Jesús es el camino que nos lleva al verdadero conocimiento del Padre, porque es tal la unidad armoniosa entre ellos dos, que cuando “vemos” a Jesús hablar y actuar, es como si viéramos al Padre hablando y actuando en la misma situación. Si el amor reina en la vida y enseñanzas de Jesús es porque el amor es el principal atributo del Padre (Jn 13:34; 15:13; 1 Juan 4:8); si Jesús enseña repetidamente la importancia de la humildad es porque para el Padre, la humildad es una cualidad imprescindible (Mt 23:12; Jn 13:13-17; 1 Pe 5:5; Snt 4:6); si Jesús solo se fija en la condición del corazón y no se detiene en lo externo es porque al Padre solo le importa lo que somos en nuestro interior (Mt 15:18-19; 1 Sa 16:7). Ver a Jesús es cómo ver al Padre.
Por lo tanto, no hay otro modo para conocer y llegar a Dios sino a través de Jesucristo. La Biblia nos dice que “Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero que acaban por ser caminos de muerte” (Pr 14:12) No dejemos que ninguna iglesia ni institución religiosa reemplace el verdadero Camino que nos lleva a Dios. No tenemos necesidad de que nadie nos indique el camino porque el Camino ya está trazado en los evangelios; y la manera de andar en el Camino no consiste en enredarse en discusiones teológicas estériles, sino en escuchar a Jesús, mirarle y seguir “sus pasos” (1 Pe 2:21), llegando a estar “arraigados y sobreedificados en él” (Col 2:6).
Por lo tanto, no hay otro modo para conocer y llegar a Dios sino a través de Jesucristo. La Biblia nos dice que “Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero que acaban por ser caminos de muerte” (Pr 14:12) No dejemos que ninguna iglesia ni institución religiosa reemplace el verdadero Camino que nos lleva a Dios. No tenemos necesidad de que nadie nos indique el camino porque el Camino ya está trazado en los evangelios; y la manera de andar en el Camino no consiste en enredarse en discusiones teológicas estériles, sino en escuchar a Jesús, mirarle y seguir “sus pasos” (1 Pe 2:21), llegando a estar “arraigados y sobreedificados en él” (Col 2:6).