Bienaventurados los de limpio corazón
Bienaventurados los de limpio corazón
LA GYNELOGIA CRISTIANA UNA ASIGNATURA PENDIENTE PARA EL NUEVO MILENIO.
http://www.arrakis.es/~jaarbizu/mujer.htm
Cuando este siglo se encuentra agonizante, y para el nuevo milenio apenas faltan un par de telediarios mal contados, la gynelogía cristiana sigue siendo una asignatura pendiente para próximas convocatorias. De nada vale que los cristianos de hoy hayan alcanzado unos grados de formación intelectual media mucho más elevada que en centurias precedentes. De poco vale igualmente que las mujeres hayan demostrado con nota que su nivel intelectual, capacidades, dotes y resultados no solo no desmerecen a los varones de su misma formación, sino que es una realidad para cualquier hombre del mundo (salvo algunas excepciones en países islámicos ó del más profundo tercermundismo) por muy masculinista que sea, mantener sin reparo una relación ante doctoras, ingenieras, abogadas, ejecutivas, etc. en una forma homogénea a lo que haría ante cualquier profesional de su mismo sexo.
El número de primeras ministras, mandatarias de países, alcaldesas, juezas, diputadas, investigadoras, ejecutivas, empresarias, etc. que a lo largo y ancho del mundo han logrado abrirse paso en una sociedad marcada por prejuicios ancestrales, han puesto de relieve, algo que para nosotros los cristianos tenía que estar mucho más claro desde nuestra comprensión teológica, de lo que pudiera serlo en ambientes, culturas y pensamientos ajenos a la comprensión de la voluntad de Dios claramente revelada. Todos los cristianos debieran saber y asumir que la mujer es un ser humano trascendente, inteligente y racional creado a imagen de Dios igual que el hombre de modo que su sola mención ya debiera gratuita. Todos debieran saber igualmente que la discriminación de la mujer en razón de su sexo es una manifestación más de las injusticias introducidas por el pecado en el mundo. Y que Dios, el único Dios y nuestro Padre, es por esencia y excelencia AQUEL EN QUIEN NO HAY ACEPCION DE PERSONAS. Fue Él quien nos reveló en Jesucristo un anticipo de los principios de la justicia de Su reino, con el propósito de levantar un pueblo ejemplar en sus actitudes, donde se viviese en plenitud UNA FE SIN ACEPCION DE PERSONAS en cuestiones tales como sexos, condiciones sociales, raciales o nacionales.
El evangelio de la gracia, en el que creemos, tiene unos contenidos claros e incontrovertibles en medio de otra mucha revelación a la que solo nos podemos aproximar a través de hipótesis más ó menos razonadas, concordando la lectura de los diferentes textos bíblicos. Hay ciertos principios básicos tales como la universalidad del pecado; la salvación amplia que se otorga por la pura gracia de Dios sin las obras del hombre, pero para obras que glorifiquen a Dios y su misericordia; el sacrificio único y suficiente de Jesucristo que limpia de todo pecado, único camino y mediador entre Dios y los hombres; la realidad de una trascendencia que sobrepasa nuestra realidad corporal; la confianza en una vida eterna para aquellos que por medio de la fe en el sacrificio de Cristo han sido reconciliados con Dios; y la eterna separación de todos aquellos cuyos nombres no constan en el libro de la vida. A partir de tales conceptos bien aceptados por fe, basados en declaraciones escriturales claras, los cristianos condicionamos la hermenéutica y comprensión de toda la Escritura. Pues una de las declaraciones más claras de todo el Nuevo Testamento es esta: TODOS SOIS HIJOS DE DIOS POR LA FE EN CRISTO JESÚS, PUES TODOS LOS QUE HABÉIS SIDO BAUTIZADOS EN CRISTO, DE CRISTO ESTÁIS REVESTIDOS. YA NO HAY JUDÍO NI GRIEGO; NO HAY ESCLAVO NI LIBRE; NI HAY HOMBRE NI MUJER, PORQUE TODOS VOSOTROS SOIS UNO EN CRISTO JESÚS (Gal. 3:26-28. Reina Valera 95).
Es difícil encontrar un texto más claro en cuanto a la composición de la Iglesia de Cristo, que es su cuerpo, de la que Él es la Cabeza, para entender los valores que deben ser tenidos en cuenta por los “hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” en el mundo, pero mucho más en el seno mismo del cuerpo, en la Iglesia y en las iglesias. Podríamos decir que esta es una declaración constitucional del principio que prima en la Iglesia en relación con los valores y criterios de sus miembros. Ningún valor ó privilegio de la carne se puede invocar para ser reconocido en el cuerpo espiritual de Cristo. Solo los que son de la carne piensan en las cosas de la carne, pero los que son del Espíritu, en las cosas –los valores- del Espíritu. Cuando la carne prima en la consideración de los auténticos valores espirituales, los dones, carismas y espiritualidades que el Espíritu Santo otorga para colocar a cada miembro en el cuerpo como El quiere, a su exclusivo albedrío, son olímpicamente ignorados, en base a interpretaciones exegéticas que contradicen claramente los contenidos más excelsos, claros y justos del Evangelio de la Gracia, en los que cada persona redimida, y sin tener en cuenta ni su nacionalidad, condición social ó sexo, es incorporada como miembro dentro del cuerpo, la Iglesia, por el Espíritu Santo, y dotada adecuadamente para servir al cuerpo y en el cuerpo.
A partir de aquí, cualquier texto ya sea del Antiguo ó del Nuevo Testamento que parezca contradecir un concepto tan claro, elemental y poderoso como el que estamos considerando tiene que ser revisado, reestudiado, escudriñado tantas veces como sea necesario, pasando de lecturas superficiales y por encima de toda una cultura de exegetas, hasta que sea entendido dentro del propósito y el contenido meridiano del Evangelio de la Gracia. No pretendo descalificar a muchos reputados comentaristas metiéndolos a todos en el mismo saco, aunque hay algunos ciertamente disparatados, que han dibujado a las mujeres como deficientes mentales, infantiles, ó como un estrato situado entre el mono y el hombre. Otros han utilizado la sutileza del piropo, o la condescendencia bonachona hacia alguien que tiene que estar subyugado, callado y en papeles de segunda división. Entiendo que muchos opinaron sobre el tema a la ligera, porque tampoco tuvieron la necesaria presión para examinar detenidamente esta materia.
Hasta este siglo, nuestros hermanos-mujeres no plantearon sus reivindicaciones de una forma tan amplia, cabal y demostrando su capacidad en todas las áreas del ministerio, en una forma semejante a como lo hicieron en el mundo secular y en todos los campos: sociales, culturales, políticos, intelectuales, científicos, laborales, etc. Hasta entonces las mujeres habían sido enseñadas a conformarse con jugar ese papel irrelevante en la Iglesia de Cristo, al que desde luego Dios nos las había llamado, sino “sus maestros”, de modo que la gran mayoría lo aceptaban de buen grado ó resignadas. Además se les presentó que mantenerse dentro de los límites de la cárcel conceptual en que habían sido encerradas era una muestra de virtud y testimonio. En las iglesias debían aceptar aquellos principios en la misma forma en que fuera de ella debían aceptar los papeles seculares que la sociedad les tenía asignados: Escasa instrucción, labores del hogar y rurales, tener hijos, oír, ver y callar.
La oposición actual a la revisión de la base exegética tradicional, y a reponer ó restituir lo que en justicia corresponde, encuentra y conforma equipos de extraños compañeros de causa, que van desde el protestantismo más conservador hasta el romanismo Vaticano, pasando por ortodoxos griegos, y sectas varias de origen muy plural. Para muchos conservadores protestantes, la “emancipación”, que no restitución de sus derechos, a los cristianos mujeres es casi la causa de todos los males y augura los mas funestos presagios de apostasía, olvidando que el catalogo de herejías de casi 2000 años de cristianismo, salvo alguna rara excepción está firmado casi exclusivamente por varones. Afortunadamente para las mujeres, Alejandro el calderero ó Himeneo eran hombres, como también Simón el Mago, Marción, Montano, Arrio, Pelagio, etc. Es preciso escarbar en la historia para encontrar a alguna Elena Hampton (Sra. De White) como un personaje femenino relevante en cuanto al asentamiento de alguna desviación doctrinal de cierta entidad, y para ello esperar hasta el siglo XIX. Los romanistas siempre tuvieron fijación con la cuestión femenina. Parece increíble la cantidad de documentos y monumentos que manipularon para intentar ocultar, infructuosamente por cierto, que una tal Juana llegase a ser encubiertamente el papa Juan VIII, situando su gobierno entre los papas León IV y Benedicto III, en la mitad del siglo IX. Desde luego sus esfuerzos en tal materia parecen impropios para quienes desarrollaron una Mariolatría como parte vital en la teología Vaticana. Ocultar este hecho fue más importante en esfuerzo que el desplegado para encubrir las pruebas de toda la clase de tropelías que llevaron a cabo un buen número de papas masculinos durante su “gobierno” y que pueden ser encontradas sin demasiado esfuerzo en crónicas y documentos históricos. En este punto están unidos Lefebvre, Clemente el del Palmar y Juan Pablo II. Y sin embargo, en todo el siglo XX la botella del oxigeno propagandístico más importante que ha recibido el romanismo para su alicaído prestigio procede de una mujer como Teresa de Calcuta, por encima de cualquier otro personaje masculino. Por su parte la iglesia ortodoxa continúa sumida en un rancio olor a alcanfor que parece sacado del baúl de los recuerdos desde la oscura Edad Media. Su teología, hermenéutica y liturgia permanecen congeladas desde la noche oscura de los concilios de Constantinopla. Y además, la imagen publica que ofrecen sus ministros y patriarcas parece perseguir una efigie clónica sacada de un viejo almacén de farándula.
El debate que suscita esta cuestión altera las glándulas de muchas personas, llevándolas en ocasiones a un estado de ira completamente fuera de lugar, y que se suele manifestar en la descalificación personal o directamente en el insulto puro y duro hacia quienes sostienen posturas diferentes a la suya. De nada valen razones espirituales de peso, argumentos escriturales ó lingüísticos sobre aquellos textos más controvertidos, no para inventar algo nuevo al amparo de traducciones forzadas, sino para manifestar que ese claro pilar evangélico se sustenta igualmente en todos los textos que las Sagradas Escrituras contienen. Y que, si en ocasiones aparecieron oscurecidos fue por causa de traducciones no exentas de los prejuicios de su tiempo, que han ofrecido la redacción de algunos textos en forma tal que parecen empañar una verdad tan meridiana como la de Gálatas 3:28.
Frecuentemente se ha producido una confusión interpretativa en las alusiones bíblicas a las mujeres, mezclando textos que se refieren a ellas como tales, con otros en los que se refieren a su papel como esposas. Se olvida también a menudo que la institución matrimonial desde su establecimiento edénico anterior a la caída, y los efectos derivados como consecuencia de la injusticia que el pecado arrojó sobre ella, modificó el marco de relaciones del proyecto original de Dios. Y que estas relaciones a lo largo del tiempo no han estado exentas de las influencias sociales y culturales. La familia es, sin embargo, un entorno social exclusivo para el tiempo de “esta carne”, pues en la eternidad ya no habrá más relaciones basadas en este modelo, como Jesús apuntó. Los propósitos de la familia son igualmente temporales y no eternos. Están relacionados con el mundo físico y con el desarrollo emocional de los seres humanos en tanto que sujetos a la naturaleza de la carne. Los papeles de padres, madres, hijos, etc. tienen su utilidad y entorno en las relaciones vegetativas y sociales. Y en este contexto, dentro de la paridad esencial de los seres humanos como tales, existen papeles asignados, con mayor o menor rigor o por la influencia determinante de cada personalidad individual y del entorno social, en la distribución de iniciativas y subordinaciones temporales.
Pero el cristiano, el hijo de Dios, no accede a esa condición por tales parámetros, pues ni nace de sangre, ni de voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios, para que su esfera relacional como tal cristiano se rija por los mismos presupuestos. De la misma manera el crecimiento, la madurez y el ministerio tampoco se ejecuta con base a criterios físicos, sino espirituales. La familia y el entorno del cristiano para el desarrollo del proyecto de Dios están situados en otros niveles espirituales.
No vamos a evadir que a la par que cristianos también somos padres, madres, hijos, esposos ó esposas y debemos conducirnos ejemplarmente en las instituciones humanas, dentro de los parámetros de virtud de nuestro entorno, que no siempre coinciden con los espirituales, para que, haciendo las cosas bien en la opinión de los que nos rodean, se haga callar la ignorancia de los insensatos. Esto es prudencia cristiana, pero prudencia no es renuncia, ni tampoco prohibición. El ejemplo del pasado nos obliga a reconocer que la prudencia de vivir los contenidos liberadores del evangelio desembocó en prohibiciones y discriminaciones, que debidamente establecidas y articuladas por mentes inquisidoras e intransigentes han anulado por siglos el legítimo ministerio y desarrollo de otros hijos de Dios, que nacieron en la carne bajo el sexo femenino. Bien se invalidó el mandamiento de Dios por causa de las tradiciones, como denunció Jesús que hacían en su generación los “estrictos” fariseos.
A nadie le extraña que las prohibiciones “legales” procedieran de un mundo injusto y perdido que ignora las verdades espirituales del evangelio. Pero lo penoso es que el eco de aquellas discriminaciones fuese asumido, justificado y ampliado en el interior de las iglesias cristianas con argumentos aun más peregrinos que los que esgrimían “los de afuera”. Y en lugar de transformar progresivamente a la sociedad, viviendo la libertad con prudencia en el seno de las iglesias cristianas, se dejaron asimilar por el sistema y aun fueron más allá que el propio sistema en el nombre de un Cristo que en este, como en muchos otros temas, nunca se encontraría identificado con las posturas de los que se manifiestan como suyos.
El argumento de la necesidad de distinguir entre los valores cristianos claramente contenidos en el Evangelio de la Gracia, y la recomendación de prudencia para vivirlos en cada lugar y momento en la forma más conveniente para la edificación de la Iglesia y la extensión del Evangelio, tampoco logra atemperar en su cruzada aún en nuestros días la crispación de los defensores del injusto modelo heredado. Por estas actitudes enrocadas es por lo que pienso que únicamente una nueva generación, si Cristo no viene antes a por su Iglesia, tendrá que pasar la reválida de restituir cual Zaqueo las injusticias cometidas, los dones despreciados, las voces silenciadas, la sabiduría ignorada no por conceptos, no por contenidos, sino por cuestiones tales como faldas, pelo largo, voz aguda ó senos.
Es un reto, una asignatura suspensa hasta aquí, y pendiente para el siglo XXI, arrepentirse ante los contenidos de la libertad implícitos en el evangelio de Jesucristo, para no solo restituir la justicia sobre mujeres, sino a los pobres, a las etnias despreciadas (espaldas mojadas, gitanos, negros, chicanos, indios, etc) para vivir de verdad en Cristo ese mensaje liberador que es digno del evangelio de Cristo. Recuperar la visión evangélica claramente expresada por Pablo a los Corintios (2ª Co. 5:16-17): DE MANERA QUE NOSOTROS DE AQUÍ EN ADELANTE A NADIE CONOCEMOS SEGÚN LA CARNE; Y AUN SI A CRISTO CONOCIMOS SEGÚN LA CARNE, YA NO LO CONOCEMOS ASÍ. DE MODO QUE SI ALGUNO ESTA EN CRISTO, NUEVA CRIATURA ES; LAS COSAS VIEJAS PASARON, HE AQUÍ TODAS SON HECHAS NUEVAS. Ya no conocemos a mujeres, ni hombres, ni ricos ó pobres, blancos ó negros, sino a personas renacidas por el Espíritu Santo. Una nueva creación donde tales valores no tienen cabida: coherederos de la gracia, instrumentos para la gloria de Dios y embajadores en Cristo. Una visión que reconozca lo espiritual: el fruto del Espíritu, la consagración, la fidelidad, el amor, la generosidad, en lugar de pantalones ó faldas, tamaños de cuentas corrientes ó colores de la piel.
Pablo Blanco