La noche antes de su crucifixión, Jesús atravesó la privilegiada senda de la oración, abierta ahora a los suyos gracias a la cruz: Hasta ahora nada habeis pedido en mi nombre; pedid y recibireis, para que vuestro gozo sea cumplido (Jn 16.24). A través de su propio ejemplo, Cristo colocó la oración en el centro de la vida cristina.
Cuando oramos tranquilos, todos los demás aspectos de la vida fluyen sin dificultad, mientras la Palabra de Dios nos alimenta. Pero la oración es un enigma para quien la consideran algo demasiado mistico, y un problema para aquellos que encuentan muy dificil establecer el hábito de orar.