Re: ¿Quien es YHWH según Edil?
יהוה YHVH Jehová es el Creador de todas las cosas, la gran Primera Causa; por lo tanto, no fue creado, no tuvo principio. (Rev 4:11.) “En número, sus años son inescrutables.” (Job 36:26.) Es imposible determinarle una edad, pues no hay un punto de partida desde el que contar.
Aunque no tiene edad, se le llama apropiadamente “el Anciano de Días”, ya que su existencia se remonta al pasado infinito. (Da 7:9, 13.) Tampoco tendrá un fin en el futuro (Rev 10:6), pues es incorruptible y no muere, por lo que se le llama el “Rey de la eternidad” (1Ti 1:17), y para Él mil años son tan solo como una vigilia de unas pocas horas durante la noche. (Sl 90:2, 4; Jer 10:10; Hab 1:12; Rev 15:3.)
A pesar de su intemporalidad, Jehová es preeminentemente un Dios histórico, pues se identifica con tiempos, lugares, personas y acontecimientos específicos. En su relación con la humanidad ha actuado en armonía con un horario exacto. (Gé 15:13, 16; 17:21; Éx 12:6-12; Gál 4:4.)
Debido a que su existencia eterna es innegable y constituye el hecho más fundamental del universo, Él ha jurado por ella con las palabras: “Como que vivo yo”, garantizando de este modo la absoluta certeza de sus promesas y profecías. (Jer 22:24; Sof 2:9; Nú 14:21, 28; Isa 49:18.) También ha habido hombres que han jurado por el hecho de la existencia de Jehová. (Jue 8:19; Rut 3:13.) Solo los insensatos dicen: “No hay Jehová”. (Sl 14:1; 10:4.)
Ya que es un Espíritu que los humanos no pueden ver (Jn 4:24), cualquier descripción de su apariencia en términos humanos tan solo puede suministrar una idea aproximada de su gloria incomparable. (Isa 40:25, 26.)
Aunque no vieron realmente al Creador (Jn 1:18), algunos siervos de Dios recibieron visiones inspiradas de su corte celestial. La descripción de su presencia no solo muestra su gran dignidad y majestad imponente, sino también serenidad, orden, belleza y agradabilidad. (Éx 24:9-11; Isa 6:1; Eze 1:26-28; Da 7:9; Rev 4:1-3; Sl 96:4-6.)
Como se puede observar, estas descripciones emplean metáforas y símiles que asemejan la apariencia de Jehová a cosas que el hombre conoce, como las joyas, el fuego y el arco iris. Incluso se le describe como si tuviera ciertos rasgos humanos.
Aunque algunos eruditos han dado demasiada importancia a lo que llaman expresiones antropomórficas de la Biblia (como las referencias a los “ojos”, los “oídos”, el “rostro” [1Pe 3:12], el “brazo” [Eze 20:33], la “diestra” [Éx 15:6] de Dios, etc.), es obvio que tales expresiones son necesarias para que el hombre comprenda la descripción.
El que Jehová Dios hubiese dado al hombre una descripción de sí mismo en términos propios de espíritus, sería como plantear ecuaciones de álgebra superior a personas que solo tuviesen los más elementales conocimientos de aritmética, o intentar explicar los colores a una persona ciega de nacimiento. (Job 37:23, 24.)
Por lo tanto, los llamados antropomorfismos nunca deben tomarse de manera literal, así como no se ven literalmente otras referencias metafóricas a Dios, como, por ejemplo, el que se le llame “sol”, “escudo” o “Roca”. (Sl 84:11; Dt 32:4, 31.) La vista de Jehová (Gé 16:13), a diferencia de la de los humanos, no depende de los rayos de luz, por lo que puede ver los actos efectuados en completa oscuridad. (Sl 139:1, 7-12; Heb 4:13.)
Su visión puede abarcar toda la Tierra (Pr 15:3), y no necesita ningún equipo especializado para ver crecer el embrión dentro de la matriz humana. (Sl 139:15, 16.)
Su oído tampoco depende de las ondas sonoras que se transmiten en la atmósfera, pues puede “oír” expresiones aunque se pronuncien en silencio en los corazones humanos. (Sl 19:14.)
El universo es tan inmenso que el hombre no puede llegar a medirlo; sin embargo, ni siquiera los cielos físicos pueden abarcar o contener el lugar de residencia de Dios, mucho menos puede hacerlo una casa o templo terrestre. (1Re 8:27; Sl 148:13.)
Por medio de Moisés, Jehová advirtió de manera específica a la nación de Israel que no hiciese ninguna imagen de Él, ya fuese de forma humana o de cualquier otra creación. (Dt 4:15-18.)
El relato de Lucas registra la referencia de Jesús de expulsar demonios “por medio del dedo de Dios”, en tanto que el relato de Mateo aclara que Jesús se refería al “espíritu” o fuerza activa de Dios. (Lu 11:20; Mt 12:28; Jer 27:5 y Gé 1:2.)
Ciertas facetas de la personalidad de Jehová se revelan en sus obras creativas, incluso antes de la creación del hombre. (Ro 1:20.) El mismo acto de la creación revela su amor, pues Jehová es autosuficiente y no le falta nada.
Por lo tanto, aunque creó cientos de miles de hijos celestiales, ninguno podía añadir nada a Su conocimiento ni contribuir ninguna cualidad deseable o emoción que Él no poseyese ya en grado superlativo. (Da 7:9, 10; Heb 12:22; Isa 40:13, 14; Ro 11:33, 34.)
Naturalmente, esto no significa que Jehová no halle placer en sus criaturas. Como el hombre fue creado “a la imagen de Dios” (Gé 1:27), es lógico que el gozo que un padre humano encuentra en su hijo, sobre todo si este muestra amor filial y actúa con sabiduría, refleje el gozo que Jehová halla en las criaturas inteligentes que le aman y le sirven. (Pr 27:11; Mt 3:17; 12:18.)
Este placer no proviene de ninguna ganancia material o física, sino de ver a sus criaturas adherirse voluntariamente a sus normas justas y mostrar altruismo y generosidad. (1Cr 29:14-17; Sl 50:7-15; 147:10, 11; Heb 13:16.)
Por el contrario, Jehová ‘se siente herido en su corazón’ cuando algunas de sus criaturas adoptan un mal camino, desprecian su amor, acarrean oprobio a su nombre y hacen sufrir cruelmente a otras personas. (Gé 6:5-8; Sl 78:36-41; Heb 10:38.)
A Jehová también le agrada ejercer su poder, bien sea creando o de otro modo, pues sus obras siempre tienen un propósito definido y un buen motivo. (Sl 135:3-6; Isa 46:10, 11; 55:10, 11.)
Como el Dador generoso de “toda dádiva buena y todo don perfecto”, se deleita en recompensar con bendiciones a sus hijos e hijas fieles. (Snt 1:5, 17; Sl 35:27; 84:11, 12; 149:4.)
Sin embargo, aunque es un Dios de afecto y ternura, su felicidad no depende en absoluto de sus criaturas, ni tampoco sacrifica los principios justos por sentimentalismo.
Jehová también mostró amor al conceder al primer Hijo celestial que creó el privilegio de participar con Él en toda la obra creativa posterior, tanto espiritual como material.
Además, bondadosamente hizo que este hecho se llegase a conocer, con la consiguiente honra para su Hijo. (Gé 1:26; Col 1:15-17.)
De modo que no temió una posible competencia, sino, más bien, ejerció completa confianza en su propia y legítima Soberanía (Éx 15:11), así como en la lealtad y devoción de su Hijo.
Dios da a sus hijos celestiales una libertad relativa en el desempeño de sus deberes, incluso al permitirles en ciertas ocasiones ofrecer sus puntos de vista en cuanto a cómo llevarán a cabo cierta asignación en particular. (1Re 22:19-22.)
Como señaló el apóstol Pablo, las cualidades invisibles de Jehová también se manifiestan en su creación material. (Ro 1:19, 20.)
Su vasto poder nos deja maravillados; las enormes galaxias de miles de millones de estrellas son simples ‘obras de sus dedos’ (Sl 8:1, 3, 4; 19:1), y la riqueza de su sabiduría es tal, que el entendimiento que los hombres tienen de la creación física aún después de miles de años de investigación no es más que un “susurro” comparado con un poderoso trueno. (Job 26:14; Sl 92:5; Ec 3:11.)
La actividad creativa de Jehová con respecto al planeta Tierra siguió un orden lógico y un programa definido (Gé 1:2-31), lo que hizo de la Tierra una joya en el espacio (como la han llamado los astronautas de este siglo XX).
¿Con qué personalidad se dio a conocer Jehová a sus primeros hijos humanos? Como hombre perfecto, Adán tendría que haber concordado con las palabras posteriores del salmista: “Te elogiaré porque de manera que inspira temor estoy maravillosamente hecho. Tus obras son maravillosas, como muy bien percibe mi alma”. (Sl 139:14.)
Por lo que veía en su propio cuerpo —sobresalientemente adaptable entre las criaturas terrestres— y en todo lo que le rodeaba, el hombre tenía razón sobrada para sentir un respeto reverencial a su Creador.
Cada nuevo animal, ave y pez; cada diferente planta, flor y árbol, y cada campo, bosque, colina, valle y arroyo que el hombre veía, impresionaría en él la profundidad y amplitud de la sabiduría de su Padre y su atrayente personalidad reflejada en la gran variedad de sus obras creativas. (Gé 2:7-9; Sl 104:8-24.)
Todos los sentidos del hombre —vista, oído, gusto, olfato y tacto— indicarían a su mente receptiva que el Creador era sumamente generoso y considerado.
Tampoco se pasaron por alto las necesidades intelectuales de Adán, su necesidad de conversación y de compañerismo, pues su Padre le proveyó una compañera inteligente. (Gé 2:18-23.)
Ambos bien pudieron haber cantado a Jehová como lo hizo el salmista: “El regocijo hasta la satisfacción está con tu rostro; hay agradabilidad a tu diestra para siempre”. (Sl 16:8, 11.)
Por haber sido objeto de tanto amor, Adán y Eva habrían tenido que saber que “Dios es amor”, la fuente y ejemplo supremo de amor. (1Jn 4:16, 19.)
Más importante aún, Jehová satisfizo las necesidades espirituales del hombre. El Padre de Adán se reveló a su hijo humano, comunicándose con él y encargándole trabajos, cuya realización constituiría la parte principal de la adoración del hombre. (Gé 1:27-30; 2:15-17; Am 4:13.)
El hombre pronto llegó a conocer a Jehová no solo como un Proveedor sabio y generoso, sino también como un Dios de moralidad, con normas definidas sobre lo que es propio e impropio.
Pero, además, si Adán conocía el relato de la creación, como se ha indicado, sabría que Jehová también tenía otras normas, pues el relato dice que Jehová vio que sus obras creativas ‘eran muy buenas’, que satisfacían su norma perfecta de calidad y excelencia. (Gé 1:3, 4, 12, 25, 31; Dt 32:3, 4.)
De no existir normas, no habría manera de determinar o juzgar lo que es bueno o malo ni de medir y reconocer grados de exactitud y excelencia.
A este respecto, son de interés las siguientes observaciones de la Encyclopædia Britannica (1959, vol. 21, págs. 306, 307):
“Lo que el hombre ha conseguido [en lo que respecta a normalizar o estandarizar] palidece cuando se compara con lo que se observa en la naturaleza. Las constelaciones; las órbitas de los planetas; las propiedades inmutables de conductividad, ductilidad, elasticidad, dureza, permeabilidad, refracción, fuerza o viscosidad de los materiales de la naturaleza, [...] o la estructura de las células, son unos cuantos ejemplos de la asombrosa estandarización de la naturaleza.”
La misma obra realza la importancia de la existencia de normas invariables en la creación material al decir: “Solo mediante la estandarización que se halla en la naturaleza es posible reconocer y clasificar [...] las muchas clases de plantas, peces, aves y animales.
Dentro de esas clases, los individuos se parecen unos a otros en los más mínimos detalles estructurales, funcionales y de comportamiento que los caracterizan. Gé 1:11, 12, 21, 24, 25.
Si no fuera por esta estandarización del cuerpo humano, los médicos no sabrían si una determinada persona tiene ciertos órganos ni dónde buscarlos. [...]
En realidad, sin las normas de la naturaleza, no podría existir ni una sociedad organizada, ni educación, ni medicina; cada uno de estos conceptos depende de similitudes subyacentes y comparables”.
Adán vio la estabilidad de las obras creativas de Jehová: el ciclo continuo de día y noche, el descenso constante del agua del río de Edén como resultado de la fuerza de la gravedad y un sinnúmero de otros ejemplos que probaban que el Creador de la Tierra no era un Dios de confusión, sino de orden. (Gé 1:16-18; 2:10; Ec 1:5-7; Jer 31:35, 36; 1Co 14:33.)
El hombre sin duda vio que esta estabilidad era provechosa para desempeñar la labor y actividades que se le habían asignado. (Gé 1:28; 2:15), pudiendo planear el trabajo con confianza, sin ningún tipo de incertidumbre.
En vista de estos hechos, no le debería parecer extraño al hombre inteligente que Jehová fijara normas que rigieran la conducta humana y su relación con el Creador. La gran calidad de la creación de Jehová le sirvió de ejemplo a Adán para cultivar y cuidar el Edén. (Gé 2:15; 1:31.)
Adán también aprendió la norma de Dios para el matrimonio, la monogamia, así como la relación que debía existir entre los cónyuges. (Gé 2:24.) La obediencia a las instrucciones de Dios se subrayaba de manera especial como algo esencial para la vida misma.
Puesto que Adán era un humano perfecto, Jehová esperaba de él obediencia perfecta. Él le dio a su hijo terrestre la oportunidad de mostrar amor y devoción al obedecer su mandato de abstenerse de comer de uno de los muchos árboles frutales que había en Edén. (Gé 2:16, 17.)
Este mandato era sencillo, pero las circunstancias de Adán entonces también eran sencillas, libres de las complejidades y la confusión que con el tiempo han llegado a existir.
Que esta prueba sencilla manifiesta la sabiduría de Jehová, lo subrayan las palabras que Jesucristo pronunció unos cuatro mil años después: “La persona fiel en lo mínimo es fiel también en lo mucho, y la persona injusta en lo mínimo es injusta también en lo mucho”. (Lu 16:10.)
Tanto el orden como las normas establecidas, lejos de restar disfrute a la vida humana, contribuirían al mismo. El artículo sobre “normas” citado de la Encyclopædia Britannica observa lo siguiente acerca de la creación material:
“A pesar de todas las muestras de estandarización que hallamos en la naturaleza, nadie la acusa de monotonía. Aunque el espectro de colores consta básicamente de una banda limitada de longitudes de onda, las variaciones y combinaciones que se pueden obtener para deleitar la vista son casi ilimitadas. De manera semejante, todas las bellas melodías de la música llegan al oído mediante un grupo también pequeño de frecuencias”.
Asimismo, los requisitos de Dios para la pareja humana le permitían toda la libertad que un corazón justo pudiera desear. No había necesidad de cercarlos con una multitud de leyes y reglas. El ejemplo amoroso que el Creador les puso, así como el respeto y amor que le tenían, los protegería de traspasar los límites propios de su libertad. (1Ti 1:9, 10; Ro 6:15-18; 13:8-10; 2Co 3:17.)
Por lo tanto, Jehová Dios, por su propia Persona, proceder y palabras, era y es la Norma Suprema para todo el universo, la definición y suma de todo lo bueno.
Por esa razón, cuando su Hijo estuvo en la Tierra, pudo decirle a un hombre: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino uno solo, Dios”. (Mr 10:17, 18; también Mt 19:17; 5:48.) Fuente:http://wol.******/es/wol/d/r4/lp-s/1200002391