Es patente que la doctrina fundamental tras la creencia en el castigo después de la muerte es la creencia de que en realidad el hombre mismo no muere cuando el cuerpo carnal muere, sino que algo —frecuentemente llamado alma— sobrevive a la muerte del cuerpo.
Esta creencia, se remonta al tiempo de los sumerios y los babilonios primitivos de Mesopotamia.
Más tarde la adoptaron los griegos, cuyos filósofos —como Platón— refinaron la teoría.
Su refinada creencia dualística respecto a “cuerpo y alma” llegó a ser parte de la creencia judía apóstata.
La Encyclopædia Universalis francesa dice: “El
Apocalipsis [apócrifo]de Pedro (siglo II E.C.) fue la primera obra cristiana que describió el castigo y las torturas de los pecadores en el infierno”.
De hecho, parece que entre los llamados “padres primitivos de la iglesia” había mucho desacuerdo en cuanto al infierno.
Justino Mártir, Clemente de Alejandría, Tertuliano y Cipriano estaban a favor de un infierno de fuego.
Orígenes trató de dar al infierno un giro remediador al afirmar que los pecadores que estuvieran en el infierno serían salvos con el tiempo.
En esto lo siguieron a mayor o menor grado Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nisa.
Pero Agustín puso fin a esos puntos de vista conciliadores sobre el infierno.
En el libro Early Christian Doctrines, el profesor J. N. D. Kelly, de Oxford, escribe: “Para el siglo V era prominente por todas partes la rígida doctrina de que los pecadores no tienen una segunda oportunidad después de esta vida y que el fuego que los devora nunca se extingue”.
En cuanto al purgatorio, el libro Orpheus—A General History of Religions declara:
“San Agustín había sostenido que existía una condición intermedia de prueba entre la felicidad futura y la condenación: la de la purificación de las almas por fuego.
Esta es la doctrina órfica [pagana griega] y virgiliana [pagana romana] del Purgatorio: no se hace ninguna mención de ella en los Evangelios. [...] La doctrina del Purgatorio [...] se formuló en el siglo VI, y el Concilio de Florencia (1439) la proclamó dogma de la Iglesia”.
LA NEW CATHOLIC ENCYCLOPEDIA RECONOCE: “LA DOCTRINA CATÓLICA SOBRE EL PURGATORIO SE BASA EN LA TRADICIÓN, NO EN LA SAGRADA ESCRITURA”. Respecto al limbo, el cardenal Ratzinger, ex Papa, de Roma admite que es “solamente una hipótesis teológica”.
No hay castigo después de la muerte
Sin embargo, ¿qué dice la Biblia al respecto? ¿Dice que el alma sobrevive al cuerpo cuando este muere y que, por lo tanto, puede recibir castigo en un infierno de fuego o un purgatorio?
La NEW CATHOLIC ENCYCLOPEDIA DECLARA: “LA IDEA DE QUE EL ALMA SOBREVIVE DESPUÉS DE LA MUERTE NO ES FÁCILMENTE PERCEPTIBLE EN LA BIBLIA. [...] En el A[ntiguo] T[estamento] el alma no se refiere a una parte del hombre, sino al hombre completo... al hombre como ser viviente.
De igual manera, en el N[uevo] T[estamento] significa la vida humana: la vida de la persona”.
Así que la premisa fundamental para establecer el castigo después de la muerte fracasa por completo.
La Biblia dice: “El alma que pecare, ésa morirá”. (Ezequiel 18:4, Bover-Cantera, católica.) También dice: “El sueldo del pecado es muerte”. (Romanos 6:23, BC.)
Por consiguiente, cuando en la Biblia se habla de inicuos impenitentes que van a parar al “Gehena”, el “fuego eterno” o el “lago de fuego”, sencillamente se emplea lenguaje simbólico para decir que ellos experimentan muerte permanente, “la muerte segunda”. (Mateo 23:33; 25:41, 46; Revelación 20:14; 21:8; 2 Tesalonicenses 1:7-9.)
Entonces, ¿es caliente el infierno, o no? No lo es según la Biblia.
En realidad, las palabras hebrea y griega que en algunas Biblias se traducen “infierno” significan simplemente la sepultura común de los difuntos.
No es un lugar ardiente de tormento.
Más bien, es un lugar de descanso del cual saldrán los muertos durante la resurrección. (Eclesiastés 9:10; Hechos 24:15.)
Oscar Cullmann, profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Basilea, Suiza, y de la Sorbona de París, habla sobre la “diferencia radical que hay entre la esperanza cristiana de la resurrección de los muertos y la creencia griega sobre la inmortalidad del alma”.
Dice correctamente que “el hecho de que más tarde el cristianismo formara un eslabón entre ambas creencias [...] no es en realidad ningún eslabón, sino la renuncia a una de ellas [la doctrina bíblica de la resurrección] en favor de la otra [LA CREENCIA PAGANA SOBRE LA INMORTALIDAD DEL ALMA HUMANA]”.