Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?
Vamos a seguir leyendo a
Cirilo de Jerusalen (315-385), y vamos a ir conociendo y en verdad quien es el Hijo de Dios, y hasta que punto están siendo contrarios, los TJ, a los primeros siglos de la Iglesia...
ATEQUESIS VII: DIOS PADRE
El Dios vivo del Evangelio
6. Adoramos así, pues, al Padre de Cristo, hacedor del cielo y de la tierra, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, en cuyo honor fue construido primeramente aquel templo y ahora este, situado en la parte opuesta(10). No nos apoyaremos(11) en los herejes que separan totalmente el Antiguo Testamento del Nuevo, sino que escucharemos a Cristo cuando dice en el templo: «¿No sabíais que yo debía estar en las cosas que miran al servicio de mi Padre?» (Lc 2, 49) o lo de «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado». Con estas palabras declaró de modo muy evidente que aquel templo de Jerusalén era la casa de su Padre. Pero si alguien, ante los que no creen, desea ávidamente recibir más pruebas de que el Padre de Cristo es el mismo que el creador del mundo, oigale de nuevo a él diciendo: «¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre, que está en el cielo» (Mt 10, 29); y: «Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta» (Mt 6, 26), o aquello otro: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo» (Jn 5, 17).
Por su bondad nos ha hecho Dios hijos suyos como adoptivos
7. Pero para que nadie por simpleza o por astuta maldad atribuya a Cristo la misma dignidad que a otros hombres justos, por lo que él mismo dice: «Subo a mi Padre y vuestro Padre» (Jn 20, 17), será bueno prevenirle de que un mismo nombre de «Padre» tiene distintos significados. Dándose cuenta de lo cual, dijo con cautela: «Voy a mi Padre y a vuestro Padre». Y no dijo «a nuestro Padre», sino que hizo la distinción anterior, señalando primeramente lo que es propio suyo, «a mi Padre», que lo era por naturaleza. Y entonces añadió «y vuestro Padre», que lo era por adopción(12). Pues aunque nos concedió, especialmente en las súplicas, decir; «Padre nuestro, que estás en los cielos» (Mt 6, 9 par.), le llamamos así por benignidad suya, pues no le llamamos Padre porque hayamos sido engendrados por él de modo natural en el cielo, sino que, trasladados de la esclavitud a la adopción, nos ha sido concedido con bondad inefable por gracia del Padre, por el Hijo y el Espíritu Santo.
8. Pero quien quiera llegar a saber por qué llamamos «Padre» a Dios oiga al gran pedagogo que es Moisés, que dice: «¿No es él tu padre, el que te creó, el que te hizo y te fundó?» (Dt 32)(13); y al profeta Isaías: «Pues bien, Yahvé, tú eres nuestro Padre; nosotros la arcilla, y tú nuestro alfarero, la hechura de tus manos todos nosotros» (Is 64, 7). El don del profeta explicó con toda claridad (o la gracia, hablando por el profeta) que, si le llamamos Padre, es por gracia y adopción de Dios.
9. Y para que sepas con más cuidado que no sólo se llama «padre» en las Escrituras al que lo es por naturaleza, escucha a Pablo: «Pues aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús» (I Cor 4, 15). No porque les hubiese engendrado según la carne, sino porque los había instruido y los había regenerado por el Espíritu. Por eso era Pablo padre de los corintios. Oye también a Job cuando dice: «Era el padre de los pobres» (29, 16), llamándose a sí mismo padre, no porque hubiese engendrado a todos, sino porque los había tomado a su cuidado. Que también el Hijo unigénito de Dios, cuando fue clavado en la cruz según la carne, viendo a María, madre de su propia carne, y a Juan, el predilecto de sus discípulos, le dijo a éste: «Ahí tienes a tu madre»; y a María: «Ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 26-27), hacia el que ella en lo sucesivo había de mostrar su caridad. Con las cuales palabras se vio claro indirectamente lo dicho por Lucas: «Su padre y su madre estaban admirados» (Lc 2, 33). De tales palabras se apoderan los herejes cuando enseñan que él nació de un hombre y una mujer. Igualmente María es llamada madre de Juan por la caridad(14), no porque lo hubiese engendrado. Así también José es llamado padre de Cristo, y no por razón de generación (pues «no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo» (Mt 1, 25), sino por el cuidado puesto en alimentarlo y educarlo.
Más explicaciones de la paternidad de Dios hacia los hombres
10. Esto, por consiguiente, se os ha dicho a vosotros de paso como advertencia. Pero añadamos también otro testimonio para mostrar que Dios es llamado en sentido amplio padre de los hombres. Pues en Isaías se dice refiriéndose a Dios: «Porque tú eres nuestro Padre, que Abraham no nos conoce, ni Israel nos recuerda» (Is 63, 15)(15) ¿Puede aducirse todavía algo más? Cuando dice el salmo: «Padre de los huérfanos y tutor de las viudas es Dios en su santa morada» (68, 60). ¿Acaso no es a todos manifiesto que, cuando a Dios se le llama padre de los huérfanos, si éstos perdieron poco antes a sus padres, no es porque Dios los haya engendrado, sino porque toma a su cargo el cuidado y la defensa de los mismos? De los hombres, por consiguiente, como queda dicho, es padre sólo en un sentido amplio. Pues Dios es, por naturaleza, sólo padre de los hombres, aunque de Cristo lo es antes de los tiempos, como él mismo dice: «Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado, antes que el mundo existiese» (Jn 17, 5).
11. Creemos, pues en un solo Dios Padre, irrastreable e indescriptible. A él no lo ha visto hombre alguno; sólo «el Hijo único lo ha contado» (Jn 1, 18), pues «aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre» (Jn 6, 46). Los ángeles en el cielo ven continuamente su rostro (cf. Mt 18, 10), cada uno según la medida de su propio orden y lugar. Pero la pura visión del esplendor del Padre está propiamente y de modo real reservada al Hijo juntamente con el Espíritu Santo.
12. Pero al llegar a este punto de nuestro discurso, estimulado por el recuerdo de lo que poco antes decía de que a Dios se le llama Padre de los hombres, me sorprende en gran medida la ingratitud de los hombres, pues, en su inefable bondad, Dios ha querido ser llamado padre de los hombres: quien está en los cielos, padre de los que habitan en el mundo; el autor de los siglos, padre de los que viven en el tiempo; el que «abarcó con su palmo la dimensión de los cielos» (Is 40, 12) es padre de los que habitan la tierra como saltamontes (cf. Is 40, 22). Pero el hombre, abandonando a su padre del cielo, ha dicho al leño: «Tú eres mi padre», y a la piedra: «Tú me has engendrado». Y por lo tanto, según me parece, es a la naturaleza humana a la que habla el salmo: «Olvida a tu pueblo y la casa de tu padre» (Sal 45, 11), el padre a quien elegiste y a quien hiciste llamar para tu perdición [...]
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Que el Dios y Padre de Jesucristo nuestro Señor les de plena luz y entendimiento.