Sobre la libertad cristiana
Sobre la libertad cristiana
Al principiar a comentar muy brevemente el segundo libro de Raymond Franz (sobre la libertad cristiana), no puedo dejar de recordar la primera obra contraria a la Watchtower que leyera hace casi medio siglo, cuando todavía era muy joven: Esclavo por 30 Años en la Torre del Vigía. Aquel era un libro esencialmente testimonial, este otro es más bien apologético, ya que dedica buen espacio a la consideración de las Escrituras al confrontar las distintas posiciones que a lo largo de su historia iba asumiendo la Sociedad sobre diversos asuntos.
Me concretaré a tres puntos:
1 - Quien aborde la lectura de este libro con la expectativa de encontrar el gran deschave de la Organización -como sólo pudiera hacerlo un ex-miembro de su Cuerpo Gobernante, si así lo hubiera querido-, quedará decepcionado. Los TJ todavía militantes se precipitan a condenar por pestilencial la obra de quien ahora consideran un apóstata -sin haberla leído-, sin darse cuenta que en el uso que hacen de su literatura todavía se siguen nutriendo con sus comentarios en variarísimos temas. El mismo que ayer oyeron y todavía leen como un vocero de Dios, es el mismo que ya muerto todavía les habla en sus últimos escritos. Solamente un auténtico amor fraternal pudo llevar a que Raymond Franz callara la descripción de escenas e incidentes con otros integrantes del Cuerpo Gobernante. Incluso, por lo menos, yo esperaba que se abriera a contar su especial relación que debía tener con su tío Fred Franz, por haber sido Presidente de la Sociedad y sin duda alguna la autoridad más respetada en la Organización por su sapiencia y experiencia. Si la palabra de Nathan Knorr solía ser la última a la hora de las decisiones, sin duda que la de Fred Franz era la primera a tomarse en cuenta. Es obvio que en aquel colegiado, algunos de estos "viejecitos" -benévolos en las fotos pero macabros y avinagrados si se les borrara la sonrisa-, estaban como pintados en las reuniones, siempre prestos a seguir el parecer de la mayoría o de las voces más influyentes. Pero Raymond Franz era allí un peso pesado. No nos es posible saber a qué grado alcanzaba la familiaridad con que Fred trataba a su sobrino, pues este no quiso decirlo. No se necesita ser muy perspicaz para imaginar que tan cercano parentesco no lo favorecía sino que más bien suscitaría ciertas aprehensiones en los demás componentes de aquel Cuerpo. Los equívocos procederes de ancianos, superintendentes y miembros del Cuerpo Gobernante en absoluto los achaca a despropósitos o mala voluntad de aquellos, sino a un sentir del deber y lealtad con la Organización. No se percibe amargura y apasionamiento en el estilo de Raymond Franz, aunque sí, a veces, profundo dolor.
2 - Raymond Franz podría contestar con un contundente ¡No! a la pregunta del epígrafe. Sabía que los TJ no leerían sus libros -pues contra tal riesgo habían sido vacunados-, aunque sí podría esperanzarse en que alguno que se hallara al límite de su resistencia podría bajarlos por Internet, y así informarse mejor antes de tomar una decisión.
Aunque a nivel global la censura puede imponerse a la prensa escrita, radio y televisión, es muy difícil conseguirlo con la Internet. En la privacía de su propia cámara, cualquiera puede leer lo que quiera sin nadie que pueda descubrirlo y acusarlo de leer escritos de "apóstatas", bastando para ello tener la puerta bien cerrada para no ser sorprendido.
Pensar que los cristianos evangélicos siempre nos horrorizábamos que los católicos no pudieran acceder a los libros puestos en el Index de los prohibidos por la autoridad eclesiástica, y sin embargo, actualmente, cuando esta práctica ya no la siguen ellos -por vigente que siga el Imprimatur-, mormones y TJ no puedan leer nada que critique sus respectivas organizaciones. ¡Qué libertad gozamos los evangélicos cuando podemos leer cuanto creamos que nos puede representar alguna utilidad o beneficio! Incluso, cuando algunos de nuestros hermanos mayores -menos sabios que prepotentes-, nos conminaban a no leer a determinados autores cristianos, azuzaban en nosotros los entonces jóvenes, a leerlos con suma atención (recuerdo especialmente el caso con Watchman Nee, de China). En mi país, al menos, cuanto más se le diga a nuestra gente que no lea a determinado autor, lo único que conseguirá es despertarle el interés por hacerlo.
3 - El libro es también útil para los cristianos evangélicos, al menos en dos sentidos:
a) Nos ayuda a comprender mejor a los TJ. No nos incita a considerarlos como enemigos y maltratarlos con burlas y menosprecios, sino como a personas que son nuestro prójimo y por tanto debemos amarlas y respetarlas.
b) Nos ayuda a darnos cuenta que cada confesión cristiana, cada denominación, misión, iglesia y la organización que sea, también practica muchas de las cosas que aquí se muestran como lesivas a la libertad cristiana.
Cuando Raymond Franz se extiende en recordarnos como funcionaban las iglesias primitivas del primer siglo, vemos que cuantos nos creemos estar haciendo las cosas correctas y en total conformidad al NT, no es tan así como lo imaginamos. Incluso, aquellas asambleas cristianas que pareciera que se gobiernan según la sana doctrina, suelen vivir una contradicción de la misma. En mi país, perseverar en la sana doctrina se sigue interpretando como continuar enseñándola desde la plataforma por los expositores bíblicos. Si un oyente sentado abajo en el banco se tomara a pecho lo que escucha, procurando hacer tal como está siendo instruido, sería mal visto. Lo tendrían como un engreído que quiere diferenciarse del montón. Alcanza con asentir a lo que se oye. Nadie espera que se vaya a hacer tal como se está enseñando. Se supone que la sana doctrina es cosa que se debe enseñar sin pretensiones de practicarla.
En fin, esta lectura describe muy bien como es la naturaleza humana y cuales son los mecanismos que actúan en la mente, los sentimientos y la voluntad de las personas. Los abusos de los más hábiles sobre los menos no es cosa que se limite a la Organización Watchtower, pues siempre existió y es común a todo grupo humano. Solamente que entre los TJ es notoriamente expuesta esa realidad, prácticamente imposible de ver mientras se esté adentro.
Si vamos a ser eficazmente útiles a nuestros hermanos en la común fe, es menester ser autocríticos y estar siempre dispuestos a corregir los desvíos en los que podamos haber incurrido y las omisiones en que nos hallemos.
Saludos cordiales,
Ricardo.
Sobre la libertad cristiana
Al principiar a comentar muy brevemente el segundo libro de Raymond Franz (sobre la libertad cristiana), no puedo dejar de recordar la primera obra contraria a la Watchtower que leyera hace casi medio siglo, cuando todavía era muy joven: Esclavo por 30 Años en la Torre del Vigía. Aquel era un libro esencialmente testimonial, este otro es más bien apologético, ya que dedica buen espacio a la consideración de las Escrituras al confrontar las distintas posiciones que a lo largo de su historia iba asumiendo la Sociedad sobre diversos asuntos.
Me concretaré a tres puntos:
1 - Quien aborde la lectura de este libro con la expectativa de encontrar el gran deschave de la Organización -como sólo pudiera hacerlo un ex-miembro de su Cuerpo Gobernante, si así lo hubiera querido-, quedará decepcionado. Los TJ todavía militantes se precipitan a condenar por pestilencial la obra de quien ahora consideran un apóstata -sin haberla leído-, sin darse cuenta que en el uso que hacen de su literatura todavía se siguen nutriendo con sus comentarios en variarísimos temas. El mismo que ayer oyeron y todavía leen como un vocero de Dios, es el mismo que ya muerto todavía les habla en sus últimos escritos. Solamente un auténtico amor fraternal pudo llevar a que Raymond Franz callara la descripción de escenas e incidentes con otros integrantes del Cuerpo Gobernante. Incluso, por lo menos, yo esperaba que se abriera a contar su especial relación que debía tener con su tío Fred Franz, por haber sido Presidente de la Sociedad y sin duda alguna la autoridad más respetada en la Organización por su sapiencia y experiencia. Si la palabra de Nathan Knorr solía ser la última a la hora de las decisiones, sin duda que la de Fred Franz era la primera a tomarse en cuenta. Es obvio que en aquel colegiado, algunos de estos "viejecitos" -benévolos en las fotos pero macabros y avinagrados si se les borrara la sonrisa-, estaban como pintados en las reuniones, siempre prestos a seguir el parecer de la mayoría o de las voces más influyentes. Pero Raymond Franz era allí un peso pesado. No nos es posible saber a qué grado alcanzaba la familiaridad con que Fred trataba a su sobrino, pues este no quiso decirlo. No se necesita ser muy perspicaz para imaginar que tan cercano parentesco no lo favorecía sino que más bien suscitaría ciertas aprehensiones en los demás componentes de aquel Cuerpo. Los equívocos procederes de ancianos, superintendentes y miembros del Cuerpo Gobernante en absoluto los achaca a despropósitos o mala voluntad de aquellos, sino a un sentir del deber y lealtad con la Organización. No se percibe amargura y apasionamiento en el estilo de Raymond Franz, aunque sí, a veces, profundo dolor.
2 - Raymond Franz podría contestar con un contundente ¡No! a la pregunta del epígrafe. Sabía que los TJ no leerían sus libros -pues contra tal riesgo habían sido vacunados-, aunque sí podría esperanzarse en que alguno que se hallara al límite de su resistencia podría bajarlos por Internet, y así informarse mejor antes de tomar una decisión.
Aunque a nivel global la censura puede imponerse a la prensa escrita, radio y televisión, es muy difícil conseguirlo con la Internet. En la privacía de su propia cámara, cualquiera puede leer lo que quiera sin nadie que pueda descubrirlo y acusarlo de leer escritos de "apóstatas", bastando para ello tener la puerta bien cerrada para no ser sorprendido.
Pensar que los cristianos evangélicos siempre nos horrorizábamos que los católicos no pudieran acceder a los libros puestos en el Index de los prohibidos por la autoridad eclesiástica, y sin embargo, actualmente, cuando esta práctica ya no la siguen ellos -por vigente que siga el Imprimatur-, mormones y TJ no puedan leer nada que critique sus respectivas organizaciones. ¡Qué libertad gozamos los evangélicos cuando podemos leer cuanto creamos que nos puede representar alguna utilidad o beneficio! Incluso, cuando algunos de nuestros hermanos mayores -menos sabios que prepotentes-, nos conminaban a no leer a determinados autores cristianos, azuzaban en nosotros los entonces jóvenes, a leerlos con suma atención (recuerdo especialmente el caso con Watchman Nee, de China). En mi país, al menos, cuanto más se le diga a nuestra gente que no lea a determinado autor, lo único que conseguirá es despertarle el interés por hacerlo.
3 - El libro es también útil para los cristianos evangélicos, al menos en dos sentidos:
a) Nos ayuda a comprender mejor a los TJ. No nos incita a considerarlos como enemigos y maltratarlos con burlas y menosprecios, sino como a personas que son nuestro prójimo y por tanto debemos amarlas y respetarlas.
b) Nos ayuda a darnos cuenta que cada confesión cristiana, cada denominación, misión, iglesia y la organización que sea, también practica muchas de las cosas que aquí se muestran como lesivas a la libertad cristiana.
Cuando Raymond Franz se extiende en recordarnos como funcionaban las iglesias primitivas del primer siglo, vemos que cuantos nos creemos estar haciendo las cosas correctas y en total conformidad al NT, no es tan así como lo imaginamos. Incluso, aquellas asambleas cristianas que pareciera que se gobiernan según la sana doctrina, suelen vivir una contradicción de la misma. En mi país, perseverar en la sana doctrina se sigue interpretando como continuar enseñándola desde la plataforma por los expositores bíblicos. Si un oyente sentado abajo en el banco se tomara a pecho lo que escucha, procurando hacer tal como está siendo instruido, sería mal visto. Lo tendrían como un engreído que quiere diferenciarse del montón. Alcanza con asentir a lo que se oye. Nadie espera que se vaya a hacer tal como se está enseñando. Se supone que la sana doctrina es cosa que se debe enseñar sin pretensiones de practicarla.
En fin, esta lectura describe muy bien como es la naturaleza humana y cuales son los mecanismos que actúan en la mente, los sentimientos y la voluntad de las personas. Los abusos de los más hábiles sobre los menos no es cosa que se limite a la Organización Watchtower, pues siempre existió y es común a todo grupo humano. Solamente que entre los TJ es notoriamente expuesta esa realidad, prácticamente imposible de ver mientras se esté adentro.
Si vamos a ser eficazmente útiles a nuestros hermanos en la común fe, es menester ser autocríticos y estar siempre dispuestos a corregir los desvíos en los que podamos haber incurrido y las omisiones en que nos hallemos.
Saludos cordiales,
Ricardo.