Leamos la BIBLIA

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Queridos hermanos: ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones. ¡Adúlteros! ¿No sabéis que amar el mundo es odiar a Dios?
El que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. No en vano dice la Escritura:
«El espíritu que Dios nos infundió está inclinado al mal. » Pero mayor es la gracia que Dios nos da.
Por eso dice la Escritura: «Dios se enfrenta con los soberbios y da su gracia a los hurnildes.»
Someteos, pues, a Dios y enfrentaos con el diablo, que huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y Dios se acercará a vosotros. Pecadores, lavaos las manos; hombres indecisos, purificaos el corazón, lamentad vuestra miseria, llorad y haced duelo; que vuestra risa se convierta en llanto y vuestra alegría en tristeza. Humillaos ante el Señor, que él os levantará.



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En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía:
-«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará. »
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó:
-« ¿De qué discutíais por el camino?»
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
-«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
-«El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mi no me acoge a mí, sino al que me ha enviado. »

Palabra del Señor.
 
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Ahora - oráculo del Señor - convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto.
Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas.» Quizá se arrepienta y nos deje todavía su bendición, la ofrenda, la libación para el Señor, vuestro Dios.
Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión. Congregad al pueblo santificad la asamblea, reunid a los ancianos. Congregad a muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la alcoba, la esposa del tálamo.
Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan:
-«Perdona, Señor, a tu pueblo; no entregues tu heredad al oprobio, no la dominen los gentiles; no se diga entre las naciones: ¿Dónde está su Dios?
-El Señor tenga celos por su tierra, y perdone a su pueblo.»



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Hermanos:
Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.
Secundando su obra, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice:
«En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda»; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación.



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- «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.
Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.»

Palabra del Señor.


Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
 
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La Iglesia inicia la Cuaresma con una muy antigua llamada profética a la conversión.
La conversión supone para los profetas un cambio vital que se desarrolla como un proceso, como un camino.
Cuando uno se extravía en el camino debe regresar a él para no perderse entre las marañas de la vida.

Necesitamos regresar a Dios, reorientar nuestra vida hacia el Señor, hacia su persona, hacia un encuentro profundo y sincero con él.
Esto no quiere decir que cambiemos nuestro modo de pensar o de actuar, pues lo que importa no es tanto la doctrina (pasar de una errónea a otra correcta), o de volver a costumbres religiosas abandonadas o a una moralidad caída en el olvido, sino nuestra vinculación con Dios.

Según el profeta Joel, la trampa en la que numerosa veces cayó el pueblo de Israel- también La Iglesia de nuestro tiempo- fue confundir esta conversión con el ejercicio de prácticas piadosas que no transforman el corazón humano. Sería como un fraude o un acto de hipocresía.

“Rasgad los corazones, no las vestiduras” quiere decir que siempre importa más el fondo que las formas.
Lo más decisivo para que el proceso de conversión dé su fruto es orientar bien las prácticas que lo constituyen. Y esto sólo se logra si el norte que lo guía es el encuentro auténtico con el verdadero Dios, que es “compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad”.

La conversión ha de ser personal, que no es lo mismo que individualista. Todo proceso de conversión tiene siempre una dimensión comunitaria. Como el Israel bíblico, la Iglesia es un pueblo formado no por la suma de muchas individualidades, sino por su comunión. Es impensable una conversión sincera que no tenga esta doble dimensión personal y comunitaria.

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Limosna, ayuno y oración son como un trípode donde se asienta la vida cristiana en relación con los demás (limosna), consigo mismo (ayuno) y con Dios (oración).
El relativismo moral, el materialismo o el hedonismo, desarrollados en nuestra sociedad al abrigo de la llamada “ideología de género”, han provocado un grave deterioro en algunas de estas prácticas piadosas que no dejan de ser por ello sustanciales en todo seguidor de Jesús.

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La limosna, según S. Mateo, es malentendida si atiende más a la mano que da que al hermano que recibe. Por eso la instrucción de Jesús orienta en la correcta dirección.
Tras la limosna está la relación con los demás, especialmente con los pobres.
La limosna se queda corta sin el ejercicio real de la solidaridad y la fraternidad, la búsqueda de una sociedad más justa, de un mundo con dignidad para todos, de unas leyes que potencien a los más desfavorecidos.

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Del mismo modo, el ayuno se pervierte si queda en mera práctica externa, en las apariencias. Por el ayuno podemos percibir el ejercicio que lleva a la búsqueda de la autenticidad en uno mismo. Es el ejercicio del desnudarse de lo superficial que camufla y disimula, para situarse en lo verdadero de la propia existencia, de lo que uno es y para lo que uno vive.
Lo que propone realmente el ayuno, por tanto, es la búsqueda de los esencial, lo auténtico, lo verdadero en que cimentar la propia vida.

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Y, en el centro, está la oración, nuestra relación con Dios, que pasa por la intimidad personal más que por los rezos y la rutina, por la calidad de la oración más que por la cantidad.
La invocación a Dios desde la paternidad (Padre nuestro), no individual, sino colectiva, remite a la fraternidad de los hermanos.
La oración que introduce al que la pronuncia a entrar en la sintonía con los deseos de Dios, su voluntad. Y bastarse con lo elemental, el pan de cada día, para que nada distraiga de la centralidad del deseo: venga tu reino.

“El deseo de conversión y el anuncio del perdón de Dios tienen su expresión eclesial en la frecuente recepción del sacramento de la Reconciliación, fuente indispensable de curación y crecimiento. La tradición marista ha puesto el acento sobre la conversión del corazón mediante la mortificación interior y exterior practicada con generosidad y prudencia. La actitud penitencial, enraizada en la conciencia de la propia condición pecadora, se expresa además, en la aceptación gozosa, a ejemplo de Jesús y de María, de la pruebas, dificultades y privaciones inherentes a la vida misma” (Const. 122)

1.- Haciendo un diagnóstico sobre mi vida religiosa y cristiana: ¿Qué “males”
están presentes en mí (o en nosotros) que me apartan del verdadero camino
hacia la Pascua?

2.- ¿Qué remedios necesito (o necesitamos) para “curar mi enfermedad”?
 
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Moisés habló al pueblo, diciendo:
- «Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal.
Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás; el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para conquistarla.
Pero, si tu corazón se aparta y no obedeces, si te dejas arrastrar y te prosternas dando culto a dioses extranjeros, yo te anuncio hoy que morirás sin remedio, que, después de pasar el Jordán y de entrar en la tierra para tomarla en posesión, no vivirás muchos años en ella.
Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra; te pongo delante vida y muerte, bendición y maldición. Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que había prometido dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob.»



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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo:
- «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.
¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»

Palabra del Señor.
 
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Moisés habló al pueblo, diciendo:
- «Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal.
Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás; el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para conquistarla.
Pero, si tu corazón se aparta y no obedeces, si te dejas arrastrar y te prosternas dando culto a dioses extranjeros, yo te anuncio hoy que morirás sin remedio, que, después de pasar el Jordán y de entrar en la tierra para tomarla en posesión, no vivirás muchos años en ella.
Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra; te pongo delante vida y muerte, bendición y maldición. Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que había prometido dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob.»



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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo:
- «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.
¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»

Palabra del Señor.
 
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Moisés habló al pueblo, diciendo:
- «Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal.
Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás; el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para conquistarla.
Pero, si tu corazón se aparta y no obedeces, si te dejas arrastrar y te prosternas dando culto a dioses extranjeros, yo te anuncio hoy que morirás sin remedio, que, después de pasar el Jordán y de entrar en la tierra para tomarla en posesión, no vivirás muchos años en ella.
Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra; te pongo delante vida y muerte, bendición y maldición. Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que había prometido dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob.»



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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo:
- «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.
¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»

Palabra del Señor.
 
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Dios dijo a Noé y a sus hijos:
- «Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras; con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que devaste la tierra.»
Y Dios añadió:
- «Ésta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco, y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes.»



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Queridos hermanos:
Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conduciros a Dios.
Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.
Con este Espíritu, fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos -ocho personas se salvaron cruzando las aguas.
Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que llegó al cielo, se le sometieron ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de Dios.



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En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto.
Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:
-«Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»

Palabra del Señor.


Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
 
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Este “enseguida” es muy significativo, porque en el párrafo anterior, San Marcos, narra el Bautismo de Jesús con una proclamación expresa: “Tú eres mi Hijo amado en quien me complazco” (Marcos 1, 11).
El Espíritu impulsa a Jesús al desierto para ser tentado por Satanás. Es el momento de demostrar que la fuerza de Dios vence siempre al pecado.
La breve narración de Marcos tiene un alto contenido simbólico, y utiliza términos como “desierto”, “cuarenta días”, “Satanás”, “fieras y “ángeles”, que conviene explicar.

La palabra “desierto” hace referencia a un contexto histórico de Israel, como un lugar seco e inhóspito, reservado a los malditos y desheredados, pero, al mismo tiempo, como un fuerte choque espiritual del hombre, que se enfrenta a su propio destino y le obliga a superar las pruebas más difíciles. Es aquí donde la persona tentada experimenta el significado de la soledad y la impotencia frente a la naturaleza, que abruma por su grandiosidad e invita al encuentro con Dios, que se revela.
Sea o no sea histórico el relato, sí es cierto que Jesús fue tentado con las mismas tentaciones que sufrimos los hombres, y se asemejó en todo a nosotros, menos en el pecado. Adán, el primer hombre, sucumbió a la tentación. Jesús, sin embargo, al vencerla, restablece la condición primigenia del hombre cuando no había sido desfigurado por el pecado.

El término “cuarenta días” nos retrotrae a los cuarenta días del Diluvio y a los cuarenta años que duró la travesía del Pueblo de Israel por el desierto.
Es una cifra simbólica de plenitud, que quiere reflejar que Jesús fue siempre tentado.
San Marcos no se detiene en pormenorizar las tres grandes tentaciones de Jesús, descritas en San Mateo y San Lucas. Escribe sobre la tentación en singular, porque no le interesa el modo o forma de ser tentado, sino el hecho mismo de ser tentado, que tiene un denominador común: frustrar en nosotros el plan salvífico de Dios, tanto a nivel individual como comunitario.

“Satanás” simboliza al mal, que es un obstáculo para la implantación del Reino de Dios.
San Marcos presenta a Jesús, en muchas páginas del evangelio, echando demonios. De esta manera expresa la primacía del Reino de Dios en la persona que se abre a la acción salvadora de Jesús.

La alusión del texto a las “fieras” evoca la comunión inicial del hombre con los animales en el Paraíso y un tributo al Supremo Hacedor, que hace un pacto con Noé (primera lectura) para proteger a todos los seres vivientes y sellar, con el arco iris como testigo, la amistad universal.

Los “ángeles”, como todas las criaturas, sirven y participan en el proyecto de Dios.

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Nosotros vivimos actualmente años de duras pruebas, marcados por una aguda crisis económica, que está dejando sin empleo a millones de trabajadores y acabando con el llamado “estado de bienestar”. Hay familias que pasan graves necesidades, incluso alimenticias.
La crisis del sistema pone en evidencia otra serie de carencias: la insolidaridad, el hedonismo, el individualismo, el pasotismo..., que terminan desembocando en relativismo moral. Muchos reducen las creencias a las apetencias del momento o se dejan arrastrar por la inercia de prácticas culturales, sin compromiso alguno que condicione su libertad..
El ejercicio de austeridad, aunque venga impuesto por la coyuntura económica del momento, quizás nos venga bien para recuperar la fuerza de la familia y el apoyo de los vecinos y la gente de bien para afrontar juntos las dificultades que nos aguardan.

No se puede construir una sociedad sin Dios o sin soportes morales que den sentido a la existencia, sin arriesgarnos a caer en el más cruel de los vacíos.
Hoy, más que nunca, debemos volver a oír y vivir las palabras de Jesús: “ El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en la Buena Noticia” (Marcos 1, 15).

Las prácticas cuaresmales, que nos sugiere la Iglesia: oración, ayuno, penitencia y limosna, forman parte del itinerario seguido primero por Jesús como ejercicio de purificación y acercamiento a Dios.
El frío polar que ha azotado a Europa Central durante este invierno, las muertes de personas inocentes por parte de regímenes totalitarios, el chantaje en los negocios, los nacionalismo excluyentes y una serie inacabable de desgracias, ponen cada día en evidencia las limitaciones humanas y la necesidad de Dios en entornos carentes de esperanza.

Recordar la tradición cuaresmal de la Iglesia no es propio de retrógrados, carcas o de beatos que se cierran al futuro. Expertos en dietética, fisioterapeutas o médicos en general, aconsejan la moderación en el comer, el ejercicio físico y una vida saludable y sin sobresaltos para mantener vigoroso el cuerpo. Otro tanto podemos decir del cultivo espiritual a través de la lectura de las Sagradas Escrituras, la oración personal y comunitaria y la revisión de nuestra vida en relación con Dios y con los demás.
Hemos ido perdiendo durante los últimos años el sentido de la penitencia individual y comunitaria; apenas nos confesamos ni nos damos tiempo para compartir nuestros proyectos, ideas o sentimientos-

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De la misma manera que se preconizan cambios, reajustes estructurales o reforma laboral para reactivar la economía y acelerar la creación de empleo, también necesitamos reajustes en nuestra vida en forma de cambio de mentalidad, de actitudes y de sensibilidad ante situaciones injustas.
En otras palabras: urge que recuperemos la identidad cristiana, clarifiquemos sus objetivos y reformulemos los valores que sustentan nuestra existencia.
Esto no se logra, sino con la conversión, que nace desde uno mismo y se proyecta hacia la regeneración de todo el tejido social.
Como dice Jesús: “El tiempo se ha cumplido, está cerca el Reino de Dios” (Marcos 1, 15), y son demasiadas las oportunidades que hemos despreciado al compás del narcisismo y la estrechez de miras.
Dejemos siempre un hueco a Dios para que ilumine el lado oscuro de nuestro corazón.