Escuchemos primero a San Agustín de Hipona, su carta #194, escrita en 418 d. C. a Sixto III:
– Queda, repito, que la Fe misma no debe atribuirse al libre albedrío humano que estos hombres ensalzan, ni a ningún mérito anterior, ya que los buenos méritos, tales como son, provienen de la Fe misma; debemos confesar la Fe como don gratuito de Dios, si pensamos en la verdadera gracia sin mérito, porque leemos en la misma Epístola: "Dios ha distribuido a cada uno la medida de la Fe" [Rom. 12:3]. Es cierto que las buenas obras son hechas por el hombre, pero la Fe es impartida al hombre, y sin ella ningún hombre puede hacer buenas obras, pues "todo lo que no procede de la Fe, es pecado" [Rom. 14:23].
Ahora, escuchemos a Juan Calvino, en sus Institutos, escribiendo en 1539 d. C.:
– Pero como toda la Escritura proclama que la Fe es un don gratuito de Dios, se sigue que cuando nosotros, que por naturaleza estamos inclinados de todo corazón al mal, comenzamos a querer el bien, lo hacemos por mera gracia. Por lo tanto, cuando el Señor establece estos dos principios en la conversión de su pueblo: que les quitará su "corazón de piedra" y les dará "un corazón de carne" [Eze. 36:26]—testifica abiertamente que lo que es nuestro debe ser quitado para convertirnos a la justicia; pero todo lo que corresponde a la justicia proviene de Dios [no de nosotros]".
Por supuesto, ni Agustín ni Calvino inventaron de la nada dicha doctrina de gracia. ¿De dónde la derivaron? Escuchen la Escritura; el Apóstol San Pablo escribe a los Cristianos en Efeso:
– "Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la Fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe" [Ef. 2:8-9].
Y a los santos en Corinto, que se creían buenos por su abuso de los dones del Espíritu, les escribe:
– "¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?" [1 Cor. 4:7].
¿Qué nos están diciendo las Escrituras acerca de la Fe? Sencillo:
1. La Fe salvadora no comienza en el corazón del hombre, comienza en Dios, quien la da gratuitamente.
2. Esta Fe salvadora no se da al hombre en base a algún mérito que Dios prevé en él, todo lo contrario, es por esta misma Fe salvadora que los hombres son capacitados para realizar buenas obras.
3. Dios comunica esta Fe Salvadora al corazón del hombre por Su Espíritu, quien rompe el corazón de piedra y produce un corazón sensible a Dios, de manera que creemos, nos arrepentimos y caminamos en obediencia por obra de Dios, y no nuestra.
4. Esta Fe Salvadora permanecerá con sus beneficiarios hasta el fin, pues el Autor de la misma, es también su Perfeccionador, de manera que, nuestra salvación es segura, porque creer (no como los demonios, sino como escogidos) es haber recibido de Dios este don irrevocable.
5. Y el más difícil, pero igualmente cierto: Dios, de ninguna manera está obligado a dar este don sublime a ningún hombre, sino que sólo lo otorga a quienes Él así lo desea, por pura gracia. Aquellos a quienes Dios no concede este don tan deseable, en su justicia, reciben su justo merecimiento, es decir, castigo eterno. Te preguntas, ¿pero no sería Dios injusto? ¡Jamás! ¿Y por qué no? Simple: porque nosotros no somos justos, "ni uno solo es bueno" [Rom. 3:9].
Volviendo a San Agustín, él responde sobre este gran misterio de la predestinación divina, en su misma carta a Sixto III:
– Porque no todos los que escuchan el Evangelio tienen Fe, sino aquellos a los que Dios le da la medida de Fe, así como todas las semillas que se plantan y se riegan, no brotan sino aquellas a las que Dios da el aumento. La razón por la que uno cree y otro no cree, aunque ambos oigan lo mismo, se esconde en el fondo de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios, cuyos juicios son inescrutables [Rom. 11:33], y con quien no hay injusticia, cuando declara "de quien quiere tiene misericordia y al que quiere endurece" [Rom. 9:14, 18], porque Sus juicios no son injustos aunque su significado esté oculto.
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Sí has creído, si permaneces en la Fe, la Esperanza y el Amor, si eres rico en buenas obras, no te jactes ni te trates de justificar delante de Dios Padre ... recuerda: tienes lo que tienes porque lo has recibido. Así que, no actúes como si el don siempre hubiese sido tuyo: es Dios quien inició en ti la obra de salvación, es Dios quien también te preserva hasta el final. De Él, por Él y para Él sea toda la gloria. Amen.