Re: La última gran aventura
16. El abad Macario, el Grande, contó que caminando un día por el desierto encontró en el suelo la cabeza de un muerto. La tocó con una rama de palmera y el cráneo empezó a hablar. Yo le pregunté: «¿Quién eres?». La cabeza aquella respondió al anciano: «Era sacerdote de los ídolos, al servicio de los paganos que moraban aquí. Y tú eres el abad Macario, lleno del Espíritu Santo de Dios. Cada vez que te compadeces de los que están en el infierno y oras por ellos, son aliviados un poco». Yo le pregunté: «¿En qué consiste ese consuelo?». La calavera me respondió: «Cuanto dista el cielo de la tierra otro tanto hay de fuego debajo de nuestros pies y sobre nuestras cabezas. Y sumergidos en el fuego no nos podemos ver cara a cara ni con el más cercano; pero cuando oras por nosotros, el uno puede ver el rostro del vecino y en eso consiste nuestro alivio». El anciano dijo llorando: «¡Maldito el día de su nacimiento si es este el alivio del suplicio!». Y añadió: «¿Hay tormentos peores que éstos?». La cabeza contestó: «Debajo de nosotros existen todavía suplicios mayores». «¿Para quién?», pregunté. Y la calavera respondió: «Nosotros, que no hemos conocido a Dios, disfrutamos de un poco de misericordia, pero los que le conocieron y renegaron de El, y no hicieron su voluntad, éstos están debajo de nosotros». Después Macario tomó el cráneo y lo enterró.
16. El abad Macario, el Grande, contó que caminando un día por el desierto encontró en el suelo la cabeza de un muerto. La tocó con una rama de palmera y el cráneo empezó a hablar. Yo le pregunté: «¿Quién eres?». La cabeza aquella respondió al anciano: «Era sacerdote de los ídolos, al servicio de los paganos que moraban aquí. Y tú eres el abad Macario, lleno del Espíritu Santo de Dios. Cada vez que te compadeces de los que están en el infierno y oras por ellos, son aliviados un poco». Yo le pregunté: «¿En qué consiste ese consuelo?». La calavera me respondió: «Cuanto dista el cielo de la tierra otro tanto hay de fuego debajo de nuestros pies y sobre nuestras cabezas. Y sumergidos en el fuego no nos podemos ver cara a cara ni con el más cercano; pero cuando oras por nosotros, el uno puede ver el rostro del vecino y en eso consiste nuestro alivio». El anciano dijo llorando: «¡Maldito el día de su nacimiento si es este el alivio del suplicio!». Y añadió: «¿Hay tormentos peores que éstos?». La cabeza contestó: «Debajo de nosotros existen todavía suplicios mayores». «¿Para quién?», pregunté. Y la calavera respondió: «Nosotros, que no hemos conocido a Dios, disfrutamos de un poco de misericordia, pero los que le conocieron y renegaron de El, y no hicieron su voluntad, éstos están debajo de nosotros». Después Macario tomó el cráneo y lo enterró.