Re: ¿JESUS DIJO QUE ERA DIOS?
Y el Diablo consiguió su propósito:
“El Nombre memorial fue cambiado a Theos (Dios) y Kyrios (Señor).”
“Pues yo soy Jehová tu Dios, quien agita el mar y hace rugir sus olas; JEHOVÁ de los Ejércitos es su Nombre.” (Is. 51:15); “Ella dará a luz un hijo; y llamarás su nombre Yahshúa, (que significa: Jehová salva) porque Él salvará a su pueblo de sus pecados.” (Mt. 1:21). De acuerdo con las Escrituras los nombres de Jehová y de su Hijo Jesús son conocidos por revelación, no por voluntad humana; su origen son los cielos, y su antigüedad sobrepasa a la edad de la creación espiritual y material. Conceptuado de otra forma, el Eterno develó su Nombre a la humanidad, y no la humanidad le asignó un Nombre al Todopoderoso. Sólo aquel que posee autoridad, dominio, posesión, responsabilidad o protección sobre una persona u objeto puede nombrarle, (Sal. 49:11; Is. 4:1), verbigracia: Adam a los animales, Moisés a Josué; Yahwéh a Abram, Sarai, Issac y Jacob, Jesús a Simón, los padres a sus hijos. Bajo las mismas pautas la esposa toma el nombre del marido, escrituralmente considerado como su superior y por todo ello, es bíblicamente imposible que el hombre tenga la autoridad o en el mejor de los casos, la prerrogativa de cambiar el Nombre al Creador.
“El Mesías nunca enseñó la doctrina del Nombre del Ser Supremo.” Jesús fue el supremo profeta y en su persona convergieron todas las profecías, especialmente, aquellas dadas a Moisés: “Les levantaré un profeta como tú, de entre sus hermanos. Yo pondré mis palabras en su boca, y Él les hablará todo lo que yo le mande. Y al hombre que no escuche mis palabras que Él hablará en mi Nombre, yo le pediré cuentas” (Dt. 18:18,19). Él vertebró totalmente su misión redentora en el Nombre de Jehová: “Yo he venido en Nombre de mi Padre.... ”; “He manifestado tu Nombre a los hombres que del mundo me diste. Tuyos eran, y me los diste; y han guardado tu palabra.” “Ya no estoy más en el mundo; pero ellos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, guárdalos en tu Nombre que me has dado para que sean una cosa, así como nosotros lo somos. Cuando yo estaba con ellos, yo los guardaba en tu Nombre que me has dado. Y los cuidé, y ninguno de ellos se perdió….”(Jn. 5:43; 17:6,11,12a,26). De manera, que si el Mesías no consideró el Nombre imprescindible ¿Por qué hace hincapié en haber manifestado el Nombre a sus discípulos en una época que era considerado un crimen pronunciarlo? ¿Por qué cuidó la integridad religiosa de sus seguidores en ese Nombre? Si el Nombre había sido oculto por orden celestial ¿Por qué la Persona mediante la cual Dios da a conocer su voluntad y propósito? (Lc. 1:70; Hch. 3:18:21). Los tres elementos esenciales para demostrar las credenciales de un profeta verdadero, eran, según la “Toráh”: que hablara en el Nombre de Jehová (Yahwéh), las predicciones se cumplieran (Dt. 18:20-22) y sus profecías fomentaran la adoración verdadera y fueran en conformidad con los mandamientos del Anciano de Días (Dt. 13:1-4). 7. 1ª P. 1:10-12; Rv. 19:10. 8.
Es absolutamente imposible que el Mesías hubiera pasado por alto un tema de tal trascendencia. “La iglesia primitiva nunca predicó el Nombre; por tanto nosotros no debemos predicarlo”, se alega. La asamblea mesiánica original recibió la misión de predicar la nueva de salvación a todas las naciones. Muchos de aquellos gentiles no tenían ni siquiera la idea de que el Todopoderoso de Israel era el único que podía salvarles. ¿Cómo podría la asamblea de los redimidos identificarles al auténtico Ser Supremo? ¿Sería suficiente llamándole Dios o Señor, los cuales son títulos ampliamente usados por miríadas de dioses falsos? (1ª Co. 8:5). No, únicamente mediante el uso del Nombre de Jehová pudo realizarse este cometido.
Siguiendo la misma línea que el Maestro trazó el apóstol Pablo no deja lugar a dudas en cuanto a la misión suprema de enseñar el Nombre memorial: “Porque todo aquel que invoque el Nombre de Jehová será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán a aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Ro. 10:13,14). Estas recomendaciones son más importantes por cuanto son dichas a una congregación de mayoría gentil como lo era la asamblea de Roma (Ro. 11:13). Anteriormente en su carta a Timoteo había declarado: “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el Nombre de Jehová” (2ª Ti 2:19, compárese con Nm. 16:26; Lc.13:27). El apóstol Juan utilizó el Nombre inmortal varias veces en el libro de la Revelación. La expresión hebraica Alelu Yah significa “alabad a Yah” (Rv. 19:1,3,4,6).
Otra vez dicen: “El Nombre no debe pronunciarse audiblemente, ni siquiera en los servicios religiosos porque ha de mantenerse santo.” Ha de reconocerse que ocultar, suprimir, sustituir o eliminar no es lo mismo que santificar. Santificar el Nombre en términos llanos equivale a respetarlo, ponerlo aparte, tenerlo en alta estima. ¿Cómo, pues, puede ser inapropiado, o peor aún, blasfemo, usar el Nombre de Jehová si los escritores inspirados del Antiguo Testamento lo emplearon casi 7,000 veces? Es obvio que el género humano nunca hubiera conocido el Nombre de Jehová si Él no lo hubiera revelado. Dicha revelación fue dada al primer hombre y a su linaje. Luego, fue avalada en el monte Sinaí, cuando Jehová mismo lo pronunció y escribió en las dos tablas con su dedo. Aunándose así la revelación escrita a la verbal. En esto hay un mensaje profundo, pues si el Nombre está escrito es porque puede leerse; y si puede leerse es porque puede pronunciarse; y si puede pronunciarse es porque puede públicamente honrarse; y si puede dársele honra publica es porque puede trasmitirse a las nuevas generaciones. Esto dice la Palabra: “Oye Israel Jehová nuestro Dios. Jehová uno es, y amarás a Jehová tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todo tu poder. Y estas palabras que yo te ordeno hoy, han de permanecer sobre tu corazón; y las inculcaras a tus hijos, y hablaras de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte y al levantarte; y las atarás por señal en tu mano, y estarán por frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa y en tus portadas” (Dt. 6:4-12). “Los jóvenes y también las jóvenes, los ancianos junto con los niños. Alaben el Nombre de Jehová, porque sólo su Nombre es sublime; su majestad es sobre tierra y cielos” (Sal. 148:12,13).
El otro argumento es no menos blasfemo. “No es muy adecuado usarlo para referirse a la congregación del Mesías, ya que trasmite la idea de caduco, atrasado, ignorante o anticuado".
Jehová se opone rotundamente a que se le llame con los apelativos paganos. La Palabra prohibe claramente aun la simple mención (Éx. 23:13).
Las Escrituras muestran que la asamblea de los redimidos tiene la prerrogativa de predicar el Nombre de Jehová: “Anunciaré tu Nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré” (Sal. 22:22); “Agradeceré a Jehová en gran manera con mi boca; en medio de muchos le alabaré.” (Sal. 109:30); “Pero yo alabaré a Jehová por su justicia, y cantaré al Nombre de Jehová el Altísimo” (Sal. 7:17); “Se alegrarán todos los que confían en Ti; para siempre gritarán de júbilo, pues Tú los proteges.
Los que aman tu Nombre se regocijarán en Ti.” (Sal 5:11). Y de la misma manera que es característica del hombre irredento detractar al Omnipotente, también lo es del nuevo hombre alabar con alegría el Nombre de aquel que le redimió “Pero yo alabaré a Jehová por su justicia, y cantaré al Nombre de Jehová el Altísimo.” (Sal 7:17); “Te alabaré, oh Jehová, con todo mi corazón; contaré todas tus maravillas. Me alegraré y me regocijaré en ti; cantaré a tu Nombre, oh Altísimo.” (Sal. 9:1,2); “¡Bienaventurado el pueblo que conoce el grito de júbilo! Andarán a la luz de tu rostro, oh Jehová. En tu Nombre se alegrarán todo el día, y en tu justicia serán enaltecidos. Porque tú eres la gloria de su poder, y por tu buena voluntad exaltarás nuestro poderío. (literalmente, cuerno) ¡Jehová es nuestro escudo! ¡Nuestro Rey es el Santo de Israel!” (Sal. 89:15-18).
La poderosa doctrina del Nombre de Jehová jamás destruye; más bien separa, pero es una separación natural entre la mentira y la verdad, entre la obscuridad y la luz; esa es exactamente la separación que siempre ha buscado el pueblo del Todopoderoso, esa es la esencia misma de la santificación de Su Nombre.
El Nombre lleva un hondo sentido de unidad y hermandad: “Ya no estoy más en el mundo; pero ellos están en el mundo, y yo voy a ti, Padre Santo, guárdalos en tu Nombre que me has dado, para que sean una cosa, así como nosotros lo somos.” (Jn. 17:11). La palabra hablada por el profeta Joel (2:32) y citada a su vez por el apóstol Simón Pedro fue esta: “Y todo aquel que invoque el Nombre de Jehová será salvo” (Hch. 2:21). Estemos dispuestos a creer, entonces, que en nuestra generación el Nombre de JEHOVÁ lejos de ser un estorbo o una extravagancia lingüística, traerá liberación y salvación a medida que los hombres, mujeres y niños invoquen el sagrado Nombre en sus alabanzas, oraciones y bendiciones. ¿Cómo podemos esperar más? JEHOVÁ desea de nosotros, al igual que Abraham, que nos movamos con confianza absoluta en sus promesas hacia una región desconocida, una tierra buena “en gran manera” de la cual “fluye leche y miel”. JEHOVÁ pasa por alto los tiempos de nuestra ignorancia (Hch. 17:30); pero, ahora que Él está revelando su Nombre a su pueblo, está fuera de lugar que su linaje continúe usando nombres erróneos.
La evidencia escritural prueba en forma contundente que el nombre de JEHOVÁ posee un valor sublime. Representa a una “persona de autoridad” suprema, siendo magnificado sobre todas las cosas y por tanto, es el más grande de todos los nombres. Es la palabra más sagrada en todos los idiomas. Debe tratarse con extraordinario respeto. Bajo ninguna circunstancia debe usarse como una palabra común o de uso diario e irreverente. No ha de emplearse como una especie de amuleto o emblema publicitario en camisetas, calcomanías, camisetas, sombreros, placas para automóvil, etc. Todas estas formas de comercialización no son más que una blasfemia. Es pisotear la dádiva más sagrada y pura que posee el ser humano. El Señor Jesús lo magnificó, lo honró, lo proclamó y, por SU NOMBRE, derramó su preciosa sangre y por el inmenso amor a toda la humanidad.
Los defensores de esta posición se auto engañan al conjeturar que tienen el derecho a llamar a YHWH como quieran porque “El Creador sabe que a Él nos referimos.” Empero las Escrituras no callan ni son permisivas al respecto: “Si no escucháis y no tomáis a pecho el honrar mi Nombre, enviaré la maldición sobre vosotros y maldeciré vuestras bendiciones, ha dicho JEHOVA DE LOS EJÉRCITOS. Y las he maldecido ya, porque vosotros nada tomáis a pecho” (Mal. 2:2). La mente humana supone que la omnisciencia de JEHOVÁ automáticamente le garantiza el permiso para ocultar, suprimir o ignorar su Nombre memorial. El problema radica en que el Omnipotente conoce la verdadera intención de rechazar la evidencia escritural para establecer su propia autoridad y hacer aquello que es correcto a sus propios ojos. De manera que no es un asunto de omnisciencia celestial sino de obediencia humana