Y volvemos a los primeros siglos, a la espera que nos traigan mejores argumentos tanto bíblicos como históricos:
UN SOLO SEÑOR JESUCRISTO
Sobre aquello de «Y en un solo Señor Jesucristo». Se parte del pasaje de 1 Co 8,5-6: «Pues aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y de señores, para nosotros no hay más que un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros»(1).
El Hijo, puerta para llegar al Padre
1. Aquellos a quienes se ha enseñado a creer en «un solo Dios, Padre todopoderoso», deben creer también en el Hijo unigénito. Pues «todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre» (I Jn 2, 33). «Yo soy la puerta» (Jn 10, 9), dice Jesús. «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6). Si niegas la puerta, te permanecerá cerrado el conocimiento que lleva al Padre. «Nadie conoce bien al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt I 1, 27b). Pues si niegas a aquel que revela, permanecerás en la ignorancia. Dice una sentencia en los Evangelios: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él» (Jn 3, 36). El Padre se indigna cuando el Hijo unigénito es privado de su honor. Un rey considera grave que alguien insulte a un simple soldado. Por tanto, si se trata indecorosamente a alguien de las personas más honorables, compañeros o amigos, más se enciende la propia cólera. Y si alguien injuria al Hijo único del Rey, ¿quién aplacará y suavizará al Padre del Hijo unigénito de tal modo conmovido?
Es en el Hijo en quien se cumplen los designios de Dios
2. Si alguien, por consiguiente, quiere ser piadoso para con Dios, adore al Hijo; de otro modo, el Padre no admitirá su culto. El Padre exclamó desde el cielo diciendo: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3, 17). En el Hijo se complugo el Padre. Si tú no encuentras también en él tu complacencia, no tendrás la vida. No te dejes arrastrar por los judíos, que mala y astutamente dicen, sí, que hay un solo Dios. Pero, junto a este reconocimiento de que sólo hay un Dios, reconoce a la vez que existe un Hijo único de Dios. No he sido yo el primero en decir esto, sino que acerca de la persona del Hijo dice el salmista: «Voy a anunciar el decreto de Yahvé: El me ha dicho: "Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy"» (Sal 2, 7)(2). No atiendas, pues, a lo que dicen los judíos, sino a lo que hablan los profetas. ¿Te asombras de que desprecien las voces de los profetas cuando ellos mismos los lapidaron y entregaron a la muerte?
Diversas denominaciones de Cristo en la Escritura
3. Tú cree «en un solo Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios». Decimos «un solo Señor Jesucristo», porque es una filiación única; decimos «único», para que su actividad múltiple, que se expresa mediante nombres diversos, no te lleve a hablar impíamente de hijos diversos. Se le llama «puerta» (Jn 10, 7), pero no pienses, por esta denominación, que se trata de una puerta de madera, sino racional, viva y que se da cuenta de quiénes pasan. Se le llama «camino» (Jn 14, 6), pero no porque sea pisado por los pies, sino porque conduce hasta el Padre. Se le llama «oveja», pero no desprovista de razón, sino que por su preciosa sangre limpia al mundo de sus pecados: es llevada ante el esquilador y sabe cuándo conviene guardar silencio (cf. Hech 8, 32; vid. Is 53, 7-8). Pero esta misma oveja cambia a la vez su nombre por el de pastor cuando dice: «Yo soy el buen pastor» (Jn10, 11)(3). Es oveja por su humana naturaleza, pero es pastor por el amor a los hombres que muestra su divinidad. Pero, ¿quieres saber cómo nos referimos a ovejas racionales? Dice el Salvador a los apóstoles: «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos» (Mt 10, 16). También se le llama «león» (cf. Gén 49, 9)(4), pero no porque sea devorador de hombres, sino que con tal denominación se muestra la dignidad regia de la propia naturaleza y su propio vigor en el que puede confiar. Se le llama también león en oposición al «adversario, el Diablo», que «ronda como león rugiente, buscando a quién devorar» (I Pe 5, 8). Pues viene el Salvador, no mudando su mansedumbre natural, sino como el poderoso león de la tribu de Judá (cf. Apoc 5, 5), trayendo la salvación a los que creen y aplastando al adversario. Se le llama «piedra», no inanimada ni tampoco extraída con manos humanas (cf. Dan 2, 34), sino «piedra angular» (cf. Sal 118, 225; cf. Mt 21, 42 par)(5), en la que quien crea no será confundido (cf. Is 28, 16).
Más denominaciones de Cristo
4. Se le llama «Cristo»(6), aunque no ha sido consagrado por manos humanas, sino ungido por el Padre para un sacerdocio eterno superior a las cosas de los hombres (cf. Hech 4,27). Se le cuenta entre los que han muerto, pero sin permanecer entre los muertos(7), como todos los demás en el Hades (cf. Hech 2, 31), sino el único libre entre los que murieron. Se le llama «Hijo del hombre» (Mt 16, 13); no como cada uno de nosotros, que hemos tenido nuestro nacimiento en esta tierra, sino como quien ha de venir sobre las nubes a juzgar a los vivos y a los muertos (Mt 24, 30)(8). Se le llama «Señor», no de manera abusiva, como a los «señores» que hay entre los hombres, sino como quien tiene un poder natural y eterno(9). Se le llama «Jesús» con nombre apropiado(10), que hace referencia a su labor como médico(11). Se le proclama «Hijo»(12), que no ha llegado a serlo por adopción, sino que por naturaleza ha sido engendrado Son muchas realmente las denominaciones de nuestro Salvador. Pero que esta multitud de nombres no te haga pensar en una multitud de hijos. Y que no pienses, a causa de los errores de los herejes, que dicen que uno es el Cristo, pero otro es Jesús, y otra es la puerta, y así sucesivamente. Frente a todo ello te previene la recta fe: en un solo Señor Jesucristo. Aunque las distintas denominaciones sean muchas, bajo ellas es una única realidad lo que se entiende.
Jesucristo, Salvador y Señor
5. El actúa como Salvador diversamente según las circunstancias de cada uno. Para quienes necesitan de la alegría, él es la viña (cf. Jn 15, 1). Para quienes tienen necesidad de entrar, él es la puerta (Jn 10, 7). Para quienes tienen que presentar sus súplicas, ha sido constituido «único mediador» ( 1 Tim 2, 5) y «Sumo Sacerdote» (Hebr 7, 26). Pero, a su vez, se convierte en oveja en favor de los pecadores para ser sacrificado en su lugar (Is 53, 6-7). Se hace todo para todos permaneciendo él lo que es según su naturaleza. Pues permaneciendo así y detentando una dignidad de hijo que no está sujeta a mutación alguna, desciende hasta nuestras debilidades como médico excelente y maestro bondadoso. Y esto siendo en verdad el Señor, que no ha adquirido el señorío para provecho propio, sino que posee por naturaleza la dignidad de ese señorío(13). No es llamado abusivamente «Señor» nuestro, sino que verdaderamente lo es: cuando por voluntad del Padre domina sobre las propias criaturas. Nosotros ejercemos un derecho de dominio sobre hombres iguales a nosotros en honor y que están sujetos a las mismas debilidades: a menudo mandamos sobre quienes nos sobrepasan en edad y no es raro que un joven gobierne sobre criados más viejos. Pero en nuestro Señor Jesucristo no existe tal tipo de dominio. Pues en primer lugar es Hacedor y, después, Señor: en primer lugar ha hecho la voluntad del Padre, y es después cuando domina sobre las cosas que ha hecho.
Cristo, siempre en unión con el Padre
6. «Cristo Señor»(14) es aquel que «nació en la ciudad de David»(15). ¿Y quieres saber que Cristo el Señor está con el Padre ya antes de hacerse hombre(16), de modo que lo que se dice no lo aceptes sólo por la fe, sino que tengas también una prueba desde el Antiguo Testamento? Busca el primero de los libros, el Génesis, donde dice Dios: «Hagamos al ser humano», no dice a mi imagen, sino «a nuestra imagen» (Gén 1, 26). Y después de que Adán fue hecho, dice: «Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya» (1, 27). No restringió, pues, la dignidad divina a sólo el Padre, sino que también se refirió conjuntamente al Hijo, declarando así que el hombre no es simplemente obra de Dios, sino también de nuestro Señor Jesucristo, que también es verdadero Dios. Este mismo es el Señor, que coopera con el Padre, como lo hizo también en el asunto de Sodoma, según lo dicho por la Escritura: «Entonces Yahvé hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte de Yahvé»(17). Y en otra ocasión, se mostró a Moisés en cuanto éste fue capaz de verlo (cf. Ex 3, 2-6; 33, 18-20; 34, 5-6). Pues el Señor es benigno y siempre desciende indulgentemente a nuestras debilidades.