Reina Valera 1909
He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá. Ez. 18: 4, 20.
El filósofo griego Platón, por ejemplo, puso en boca de Sócrates las siguientes palabras: “El alma, [...] que se separa pura, sin arrastrar nada del cuerpo, [...] se va hacia lo que es semejante a ella, lo invisible, lo divino, inmortal y sabio, y al llegar allí está a su alcance ser feliz, apartada de errores, insensateces, terrores, [...] y de todos los demás males humanos, [...] para pasar de verdad el resto del tiempo en compañía de los dioses”. (Fedón, 80 d, e; 81 a.)
“¿Creemos que haya tal cosa como la muerte? [...] ¿No es la separación del alma y el cuerpo? Y el estar muerto es la consumación de esto; cuando el alma existe en sí, y es liberada del cuerpo y el cuerpo es liberado del alma, ¿qué es esto sino la muerte? [...] ¿Y admite el alma la muerte? No. Entonces, ¿es inmortal el alma? Sí.” (Fedón de Platón, secciones 64, 105)
¡De acá viene esa creencia falsa!