Leamos la BIBLIA

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En aquellos días, Salomón fue a Gabaón a ofrecer allí sacrificios, pues allí estaba la ermita principal.
En aquel altar ofreció Salomón mil holocaustos.
En Gabaón el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo:
«Pídeme lo que quieras.»
Respondió Salomón:
«Tú le hiciste una gran promesa a tu siervo, mi padre David, porque caminó en tu presencia con lealtad, justicia y rectitud de corazón; y le has cumplido esa gran promesa, dándole un hijo que se siente en su trono: es lo que sucede hoy.
Pues bien, Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?»
Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello, y Dios le dijo:
«Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.
Y te daré también lo que no has pedido: riquezas y fama, mayores que las de rey alguno.»



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En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo:
-«Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. »
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado.
Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

Palabra del Señor.
 
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Habló Job, diciendo:
- «El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero;
Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario.
Mí herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba.
Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza.
Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.»



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Hermanos:
El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!
Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio.
Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.
Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.



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En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Símón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:
- «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió:
- «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

Palabra del Señor.


Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
 
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Seguimos escuchando hoy el largo relato del capítulo 1 de San marcos, que nos señala un cuadro completo de 24 horas de la actividad evangelizadora de Jesús.
La agencia de Jesús se inicia después del rezo del “sabbat”, en la sinagoga de Cafarnaún, ciudad que Jesús había tomado como centro de sus correrías apostólicas.
En esta ciudad cosmopolita de Galilea, de pescadores y mercaderes, donde convivían judíos y gentiles dentro de un clima de relativa abertura, Jesús asume el compromiso sellado con el Padre del Cielo para la redención del género humano, y lo hace con la ayuda de un grupo de jóvenes, a quienes llama Apóstoles, en quienes deposita su confianza. Los elige personalmente y va poco a poco instruyendo acerca de los misterios del Reino de Dios.
Jesús, que se aloja en la casa de Pedro, cura a la suegra de éste, que se halla en cama con una fuerte calentura.
Con el gesto de cogerla de la mano y ayudarla a levantarse, demuestra su poder sobre la enfermedad y capacita a la persona curada a servir a los demás.
Algo parecido sucedería más adelante con la resurrección de la hija del Jairo, jefe de la sinagoga, y de la curación de un niño epiléptico. (Marcos 9, 26).
Los tres episodios contienen un significado teológico de resurrección, de luz pascual.

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El centro de la agotadora jornada de Jesús se desarrolla después del descanso sagrado del sabbat, al anochecer, cuando el gentío sale de sus casas para compartir la alegría y expansionarse por las calles. Muchas personas, sabedoras del poder de Jesús, le traen enfermos y lisiados para ser curados por la imposición de sus manos.
Jesús se siente conmovido y multiplica sus quehaceres hasta bien entrada la madrugada. Pero no ignora lo importante que resulta para Él la comunicación con su Padre del Cielo, con quien se siente íntimamente unido en comunión de voluntad y de amor. Y es en la oración donde encuentra las fuerzas necesarias para afrontar todo tipo de dificultades y asumir el sufrimiento, que dignifica y purifica cuando se le da un sentido.

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En consonancia con la idea motriz de la liturgia de este Domingo, el Libro de Job nos explica cuál de ser la actitud del hombre frente al sufrimiento y la enfermedad.
Los judíos interpretaban las enfermedades graves como castigo de Dios por los pecados cometidos por el propio sujeto o por su familia.
Estos enfermos eran declarados impuros ante la Ley.
Jesús, con su actitud de curar a los enfermos, viene a decir a las gentes que el Reino de Dios está cerca y que no existe correlación entre la enfermedad y el pecado.
Al mismo tiempo, nos da la medida de cómo hemos de encarar el sufrimiento y luchar contra él.
No es de buenos cristianos dejarnos arrastrar por el determinismo estoico y pesimista frente al sufrimiento, quedándonos quietos, resignados e indiferentes.
Sí es, en cambio, aceptar la realidad con entereza y poner nuestro destino en las manos de Dios, que “sana los corazones destrozados y venda sus heridas.(Salmo 146, 3).
Job va perdiendo progresivamente todos sus bienes materiales, a su familia y a sus ganados. Parece que el mal triunfará definitivamente y le llevará a la desesperación. Pero Job, aún en su situación extrema, afirma: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor”. Al final recupera sus bienes, su familia y sus ganados.
La enfermedad, que se afronta desde la esperanza activa y desde la fe, fortalece al paciente y ensancha su confianza en el destino final junto a Dios. La muerte se convierte así, no en un trauma angustioso, sino en una etapa más en el camino hacia la Vida Eterna.

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Volviendo al relato evangélico, nos percatamos de cuan importante es la oración diaria de Jesús con su Padre, imprescindible para llevar adelante su obra evangelizadora.
Una comunidad cristiana, que se asiente en el mero activismo y en “hacer cosas por Dios”, pero sin el sustento de la oración, está abocada a desaparecer o, en el mejor de los casos, a desembocar en una ONG meramente humanitaria, algo muy loable, aunque no es lo que el Señor requiere de ella.
Todos necesitamos un tiempo y un espacio para la oración personal, lejos del ruido que nos absorbe y de las actividades sin freno.
Necesitamos también la oración comunitaria de la Iglesia, que nos engarza con la rica tradición cristiana y el testimonio de personas santas, que nos han precedido con el signo de la fe. Unidos y en fraternidad, será mucho más fácil dejarnos empapar por la acción del Espíritu, que opera allí donde “dos o más están reunidos en su nombre”.
No es posible hacer un hueco a Dios, si tenemos las alforjas llenas de baratijas insustanciales que nos esclavizan.
Seremos libres en la medida que nos despojemos de lo superfluo, abandonemos la vida anodina y vayamos, como Jesús, en busca de nuevos lugares de misión.

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Esta es la exclamación de los discípulos, que intentan contener a la muchedumbre que se agolpa en su entorno con el fin de ver y escuchar a Jesús.
Jesús acoge, perdona, motiva y llena de esperanza los corazones de quienes aceptan su mensaje. No importa su cansancio; siempre encuentra tiempo para hacer patente la misericordia y el amor de Dios.
San Pablo siente la misma llamada de Jesús, que llena todo su ser de tal manera, que llega a decir: ¡Ay e mí si no evangelizo!” ((I Corintios, 9, 17).
Ha vivido en sus propias carnes la experiencia del amor gratuito de Dios, y ya no puede permanecer pasivo. Se entrega en cuerpo y alma sin recibir nada a cambio.

Este es el auténtico espíritu misionero, que sigue transformando el mundo a través de personas generosas, que no buscan recompensas terrenales, sino sentir cómo la Buena Noticia es acogida por lo pobres y necesitados. El buen misionero sabe que “El Señor proveerá con creces”.

Este año, en Octubre, se celebrará el Sínodo Universal sobre la Evangelización, convocado por el Papa Benedicto XVI. Es un reto grandioso para los tiempos futuros.
¿Cómo anunciar el Evangelio hoy entre los alejados, dentro de una sociedad paganizada, cauterizada o comida por tópicos negativos hacia la Iglesia?

El desafío que nos aguarda en muy similar al de la Primitiva Comunidad Cristiana.
 
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En aquellos días, Salomón fue a Gabaón a ofrecer allí sacrificios, pues allí estaba la ermita principal.
En aquel altar ofreció Salomón mil holocaustos.
En Gabaón el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo:
«Pídeme lo que quieras.»
Respondió Salomón:
«Tú le hiciste una gran promesa a tu siervo, mi padre David, porque caminó en tu presencia con lealtad, justicia y rectitud de corazón; y le has cumplido esa gran promesa, dándole un hijo que se siente en su trono: es lo que sucede hoy.
Pues bien, Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?»



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En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo:
-«Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. »
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer.

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, Salomón, en pie ante el altar del Señor, en presencia de toda la asamblea de Israel, extendió las manos al cielo y dijo:
-« ¡Señor, Dios de Israel! Ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra hay un Dios como tú, fiel a la alianza con tus vasallos, si caminan de todo corazón en tu presencia.
Aunque, ¿es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo y lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que he construido!
Vuelve tu rostro a la oración y súplica de tu siervo Señor, Dios mío, escucha el clamor y la oración que te dirige hoy tu siervo. Día y noche estén tus ojos abiertos sobre este templo, sobre el sitio donde quisiste que residiera tu nombre. ¡Escucha la oración que tu siervo te dirige en este sitio! Escucha la súplica de tu siervo y de tu pueblo, Israel, cuando recen en este sitio; escucha tú, desde tu morada del cielo, y perdona. »



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En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos.
(Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús:
-« ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»
Él les contestó:
-«Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito:
“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.”
Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»
Y añadió:
-«Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición. Moisés dijo:
“Honra a tu padre y a tu madre” y “el que maldiga a su padre o a su madre tiene pena de muerte”; en cambio, vosotros decís: Si uno le dice a su padre o a su madre: “Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo”, ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os trasmitís; y como éstas hacéis muchas.»

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, la reina de Sabá oyó la fama de Salomón y fue a desafiarle con enigmas.
Llegó a Jerusalén con una gran caravana de camellos cargados de perfumes y oro en gran cantidad y piedras preciosas.
Entró en el palacio de Salomón y le propuso todo lo que pensaba.
Salomón resolvió todas sus consultas; no hubo una cuestión tan oscura que el rey no pudiera resolver.
Cuando la reina de Sabá vio la sabiduría de Salomón, la casa que había construido, los manjares de su mesa, toda la corte sentada a la mesa, los camareros con sus uniformes sirviendo, las bebidas, los holocaustos que ofrecía en el templo del Señor, se quedó asombrada y dijo al rey:
« ¡Es verdad lo que me contaron en mi país de ti y tu sabiduría! Yo no quería creerlo; pero ahora que he venido y lo veo con mis propios ojos, resulta que no me habían dicho ni la mitad. En sabiduría y riquezas superas todo lo que yo había oído. ¡Dichosa tu gente, dichosos los cortesanos que están siempre en tu presencia, aprendiendo de tu sabiduría! ¡Bendito sea el Señor, tu Dios, que, por el amor eterno que tiene a Israel, te ha elegido para colocarte en el trono de Israel y te ha nombrado rey para que gobiernes con justicia! La reina regaló al rey cuatro mil quilos de oro, gran cantidad de perfumes y piedras preciosas; nunca llegaron tantos perfumes como los que la reina de Sabá regaló al rey Salomón.



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En aquel tiempo, llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo:
-«Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.
El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola. Él les dijo:
-« ¿Tan torpes sois también vosotros? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y se echa en la letrina.»
Con esto declaraba puros todos los alimentos.
Y siguió:
-«Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»

Palabra del Señor.
 
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Cuando el rey Salomón llegó a viejo, sus mujeres desviaron su corazón tras dioses extranjeros; su corazón ya no perteneció por entero al Señor como el corazón de David, su padre.
Salomón siguió a Astarté, diosa de los fenicios, y a Malcón, ídolo de los amonitas. Hizo lo que el Señor reprueba; no siguió plenamente al Señor como su padre David.
Entonces construyó una ermita a Camós, ídolo de Moab, en el monte que se alza frente a Jerusalén, y a Maleón, ídolo de los amonitas. Hizo otro tanto para sus mujeres extranjeras, que quemaban incienso y sacrificaban en honor de sus dioses.
El Señor se encolerizó contra Salomón, porque había desviado su corazón del Señor Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces, y que precisamente le había prohibido seguir a dioses extranjeros; pero Salomón no cumplió esta orden.
Entonces el Señor le dijo:
«Por haberle portado así conmigo, siendo infiel al pacto y a los mandatos que te di, te voy a arrancar el reino de las manos para dárselo a un siervo tuyo. No lo haré mientras vivas, en consideración a tu padre David; se lo arrancaré de la mano a tu hijo. Y ni siquiera le arrancaré todo el reino; dejaré a tu hijo una tribu, en consideración a mi siervo David y a Jerusalén, mi ciudad elegida.»



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En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro.
Se alojó en una casa, procurando pasar desapercibido, pero no lo consiguió; una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró en seguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies.
La mujer era griega, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija. Él le dijo:
-«Deja que coman primero los hijos. No está bien echarles a los perros el pan de los hijos.»
Pero ella replicó:
-«Tienes razón, Señor; pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños.»
Él le contestó:
-«Anda, vete, que, por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija. »
Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.

Palabra del Señor.
 
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Un día, salió Jeroboán de Jerusalén, y el profeta Ajías, de Siló, envuelto en un manto nuevo, se lo encontró en el camino; estaban los dos solos, en descampado.
Ajías agarró su manto nuevo, lo rasgó en doce trozos y dijo a Jeroboán:
«Cógete diez trozos, porque así dice el Señor, Dios de Israel: “Voy a arrancarle el reino a Salomón y voy a darte a ti diez tribus; lo restante será para él, en consideración a mi siervo David y a Jerusalén, la ciudad que elegí entre todas las tribus de Israel.”» Así fue como se independizó Israel de la casa de David hasta hoy.



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En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. El, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá», esto es: «Ábrete.»
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, Jeroboán pensó para sus adentros:
«Todavía puede volver el reino a la casa de David.
Si la gente sigue yendo a Jerusalén para hacer sacrificios en el templo del Señor, terminarán poniéndose de parte de su señor, Roboán, rey de Judá; me matarán y volverán a unirse a Roboán, rey de Judá.» Después de aconsejarse, el rey hizo dos becerros de oro y dijo a la gente:
« ¡Ya está bien de subir a Jerusalén! ¡Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto! »
Luego colocó un becerro en Betel y el otro en Dan. Esto incitó a pecar a Israel, porque unos iban a Betel y otros a Dan.
También edificó ermitas en los altozanos; puso de sacerdotes a gente de la plebe, que no pertenecía a la tribu de Levi.
Instituyó también una fiesta el día quince del mes octavo, como la fiesta que se celebraba en Judá, y subió al altar que había levantado en Betel, a ofrecer sacrificios al becerro que había hecho.
En Betel estableció a los sacerdotes de las ermitas que había construido.
Jeroboán no se convirtió de su mala conducta y volvió a nombrar sacerdotes de los altozanos a gente de la plebe; al que lo deseaba lo consagraba sacerdote de los altozanos.
Este proceder llevó al pecado a la dinastía de Jeroboán y motivó su destrucción y exterminio de la tierra.



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Uno de aquellos días, como había mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
«Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer., y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos.» Le replicaron sus discípulos:
« ¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para que se queden satisfechos?»
Él les preguntó:
« ¿Cuántos panes tenéis?»
Ellos contestaron:
«Siete.»
Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó los siete panes, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente.
Tenían también unos cuantos peces; Jesús los bendijo, y mandó que los sirvieran también.
La gente comió hasta quedar satisfecha, y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil.
Jesús los despidió, luego se embarcó con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.

Palabra del Señor.
 
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El Señor dijo a Moisés y a Aarón:
- «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza.
El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: “¡Impuro, impuro!” Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.»



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Hermanos:
Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios.
No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.



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En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
-«Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
-«Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
El lo despidió, encargándole severamente:
-«No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún Pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

Palabra del Señor.


Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
 
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Nos presenta hoy el evangelio a un leproso acercándose a Jesús para ser curado. La Ley, según hemos escuchado en la lectura del libro del Levítico, era taxativa y cruel:

“El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando ¡"impuro, impuro!".
Mientras le dure la lepra, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento”.

La lepra-junto con otras enfermedades contagiosas- se veía como castigo divino y excluía al enfermo de la comunicad. No había compasión para él.
Nos podemos imaginar su sufrimiento, pues al rechazo físico por miedo al contagio se unía la marginación y el desprecio más absoluto de la sociedad.

El leproso soportaba su enfermedad como un castigo de Dios y asistía impotente a su progresiva degradación física. Se le iban cayendo poco a poco las putrefactas extremidades de pies, manos, orejas, nariz y terminaba muriendo en el más completo abandono.

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Jesús rompe todos los esquemas; toca al leproso y éste queda curado y apto para reincorporarse a la sociedad de la que había sido expulsado.
La curación de toda enfermedad y toda dolencia será una constante de Jesús en su peregrinar evangélico. Le daban lástima la miseria y el dolor humano y procuraba aliviarlo con todas sus fuerzas.

Su comportamiento aboca a los suyos a cambiar de mentalidad y de actitud, porque “nada de lo que viene de fuera y es considerado impuro, puede manchar al hombre, sino todo aquello que nace del corazón”

Actualmente la lepra es una enfermedad que tiene curación a través de un largo tratamiento y cuidados especiales. No es tan contagiosa como se temía, pero sigue siendo una lacra que aparta al enfermo de su entorno social.

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El 15 de Mayo de 1.996 fue beatificado el P. Damián de Veuster, popularizado en España a través de la película:”Molokai, la isla maldita” que buena parte de las personas más mayores hemos tenido ocasión de ver. El P. Damián llegó a la isla de Molokai, integrante del Archipiélago de las Hawai, en el Océano Pacífico, con el propósito de permanecer allí cuatro meses. Era tan duro y extenuante el trabajo con los enfermos que la Congregación de los Sagrados Corazones a la que pertenecía relevaba constantemente a sus misioneros.
Sin embargo, no abandonó a quienes desde el principio consideró como sus hermanos,
y se quedó con ellos para siempre
A los siete años de su estancia en la isla contrajo la enfermedad y fue experimentando al lado de los suyos el proceso de su desintegración corporal. Con la garganta y los pulmones destrozados y el rostro desfigurado, parecía más un guiñapo que una persona. Su figura evocaba al Siervo de Yahvé, profecía mesiánica de Isaías: “Sin belleza...sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres", ante quien se aparta la mirada... estimado como leproso, herido e Dios y humillado” (Is. 53,2-5).

“Nosotros, los leprosos”, será una frase que repetirá durante sus últimos años. Es un canto a la reencarnación, a la imitación de Aquel que compartió nuestros sufrimientos y nuestra pobreza para que fuéramos ricos.

El P. Damián murió con los leprosos y como leproso, con la paz de los hombres de Dios. Tenía 49 años.

Los testimonios que llegaban de él, sus cartas y su heroica muerte sensibilizaron a mucha gente y especialmente a los gobernantes, que aportaron dinero para la investigación y combate de la enfermedad más temida por todos, por las connotaciones sociales que llevaba consigo

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Hoy, y gracias a la investigación de una religiosa marista, Sor María Susana, misionera en Oceanía y descubridora del virus de la lepra, se combate la enfermedad con cierta eficacia, pero continúa siendo una lacra en los países pobres, que apenas disponen de medios para acoger y curar a los enfermos.

Por eso, personas como el Dr. Albert Schweitzer y Raoul Follereau mantuvieron viva durante buena parte del s.XX la lucha contra la enfermedad, reclamando ayuda y concienciando a las naciones.
Rauol Follereau, conocido como “el Apóstol de los leprosos”, consumió todas sus energías en esta tarea, con entusiasmo contagioso, gesto afable y facilidad de palabra y de escritura. Afirmaba con esperanza que antes del año 2.000 el mundo conocería una nueva primavera.

Tampoco podemos decir que, como ya está controlada la enfermedad, nos quedamos cruzados de brazos, porque, en el trasfondo, los problemas del tiempo de Jesús de dividir a las personas en buenas o malas, puras o impuras conforme a unas normas previamente establecidas, sigue.

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Pero, ¿quiénes son los buenos y quiénes los malos?
Era la gran pregunta de mi época infantil cuando veíamos películas del Oeste. Después de haber visto varias llegabas a la conclusión de que los forajidos y los indios eran los malos y los defensores de la ley y ejército de E.E.U.U. eran los buenos. Aunque han cambiado los tiempos, han variado muy poco las actitudes, porque los que detentan el poder, sea por la fuerza de los votos, de las armas, del dinero o incluso de la religión, imponen los criterios de quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Los rebeldes a sus dictámenes son considerados como malos. Es fácil descalificar y anatematizar cuando se carece de argumentos sólidos.
¡Cuántas injusticias se cometen por estos errores de bulto, frutos de la propaganda del sistema, en la valoración de las personas!

Ser cristiano es estar abierto a Dios, a todos los valores y a todas las ideas, participar en la transformación o destrucción de las estructuras injustas que discriminan a los seres humanos por motivos religiosos, económicos, culturales, sexuales o – como sucede en la actualidad- por motivos de edad.
En Jesús encontraremos siempre el verdadero modelo a imitar.

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Con el lema: “La salud, derecho de todos: actúa”, Manos Unidos nos pone como objetivo prioritario para el trienio 2012-2015 luchar con todos los medios posibles para erradicar el sida, el paludismo y otras enfermedades.

Este es también el sexto de los ocho objetivos, que los países de la ONU se han comprometido a cumplir.

La campaña se presenta con la imagen de un fondenoscopio, rodeando la silueta del corazón, que transmite los latidos del mundo.

Entre las “Historias para acortar el camino”, de Bruno Ferrero, seleccionamos la escrita por una chica americana, que ella misma titula: “Lo que no hiciste”. Es un ejemplo para motivar nuestra entrega.

¿Te acuerdas del día en que te pedí prestado el coche nuevo y lo dejé hecho un acordeón ?
Pensé que me matarías, pero no me dijiste una palabra

¿Te acuerdas del día en que te hice ir casi a rastras conmigo hasta la playa y tú decías que iba a llover, y llovió?
Pensé que ibas a decir”¡Te lo he dicho”! pero no lo dijiste.

¿Te acuerdas de aquella vez en que yo coqueteaba con todos para darte celos, y tú te pusiste celoso?
Creí que ibas a dejarme, pero no lo hiciste.

¿Te acuerdas cuando se me cayó la tarta de fresas sobre la tapicería nueva de tu coche?
Temí que ibas a gritarme:”¡Idiota!¡Inútil!”, pero no lo hiciste.

¿Y te acuerdas de aquel día en que me olvidé de decirte que la fiesta era en traje de etiqueta y tú te presentaste con vaqueros?
Temí que ibas a ponerme de vuelta y media, pero no lo hiciste.

Sí, hay tantas cosas que no hiciste. Pero tenías paciencia conmigo, y me querías y estabas siempre de mi parte.
Había tantas cosas de las que quería pedirte perdón cuando volvieras de Vietnam.
Pero tú no volviste.”

Si tenemos que ayudar a los necesitamos, no busquemos excusas; colaboremos económicamente con quienes trabajan para paliar los males endémicos del mundo, ayunemos durante esta Campaña y celebremos la Eucaristía, que aúna voluntades.

Lo que tengamos que compartir, mejor ahora que nunca. Las oportunidades pasan y a las personas no las tenemos siempre con nosotros.