EL CULTO A LAS IMÁGENES
1. Prohibición del culto a las imágenes en la Biblia
Es bien conocido el hecho de que en el Antiguo Testamento se prohíbe que los israelitas se hagan imágenes y que les rindan culto (Exodo 20:4-5; Deuteronomio 5:8-9). Los profetas, en particular Isaías y Jeremías, ridiculizan el culto a las imágenes idolátricas: Isaías 44: 9-20; Jeremías 10: 1-16. El episodio del becerro de oro (Exodo 32), como los de Jeroboam (1 Reyes 12: 26-33) ilustran las consecuencias de la transgresión. Cabe subrayar que lo que se prohíbe de manera absoluta es que el hombre se haga imágenes por su propia iniciativa con el objeto de rendirles culto. Por tanto, no está prohibida para los cristianos la hechura de imágenes con fines didácticos, recordatorios u otros diferentes del culto. La mayoría de los cristianos toma fotografías de los seres queridos y admite la erección de monumentos públicos y esculturas. Empleamos imágenes para enseñar a nuestros niños y vemos películas y videos donde Jesús y los Apóstoles son representados. Aunque el judaísmo tardío entendió la prohibición de las imágenes de manera absoluta, tal actitud no está justificada por los datos bíblicos. En efecto, Dios mismo mandó hacer imágenes bordadas, talladas y esculpidas para el tabernáculo, como también la serpiente de bronce (Números 21:9) que según Jesús enseñó era un tipo de su muerte redentora (Juan 3:14). Lo que evidentemente estaba proscripto era rendir culto a las imágenes, como lo demuestra la aprobación divina ante la destrucción de la serpiente de bronce cuando ella se tornó en un objeto de culto para los israelitas (2 Reyes 18:4).
2. El uso de imágenes en la Iglesia subapostólica
Los primeros cristianos dejaron testimonios de su fe por medio de las imágenes que hasta hoy se conservan en las catacumbas. Sus representaciones, mayormente pictóricas, incluían episodios de la Biblia, símbolos como el pez (griego YCHTHYS, acrónimo de Iesous Christos , Theou Hyious, Soter = Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador), y del Buen Pastor. Sin embargo, no existe evidencia de que existiese ningún tipo de culto hacia tales imágenes recordatorias. Adrian Fortescue escribe en la Catholic Encyclopedia: "Diferente de la admisión de imágenes es la cuestión del modo en que eran tratadas. ¿Qué signo de reverencia daban los primeros cristianos a las imágenes de sus catacumbas, si es que daban alguno? Para el primer período no tenemos información. Hay tan pocas referencias en absoluto a las imágenes en la literatura cristiana más primitiva que difícilmente hubiésemos sospechado su ubicua presencia si no estuviesen realmente allí en las catacumbas como el argumento más convincente. Pero estas pinturas de las catacumbas no nos dicen cómo eran tratadas. Podemos dar por sentado, por una parte, que los primeros cristianos entendían perfectamente que las pinturas no tenían parte alguna en la adoración debida sólo a Dios. Su monoteísmo, su insistencia en el hecho de que servían solamente al todopoderoso e invisible Dios, su horror ante la idolatría de sus vecinos, la tortura y muerte que sufrían los mártires antes de derramar una pizca de incienso ante la estatua del numen del emperador son suficientes para convencernos de que no estaban disponiendo filas de ídolos propios. Por otra parte, el lugar de honor que le dan a sus símbolos y pinturas, el cuidado con el que decoran, indica que trataban a las representaciones de sus creencias más sagradas con al menos una decente reverencia. Es a partir de esta reverencia que toda la tradición de venerar las imágenes sagradas se desarrolló gradual y naturalmente." (s.v. Images, Veneration of . En The Catholic Encyclopedia , Volume VII, 1910; negritas añadidas) Tal vez las escasas alusiones a las imágenes no nos proporcione información de cómo eran tratadas, pero este mismo hecho testimonia que su papel en la vida cristiana era modesto, y en modo alguno tenía la importancia indebida que adquirió luego.
3. Los Padres de los primeros siglos condenan la veneración de imágenes
De hecho, diversos escritores cristianos primitivos (siglos II y III) fueron explícitos acerca de la prohibición de imágenes en el culto, ya que veían claramente el peligro de idolatría que esto suponía. El autor católico citado, Fortescue, reconoce que ellos no sólo denunciaron la adoración, sino incluso la manufactura y posesión de las tales imágenes, y menciona a Atenágoras en su "Legación a favor de los cristianos", Teófilo en su "Carta a Autólico", Minucio Félix en su "Octavio", Arnobio en "Contra los Gentiles", Tertuliano en "Sobre la Idolatría" y Cipriano en "La vanidad de los ídolos." A esto podríamos agregar el testimonio de Orígenes (m. 254): "Son los más ignorantes quienes no se avergüenzan de dirigirse a objetos sin vida ... y aunque algunos pueden decir que estos objetos no son sus dioses sino tan sólo imitaciones de ellos y símbolos, sin embargo se necesita ser ignorante y esclavo para suponer que las manos viles de unos artesanos puedan modelar la semejanza de la Divinidad; os aseguramos que el más bajo de los nuestros se ve libre de tamaña ignorancia y falta de discernimiento." (Contra Celso, 6:14; negritas añadidas). Javier Gonzaga narra la siguiente ilustrativa anécdota: "Cuando los soldados de Diocleciano [emperador que lanzó la última gran persecución contra los cristianos] irrumpieron en una iglesia en Nicomedia [en] el año 297 mostraron su ignorancia total del cristianismo al sorprenderse de no encontrar ninguna representación de lo que los cristianos adoraban allí. Esto era precisamente lo que diferenciaba a una iglesia cristiana de un templo pagano." (Concilios. Grand Rapids: International Publications, 1965; 1: 237). Por la misma época del acontecimiento recién narrado, Lactancio (240-320) escribió: "Es indubitable que en donde quiera que hay una imagen no hay religión. Porque si la religión consiste de cosas divinas, y no hay nada divino más que en las cosas celestiales, se sigue que las imágenes se hallan fuera de la esfera de la religión, porque no puede haber nada de celestial en lo que se hace de la tierra ... no hay religión en las imágenes, sino una simple imitación de religión." (Instituciones Divinas 2:19; negritas añadidas). En 305 ó 306 un concilio reunido en Elvira, cerca de la actual Granada, estableció en su canon 36: "Ordenamos que no haya pinturas en la Iglesia, de modo que aquello que es objeto de nuestra adoración no será pintado en las paredes." En el pasado, apologistas católicos como Baronio y Bellarmino cuestionaron este sínodo español, pero su ortodoxia es hoy generalmente admitida. Eusebio de Cesarea habla de una estatua de Cristo existente en Paneas que tuvo ocasión de ver, y comenta: "Y no es extraño que hagan esto aquellos paganos de otro tiempo que recibieron algún beneficio de nuestro Salvador, cuando hemos indagado que se conservaban pintadas en cuadros las imágenes de sus apóstoles Pablo y Pedro, e incluso del mismo Cristo, cosa natural, pues los antiguos tenían por costumbre honrarlos de este modo, sin miramiento, como a salvadores, según el uso pagano vigente entre ellos." (Historia Eclesiástica 7,18:4; negritas añadidas). Asimismo Epifanio (315-403), obispo de Salamina en Chipre, quien era un acérrimo enemigo de las enseñanzas de Orígenes, concuerda con éste contra las imágenes, según una carta a Juan, obispo de Jerusalén , conservada por Jerónimo. Epifanio fue a una iglesia de Palestina a orar y, según dice: "hallé allí una cortina colgada en las puertas de la citada iglesia, teñida y bordada. Tenía una imagen de Cristo o de uno de los santos; no recuerdo precisamente de quién era la imagen. Viendo esto, y oponiéndome a que la imagen de un hombre fuese colgada en la iglesia de Cristo, contrariamente a la enseñanza de las Escrituras, la desgarré ..." Epifanio aconseja además a Juan que instruya a los responsables para que no se cuelguen cortinados de esa clase en ninguna Iglesia de Cristo, "opuestos como están a nuestra religión" , y continúa: "Un hombre de tu rectitud debiera ser cuidadoso en quitar una ocasión de ofensa, indigna por igual de la Iglesia de Cristo como de aquellos cristianos que están confiados a tu cargo." (Jerónimo, Epist. 51:9; negritas añadidas). En uno de sus escritos contra los maniqueos, Agustín de Hipona admite que algunos adoran imágenes, pero no reconoce a los tales como a verdaderos cristianos: "No reúnas contra mí a los profesantes del nombre cristiano, quienes ni conocen ni dan evidencia del poder de su profesión... Sé que hay muchos adoradores de tumbas y de pinturas ... Ni es sorprendente que entre tantas multitudes [de cristianos] hayas de encontrar algunos por la condenación de cuya vida puedas engañar a los incautos y seducirlos [para sacarlos] de la seguridad católica." (De Moribus Eccl. Cath., 34:75). El obispo de Hipona, como Orígenes antes que él, refutó de antemano el argumento de Santo Tomás acerca de que no se le rinde culto a la imagen, sino a lo que representa: "¡Avergüéncense todos los que sirven a una escultura, los que se glorían en los ídolos! Pero avanza uno que se cree docto y dice: 'Yo no adoro a una piedra ni esta imagen que no tiene sentimientos; porque no es posible que vuestros profetas hayan imaginado que tenían ojos y no veían, y que yo sea ignorante hasta el punto de no saber que la imagen no tiene alma y no ve por sus ojos y no oye por sus oídos. Yo no adoro esto; sino que me inclino ante esto que veo y sirvo a aquel a quien no veo', '¿quién es éste?'. 'Algún poder invisible -se nos dice- que radica en esta imagen.' Mediante esta clase de explicación acerca de sus imágenes, piensan que son muy listos y que en modo alguno se les puede contar entre los adoradores de ídolos ." (Sobre Salmos 96, 2; negritas añadidas). De este modo, la enseñanza unánime de los Padres de los primeros siglos, la cual la Iglesia de Roma se precia de respetar y venerar, es radicalmente adversa al uso de imágenes en el culto. Adicionalmente, como notó Agustín, tampoco los paganos, salvo los muy incultos, tomaban a las imágenes como algo más que representaciones; pero son precisamente tales representaciones lo que los escritores cristianos antiguos prohíben como contrarias a las Escrituras y por tanto opuestas al cristianismo.
4. Rechazo del culto a las imágenes por un obispo de Roma
A partir del siglo IV y sobre todo del V, luego de que el cristianismo devino la religión oficial del Imperio y de que vastas multitudes de paganos incultos ingresasen a la iglesia, el empleo de imágenes comenzó a generalizarse. La razón invocada fue que las imágenes eran los libros de los analfabetos, y que eran necesarias para la enseñanza. A fines del siglo VI el papa Gregorio Magno censuraba al obispo de Marsella, Sereno, por haber destruido las imágenes de las iglesias de su diócesis: "Hemos sabido, hermano, que habiendo observado a algunas personas adorando imágenes, habéis destruido y arrojado esas imágenes de las iglesias. Os alabamos por haberos mostrado celoso ya que nada hecho de manos debe ser adorado , pero somos de la opinión que no debíais haber roto estas imágenes. La razón por la que se usan las representaciones en las iglesias es la de que aquellos que son iletrados puedan leer en las paredes lo que no pueden leer en los libros. Por tanto, hermano, debíais haberlas conservado, prohibiendo al mismo tiempo al pueblo que las adorase ." (Epístola 7,2:3). En una epístola posterior a Sereno escrita en 600, Gregorio Magno reitera su posición; "tomad todas las medidas para evitar la adoración de las imágenes" (Epístola 9,4:9). He aquí un destacadísimo obispo de Roma que, a fines del siglo VI y principios del VII, desconoce todo culto lícito a las imágenes y las considera exclusivamente de valor didáctico. Como en la época de Gregorio aún no se había inventado la artificial distinción entre el culto de latría y el de dulía, es obvio que él se refiere a todo tipo de culto. Ludwig Ott escribe, tratando de atenuar la fuerza de las enseñanzas de los Padres primitivos: "Por efecto de esa prohibición existente en el Antiguo Testamento, vemos que el culto a las imágenes solamente se forma una vez que el paganismo gentílico está totalmente vencido...." (Manual de Teología Dogmática, Ed. Rev. Barcelona: Herder, 1969, p. 480).
5. Desarrollo tardío del culto a las imágenes por influencia pagana
El tiempo mostraría que el paganismo distaba de estar vencido y que el temor de Sereno de Marsella era muy fundado. Se descuidó la catequesis y la predicación, y pronto proliferó el culto a las reliquias e imágenes, de puro linaje pagano. Ott admite: "Primitivamente, las imágenes no tenían otra finalidad que la de instruir: La veneración a las mismas (por medio de ósculos, reverencias, cirios encendidos, incensaciones) se desarrolló principalmente en la iglesia griega desde los siglos V al VII" (l.c., negritas añadidas). Es decir que, como lo reconoce este autor católico, no se trata de una práctica trazable a los apóstoles, y ni siquiera a la Iglesia de los primeros siglos. Tal verdad, es decir que el culto a las imágenes es una costumbre tardía, de raigambre pagana y carente de base doctrinal, es reafirmada por Fortescue, en el artículo de la Catholic Encyclopedia ya citado: "El desarrollo fue entonces un asunto de moda general más que de principio. Para el cristiano bizantino de los siglos V y VI las postraciones, besos e incienso eran las formas naturales de mostrar honor a cualquiera; él estaba habituado a tales cosas, aún aplicadas a sus superiores civiles y sociales; estaba acostumbrado a tratar a los símbolos del mismo modo, dándoles el honor relativo que era obviamente en realidad dirigido a sus prototipos. Y así llevó sus hábitos normales a la iglesia. La tradición, el instinto conservador que en asuntos eclesiásticos insiste siempre en la costumbre, gradualmente hizo estereotipos de tales prácticas hasta que se inscribieron como rúbricas y se hicieron parte del ritual... Al mismo tiempo uno debe reconocer que justo antes del surgimiento del iconoclasmo [reacción violenta contra las imágenes] las cosas habían ido muy lejos en la dirección de la adoración de las imágenes. Aunque es inconcebible que nadie, excepto quizás el más estúpido campesino, pudiese haber pensado que una imagen podía oír las oraciones o hacer nada por nosotros. Y sin embargo, la forma en que algunos trataban a sus íconos sagrados indica más que el honor meramente relativo que se les enseña a los católicos a observar hacia éstos. En primer lugar, las imágenes se habían multiplicado enormemente en todas partes, las paredes de las iglesias estaban cubiertas por dentro de piso a techo con íconos, escenas de la Biblia [y] grupos alegóricos (un ejemplo de esto es Santa María Antigua, construida en el siglo VII en el foro romano, con su disposición sistemática de pinturas que recubren toda la iglesia). Los íconos, especialmente en el Oriente, eran llevados como protección en los viajes, marchaban a la cabeza de los ejércitos, y presidían las carreras en el hipódromo; colgaban en un lugar de honor en cada habitación, sobre cada comercio; cubrían copas, vestimentas, muebles, anillos; dondequiera que se encontrase un espacio, era llenado con un cuadro de Cristo, nuestra Señora, o un santo. Es difícil entender lo que aquellos cristianos bizantinos de los siglos VII y VIII pensaban acerca de ellos. El ícono parece haber sido en cierto modo el canal a través del cual se aproximaban al santo; tiene un valor sacramental ... en aquellos que lo miraban; por y a través del ícono Dios obraba milagros; el ícono hasta parece haber tenido una especie de personalidad propia en la medida en que ciertas imágenes eran especialmente eficaces para [obtener] ciertas gracias. Los íconos eran coronados con guirnaldas, se les quemaba incienso, eran besados. Delante de ellos ardían lámparas y se cantaban himnos en su honor. Los enfermos eran puestos en contacto con ellos, eran atravesados en el camino de un fuego o una inundación para detenerlos por una especie de magia. En muchas oraciones de este tiempo la inferencia natural de las palabras sería que se dirigían a la imagen misma." "Si tanta reverencia se le brindaba a las imágenes ordinarias "hechas con las manos", cuánta más se le daba a las milagrosas "no hechas con manos" (eikones acheiropoietai). De éstas habían muchas que habían descendido milagrosamente del cielo o -como la más famosa de todas en Edesa-habían sido producidas por nuestro mismo Señor por la impresión de su rostro en una tela (la historia del retrato de Edesa es la forma oriental de nuestra leyenda de la Verónica). El emperador Miguel II (820-829) , en su carta a Luis el Piadoso, describe los excesos de los iconolatras: «Ellos han sacado la santa cruz de las iglesias y la han reemplazado por imágenes delante de las cuales queman incienso... Cantan salmos delante de estas imágenes, se postran ante ellas, imploran su ayuda. Muchos visten a las imágenes en ropajes de lino y las escojen como padrinos para sus hijos. Otros que se hacen monjes, abandonando la antigua tradición -según la cual el cabello que es cortado es recibido por alguna persona distinguida- lo dejan caer en las manos de alguna imagen. Algunos sacerdotes raspan la pintura de las imágenes, la mezclan con el pan y el vino consagrados y se lo dan a los fieles. Otros ponen el cuerpo del Señor en las manos de imágenes , de donde es tomado por los comulgantes. Aún otros, despreciando las iglesias, celebran el servicio divino en casas privadas, empleando una imagen como altar (Mansi, XIV, 417-422).» Estas son las palabras de un vehemente iconoclasta y deben, sin duda, ser recibidas con cautela. De todos modos, la mayor parte de las prácticas descriptas por el emperador pueden establecerse por otra evidencia irrefutable." (negritas añadidas). Es interesante que este autor ####, al tiempo que intenta eximir a los católicos de aquello que achaca a los orientales, presenta como paradigma de la profusión de imágenes a {b]una iglesia de Roma[/b]. Del mismo modo, para cualquiera que, como quien esto escribe, viva en un país de tradición católica, el retrato que hace de los excesos de los orientales resulta dolorosamente familiar.
6. La controversia sobre las imágenes
Las costumbres paganas se arraigaron de tal forma en la iglesia de Cristo, que para el siglo VIII la veneración de imágenes era considerada no sólo aceptable sino buena y piadosa. Cuando el emperador León III Isaurio emitió decretos contra las imágenes, el papa Gregorio III (731-741), pasando por alto las enseñanzas de su tocayo y predecesor ya citado, convocó un sínodo que excomulgó a los adversarios de las imágenes. "El emperador por toda respuesta arrebató los obispados griegos de la Italia meridional y Sicilia de la superintendencia del papa, trasladándola a la del patriarca de Constantinopla. Mientras tanto en Roma, el papa ordenaba la multiplicación de las imágenes en los templos, construyendo también una capilla especial para la veneración de reliquias 'sagradas'." (Gonzaga, o.c., 1: 242). Más de 300 obispos concurrieron a un concilio convocado en Hiereia por Constantino V, hijo y sucesor de León III en 754. Allí tras escuchar y discutir los argumentos de los partidarios de las imágenes, se estableció que los únicos símbolos del culto cristiano eran el pan y el vino de la Eucaristía. Los iconolatras fueron excomulgados, y se prohibió el uso de imágenes tanto privado como público. Sin embargo, más tarde la emperatriz regente, Irene, ardiente partidaria de las imágenes, depuso al patriarca de Constantinopla y nombró a un hombre de su confianza en su lugar. Convocó a un concilio ecuménico que se reunió en Nicea en 787; solamente pudieron concurrir obispos partidarios de las imágenes, entre ellos los representantes del papa Adriano (772-795).Como no podía ser de otro modo, el concilio anuló los decretos imperiales contra las imágenes, como asimismo las decisiones de Hiereia. Los acuerdos del sínodo fueron firmados por la regente Irene y su hijo Constantino VI. Fue en este concilio que se introdujo la arbitraria distinción entre el culto de latría, debido sólo a Dios, y el de dulía, que sería lícito para los santos. También se habló de un culto "terminativo", dirigido a la persona, y otro "relativo" dirigido a la imagen que la representa. Desde luego, tales bizantinismos (strictu sensu!) son por completo ajenos a las Escrituras, donde hay un solo culto válido, el que se dirige al Trino Dios. Este concilio niceno, de infausta memoria, al no poder fundamentar escrituralmente el culto a las imágenes, declaró la insuficiencia de las Escrituras y lanzó un anatema contra quienes no estaban dispuestos a aceptar doctrinas sobre la autoridad de la tradición y de los concilios, si las tales no tenían claro fundamento bíblico. La importancia de esta novedad para las progresivas desviaciones romanas de la doctrina escritural debiera ser obvia. Así escribieron los partidarios del culto a las imágenes, en una ruptura flagrante con la Escritura y la enseñanza de los Padre antiguos: "Porque de esta manera se mantiene la enseñanza de nuestros santos Padres, o sea, la traidición de la Iglesia Católica, que ha recibido el Evangelio de un confín a otro de la tierra; de esta manera seguimos a Pablo, que habló en Cristo [2 Corintios 2:17] y al divino colegio de los Apóstoles y a la santidad de los Padres, manteniendo las tradiciones [2 Tesalonicenses 2:14] que hemos recibido... Así, pues, quienes se atrevan a pensar o enseñar de otra manera; o bien a desechar, siguiendo a los sacrílegos herejes, las tradiciones de la Iglesia , e inventar novedades, o rechazar alguna de las cosas consagradas a la Iglesia: el Evangelio o la figura de la cruz, o la pintura de una imagen, o una santa reliquia de un mártir; o bien a excogitar torcida y astutamente con miras a trastornar algo de las legítimas tradiciones de la Iglesia Católica ... si son obispos o clérigos, ordenamos que sean depuestos; si monjes o laicos, que sean separados de la comunión." (Denzinger 303-304). Nótese que los obispos iconolatras no pudieron ni siquiera apelar a la supuesta tradición apostólica, pues ninguna había para apoyar el culto a las imágenes. Esgrimieron en cambio una espuria "tradición de la iglesia católica" cuando, en realidad, todos los escritores cristianos de los primeros siglos que trataron el tema se opusieron por completo a semejante abominación. Y esto para no reiterar la clara enseñanza de las Escrituras.
7. Conclusión
En conclusión, el culto a las imágenes, prohibido en la Biblia y rechazado unánimemente con horror por los maestros cristianos primitivos, y prohibido por el obispo de Roma Gregorio I y por los trescientos obispos reunidos en Hiereia, se introdujo por la puerta trasera de la Iglesia de manera gradual y creció hasta proporciones descomunales. La sanción dogmática de tan repugnante doctrina fue un estigma que permaneció hasta su cuestionamiento y firme rechazo durante la Reforma del siglo XVI. Así que, queridos católicos y orientales, les invito a rechazar a los falsos maestros que los extravían y a volver a las Escrituras y a la práctica de la Iglesia primitiva. Esto será sin duda agradable a Dios. Bendiciones en Cristo,
Jetonius