Y después que él (Cristo) llegó, los lobos espirituales pastan juntamente con las ovejas, porque la Iglesia apacienta al ternero y al toro junto al león (Is 11, 6; 65, 25). Hoy día vemos que los príncipes del mundo son guiados y enseñados por los hombres de la Iglesia. Por tanto descendió, como algunos interpretan, una paloma inteligible en el momento del bautismo. Así mostraba que era el mismo el que por el leño de la cruz otorga la salvación a los que creen y el que, al atardecer(13), habría de traer la salvación mediante su muerte.

El mismo Jesús habla del Espíritu Santo y lo promete a los Apóstoles (14)

11. Y de estas cosas hay que hablar también bajo otro aspecto. Es necesario oír las palabras del Salvador sobre el Espíritu Santo. Pues dice: «El que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3, 5). Y sobre que esta gracia viene del Padre dice: ¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Jn 11, 13). Y también señala que Dios ha de ser adorado en Espíritu: «Pero llega la hora, y ya estamos en ella, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que lo adoran, deben adorar en espíritu y verdad» (Jn 4, 23-24). Y también: «Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios...» (Mt 12, 28), y poco después, en lo que se sigue: «Por eso os digo: todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este siglo ni en el otro» (12, 31-32). Y asimismo dice: «Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y en vosotros está» (Jn 14, 16-17). Y también dice: «Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (14, 25-26). Y dice: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí» (15,26). También: «Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito... y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio» (16, 7-8). Y a su vez, en lo que sigue: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros» (16, 12-15). He leído expresiones del mismo Unigénito, de modo que ya no prestes atención a palabras humanas.

El don parcial del Espíritu Santo, ya el mismo día de la resurrección

12. Otorgó el don del Espíritu Santo a los apóstoles. Pues está escrito: «Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidas"» (Jn 20, 22-23). Esta es la segunda vez que se insufló el Espíritu, puesto que la primera (Gén 2, 7)(15) había quedado oscurecido por los pecados voluntarios. Ahora se cumplió lo que está escrito: «Ascendió soplándote a la cara, librándote de la aflicción» (Nah 2, 2 LXX) . ¿De dónde «ascendió»? De los infiernos(16). El evangelio narra, en efecto, que, después de su resurrección, sopló Jesús sobre ellos (Jn 20, 22). Realmente les da su gracia en este momento, pero la otorgará después con mayor abundancia. Es como si les dijera: estoy en condiciones de dárosla ahora, pero el recipiente no puede recogerla. Recibid por ahora la gracia que podáis, pero esperad una más amplia. «Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos del poder de lo alto» (Lc 24, 39). Ahora «recibidla» en parte; más tarde, íntegramente, y seréis completamente portadores de ella. Pues el que «recibe», a menudo sólo tiene en parte lo que se le concede. Pero el que se reviste, se cubre completamente con la estola. No temáis—dice—las armas del diablo y sus dardos, pues seréis portadores de la fuerza del Espíritu Santo. Acordaos de lo que anteriormente decíamos, que no es el Espíritu Santo el que se divide, sino la gracia que él confiere.

La venida del Espíritu en Pentecostés

13. Ascendió, pues, Jesús a los cielos y cumplió su promesa. Pues les había dicho: «Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito» (Jn 14, 16). Estaban sentados a la espera de la venida del Espíritu Santo. «Al llegar el día de Pentecostés» (Hech 2, 2), aquí, en esta ciudad de Jerusalén —en realidad, es algo que nos afecta, pues no hablamos de lo que a otros les sucedió, sino de los dones que se nos han concedido a nosotros—, cuando era, digo, Pentecostés, estaban sentados y llegó del cielo el Paráclito: custodio y santificador de la Iglesia, rector de las almas, guía de los arrojados a las olas y a la tempestad, luz de los perdidos, árbitro de los que combaten y corona de los vencedores.

La venida del Espíritu penetra en el interior del alma

14. Y descendió para revestir de su poder y bautizar a los apóstoles. Dice el Señor: «Vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días» (Hech 1, 5). No es que la gracia se haya dividido o se dé sólo en parte, sino que es una fuerza íntegra y que se ha derramado totalmente. Pues así como el que es bautizado por inmersión queda rodeado de agua por todas partes, así los bautizados en el Espíritu se encuentran totalmente envueltos de él. Por otra parte, el agua se derrama de modo externo al cuerpo, pero el Espíritu penetra y bautiza al alma escondida sin que nada se le oculte. ¿De qué te asombras? Toma el ejemplo de la materia, débil y humilde, pero que puede ser útil a los más sencillos. El fuego, al penetrar en el interior del hierro, todo lo convierte en fuego y hace que hierva el metal frío, comenzando así a brillar lo que era negro y oscuro. Pues bien, si el fuego, una realidad material, al introducirse en el interior del hierro, actúa ahí sin encontrar obstáculos, ¿por qué te asombras de que el Espíritu Santo penetre en el interior del alma?

El acontecimiento de Pentecostés en Hech 2

15. Y para que no se ignorase la grandeza de la gracia que venía, sonó como una trompeta celeste: «De repente vino del cielo un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso» (Hech 2, 2), que daba así una señal de la venida de aquel que concede a los hombres «obtener con violencia el Reino de Dios» (cf. Mt 11, 12). Y hacía que los ojos viesen unas lenguas de fuego y que los oídos oyesen el sonido. Y «llenó toda la casa en la que se encontraban» (Hech 2, 2). Aquella casa se convirtió en el receptáculo de una onda inteligible. Los discípulos estaban sentados en el interior y se llenó toda la casa. Fueron bautizados, «sumergidos»(17) del todo. de acuerdo con la promesa (cf. Hech 1,5). Se revistieron en el alma y en el cuerpo de un vestidura divina y saludable. «Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo» (2, 3). Recibieron un fuego que no abrasaba, sino que era saludable y que, destruyendo las espinas de los pecados, devolvió al alma su brillo y su esplendor. Este es el que pronto habrá de venir a vosotros. Y mientras corta y retira vuestros pecados, que son como espinas, hará resplandecer en mayor medida el fondo de vuestra alma y os dará la gracia, como entonces la dio a los apóstoles. Se posó sobre ellos bajo la apariencia de unas lenguas de fuego, como queriendo redimir sus cabezas con diademas espirituales en forma de lenguas de fuego. En anterior ocasión, una espada de fuego impedía la entrada al paraíso (Gn, 03-24). Ahora, una lengua de fuego que procuraba la salvación devolvió aquella gracia.

El don de lenguas

16. «Y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse» (Hech 2, 4). El galileo Pedro y Andrés hablan la lengua de los persas o los medos. Juan y los demás apóstoles hablaban en cualquier lengua a gentes que provenían de pueblos diversos. Pues no es ahora cuando ha comenzado a reunirse de todas partes una multitud de gente extranjera, sino que ello sucedió ya desde aquella época. ¿Dónde se encontrará un maestro tan grande que sólo con el ejemplo enseñe a sus oyentes sin haber éstos aprendido previamente su lengua? Muchos años se emplean, mediante la gramática y las demás artes, para sólo aprender a hablar correctamente en griego. Y no todos, sin embargo, lo hablan del mismo modo. Tal vez un rhétor(18) consigue hablar hermosamente, pero quizá no un gramático. Y un experto en gramática desconoce tal vez las materias filosóficas. Pero el Espíritu Santo enseñó a la vez muchas lenguas que aquellos hombres no habían aprendido nunca. Esto es realmente una gran sabiduría y una fuerza de Dios. ¿Puede acaso compararse una incultura de tantos años por parte de aquellos con la energía múltiple e inaudita de las lenguas?

El asombro de los creyentes

17. Se produjo estupor en la multitud de los que estaban escuchando (Hech 2, 6), una confusión diferente a la confusión que provenía del mal y que se había producido en Babel (cf. Gén. 11, 7-9). Pues en aquella se produjo, con la confusión de lenguas, una división de espíritus y voluntades cuando se concibió un proyecto opuesto a Dios(19). Pero aquí los pensamientos de la mente fueron reparados y llamados a la unidad, pues eran intereses piadosos los que estaban de por medio. Por los mismos medios por los que se produjo la caída, se produjo también la conversión. De ahí que se admirasen diciendo: «¿Cómo cada uno de nosotros les oímos?» (Hech 2, 8). No tiene nada de extraño que lo ignoréis, pues también Nicodemo desconocía la llegada del Espíritu, y a él le fue dicho: «El Espíritu sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va» (Jn 3, 8). Y si alguna vez oigo su voz, desconozco de dónde viene. ¿Cómo podré explicar su persona?

El Espíritu Santo es como el vino nuevo de la nueva Alianza

18. «Otros en cambio decían riéndose: "¡Están llenos de mosto!" (Hech 2, 13)». Decían la verdad pero en plan de burla. Pues se trataba de un vino verdaderamente nuevo: la gracia de la nueva Alianza. Este era un vino realmente nuevo(20), de una viña inteligible, que a menudo, según los profetas, ya había dado fruto y que germinó en el Nuevo Testamento. Pues del mismo modo que, tomando un ejemplo gráfico, la viña permanece siempre la misma, pero según el cambio de las estaciones produce siempre frutos nuevos, así, aún permaneciendo siempre el Espíritu como él es, del mismo modo que manifestó a menudo su fuerza en los profetas, decidió ahora algo nuevo y admirable. Ya anteriormente llegó la gracia a los Padres, pero ahora lo hace en mayor medida. Pues ellos recibían realmente una participación en el Espíritu Santo. Pero en esta ocasión(21) fueron bautizados (en él) íntegra y plenamente.

Se cumplen la promesa del Espíritu por Jesús y la profecía de Joel

19. Mas Pedro, que tenía el Espíritu Santo, era plenamente consciente de lo que tenía y dijo: «Judíos y habitantes todos de Jerusalén», que predicáis a Joel pero desconocéis las Escrituras, «no están estos borrachos, como vosotros suponéis» (Hech 2, 14-15). Pues están ebrios, pero no como vosotros pensáis, sino según lo que está escrito: «Se sacian de la grasa de tu Casa, en el torrente de tus delicias los abrevas» (Sal 36, 9). Están ebrios con sobria ebriedad, la que destruye el pecado y da vida al corazón, completamente distinta a la borrachera del cuerpo. Pues ésta provoca que olvidemos las cosas que sabemos, pero aquella otra otorga incluso el conocimiento de las cosas desconocidas. Están ebrios de vino de la vid inteligible, él que dice: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos» (Jn 15, 5). Y si a mí no me creéis, entended por la misma circunstancia de tiempo lo que digo. «Pues es la hora tercia del día» (Hech 2, 15). El (Cristo) había sido crucificado a la hora tercia, como dice Marcos (15, 25). Ahora también(22) envió la gracia. Pues no son distintas aquella gracia y ésta, sino que el que había sido crucificado y se había comprometido, cumplió así su palabra. Si optáis por aceptar este testimonio, oíd lo que dice: «Es lo que dijo el profeta: Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu...» (Hech 2, 16-17; cf.Joel 3, 1-5). Pero derramaré quiere decir una donación copiosa, pues Dios «da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano» (Jn 3, 34-35). Y le dio la potestad de conceder la gracia del Espíritu Santísimo a quienes desee. «Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas» (Hech 2, 17)...» y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu» (2, 18; cf.Joel 3, 1-2). El Espíritu Santo no hace acepción de personas, pues no busca dignidades sino la piedad del alma. Ni los ricos se endurezcan ni pierdan el ánimo los pobres, sino que simplemente se prepare cada uno para recibir la gracia celestial.

Ante la multitud de datos, reduciremos nuestras pretensiones

20. Son muchas las cosas que hemos tratado hoy y quizá estén fatigados los oídos. Pero quedan todavía muchas cosas y para concluir la enseñanza sobre el Espíritu Santo serían necesarias una tercera e incluso más catequesis Pero concédasenos la venia de todo ello, pues se nos echa ya encima la fiesta de la Pascua. Por consiguiente, hoy todavía hablaremos de ello, pero no podremos mencionar todo lo que hay en el Nuevo Testamento. Y es que nos quedan muchos datos de los Hechos de los Apóstoles, según los cuales la gracia del Espíritu Santo actuó eficazmente en Pedro y también en todos los demás apóstoles. Hay otras muchas cosas en las epístolas católicas y en las catorce epístolas de Pablo, de las que ahora intentaremos deshojar algunas pocas, como tomándolas de un prado inmenso, con la finalidad de traerlas a la memoria.

La fuerza de las palabras de Pedro. Curación del paralítico. Ananías y Safira

21. Pues en la fuerza del Espíritu Santo, por voluntad del Padre y del Hijo, «Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz» (según aquello: «Clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén», Is 40, 9) y en la red espiritual de sus palabras captó «unas tres mil almas» (Hech 2, 41). En todos los apóstoles actuaba una gracia tan intensa que muchísimos de los judíos—que habían crucificado al Mesías—creían y se hacían bautizar en nombre de Cristo, y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en las oraciones (cf. Hech 2, 42). Y en una ocasión en que, por la misma fuerza del Espíritu Santo, Pedro y Juan, a la hora nona, habían subido al templo a orar, sanaron a uno que estaba en la Puerta Hermosa, cojo desde el seno de su madre, hacía cuarenta años (3, 110). Así se cumplía lo dicho: «Entonces saltará el cojo como un ciervo» (Is 35). Con la red espiritual de su enseñanza creyeron aquel día cinco mil (Hech 4, 4) y declararon convictos de error a los jefes del pueblo y a los sumos sacerdotes. Y ello, no en virtud de su propia sabiduría, pues eran iletrados e ignorantes, sino por la eficacia del Espíritu. Pues está escrito: «Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo...» (Hech 4, 8 ss.). Y fue tanta la gracia del Espíritu Santo que se obró por los doce apóstoles en los que habían creído, que éstos eran un solo corazón y una sola alma, pero era común el uso de sus bienes. Pues los que poseían entregaban religiosamente el valor de sus posesiones y ninguno entre ellos pasaba necesidad. Ananías y Safira, que intentaron engañar al Espíritu Santo, hubieron de soportar un castigo adecuado (5, 1-11).

El vigor del Espíritu Santo

22. «Por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios en el pueblo» (5, 12). Y tanta gracia del Espíritu había sido derramada sobre los apóstoles que, aunque eran sencillos, producían temor (pues había quienes no se atrevían a unirse a ellos, aunque el pueblo los alababa). Pero se les añadían «muchedumbres de hombres y mujeres que creían»... «hasta tal punto que incluso sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos. También acudía la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos eran curados» (5, 15-16; cf. 5, 13) por la fuerza del Espíritu Santo.

Prendimiento y liberación de los apóstoles

23. En otra ocasión los doce apóstoles, arrojados —por anunciar a Cristo—a la cárcel por los príncipes de los sacerdotes, fueron sacados de allí de noche por el Angel(23) en contra de lo que se hubiera podido esperar. Y llevados desde el templo al tribunal hasta ellos(24), les reprendieron hablándoles valientemente de Cristo. Y cuando añadieron que «Dios dio también el Espíritu Santo a los que le obedecen» (Hech 5, 32) y les azotaron con cuerdas, marcharon alegres y no cesaban de enseñar y anunciar la buena noticia de Cristo Jesús (cf. 5, 40-42).

La fuerza del Espíritu Santo en el diácono Esteban

24. Pero la gracia del Espíritu Santo no fue eficaz sólo en los doce apóstoles, sino también en los hijos primogénitos de esta Iglesia a veces estéril. Me refiero a los siete diáconos. Estos fueron elegidos, como dice la Escritura, «llenos de Espíritu y de sabiduría» (Hech 6, 3). Uno de ellos, Esteban, llamado así dignamente por la corona(25), primicia de los mártires, «hombre lleno de fe y de Espíritu Santo» (6, 5), «realizaba entre el pueblo grandes prodigios y señales» (6, 8). Con él entablaban discusiones algunos, «pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba» (6, 10). Atacado con calumnias y llevado a juicio, brillaba con fulgores angélicos. Pues «fijando en él la mirada todos los que estaban sentados en el Sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel». Y después de haber refutado, con una sabia apología de sí mismo, a los judíos, de dura cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, y que siempre se resisten al Espíritu Santo (Hech 7, 51), «vio la gloria de Dios y al Hijo del hombre que estaba en pie a la diestra de Dios». Pero no lo vio por su propio poder, sino que, como dice la Sagrada Escritura, «lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios» (7, 55).

En el diácono Felipe. Conversión del eunuco etíope

25. En la misma fuerza del Espíritu Santo, también Felipe, en el nombre de Cristo, expulsaba en alguna ocasión, en una ciudad de Samaria, espíritus inmundos que daban fuertes gritos. Y curó a paralíticos y cojos, y convirtió a Cristo a una gran multitud de aquellos que habían creído (Hech 8, 4-8). Habiendo bajado a ellos Pedro y Juan, les hicieron, por la imposición de las manos, partícipes del Espíritu Santo (8, 14-17). De lo cual fue merecidamente privado sólo Simón Mago (18-24). En otro momento, llamado por el Ángel del Señor a ponerse en camino a causa de aquel piadosísimo eunuco etíope (8, 26 ss.), oyó claramente al mismo Espíritu Santo: «Acércate y ponte junto a ese carro» (8, 29). Instruyó al etíope y lo bautizó, y envió así hasta Etiopía el mensaje de Cristo, según lo que estaba escrito: «Tienda hacia Dios sus manos Etiopía» (Sal 68, 32). Y, arrebatado por un ángel(26), anunciaba el evangelio a todas las demás ciudades.

En el apóstol Pablo

26. Del mismo Espíritu Santo estuvo lleno también Pablo, después que fue llamado por Nuestro Señor Jesucristo. Como piadoso testigo de esto tenemos al piadoso Ananías, que se encontraba en Damasco y le dijo a Pablo: «Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo» (Hech 9, 17). Y él, que actuó rápidamente, devolvió a los ojos cegados de Pablo el uso de la luz, imprimiendo un sello(27) en su alma. Lo convirtió así en vaso de elección (cf. Hech 9, 15), para que llevase ante los reyes y los hijos de Israel el nombre del Señor que se le había aparecido. Al que antes había sido perseguidor lo convirtió en heraldo y en siervo bueno, que llevó el evangelio desde Jerusalén hasta Iliria; llenó a la Roma imperial con sus enseñanzas y extendió hasta España su voluntad diligente de anunciar el Kerigma(28). Abordó, además, mil tareas y realizó signos y prodigios. Pero de momento baste con lo dicho.

El Espíritu Santo ilumina a Pedro

27. En la fuerza, por consiguiente, del mismo Espíritu Santo, Pedro, príncipe de los apóstoles y encargado de las llaves del reino de los cielos, en Lidda (actual Dióspolis), devolvió la salud en nombre de Cristo al paralítico Eneas (9, 32-35). Y en Joppe levantó de entre los muertos a Tabita (9, 36-37), que se dedicaba a hacer buenas obras. Y estando en la parte más alta de la casa, en un éxtasis, vio el cielo abierto y que bajaba como un gran lienzo, en el que había numerosas figuras y animales, de modo que no se pudiera decir que nadie, aunque fuese griego, fuera vulgar o inmundo (10, 14-16). Llamado por Cornelio, oyó (Pedro) claramente del mismo Espíritu Santo: «Ahí tienes unos hombres que te buscan. Baja, pues, al momento y vete con ellos sin vacilar, pues yo les he enviado» (10, 19-20). Y para explicar con más claridad que también los que creen de entre los gentiles son hechos partícipes de la gracia del Espíritu Santo, al llegar Pedro a Cesárea y enseñar lo que se refiere a Cristo, dice la Escritura acerca de Cornelio y de los que estaban presentes: «Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra» (10, 44), de tal manera que los que habían venido con Pedro de entre los circuncisos se asombraban y, estupefactos, decían: «Que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles» (v. 45)(29).

La comunidad de Antioquía y la primera misión de Bernabé y Pablo

28. Y en Antioquía de Siria, ciudad nobilísima, se desarrolló admirablemente el anuncio de Cristo y desde el lugar en que estamos fue enviado a Antioquía, como colaborador de aquella buena obra, Bernabé, «un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe» (Hech 11, 24). Al ver una gran mies de creyentes en Cristo, llevó como ayudante a Pablo desde Tarso a Antioquía. Y como hubiesen reunido una gran multitud en la asamblea, todos instruidos en sus mandatos y congregados allí, sucedió que «en Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos (11, 26). En Antioquía derramó Dios de modo muy abundante el Espíritu. Había allí profetas y doctores (13, 1), con los cuales también estaba Agabo (12, 28). «Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: "Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado" (13, 2). Entonces, tras haberles impuesto las manos, fueron enviados por el Espíritu Santo (cf. 13, 3). Está, pues, claro que el Espíritu que habla y envía, está vivo, tiene subsistencia propia y, como dijimos, actúa con eficacia.

La controversia de Antioquía y el llamado «concilio» de Jerusalén

29. El mismo Espíritu Santo, que, en consenso con el Padre y el Hijo, inspiró en la Iglesia el Nuevo Testamento, nos liberó de las difíciles cargas de la Ley, quiero decir las que se refieren a lo puro e impuro y a los alimentos. Nos liberó de los sábados, de los novilunios y de la circuncisión, las aspersiones y los sacrificios (cf. Rom 8, 2; Hech 15, 10; Hebr 9, 10), las cuales cosas, dadas por un tiempo, eran «una sombra de los bienes futuros» (Hebr 10, 1). Pero cuando ha llegado la verdad, adecuadamente han sido suprimidas. Al suscitarse la controversia en Antioquía por parte de quienes decían que era necesario circuncidarse y observar las normas de Moisés, fueron enviados Pablo y Bernabé. Los apóstoles, que se encontraban entonces en Jerusalén, con todo el bagaje de la ley y de las figuras, liberaron a todo el orbe mediante una carta que escribieron. Pero no se atribuyeron a sí mismos la autoridad de un asunto de tanta envergadura, sino que en la epístola declaran: «Nos ha parecido(30) al Espíritu Santo y a nosotros no imponernos más cargas que estas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza (Hech 15, 28-29). Mediante lo que escribieron dieron a entender abiertamente que, aunque aquello lo habían escrito los apóstoles, que eran hombres, aquello era, sin embargo, un mandato del Espíritu Santo y afectaba al mundo entero. Por todo el mundo, tomándolo consigo, lo llevaron Pablo y Bernabé.

La fuerza del Espíritu en los viajes misioneros de Pablo

30. Llegados a este punto de mis palabras, ruego de vuestro amor que me concedáis la venia. Se lo suplico también al Espíritu Santo que habitaba en Pablo, si no me es posible que lo logre todo, tanto por mi debilidad como por la propia fatiga de vosotros que estáis oyendo. Pues, ¿cuándo he explicado dignamente sus hazañas admirables en nombre de Cristo y por obra del Espíritu Santo? Lo sucedido en Chipre con el mago Elimas (Hech 13, 5-12) o la curación del tullido en Listra (14, 8-10), y lo de Cilicia (15, 41), Frigia y Galacia (16, 6), Misia (16, 8) y Macedonia (16, 99 ss.). O también lo de la ciudad de Filipos (16, 12 ss.). Me refiero a su predicación y a la expulsión, en nombre de Cristo, de un espíritu de adivinación (16,16-18). También, tras el terremoto, la salvación que se dio por el bautismo al guardián de la cárcel con toda su casa (16, 25-34). Igualmente, lo sucedido en Tesalónica (17, 1 ss.) o su discurso entre los atenienses en el Areópago (17, 22 ss.). O sus trabajos de enseñanza en la ciudad de Corinto y en toda Acaya (18, 1 ss.). ¿Cómo habré de continuar diciendo todo lo que, por medio de Pablo, hizo el Espíritu Santo en Efeso? A él (el Espíritu Santo) lo conocieron, por la enseñanza de Pablo, quienes anteriormente no lo conocían. Pues después de que Pablo les impuso las manos y vino sobre ellos el Espíritu Santo, «se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar» (Hech 19, 6). Y tanta era la gracia del Espíritu sobre él que no sólo el contacto con él producía la salvación, sino que también los pañuelos y los mandiles que se habían separado de él curaban las enfermedades y se retiraban los malos espíritus (Hech 19, 12). Además, los que se habían dedicado a las artes esotéricas «reunieron los libros y los quemaron delante de todos» (19, 19).

31. Paso por encima de lo realizado también en Tróade, en Eutico, que, vencido por el sueño, «se cayó del piso tercero abajo» y «lo encontraron ya cadáver» (Hech 20, 9), pero fue devuelto sano y salvo por Pablo (cf. 20, 10). Paso por alto la profecía que expuso ante los presbíteros de Efeso convocados en Mileto, a los que explicó ampliamente: «Solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que...», etc. (20, 23 ss.). Por las palabras «en cada ciudad» hacía Pablo referencia a las cosas admirables que había hecho en cada lugar y que provenían de la acción del Espíritu Santo: por voluntad de Dios y en nombre de Cristo que hablaba en él. Por la fuerza de este Espíritu Santo, Pablo también venía decidido a esta santa ciudad de Jerusalén, aunque Agabo profetizaba por el Espíritu las cosas que le habían de suceder (cf. Hech 21, 10). Pero él exponía entre los pueblos su doctrina con la confianza de Cristo. Trasladado a Cesarea (23, 23 ss.), sentado en medio de los jueces, ante Félix (24, 10 ss.) o bien ante el procurador Festo o ante el rey Agripa, Pablo, por el Espíritu Santo y con la sabiduría de la gracia vencedora, consiguió que el mismo rey de los judíos, Agripa, dijese: «Por poco, con tus argumentos, haces de mí un cristiano» (26, 28). El mismo Espíritu Santo concedió a Pablo que en la isla de Mileto no resultase herido en absoluto al ser mordido por una víbora y que realizase diversas curaciones con enfermos (Hech 28, 1-9). El mismo Espíritu Santo condujo al antiguo perseguidor como heraldo a la Roma regia. Persuadió a muchos de los judíos que allí vivían a que creyesen en Cristo y a quienes contradecían les hablaba claramente: «Con razón habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio del profeta Isaías..., etc.» (28, 25)(31).

Pablo mismo estaba lleno del Espíritu Santo

Pero que Pablo estaba lleno del Espíritu Santo, y también los demás apóstoles semejantes a él y a los que después de ellos creen en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo(32), escuchaselo claramente a él mismo que en sus cartas escribe: «Mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría», sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder» (1 Cor 2, 4). Y también: «... y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones» (2 Cor 1, 22). Y: «Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a nuestros cuerpos mortales» (Rm 8, 3). Y a su vez, escribiendo a Timoteo, le dice que ha conservado el depósito de la fe (cf. 2 Tim 4, 6-8) «por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5).

El Espítu Santo tiene su propia actuación

33. Y que el Espíritu Santo tiene su propia subsistencia, vive, habla y anuncia lo que ha de suceder es algo que muchas veces ya hemos dicho en las cosas tratadas anteriormente. De modo penetrante escribe Pablo a Timoteo: «El Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe» (1 Tim 4, 1). Esto lo vemos no sólo en los tiempos antiguos, sino en la escisiones de nuestra época, puesto que los herejes enseñan diversos errores que adoptan formas diferentes. Y dice él también: «... que en generaciones pasadas no fue dado a conocer a los hombres, como ha sido ahora revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu» (Ef 3, 5). Y a su vez: «Por eso, como dice el Espíritu Santo» (Hebr 3, 7), y: «también el Espíritu Santo nos da testimonio de ello» (Hebr 10, 15). También aclama a los soldados de la justicia diciendo: «Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica» (Ef 6, 17-18). Y de nuevo: «No os embriaguéis de vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados» (5, 18-19). Y, por último: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros».

Se debe aceptar, pues, al Espiritu Santo

34. Por todo lo cual y por otras muchas cosas que no se han mencionado se recomienda vivamente que los hombres acepten la fuerza personal, santificadora y eficazmente activa del Espíritu Santo. Pues me faltaría tiempo para hablar, si quisiera continuar, de lo que queda por decir acerca del Espíritu Santo en las catorce epístolas de San Pablo, en las que él enseñó diversa, íntegra y piadosamente. Pero que se nos conceda el don de la fuerza del Espíritu Santo mismo para que se nos dispensen las cosas que hemos pasado por alto por escasez de tiempo y a vosotros, que estáis escuchando, se os conceda un conocimiento más completo de lo que falta. Quienes entre vosotros sean estudiosos, aprendan estas cosas mediante una más frecuente lectura de la Sagrada Escritura, aunque de las presentes catequesis y de lo que anteriormente tratamos han sacado una fe más firme «en un solo Dios Padre todopoderoso y en nuestro Señor Jesucristo, su Hijo unigénito; y en el Espíritu Santo Paráclito». Pero este término y la denominación «Espíritu» se adoptan muy frecuentemente en la Escritura —pues del Padre se dice: «Dios es espíritu», como está escrito en el evangelio de Juan (4, 24)— y también sobre el Hijo: «El Espíritu ante nuestro rostro, Cristo el Señor», como dice el profeta Jeremías (Lm 4, 20). Y acerca del Espíritu Santo: «Pero el Paráclito el Espíritu Santo» (Jn 14, 26), como se ha dicho. Por tanto, lo que se ha percibido piadosamente en la fe arrincone también el error de Sabelio(33). Pero volvamos ahora a lo que urge y a vosotros os es útil.

El sellará tu alma

Ten cuidado de que no te suceda que, a ejemplo de Simón, te acerques al bautismo con simulación, pero tu corazón no esté buscando la verdad. Nosotros debemos advertírtelo y tú debes precaverte. Dichoso tú, si te mantienes en la fe. Pero si por infidelidad caes, rechaza ya desde este día la infidelidad y revístete de firmes convicciones. Pues cuando se acerque el tiempo del bautismo y vayas a los obispos o a los presbíteros o a los diáconos (en todos los lugares se concede la gracia, tanto en los pueblos como en las ciudades, tanto por medio de incultos como de eruditos, por siervos y por libres, como quiera que no es gracia que viene de los hombres, sino que es un don concedido por Dios por medio de los hombres), tú acércate al que bautiza, pero no detengas tu mente en el aspecto del hombre al que ves, sino acuérdate del Espíritu Santo del que ahora hablamos. Pues él está dispuesto a sellar tu alma y te regalará una señal celestial y divina ante la que tiemblan los demonios, según está también escrito: «En él también vosotros, tras haber... creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa» (Ef 1, 13).

Acercarse con sinceridad para recibir la fuerza del Espíritu

36. Pero él prueba al alma y no arroja las piedras preciosas a los cerdos (Mt 7, 6). Si te acercas con fingimientos, los hombres ciertamente te bautizarán, pero no te bautizará el Espíritu. Pero si te acercas desde la fe, los hombres harán lo que corresponde a lo que se ve con los ojos y el Espíritu Santo concederá lo que no es exteriormente visible. En el espacio de una hora te acercas al examen o a la selección de un importante ejército. Pero si ese tiempo no lo aprovechas, te sobrevendrá un mal incorregible. Sin embargo, si te haces digno de la gracia, tu alma se iluminará y recibirás una luz que no tenías. Cogerás armas terribles para los demonios, de modo que, si no las pierdes, tendrás una señal en el alma y no se te acercará el demonio. Saldrá huyendo de horror, puesto que los demonios se arrojan con el Espíritu de Dios (Mt 12, 28).

37. Si crees, no sólo recibirás el perdón de los pecados, sino que también realizarás cosas superiores a las fuerzas humanas. Y ojalá seas digno también del don de profecía. En tanto recibirás la gracia en cuanto la puedas recibir y no en la medida en que yo digo. Pues puede ser que yo diga cosas pequeñas, pero tú las recibas mayores, pues grande es la fe para obtener cosas. Pero el Paráclito será para ti principalmente guardián y defensor. El Paráclito se preocupará de ti como de su propio soldado, de tus entradas y salidas (cf. Sal 121, 8) y de los que te acechan. Y te ha de dar los dones de toda clase de gracias, si no le contristas por el pecado. Pues está escrito: «No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención» (Ef 4, 30). ¿Y qué es, pues, queridos, cuidar la gracia? Estad preparados para acogerla y, una vez recibida, no la echéis a perder.

38. Y el mismo Dios de todas las cosas, que habló en el Espíritu Santo por los profetas; que lo envió a los apóstoles el día de Pentecostés en este lugar donde estamos, que os lo envíe también a vosotros y que asimismo por él nos proteja a nosotros, otorgándonos su bien a todos. De este modo, en todo tiempo produciremos los frutos del Espíritu Santo: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí (Gál 5, 22-23), en Cristo Jesús Señor nuestro. Por el cual y con el cual, juntamente con el Espíritu Santo, sea gloria al Padre ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

Ahora veamos al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo:

33 Pero éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. 34 Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.


26 Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.

2:27 Pero ustedes tienen el Espíritu Santo con el que Jesucristo los ha consagrado, y no necesitan que nadie les enseñe, porque el Espíritu que él les ha dado los instruye acerca de todas las cosas,z y sus enseñanzas son verdad y no mentira. Permanezcan unidos a Cristo, conforme a lo que el Espíritu les ha enseñado.

Dios Promete que nadie enseñará a nadie. El Hijo lo Promete y a su vez, y el Apóstol Juan confirma que ya está teniendo lugar, que ya somos GUIADOS POR EL ESPÍRITU. CONSUMADO ES. A TAL CUAL EL SEÑOR Y EN LA CRUZ DIJO.

Quien tenga ojos para ver, que vea. El Espíritu Santo consuela, instruye, enseña, recuerda... CONFORME A LA PROMESA DE DIOS PADRE.

Que Dios les bendiga.
 
Re: “bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo” (Mat. 28:1

Re: “bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo” (Mat. 28:1

21 Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad.

PARCIALIDAD

1. f. Unión de algunas personas que se confederan para un fin, separándose del común y formando cuerpo aparte.


Los TJ se separaron del común y formaron un cuerpo aparte allá por el 1800

2. f. Conjunto de muchas personas, que componen una familia o facción separada del común.

Los TJ componen una familia o facción SEPARADA del común.

3. f. Cada una de las agrupaciones en que se dividían o dividen los pueblos primitivos.


Los TJ se basan en las agrupaciones [o individuos] que se dividieron en los primeros siglos [o fueron declarados herejes], y a la vez están hoy separados del común de los cristianos [con doctrina totalmente contradictoria y acusadora].

4. f. Amistad, estrechez, familiaridad en el trato.

Los TJ dicen ser los únicos y verdaderos, y consideran a todos los demás errados. Tanto como que llegan a declarase los "restauradores" de aquello que ellos mismo provocaron: división del común cristiano [la restauración es reparar "algo" al estado que antes tenía, que no crear algo nuevo y sustitutivo]

5. f. Designio anticipado o prevención en favor o en contra de alguien o algo, que da como resultado la falta de neutralidad o insegura rectitud en el modo de juzgar o de proceder.

Los TJ están a favor de si mismos, y no paran una y otra vez de estar en contra de todo el común cristiano. Por ello, su doctrina da como resultado la falta de neutralidad en el modo de juzgar y proceder. Ya que se declaran los restauradores, con lo cual, niegan a la plenitud del Cuerpo de Cristo, los consideran a todos uno herejes, y por ello, omitien con plena parcialidad cada uno de los puntos que bien hemos visto y comentado.

Ahora bien, ¿por qué Pablo cita en aquí a los ángeles?... ello lo veremos en su debido momento. Pero como detalle de entrada. Son ellos, los ángeles, quienes han de venir y primeramente a recoger en manojos la cizaña (entendamos manojos por grupos que por su parcialidad doctrinal se separaron de la Iglesia y Cuerpo de Cristo)


Que Dios Padre y Jesucristo el Señor les den debida luz y entendimiento.
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

L HIJO UNIGÉNITO DE DIOS


Sobre las palabras (del Símbolo): «Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre, Dios verdadero antes de todos los siglos, por quien todo fue hecho». Se parte de Hebr 1,1 ss: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo...»(1).




9. Al ser, pues, el verdadero Dios Padre, engendró un Hijo, Dios verdadero, semejante a él.


Al cual sea la gloria, el honor y el poder, con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.


En verdad decirle que respecto a su contestación me gustaría dejarle mi opi-

nión y algún texto bíblico. Reduzco su respuesta en lo que considero el punto

9 que dice que el Hijo sea Dios verdadero por cuanto en Jn 17:3 habla de 2

personas y que el Verdadero es el Padre.

También en Jn 14:28 - palabras textuales de nuestro Señor Jesús - él no dice

que sea en todo semejante a Jehová. Sí en otros lugares lo llaman el Testigo

Fiel y Verdadero. Tb el Amén. Tb la imagen de Dios ( claro- ¿ No es su Padre

-<Abba> - ) ... pero el Padre es Mayor y no puede morir ( Habacuc 1:12 ).


Para que vea que he sido breve y le he contestado con la Biblia.
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

En verdad decirle que respecto a su contestación me gustaría dejarle mi opi-

nión y algún texto bíblico. Reduzco su respuesta en lo que considero el punto

9 que dice que el Hijo sea Dios verdadero por cuanto en Jn 17:3 habla de 2

personas y que el Verdadero es el Padre.

También en Jn 14:28 - palabras textuales de nuestro Señor Jesús - él no dice

que sea en todo semejante a Jehová. Sí en otros lugares lo llaman el Testigo

Fiel y Verdadero. Tb el Amén. Tb la imagen de Dios ( claro- ¿ No es su Padre

-<Abba> - ) ... pero el Padre es Mayor y no puede morir ( Habacuc 1:12 ).


Para que vea que he sido breve y le he contestado con la Biblia.

Y me parece muy bien, ahora le quedan toda la plenitud de esta catequesis y XXIII más que forman el total. Una vez leidas todas, entonces y solo entonces podrá sacar una correcta, debida y complenta apreciación. Que no antes. Un saludo.
 
Re: Una prueba definitiva e que el espíritu santo no es una persona...

Re: Una prueba definitiva e que el espíritu santo no es una persona...

Miren si es manipulador y falso, que pretende hacer ver que aquí se habla del Espíritu Santo ¿DONDE ESTÁ INDICADO?... manipulador. Solo Satanás pretende hacer ver lo que no está.

Apolos, no tienes ya coherencia en nada, ningún sentido tienen tus palabras.


Lo siento Sr. Raul pero le doy la razón a Apolos dado que si no lo sabe el Hijo

y ese texto no dice nada del Espiritu como Persona- que al no mencionarlo

de ser Persona- tampoco lo sabría tal fecha .... SOLO EL PADRE.


:dormido2: ... y hasta usted contesta luego con 35 o 36 puntos que es

para quedarse dormido entre tanta filosofía mezclada con textos bíblicos

que usted explica su opinión ....


a los demás nos interesa no la opinión de nadie sino lo que REALMENTE dice

la Biblia.

' En el nombre del Padre , del Hijo, y del Espiritu Santo' ....

..... Yahvéh, Jesucristo, ..... y ¿? qué nombre le ponemos.

La espada del Espiritu es la Biblia.
Si la utilizamos para pelearnos los que nos llamamos cristianos y no para

refutar doctrinas de hombres y enseñar a los demás... entonces el cristianis-

mo lo veo más derribado que las torres gemelas. Que ocurrirá. Ya lo verá

usted.
 
Re: Una prueba definitiva e que el espíritu santo no es una persona...

Re: Una prueba definitiva e que el espíritu santo no es una persona...

Lo siento Sr. Raul pero le doy la razón a Apolos dado que si no lo sabe el Hijo

y ese texto no dice nada del Espiritu como Persona- que al no mencionarlo

Mira Satanás, bien sabes que el Espíritu Santo es Dios mismo. Por lo tanto, nadie puede dividir el Ser de Dios, PUES DIOS ES ESPÍRITU, SANTO, SANTO, SANTO... no me seas blasfemo. DIOS ES ESPÍRITU, SANTO, SANTO, SANTO. ¿Te quedó claro Satanás?.

Magdaleno, que Dios tenga misericordia de ti.
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

Es que si estaba, el que no lo puede ver ere tu.

A veces pienso que todo lo que los TJ dicen sobre el Espiritu Santo es blasfemia contra el Espiritu Santo, pues niegan su poder y divinidad.

Hermanos foristas, despues de tanta herejia que hemos visto en este epigrafe adoremos al Espiritu Santo, invoquemos su Santa Presencia para que quite velos en los lectores que dudan por causa de dicha herejía.


Herejía es lo no bíblico y lo siento pero Jn 4:23,24 ahí no dice que se adore

al Espiritu Santo como persona sino ... SOLO al PADRE.

La oración en el Monte se llama PADRE NUESTRO.

No pueden tener Espiritu Santo las religiones que sus fieles van a las guerras

de Irak u otras, cuyos pastores o sacerdotes se mezclan en la política y ni

mucho menos los que enseñan doctrinas falsas como el infierno de llamas,

la trinidad, la inmortalidad del alma y las que adoran a Jesús o María y ni

los que adoran cruces ni imágenes ... todo no se enseña eso ni en el AT ni

en el Evangelio ni en Apocalipsis ni lo enseñaron los primeros cristianos...

.... si es que en verdad creen HUYAN DE BABILONIA !!

porque si se pusiera otro templo que Dios lo aprobase en Jerusalem ...

... no se crean que se adoraría como ustedes lo hacen ( eso ya lo hacían

las 10 tribus de Israel en Samaria )... sino como adoraba David, como adora-

ba Salomon, y como adoraba José y María y Jesucristo.

Atte. 1 cristiano verdadero. Porque la Biblia es verdadera.
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

Niegan al Hijo, y quieren tener al Padre, niegan el Espíritu y quiren tener comunión con Dios. Derechitos al abismo se van y tan siquiera se dan cuenta.