LAS PROMESAS DE DIOS
Primera Parte
La norma general que constantemente hemos procurado seguir durante los últimos once
años[1] ha sido (con la ayuda de Dios) la de procurar la edificación de nuestros lectores
cristianos. Por esto es que nos hemos esforzado por establecer un ministerio
constructivo y equilibrado. Los venenos no alimentan, y tampoco la refutación del error
es de edificación al alma. Muy de vez en cuando nos hemos apartado de nuestra norma,
y eso, muy en contra de nuestras inclinaciones espirituales, porque sabemos muy bien
lo difícil que es manejar esta área sin salir afectado por ello.
Pero en poco más de una ocasión nos hemos visto forzados a levantar nuestras voces y a
sonar la alarma. Y una vez más nos sentimos constreñidos a hacerlo así. Cuando Pablo
estaba en Atenas y vio a la ciudad entera dada a la idolatría “su espíritu se enardecía
dentro suyo,” y cuando vemos el manejo insensato e irreverente que de la Palabra de
Dios hacen los llamados maestros de “la verdad dispensacional,” y atestiguamos los
efectos adversos (perniciosos) que produjo en las mentes y en las vidas de muchos,
somos movidos por lo que es, y confiamos que lo es, una indignación santa.
No es nuestro objetivo tratar en serie los varios postulados de esta escuela de
interpretación profética moderna, ni tampoco examinar en detalle las salvajes
conclusiones que han sido extraídas a partir de postulados tan endebles. Ni tampoco
tenemos expectativas de volver del error de su camino a ninguno de los actuales líderes
de este sistema que cada vez se vuelve más popular. En ninguna manera, pues no
habremos de malgastar el valioso tiempo en ellos, por cuanto es nuestra firme
convicción que Dios los ha entregado a un espíritu engañoso. Si el Señor lo permite,
esperamos poder tratar con algunos otros aspectos de esta “falsa enseñanza [doctrina]”
en publicaciones posteriores, pero de momento centraremos nuestra atención en un
terrible mal por ella concebido, a saber, el robarle (privarle) a los hijos de Dios muchas
de las “preciosas y grandísimas promesas” que les han sido dadas.
No somos ignorantes en cuanto a las sutiles distinciones que han sido formuladas por los
enseñadores previamente mencionados entre lo que es la interpretación y la aplicación
de las Escrituras, ni tampoco ignoramos su tan repetido slogan que dice “Toda la
Escritura es para nosotros, pero no toda está dirigida a nosotros, ni toda trata sobre
nosotros.” Cualquiera sea lo que se piense de esta declaración, queda claro, y no puede
negarse, que hay ahora decenas de miles en Gran Bretaña y en U.S.A. que dicen de
grandes porciones de la Palabra de Dios, “Esto no es para mí; esto pertenece a los judíos;
no tiene nada que ver con la dispensación presente, sino que le concierne a aquellos que
[1] El autor se refiere a la publicación de su revista mensual “Studies in the Scriptures”
estarán en la tierra durante la gran tribulación o durante el milenio.” Y así sus almas son
privadas del presente valor de mucho de lo cual Dios mismo ha dicho que nos es “útil” (2
Tim. 3:16).
Puede que algunos de nuestros lectores se asombren cuando les decimos que este acto
de confinar gran parte de la Palabra de Dios a los judíos es una antigua mentira del diablo
ahora disfrazada bajo un nuevo atuendo. Con todo, es así. Nadie debería sorprenderse
por esta noticia, por cuanto la Escritura misma declara que “nada hay nuevo debajo del
sol” (Ecl.1:9). Hace doscientos cincuenta años atrás, en su obra “La doctrina de la
perseverancia de los santos explicada y confirmada,” J. Owen escribió, “Muchos han
hecho grandes esfuerzos por robarle a los creyentes el consuelo que les fue destinado en
las promesas evangélicas del Antiguo Testamento, afirmando que las mismas fueron
hechas únicamente para los judíos, y que por eso ya no nos conciernen y no tenemos
que prestarles atención.” Hace unos trescientos años atrás, cuando los Treinta y nueve
Artículos de la Iglesia de Inglaterra (la “Iglesia Episcopal”) fueron desarrollados, el
séptimo decía: “El Antiguo Testamento no es contrario al Nuevo, dado que tanto en el
Antiguo como en el Nuevo Testamento Cristo ofrece la vida eterna a la Humanidad, y
Él es el único Mediador entre Dios y el Hombre, siendo al mismo tiempo tanto Dios
como Hombre. Por lo cual no debe escucharse a aquellos que dicen que los antiguos
Padres [los santos del A.T] sólo se preocuparon por las promesas transitorias.”
Hace unos cuatrocientos años atrás Calvino, en su “Institución,” comenzó su capítulo
“Semejanza entre el Antiguo y el Nuevo Testamento” diciendo: “Por lo que hasta aquí
hemos tratado, resulta claramente que todos aquellos a quienes Dios ha querido asociar
a su pueblo han sido unidos a Él en las mismas condiciones y con el mismo vínculo y
clase de doctrina con que lo estamos nosotros en el día de hoy. Mas como interesa no
poco que esta verdad quede bien establecida, expondré también de qué manera los
patriarcas han sido partícipes de la misma herencia que nosotros, y han esperado la
misma salvación que nosotros por la gracia de un mismo Mediador, aunque su condición
fue muy distinta de la nuestra. Si bien los testimonios de la Ley y de los Profetas que
hemos recogido en confirmación de esto, demuestran claramente que jamás hubo en el
pueblo de Dios otra regla de religión y piedad que la que nosotros tenemos, sin
embargo, como los doctores eclesiásticos tratan muchas veces de la diferencia entre el
Antiguo y el Nuevo Testamento - lo cual podría suscitar escrúpulos entre algunos
lectores no muy avisados - me ha parecido muy conveniente tratar más en particular
este punto, para que quede bien aclarado. Y además, lo que ya de por sí era muy útil se
convierte en una necesidad por la importunidad de ese monstruo de Servet, y de algunos
exaltados anabaptistas, que no hacen más caso del pueblo de Israel que de una manada
de puercos, y piensan que nuestro Señor no ha querido sino cebarlos en la tierra sin
esperanza alguna de la inmortalidad celeste.”
Una declaración llana de la Santa Palabra es de mucho más infinito valor que todos los
huecos razonamientos de hombres carnales. Gran declaración concerniente a las
promesas de Dios tenemos en 2 Corintios 1:20: “porque todas las promesas de Dios son
en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios.” La línea de
pensamiento en el contexto se sigue fácilmente. Primero, el Apóstol tenía la intención
de darles a los Corintos una segunda visita (vs.15-16), pero había sido
providencialmente estorbado (vs.8-10). Segundo, sabiendo que sus enemigos estaban
dispuestos a usar su retraso para mofársele diciendo que era un ignorante en el Señor y
un inconstante en la tarea de preservar Su Palabra, el Apóstol se anticipa a éste ataque
(vs.17-18) – había razones divinas por las cuales Pablo había retrasado su viaje
prometido. Tercero, ya sea que eso dejara satisfecho o no a los corintos, no podía
negarse que no hubo incertidumbre alguna en su predicación: había proclamado a
Jesucristo en medio de ellos de manera llana y positiva (v.19).
Habiéndoles recordado a los Corintos que el mensaje que les había predicado en su
primera visita era invariable y constante (2.Cor.1:19), el Apóstol ahora da prueba de su
aserción: Cristo era el sumun y la sustancia de su predicación: no sabía nada entre ellos
sino solo a Jesucristo y a éste crucificado (cf. 1 Cor.2:2), y como Cristo mismo es
siempre “sí” o inmutable, de ahí que su mensaje era siempre “sí” o el mismo. La forma
en la que ahora él proporciona prueba de esto es afirmando: “porque todas las promesas
de Dios son en él [viz. Cristo] Sí, y en él (Cristo) Amén, por medio de nosotros, para la
gloria de Dios”: por tanto Cristo no puede ser “sí y no.” El significado de 2 Corintios
1:20 llanamente es: - Las promesas que Dios le ha dado a Su pueblo son absolutamente
confiables, porque les fueron hechas en Cristo; son absolutamente ciertas (efectivas) en
su cumplimiento, por cuanto son alcanzadas (consumadas) en Él.
1. Dado que la caída alienó a la criatura del Creador, no podía existir relación alguna
entre Dios y el hombre a no ser por una promesa de Su parte. Nadie puede reclamar
nada de la Majestad en las alturas sin una orden de Él mismo, ni la conciencia podría
quedar satisfecha a no ser que posea una concesión divina para cualquier bien que
esperamos de Él.
2. Dios ha dirigido a Su pueblo mediante Sus promesas durante todas las edades, a fin
de que puedan ejercer fe, esperanza, suplicas, y dependencia de Él. Dios nos ha dado
promesas para probar si confiamos o no en Él.
3. El fundamento de las promesas es Dios-hombre Mediador, Jesucristo, por cuanto no
podía haber relación alguna entre Dios y nosotros sino solo a través del Árbitro
escogido. Cristo debe recibir todo bien para nosotros, y nosotros recibirlo de
segunda mano de Él. De ahí que “todas las promesas de Dios son en él (Cristo) Sí, y
en él Amén”
4. Que los cristianos siempre cuiden de no contemplar ninguna de las promesas de Dios
separadamente de Cristo. Sea lo que fuere la cosa prometida, la bendición deseada,
sea temporal o espiritual, no podemos ni legítima ni realmente disfrutarla sino solo
en y a través de Cristo. Por eso el apóstol les recordó a los Gálatas, “Ahora bien, a
Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes,
como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.”
(Gál 3:16) – citando a Génesis 12:3, Pablo no estaba demostrando, sino afirmando
que las promesas de Dios hechas a Abraham no contemplaban a toda su descendencia
carnal (natural), sino solamente a aquellos quienes eran de su simiente espiritual, los
unidos a Cristo. Todas las promesas de Dios a los creyentes son hechas en Cristo, el
Fiador del pacto eterno, y son conferidas desde Él a nosotros – tanto las promesas
en sí mismas como las cosas prometidas. “Y esta [incluyendo todo] es la promesa que
él nos hizo, la vida eterna” (1 Juan 2:25). Y como 1 Juan 5:11 nos dice, “esta vida
está en Su Hijo” – así también la gracia, y todos los otros beneficios. “Si leo cualquiera
de las promesas, encuentro que todas y cada una contienen a Cristo en su seno, a Él
mismo siendo la gran Promesa de la Biblia. A Él fueron hechas todas primero; de Él
proviene toda la eficacia, dulzura, valor, e importancia de ellas; por Él son traídas y
hechas perfectamente claras al corazón; y en Él son todas ellas sí, y amén.” (R.
Hawker, 1810)
5. Dado que todas las promesas de Dios son hechas en Cristo, claramente se sigue que
ninguna de ellas es aplicable a quien esté fuera de Cristo, por cuanto estar fuera de
Él es estar fuera del favor de Dios. Dios no puede mirar a la tal persona sino solo
como un objeto de Su ira, como combustible para Su venganza; no hay esperanza
alguna para ningún hombre mientras que éste no se halle en Cristo. Pero podría
preguntarse, ¿Dios no concede nada bueno a aquellos que están fuera de Cristo,
cuando envía su lluvia sobre los injustos, y llena el vientre de los impíos con cosas
buenas (Sal 17:14)? Sí, indudablemente lo hace. Entonces, ¿no son aquellas gracias
temporales, bendiciones? Ciertamente no: muy lejos está de ello. Como Él dice en
Malaquías 2:2, “maldeciré vuestras bendiciones; y aun las he maldecido, porque no
os habéis decidido de corazón.” (cf. Deuteronomio 28:15-20). Para el impío, las
gracias temporales de Dios son como comida dada a los bueyes: no hacen más que
“prepararlos para el día de la matanza” (Jeremías 12:3; cf. Santiago 5:5).
Habiendo presentado por encima un breve esbozo sobre el tema de las promesas
Divinas, permítasenos observar cuidadosamente el hecho de que 2 Corintios 1:20
plenamente (llanamente) afirma, “porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y
en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios.” Cuan inefablemente
bendito es esto para el humilde hijo de Dios – mas aún, un misterio escondido para
aquellos que son sabios en su propia arrogancia. “El que no escatimó ni a su propio
Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas
las cosas?” (Rom.8:32). Las promesas de Dios son varias, relacionadas tanto a esta
vida como a la que habrá de venir; concernientes tanto a nuestro bien temporal como
el espiritual; supliendo tanto las necesidades del cuerpo como las del alma; pero,
cualquiera sea su carácter, ninguna de ellas puede aprovecharnos a no ser por, a
través, y por medio de Aquel que murió por nosotros.
“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda
contaminación de carne y de espíritu” (2.Cor.7:1). ¿Qué promesas? Las mencionadas
en los versículos finales del capítulo precedente. Ahí leemos: “¿Y qué acuerdo hay
entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios
viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán
mi pueblo” (2.Cor.6:16). ¿Y en donde Dios había dicho eso? Remontémonos a
Levítico 26:12, “y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi
pueblo.” ¡Esa promesa fue hecha a la nación de Israel en los días de Moisés! Y otra vez
leemos, “Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no
toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me
seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.” (2 Cor.6:17-18). Palabras que
claramente se refieren a Jeremías 31:9 y Oseas 1:9-10.
Obsérvese ahora especialmente lo que el Espíritu Santo dice acerca de las promesas
del Antiguo Testamento por medio de Pablo. Primero, dice a los santos del Nuevo
Testamento “puesto que tenemos tales promesas” (2 Cor.7:1). Declara que aquellas
antiguas promesas les pertenecen: que las mismas son de su interés personal y
derecho; que son herederos de ellas no únicamente en esperanza, sino también en
poder (de facto) – suyas para hacer completo uso de ellas, para alimentarse y gozarse,
para deleitarse en ellas dándole gracias a Dios. Desde que Cristo mismo es nuestro,
todas las cosas son nuestras (1 Cor.3:22-23). Oh, lector cristiano, no permitas que
ningún hombre, bajo los pretextos de “dividir correctamente la palabra,” te desligue
de ellas, y te robe las “preciosas y grandísimas promesas” de tu Padre. Si él se
contenta con confinarse a unas pocas epístolas del N.T, deja que así lo haga – esa es
su pérdida. Pero no le permitas confinarte a tan estrecho alcance.
Otro pasaje ocupará nuestra atención y cerraremos esta sección. Escribiendo a los
santos del A.T el Apóstol Pablo fue movido por el Espíritu Santo a decir: “Sean
vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No
te desampararé, ni te dejaré” (Heb.13:5) ¿Y a quien supones que fue dada esta bendita
promesa en primera instancia? A Josué – cf. Josué 1:5. Bien dijo John Owen
(siguiendo su referencia a los ladrones religiosos de su tiempo, que pretendían
robarles a los creyentes el consuelo dirigido a ellos en las promesas evangélicas del
A.T) al respecto:
“Si ésta declaración (Heb.13:5) fuese admitida, puedo decir que no sé de
ninguna otra promesa sobre la cual se pudiera caer tan evidentemente bajo su
poder que la que estamos considerando ahora. Fue hecha a una persona en
particular, y en una ocasión particular; fue hecha a un general, a un capitán de
ejércitos, respecto a las grandes guerras que debía emprender bajo el mandato
especial de Dios. ¿No podría un creyente hambriento y pobre decir con toda
razón -¿y qué es esto para mí? No soy el general de ningún ejército, ni tengo guerras
que emprender bajo el mandato de Dios, la virtud de esta promesa sin lugar a dudas
expiró con la conquista de Canaán, y murió con aquel a quien le fue hecha[2]-? A fin de
manifestar la semejanza de amor que existe en todas las promesas – con su
fundamento en el único Mediador, y el interés general de los creyentes en
cada una de ellas, independientemente de cómo y en qué ocasión le hayan sido
dadas a alguien – esta promesa a Josué está aquí aplicada a la condición de los
más débiles, insignificantes, y pobres de entre los santos: a todos y a cada uno
de ellos, sea cual fuere su caso y condición. E indudablemente, los creyentes
no son escasos[3] en sí mismos, y en sus consolaciones, más de lo cerca que
puedan estar de estas palabras de verdad, de gracia y de fidelidad, que en
diversas ocasiones y en períodos distintos habían sido dadas a los santos de
antaño – incluso a Abraham, Isaac, Jacob, David, y demás de ellos, quienes
caminaron juntamente con Dios en sus generaciones. Estas cosas, de manera
especial, están registradas (escritas) para nuestra consolación, ´a fin de que por
la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza´
(Rom.15:4).”
Ahora el Espíritu Santo, conociendo la flaqueza de nuestra fe, y sabiendo cuan
propensos somos a magullarnos por cerrarnos a las promesas, e incapaces de
mixturarnos con la fe al menor desanimo surgido (y por cierto, ésta frase que sigue
no es una causa menor de desánimo: -las promesas no fueron hechas a nosotros, sino
que son para otros, y solo ellos pueden cosechar la dulzura de ellas; Dios les será fiel
en esas promesas, aunque nosotros jamás disfrutemos de sus bendiciones-), toma a
los creyentes por la mano y los lleva a realizar con confianza y valentía las mismas
conclusiones, y a tomar las mismas promesas, como lo hizo David en la antigüedad
[2] Bastardilla agregada.
[3] Carentes
bajo las tantas agraciadas promesas que había recibido de la presencia de Dios con él;
“de manera (dice él, bajo la realidad de esta promesa) que podemos decir
confiadamente (quedando excluida la incredulidad): el Señor es mi ayudador.” Esta
es una conclusión de fe: por cuanto Dios dijo a Josué, un creyente, “no te
desampararé, ni te dejaré” – aunque haya sido en una ocasión particular, y en relación
a un cargo puntual – cada creyente puede decir confiadamente, “el Señor es mi
ayudador.”
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Salud y bendición en la paz de Cristo.
El AUTOR de ESTE TEXTO AFIRMA que DIOS HA ENTREGADO a los DISPENSACIONALISTAS a un ESPÍRITU ENGAÑOSO (2 Tesalonicenses 2:10-12)... ¡DEBERÍAN REFLEXIONAR ESTAS PERSONAS... CUAL ES la RAZÓN POR la CUAL... DIOS LES HA ENTREGADO a un ESPÍRITU de MENTIRA que LES CIEGA y LES IMPIDE VER la LUZ y la VERDAD... LLEVÁNDOLES a la PERDICIÓN (1 Corintios 15:1-2)!
Que Dios les bendiga a todos
Paz a la gente de buena voluntad