EL PROPÓSITO DE DIOS
Primera Parte
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué
avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2.Tim.2:15). Un elaborado y
pernicioso sistema ha sido construido sobre una mala exégesis de éste texto. Ha sido
asumido que aquí los siervos de Dios son llamados a seccionar[6] las Escrituras,
estableciendo los límites de lo que corresponde a cada dispensación y asignando a
distintos contingentes (pueblos) distintas partes de la Palabra de Dios. Se ha asumido
que la aptitud de un hombre para abrir los Oráculos Vivientes consiste principalmente
en su capacidad de erigir setos arbitrarios para excluir a las ovejas de Cristo de grandes
porciones de aquellos tiernos pastizales que Dios les ha provisto para que se alimentasen.
Algunos han llevado este pernicioso método más lejos que otros, pero generalmente
todos igualmente consienten en que prácticamente todo el Antiguo Testamento y los
cuatro evangelios “no son para nosotros,” y que solo pertenecen a aquellos que vivieron
en una dispensación pasada.
Ahora, si se examina el contexto de 2 Timoteo 2:15, encontraremos que este texto no
tiene relación con trazar líneas divisorias entre “dispensaciones” más de lo que tiene que
ver con distinguir las variaciones entre las estrellas de magnitud variable. No existe nada
en todo el contexto, ni siquiera en el menor grado, que favorezca al extraño significado
que tan erróneamente le ha sido asignado al versículo en cuestión. El significado pleno
de 2 Timoteo 2:15 nos es dado (interpretado) en Lucas 12:42-43, “Y dijo el Señor:
¿Quién es el mayordomo fiel y prudente al cual su señor pondrá sobre su casa, para que
a tiempo les dé su ración? Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga,
le halle haciendo así.” Y acá lo mejor que podemos hacer es citar de uno de los Puritanos
– un grupo de hombres de Dios dotados de mucha más espiritualidad, sabiduría, y
aptitud para apacentar a las ovejas de Cristo, de lo que lo estamos nosotros en esta
presente y decadente era: - “Los ministros son mayordomos en la casa de Dios y
administradores de sus misterios. Y por tanto, se requiere de ellos que den a todos los
servidores que están en la casa, o que pertenecen a ella, su ración, de acuerdo a sus
necesidades, situaciones y servicios, en conformidad con la voluntad y la sabiduría de su
Maestro y Señor. Este suministro de provisiones y de la ración adecuada a la casa de
Cristo, consiste principalmente en la correcta división y distribución de la Palabra de
Verdad. Esto se realiza tomando de los grandes depósitos de las Escrituras, y como si
finamente se extrajera de ella una porción apropiada (adecuada) para las diversas condiciones
de los distintos miembros de la familia. En esto consiste la habilidad de un servidor bien
equipado para el reino de Cristo, sumado a la sabiduría ya antes descrita. Y sin esto, un
[6] Establecerla, dividirla, en partes o secciones distintas.
curso cotidiano en la dispensación (administración) o la predicación de la Palabra, sin
distinguir entre personas y entre las distintas realidades, sin esto, aunque después sea
adornada con gran cantidad de palabras y con una gran oratoria, no es más que una obra
vergonzosa en la casa de Dios.”
Ahora, varias cosas son requeridas en cuanto a estas habilidades. (1.) Un juicio sano
(correcto) en cuanto al estado y condición de aquellos a quienes se les está dispensando
la Palabra: conocer el estado de su rebaño es la tarea propia del pastor. (2.) Estarse
familiarizado (en conocimiento) con las formas y métodos en que la gracia de Dios obra
en las mentes y corazones de los hombres, a fin de poder proseguir y cumplir con sus
designios en el ministerio de la Palabra. (3.) Estarse familiarizado con la naturaleza de
la tentación, especialmente con los obstáculos que se interponen a la fe y a la obediencia,
que pueden interferir en aquellos a quienes la Palabra les es entregada. (4.) Una correcta
comprensión de la naturaleza de las enfermedades espirituales con sus correspondientes
remedios y curas. Por el desconocimiento de esto muchas veces los corazones de los
impíos son alegrados en la predicación de la Palabra, mientras que los de los justos son
entristecidos; las manos de los pecadores son fortalecidas, y aquellos que dirigen sus
miradas a Dios son desanimados o desviados del camino.” (John Owen).
A nuestros queridos hermanos, especialmente los jóvenes, con el debido respeto les
instamos a considerar en oración la cita anterior. Es atendiendo a aquellas
consideraciones esenciales que el predicador podrá seleccionar correctamente el tema y
el material para su sermón. Si ha de “hablar palabras al cansado” (Isa.50:4) – cansado
por el incesante conflicto entre la carne y el espíritu, cansado de resistir los embates
continuos de Satanás, cansado de confesar tan seguido sus reiteradas fallas y fracasos a
Dios (tentado a rendirse al desespero); es a éstos problemas espirituales que el tal habrá
de dirigir su atención. Ah, mis hermanos, habréis de traer mayor gozo al corazón del
gran Pastor y seréis de más ayuda a Su pueblo, si procuráis que Sus mensajes se ciñan a
la realidad de sus corazones, que fatigando vuestro ingenio al adjudicar una parte del
Evangelio de Mateo a las gentes de la época de Cristo, y otra a un “remanente judío”
durante la tribulación, y otra al “milenio.”
Es cierto que realizar una aplicación práctica de todas las partes de la Palabra de Dios a los
diversos casos de las distintas almas no es todo el trabajo al que un ministro del Evangelio
es llamado, sin embargo, si dicha tarea no fuese realizada, sería más bien un “médico
nulo” (Job 13:4). También es cierto que la interpretación de las Escrituras compone una
parte esencial de la tarea del ministro, y para esto es de suma importancia poseer un
entendimiento y conocimiento de los propósitos y los planes de Dios; sin embargo aquí
existe un gran peligro de yerre. Muchos han errado, y de una forma muy grave, por
cuanto su mismo punto de inicio es ya incorrecto. Ningún hombre puede adquirir una visión
correcta del “proyecto” de Dios comenzando por su posición en el jardín del Edén:
“comenzar con la dispensación Adámica” no puede sino guiar a confusión. Es ominoso
el hecho de que la mayoría de “Dispensacionalistas,” quienes presumen dividir
correctamente la palabra de verdad,” tomen la creación del hombre como el punto de
partida (de inicio) de su esquema o sistema: esto a su vez deja ver una ignorancia
lamentable de su parte, tildándolos de guías incompetentes.
La clave para comprender todas las obras y los caminos de Dios es el Pacto Eterno de
Gracia. Mucho antes de que Adán siquiera fuese creado, sí, incluso antes de que los cielos
y la tierra fueran hechos, el Dios Trino formuló su gran “plan” y “propósito.” El centro
de todos los designios divinos es Cristo, el Mediador Dios-hombre, Él es “el resplandor
[o refulgencia] de su gloria” (Heb.1:3). Un infinito honor y alabanza le fueron
entregados a Dios por la maravillosa obra que el Redentor emprendería. Desde la
eternidad le fue dado un pueblo, predestinados para ser hechos conformes a Su imagen
(Rom.8:28), y “para mostrarles en los siglos venideros [en la eternidad] las abundantes
riquezas de su gracia en su bondad… en Cristo Jesús” (Ef.2:7). Éste es el “propósito
eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor,” y el magnífico rol que Cristo habría de
desempeñar para hacer de esto una realidad, todo, fue determinado y establecido en
aquel “pacto eterno, ordenado en todo y seguro[7]” (2.Sam.23:5)
Todas las obras de Dios tenían en vista este único objetivo, a saber, la gloria de Cristo en
la redención de Sus escogidos; no solo en la presente adquisición de la redención, sino
también en todo aquello que se predisponía (que era preparatorio) a la misma, como así
también en asegurar su éxito. Así también es con todo lo que Cristo hace en el ejercicio
de su rol como Mediador, y en su triple oficio como Profeta, Sacerdote, y Rey, incluso
antes de su encarnación, durante los días de Su humanidad, e incluso después; e incluso
todo lo que el Padre o el Espíritu Santo hayan hecho antes o después de la cruz, todo
converge en este único designio: cada acto de Dios en la creación, en la providencia, o
en la gracia, ha sido forjado en vista de la ejecución plena del Pacto Eterno de Redención.
Todas las obras o dispensaciones correspondientes, no son sino las partes de un excelso
todo. Un único designio fue el establecido, al cual tienden directamente todos los oficios
de Cristo, y en el cual todas las Personas de la Trinidad trabajan mancomunadamente.
Las Personas de la Trinidad se unieron en el gran designio de la redención. Un pacto fue
establecido entre ellas. En ese pacto el Padre designó al Hijo, el Hijo se comprometió a
emprender y consumar toda obra necesaria conforme a lo acordado y estipulado; el
Espíritu Santo se comprometió a realizar la aplicación efectiva de esta obra en aquellos
beneficiarios predestinados. Esto es lo que suministra la clave, o lo que arroja luz, y
explica todas las consecuentes acciones Divinas. El mundo entero fue creado en base a
[7] LBLA
esto, por cuanto el mismo habría de ser la plataforma, o mejor dicho el escenario, en el
cual se llevaría a cabo la gran obra de redención (1.Cor.4:9). La obra de la creación
sucedió en orden a la obra de la providencia, así como la construcción de una casa o la
de una máquina se realiza en aras del fin para el cual habrá de utilizarse; y el centro de
todas las obras providenciales de Dios es la glorificación del Mediador en la redención
eterna de Su pueblo, que le fue dado desde antes de la fundación del mundo.
La creación del Cielo fue en orden de la obra de redención, por cuanto habría de ser la
morada de los redimidos: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado
para vosotros desde la fundación del mundo.” (Mat.25:34). Los ángeles también fueron
creados para servir en dicha obra, y por eso se nos dice que son “espíritus ministradores,
enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación” (Heb.1:14).
Además, es por medio de la grandiosa obra de la redención que a las jerarquías celestes
les son enseñados los maravillosos caminos de Dios, “para que la multiforme sabiduría
de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades
en los lugares celestiales” (Ef.3:10).
La entrada del pecado sucedió en orden a la obra de redención. Como la oscuridad de la
noche es requerida para exponer las estrellas brillantes en el firmamento, de igual modo
el pecado fue necesario a modo de fondo oscuro para poner de relieve, lisa y llanamente,
el inmensurable amor de Dios por Su pueblo. Como la flaqueza sirve de contraste al
vigor, la insensatez a la sabiduría, así, la Caída pone de manifiesto que la impotencia del
hombre es la oportunidad de Dios. Cuanto más desesperante es el caso del paciente,
mayor es la oportunidad del hábil médico para demostrar su destreza. Cuanto más
miserable e indigno sea el objeto, más enaltecida será la gracia que le fue mostrada.
¿Cómo puede ser ejercida la misericordia en donde no hay transgresión? ¿No es acaso el
poder exhibido de una mejor manera cuando tiene obstáculos formidables a los que
vencer? Fue el permiso Divino para la entrada del pecado al mundo lo que proporcionó
oportunidad a Dios para revelar grandemente sus grandiosos atributos.
El gobierno de este mundo tiene en vista la gran obra de redención. Dios está haciendo a
todas las cosas “cooperar para el bien de los que conforme a su propósito son llamados.”[8]
Considera la construcción de una casa grande: cuantos obreros que hay empleados,
cuantos materiales que se precisan. Si divisamos sus acciones por separado,
individualmente, parecería ser que no hay relación entre lo que hacen uno y otro: un
grupo se dedica a talar árboles del bosque, otros trabajan en la manufactura de vidrios,
otros realizan la composición de pinturas en el laboratorio, otros trabajan en la planta
de fabricación de cables telefónicos, etc., etc. Pero cada uno es necesario, cada uno
[8] LBLA: Rom.8:28.
realiza su aporte esencial: todos ellos se combinan en orden de (para) producir la casa
final terminada.
Permítasenos dar otra ilustración. Considérese la publicación de esta pequeña revista.
Su objetivo es brindar alimento espiritual para algunas ovejas de Cristo. Considérense
entonces algunas de las maravillosas obras y providencias de Dios que hacen que esto sea
posible. Los árboles crecen por años para que luego puedan ser cortados, reducidos a
pulpa, y luego convertidos en papel. El acero fue fabricado y luego convertido en
máquinas que imprimen, cortan, y doblan. También la tinta es necesaria. Los trenes
(con todos los sistemas complejos necesarios para su funcionamiento) deben circular por
cientos de direcciones a fin de llevar esta revista a sus distintos puntos de entrega: sí, y
muchos barcos deben cruzar miles de kilómetros de océano para transportarla a los
cuarenta países a los cuales la enviamos. Poco hacen el capitán y la tripulación del barco,
dirigiéndose a una isla remota; ¡pensad que Dios los está utilizando para llevar su
mensaje a uno o dos de Sus escogidos que allí residen! Con todo, es así.
En todos los tratos providenciales de Dios pareciera “como si un rueda estuviera dentro
de la otra rueda” (Ez.1:16). Como ya hemos destacado, el Centro magno de todos los
designios y obras de Dios es la glorificación de Cristo en la salvación de Su pueblo. En
la ejecución de Sus propósitos, muchos actos secundarios son realizados y muchos fines
subordinados hallan su cumplimiento: pero todos avanzan en pos del mismo objetivo.
Para que el lector pueda comprender esto más claramente, considérese la liberación (el
rescate) que el Señor obró sobre los Hijos de Israel sacándolos de Egipto. Su propósito
principal en la redención de Su pueblo era magnificar Su propio y grande Nombre. Pero
observad los diversos factores que incurrieron en tal propósito. Jacob y su familia
debieron emigrar de la tierra de Canaán y convertirse en forasteros en Egipto – lo cual
a su vez fue provocado por una gran hambruna. Luego, debieron ser esclavizados y
oprimidos. Y para tal fin Dios levantó a Faraón, su hostigador despiadado.
Debemos distinguir cuidadosamente entre las diversas características de la redención en
sí y las partes de la obra mediante la cual es efectuada. Existe una diferencia marcada
entre los beneficios procurados y derramados, y las operaciones de Dios por las cuales
tales beneficios llegan a ser, justamente, procurados y derramados. Así, en el caso citado
anteriormente: se distingue una diferencia notable entre el beneficio que recibió Israel,
y el obrar de Dios mediante el cual fue traído dicho beneficio. El beneficio consistió en
su liberación de la miseria y esclavitud Egipcia, y en el ser llevados a un estado de mayor
dicha al ser hechos siervos de Dios y herederos de la tierra de Canaán. Pero en orden de
todo eso debió tener lugar el llamamiento de Moisés, su misión frente a Faraón, su
obstinación, las señales y maravillas obradas delante de él, sumado a todos los terribles
juicios de Dios traídos sobre su gente y nación.
Mencionemos ahora algunas de las principales cosas que el Trino Dios designó fueran
cumplidas por la obra redentora del Mediador. Primero, habría de someter a todos los
enemigos de Dios, por cuanto Él había decretado que Su bondad finalmente triunfaría
sobre la maldad: “…Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del
diablo” (1 Juan 3:8) y, “Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus
enemigos debajo de sus pies” (1 Cor.15:25). Segundo, para restaurar todos aquellos
efectos producidos por la Caída en tanto a la parte escogida de la humanidad concierne.
Originalmente el hombre fue creado a semejanza de Dios, pero la caída arruinó su alma,
corrompió su naturaleza, y lo sumió en la muerte espiritual. Ahora, cuando la obra de
redención sea plenamente consumada, el pueblo de Dios será enteramente conformado
a la imagen de Su Hijo en espíritu, alma y cuerpo. Tercero, para reunir en Él todos los
ángeles y hombres escogidos de Dios: Efesios 1:10.
Durante el intervalo entre la caída y la encarnación de Cristo, las obras de Dios eran en
gran manera precursores y señales del advenimiento del Mesías y preliminares de la obra
de redención. Existieron grandes cambios y revoluciones en el mundo, siendo todas
ellas no más que los giros de las ruedas de la Providencia en orden de encaminar la
llegada de Cristo al mundo. Los santos salvados durante aquellos primeros tiempos
venían a ser la garantía de la futura cosecha por venir. Dios obró muchas liberaciones
menores en su favor, las cuales venían a ser tipos y presagios de la gran salvación que el
Redentor habría de efectuar. Dios quiso revelárseles a uno y otro, de tiempo en tiempo,
y comunicarles revelaciones de la luz: sin embargo, aquella luz era más como la de la
luna y las estrellas en la noche, en contraste con la salida del Sol de justicia (Mal.4:2).