16. Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente—El no dice: “Los escribas y los fariseos, los gobernantes y el pueblo, todos están perplejos; y ¿pretenderemos nosotros, pescadores sin letras, decidir?” Pero sintiendo la luz de la gloria del Maestro resplandeciendo en su alma, no dice en un reconocimiento calmoso, ni prosaico: “Yo creo que tú eres,” etc., sino usando el lenguaje propio de la adoración, tal como el que uno usa al rendir culto a Dios, exclama: “¡TU ERES EL CRISTO, EL HIJO DEL DIOS VIVIENTE!”
El reconoce primero al Mesías prometido (véase el comentario sobre el cap. 1:16), y luego se eleva más cuando agrega: “el Hijo el Dios viviente,” haciendo eco a la voz del cielo: “Este es mi Hijo amado, en quien tomo contentamiento”. El apóstol reconoce la vida esencial y eterna de Dios en la persona de su Hijo, aunque sin duda sin aquella clara percepción que más tarde le fué concedida.
17. Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres—Aunque no hay dudas de que Pedro, en este noble testimonio con respecto a Cristo, sólo expresó la convicción de los Doce, sin embargo, parece que solamente él tenía una comprensión bastante clara para poner aquella convicción en palabras propias y aptas, el valor suficiente para pronunciarlas, y la aptitud para hacerlo en el momento oportuno; de manera que sólo él pudo suplir la necesidad de su Maestro, en aquel momento crítico de su vida, comunicando al alma entristecida del Redentor el bálsamo que hacía falta para alentarla y refrescarla. Jesús tambíén, con suma habilidad, da expresión a la profunda satisfacción que este discurso le proporciona, y se apresura a responder haciendo a Pedro objeto de un señalado reconocimiento. Simón, hijo de Jonás—“Simón Barjona”, en el dialecto usado en otras ocasiones importantes (Joh_1:42; Joh_21:15). Este nombre indicaba la humilde ascendencia carnal de Pedro, y parece haber sido mencionado aquí a propósito, para hacer un contraste más vivo entre su humilde origen y la exaltación espiritual a que había sido elevado al recibir tal revelación divina. porque no te lo reveló carne ni sangre—Como si dijese: “Esto no es fruto de una enseñanza humana”. mas mi Padre que está en los cielos—Nótese que, hablando de Dios, Jesús nunca le llama “nuestro Padre” (véase el comentario sobre Joh_20:17), sino o “vuestro Padre”, cuando quiere alentar a los creyentes tímidos con la seguridad de que él era Padre de ellos y que así debían llamarle, o como aquí, mi Padre, se refiere a algún acto o aspecto de Dios como “el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”.
18. Mas yo también te digo—Es decir, “Así como tú has dado testimonio de mí, así también lo hago yo de ti.” que tú eres Pedro—En su primera vocación, le fué anunciado que recibiría este nombre nuevo como un honor que le había de ser conferido más tarde (Joh_1:42). Ahora lo recibe con una explicación de lo que había de significar. y sobre esta piedra—Como “Pedro” y “piedra” eran la misma palabra en el dialecto hablado familiarmente por nuestro Señor: el arameo o sirocaldeo que era la lengua madre del país, este juego de palabras puede ser plenamente entendido sólo en idiomas que tienen una sola palabra para ambas expresiones. Aun en el griego este juego de palabras se entiende imperfectamente. En el francés, como observan Webster y Wilkinson, es perfecto: Pierre—pierre. edificaré mi iglesia—no sobre Pedro, el hombre, sino sobre él como el confesor de una fe, que le había sido revelada divinamente. “Mi iglesia”, dice nuestro Señor, llamando suya la iglesia; una expresión magnífica, observa Bengel con respecto a sí mismo, lo que no ocurre en otra parte de los Evangelios. y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella—las puertas “del Hades”, o el mundo invisible; queriendo decir las puertas de la muerte; en otras palabras: “mi iglesia no perecerá”. Algunos piensan que significa que no perecerá ante los “asaltos de los poderes de las tinieblas”. Aunque esto expresa una verdad gloriosa, probablemente el anterior es el sentido correcto aquí. [Nota del Trad.—“Las puertas” no se usan para pelear, como si fuesen armas; las puertas se abren y se cierran. “Las puertas del Hades, la región de los muertos, no prevalecerán”, porque se han de abrir para dejar salir a los salvados, en el tiempo señalado por Dios. Aquellas puertas no quedarán cerradas para siempre: “no prevalecerán”.]
19. Y a ti daré las llaves del reino de los cielos—el reino de Dios que sería establecido pronto sobre la tierra. y todo lo que ligares en la tierra será ligado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra, será desatado en los cielos—Sea lo que fuere el sentido de estas palabras, sabemos que pronto fueron dirigidas expresamente a todos los apóstoles (cap. 18:18); de modo que el título de autoridad suprema en la iglesia, otorgado a favor de Pedro por la Iglesia de Roma, y después usurpado para sí por los papas como sucesores “legítimos” de Pedro, es sin fundamento e impudente. Como Pedro fué primero en confesar a Cristo, él recibió esta comisión antes que los demás; y con estas “llaves”, el día de Pentecostés, él fué el primero que “abrió la puerta de la fe” a los judíos; y después, en la persona de Cornelio, él fué honrado en hacer lo mismo a los gentiles. Por lo tanto, en las listas de los apóstoles, Pedro siempre es nombrado en primer lugar. Véase el comentario sobre el cap. 18:18. Una cosa es clara: que en todo el Nuevo Testamento no hay vestigio de ninguna autoridad reclamada o ejercida por Pedro sobre los demás apóstoles, argumento concluyente contra las pretensiones romanistas con respecto a aquel apóstol.