Re: Las 70 semanas
A los sectarios del adventismo no les disgusta en absoluto citar a autores protestantes como el ya nombrado Frederic W. Farrar cuando creen que ello redunda en su agenda malvada. Así, por ejemplo, el libro adventista Questions on Doctrine, recientemente reeditado por la Andrews University Press, cita a Farrar como “testigo” evangélico favorable a las “verdades” adventistas del sábado y de la inmortalidad “condicional”. Pero ahora resulta que, según embusteros patológicos como el tal “Marlon” de este foro, el pobrecito de Farrar, que tan buenos servicios prestó sin querer a la causa de la “verdad presente” (léase “el persistente error adventista”), no era evangélico porque era preterista. ¡Qué cínicos llegan a ser estos farsantes del adventismo! Repasemos la evaluación que hizo Farrar en 1882, centrada en el libro de Apocalipsis, en cuanto a la interpretación preterista y las demás:
“Ha habido tres grandes escuelas de interpretación apocalíptica: 1. Los preteristas, que consideran que el libro se ha cumplido en gran medida. 2. Los futuristas, que lo asignan a acontecimientos que son aún enteramente futuros. 3. Los intérpretes históricos continuos, que ven en él un esbozo de la historia cristiana desde los días de San Juan hasta el fin de todas las cosas. La segunda de estas escuelas –los fururistas– siempre ha sido pequeña, y en la actualidad se puede decir que es inexistente.
“La escuela de intérpretes históricos fue fundada por el abad Joaquín a comienzos del siglo XIII, y floreció en especial en los primeros cincuenta años del siglo actual. [Hay dos escuelas de intérpretes que convierten al Apocalipsis en una profecía de toda la historia cristiana. La escuela de Bengel, Vitringa, Elliott, etc., lo convierten principalmente en una historia de la Iglesia. Otra escuela lo considera de forma más general, y menos específica, como un esbozo de épocas de la Historia del mundo y de las grandes fuerzas que lo moldean en un Reino de Dios. A esta última escuela pertenecen Hengstenberg, Ebrard, Auberlen, etc.].
“Los puntos de vista de los preteristas han sido adoptados, con diversos matices de modificación, por Grocio, Hammond, Leclerc, Bousset, Eichorn, Hug, Wetstein, Ewald, Herder, Zullig, Bleek, DeWette, Lucke, Moses Stuart, Davidson, Volkmar, Krenkel, Dusterdieck, Renan, y casi le escuela en bloque de críticos e intérpretes alemanes. Suele decirse que el jesuita español Alcázar, en su Vestigatio arcani sensus in Apocalpysi (1614), fue el fundador de la Escuela Preterista, y, desde luego, parece que a él debe asignarse el crédito de haber sido el primero en enunciar con claridad el punto de vista natural de que el Apocalipsis, como todos los demás apocalipsis conocidos de la época, describe acontecimientos casi contemporáneos, y está concebido para presagiar el triunfo de la Iglesia en la lucha primero con el judaísmo y luego con el paganismo. Pero a mí me parece que el fundador de la Escuela Preterista no es otro que el propio San Juan. Porque él consigna que Cristo le dijo, cuando estuvo en el Espíritu, ‘Escribe las cosas que ves, y LAS COSAS QUE SON, y las cosas que están a punto de ocurrir después de estas cosas’. Sin duda, ninguna fraseología podría definir con más claridad el contenido del Apocalipsis. Está concebido para describir el estado contemporáneo de las cosas en la Iglesia y en el mundo, y los acontecimientos que habían de seguir en secuencia inmediata. Si la Escuela Histórica puede torcer las últimas palabras para convertirlas en una indicación de que (en contra de toda analogía) hemos de adoptar un esquema simbólico e ininteligible de muchos siglos, la Escuela Preterista puede en todo caso aplicar esta palabras: ‘LAS COSAS QUE SON’, para vindicar la aplicación de una gran parte del Apocalipsis a acontecimientos casi contemporáneos, a la vez que dan también el significado natural a la siguiente oración, al entenderla referida a acontecimientos que estaban entonces en el horizonte. El Vidente dice enfáticamente que los acontecimientos futuros que tiene que presagiar ocurrirán con prontitud [Compárse Tachu (Apoc. 22.5, 16; iii.11; xi.14; xxii.20). Es curioso ver con qué extraordinaria facilidad los comentaristas explicas la expresión perfectamente simple y nada ambigua ‘rápido’ para que signifique cualquier lapso temporal que ellos puedan elegir. La palabra ‘inmediatamente’ en Mat xxiv.29 ha sido sometida a un manoseo similar, en lo que abunda verdaderamente toda la eisegesis de la Escritura. El no ver que la caída de Jerusalén y el fin de la Dispensación Mosaica fue un ‘Segundo Advenimiento’ –y EL Segundo Advenimiento contemplado en muchas de las profecías del Nuevo Testamento– ha llevado a multitud de errores] y el punto focal recurrente de todo su libro es la cercanía del Advenimiento. El lenguaje sencillamente carece de significado si ha de ser manipulado por cada comentarista sucesivo de forma que “prontamente” y “cerca” denoten siglos de demora. […]
“Pero, aparte de las palabras del mismísimo San Juan, no puede concederse que la concepción central de la exégesis preterista sea una mera novedad del siglo XVII. Al contrario, podemos remontar a los primeros tiempos la aplicación de diversas visiones a los primeros emperadores de la Roma pagana. Así, Justino Mártir creía que el anticristo sería una persona que estaba a punto de aparecer, que reinaría tres años y medio. [Dial. c. Tryph. p. 250] Ireneo también pensaba que el anticristo, presagiado por la bestia salvaje, sería un hombre; y que ‘el número de la bestia’ representaba Lateinos, ‘un latino’ [Iren. Haer. v. 25] Más adelante, aportará evidencia abundante de una tradición de la antigua Iglesia que identificaba a Nerón con el anticristo, y que esperaba su regreso literal, igual que los judíos aguardaban el regreso literal del profeta Elías. San Victorino (hacia 303 d.C.) cuenta los cinco emperadores muertos desde Galba, y supone que, después de Nerva, la Bestia (que él identifica con Nerón) volverá a la vida. ["Bestia de septem est quoniam ante ipsos reges Nero regnavit."] San Agustín menciona una opinión similar. [De Civ. Dei, xx.19] El pseudo Prócoro, escribiendo sobre Apoc. xvii. 10, dice que el ‘que es’ se refiere a Domiciano. El obispo Andreas, en el siglo V, aplica Apoc. vi.12 al asedio a Jerusalén, y considera que el Anticristo será ‘como un rey de los romanos’. El obispo Aretas, sobre Apoc. vii., da a entender que el Apocalipsis se escribió antes de la Guerra Judía. No puede decirse que los fragmentos de comentarios antiguos que poseemos tengan mucho valor intrínseco, pero bastan para demostrar que la tendencia de la exégesis moderna se acerca tanto a las tradiciones más antiguas como la de la Escuela Histórica. Es un hecho especialmente importante que San Agustín, igual que muchos otros, reconociera el carácter parcial de retrogresión e iteración de las visiones posteriores, y, con ello, autorizó uno de los principios más importantes de la interpretación moderna. [Id. ib. 17.]
“La evidencia interna de que el libro se escribió antes de la Caída de Jerusalén ha satisfecho no solo a muchos comentaristas cristianos, que han sido estigmatizados envidiosamente de ‘racionalistas’, sino incluso a autores como Wetstein, Lucke, Neander, Stier, Auberlen, Ewald, Bleek, Gebhardt, Immer, Davidson, Dusterdieck, Moses Stuart, F.D. Maurice, el autor de ‘The Parousia’, el deán Plumptree, a los autores de la Protestanten-Bibel y montones más no menos dignos del respeto de todos los cristianos.
“No obstante, si el lector aún considera con prejuicio y sospecha a la única escuela de exégesis apocalíptica que une los sufragios de los más doctos comentaristas en Alemania, Francia e Inglaterra, no sé adónde habrá de acudir. La razón por la que la fecha temprana y la explicación casi contemporánea del libro gana día a día nuevos partidarios entre pensadores sin prejuicios de cada Iglesia y escuela, es en parte porque descansa en una base tan simple y segura y en parte porque ninguna otra puede competir con ella. Verdaderamente, es el único sistema que está edificado sobre las afirmaciones e indicaciones llanas y repetidas del propio Vidente, y los acontecimientos correspondientes están tan de acuerdo con los símbolos como para dar por seguro que este sistema de interpretación es el único que puede sobrevivir. Puede que basten algunas muestras para demostrar cuán completamente están en las nubes los demás sistemas.
“Supongamos que el estudiante ha averiguado que en viii.13 la auténtica lectura es ‘una sola águila’, no ángel; sin embargo, ya sea águila o ángel, quiere saber qué significa el símbolo. Se vuelve a los comentaristas, y descubre que se explica que es el Espíritu Santo (Victorino); o el papa Gregorio Magno (Elliott); o el propio San Juan (DeLyra); o San Pablo (Zeger); o el mismísimo Cristo (Wordsworth). Los preteristas en general lo interpretan sencillamente como un águila, el símbolo bíblico de una carnicería –estando sugerido el símbolo no por el parecido de la palabra ‘¡ay!’ (‘ouai’) con los chillidos del águila, sino por el uso del mismo símbolo para el mismo propósito por nuestro Señor en su discurso sobre las cosas que habían de venir. [Mat. xxiv.28.]
“¡Pero esto no es nada! El estudiante quiere averiguar qué se denota con la estrella que cae del cielo en ix.1. La Escuela histórica le dejaré escoger entre un espíritu maligno (Alford); un hereje cristiano (Wordsworth); el emperador Valente (DeLyra); Mahoma (Elliott); y, entre otros, ¡Napoleón (Hengstenberg)!
“La confusión se profundiza según vamos avanzando. Las langostas son “los herejes” (Beda); o los godos (Vitringa); o los vándalos (Aureolo); o los sarracenos (Mede); o las órdenes mendicantes (Brightman); o los jesuitas (Scherzer); o los protestantes (Belarmino).
“Reina la misma diversidad inacabable y sin norte en todas las obras de los intérpretes históricos; ninguno de ellos parece satisfacer a nadie salvo a sí mismo. La elaborada interpretación antipapal de Elliott –de la cual (para mostrar que disto de moverme por prejuicios) puedo mencionar que hice un estudio minucioso y un resumen completo cuando contaba diecisiete años– hay que consignarla al olvido. El señor Faber admite que no hay el menor acuerdo en cuanto a las primeras cuatro trompetas entre los autores de su escuela, y dice con razón que ‘una circunstancia tan curiosa bien puede catalogarse de oprobio para la interpretación apocalíptica, y puede naturalmente llevarnos a sospechar que la auténtica clave a la aplicación diferenciada de las primeras cuatro trompetas no se ha encontrado aún’.
“Y no es que a esa escuela le vaya mejor cuando llegamos a los siete truenos. Son siete oráculos desconocidos (Mede); o acontecimientos (Ebrard); o las siete cruzadas (Vitringa); o los siete reinos protestantes (Dunbar); o la bula papal contra Lutero (Elliott).
“Las dos alas de la gran águila de xii.14 son los dos Testamentos (Wordsworth); o las divisiones oriental y occidental del imperio (Mede, Auberlen); o el emperador Teodosio (Elliott).
“El número de la Bestia –que en la actualidad se entiende que, con certeza, designa a Nerón– se ha hecho que sirva para Genserico, Benedicto, Trajano, Pablo V, Calvino, Lutero, Mahoma, Naopoleón, por no mencionar muchas otras interpretaciones que nadie ha aceptado jamás, salvo sus autores. [La mayoría de las conjeturas menos serias apuntan a Roma, al Imperio romano o al emperador romano].
“Es innecesario presentar más ejemplos. Podrían multiplicarse casi indefinidamente, pero su multiplicidad no es tan decisiva para la futilidad de los principios por los que se seleccionan como la diversidad de los resultados, que es más amplia que los polos que los separan. ¿Qué podemos decir de métodos que nos dejan escoger entre la aplicabilidad de un símbolo al Espíritu Santo o al papa Gregorio o a los dos Testamentos o al emperador Teodosio? En cambio, cualquiera que acepte el sistema preterista encuentra un amplio y creciente consenso entre los investigadores competentes de todas las naciones, y puede ver una explicación del libro que es simple, natural y noble, una explicación que sigue de cerca sus propias indicaciones y que está en armonía con lo que se encuentra en todo el Nuevo Testamento. Ve que los acontecimientos, principalmente contemporáneos, proporcionan una interpretación clara en sus contornos, aunque necesariamente incierta en detalles menores.
“Quien adopte el punto de vista de los espiritualizadotes, puede a su albedrío hacer que los símbolos signifiquen cualquier cosa en general y nada en particular.
“Si está en la Escuela Histórica debe de dejar que las corrientes de Gieseler o Gibbon lo arrastre aquí o allí al arbitrio del comentarista particular en quien de momento confíe.
“Pero si sigue la directriz de una exégesis más razonable, puede avanzar con paso seguro en una senda que se hace más nítida con cada nuevo descubrimiento” (The Early Days of Christianity, tomo 2, cap. 2).
No parece que el bueno de Farrar estuviese al tanto de los disparates interpretativos del adventismo (de las herejías propugnadas por White, Smith, Andrews y compañía). De haberlo estado, seguro que no habría sido tan ácido con Elliot, Alford o Hengstenberg. Quizá ahora los adventistas puedan comprender un poco mejor por qué el historicismo se defuncionó el 22 de octubre de 1844. La basura acaba yendo al basurero.