Todos hemos tenido nuestras propias aventuras. Las vidas de algunos incluyen múltiples y peligrosas peripecias a las que se vieron expuestos. Otros vivieron más tranquilamente; no viajaron mucho ni se metieron nunca en problemas. De todos modos, quien llega a la vejez ha vivido episodios, arrostrado difíciles lances y pasado por situaciones de riesgo.
A todos nos queda sin embargo esta última gran aventura: pasar por los umbrales de la muerte.
Se me hace algo parecida a la de Colón zarpando del puerto de Palos para ir a la India en una ruta en dirección contraria, y por la que nadie había regresado para contarlo.
Que esta es nuestra mayor aventura ¡no lo dudo! Que resulte una buenaventura, no es un supuesto o una ilusión ficticia, si por gracia de Dios tenemos la fe dada a los bienaventurados.
Es cierto que hay muchos –cristianos, inclusive-, que prefieren no hablar, leer ni pensar en ello. Yo mismo no lo pienso mucho, ya que mi esperanza no está puesta en el buen suceso de esa última gran aventura, sino en verme libre de ella si el Señor viene a buscarme antes de que muera. Incluso, más confianza tengo en que seré arrebatado estando vivo que pasando por la muerte y la primera resurrección.
Pero ahora quiero concentrarme en meditar en esta última gran aventura por si fuera el caso que me embarque en ella.
Estoy pensando que si reflexionamos debidamente, podremos sacar buen provecho de esta realidad, que si a algunos asusta, a nosotros puede motivarnos a emprender con valor y denuedo las últimas batallas que nos quedan por librar.
A todos nos queda sin embargo esta última gran aventura: pasar por los umbrales de la muerte.
Se me hace algo parecida a la de Colón zarpando del puerto de Palos para ir a la India en una ruta en dirección contraria, y por la que nadie había regresado para contarlo.
Que esta es nuestra mayor aventura ¡no lo dudo! Que resulte una buenaventura, no es un supuesto o una ilusión ficticia, si por gracia de Dios tenemos la fe dada a los bienaventurados.
Es cierto que hay muchos –cristianos, inclusive-, que prefieren no hablar, leer ni pensar en ello. Yo mismo no lo pienso mucho, ya que mi esperanza no está puesta en el buen suceso de esa última gran aventura, sino en verme libre de ella si el Señor viene a buscarme antes de que muera. Incluso, más confianza tengo en que seré arrebatado estando vivo que pasando por la muerte y la primera resurrección.
Pero ahora quiero concentrarme en meditar en esta última gran aventura por si fuera el caso que me embarque en ella.
Estoy pensando que si reflexionamos debidamente, podremos sacar buen provecho de esta realidad, que si a algunos asusta, a nosotros puede motivarnos a emprender con valor y denuedo las últimas batallas que nos quedan por librar.