Cristo en el Trono de Dios Padre
Por un hermano de nuestras asambleas
Lea conmigo unos pocos pasajes de la Epístola a los Hebreos que dirigen nuestros corazones al Señor Jesucristo en el Trono de Gloria.
Capítulo 1:3: “Habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas”.
El Purificador de Pecados en el Trono
Tenemos aquí ante nosotros, al comienzo de esta epístola, al Señor Jesús como el resucitado y el glorificado.
Él es visto aquí sentado a la diestra de la Majestad en las alturas.
Pero Él está ahí en un cierto carácter, concretamente, como Aquél que ha purificado nuestros pecados.
Este es justo el primer aspecto en lo que, como creyentes, nos fue hecho que le conozcamos.
Él tomó nuestro lugar, cargó con nuestras iniquidades, se convirtió en responsable de nuestras transgresiones, y por Su propia sangre hizo una limpieza (o purificación) de todas ellas.
Es la misma expresión que tenemos en Ap. 1:5:
“Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre”.
Es bueno para nosotros tratar de hacer el hábito de nuestras almas el levantar la vista al trono de Dios y discernir ahí a Aquél que purificó todos nuestros pecados.
Estar en el trono es estar en el lugar de la más alta autoridad; como Él dijo antes de abandonar el mundo:
“Toda potestad me es dada en los cielos y en la tierra” (Mat. 28:18).
Aquél que fue crucificado está ahora en el lugar de poder, y ¡qué inmenso caudal de gracia, fortaleza, y bendición está allí para nosotros en Él!
La potestad sobre los ángeles, sobre los poderes de las tinieblas, sobre los asuntos del mundo, sobre los vientos y las olas – toda autoridad en el cielo y en la tierra es entregada a Aquél que nos amó y cargó nuestros pecados.
A continuación, observe, ¡qué perfecta debe ser esa obra, qué perfectamente consumada, qué totalmente terminada y completada!
Él se convirtió en responsable de nuestros pecados en la Cruz.
Él fue abandonado por Dios como el Portador de pecados.
Él fue entregado por nuestras transgresiones; y esa palabra “entregado” significa, uno que fue tomado y entregado en manos de la justicia para pagar la sentencia, cualquiera que sea.
“Fue entregado por nuestras transgresiones…” y por lo tanto, Dios, en su inflexible justicia, lo abandonó.
Pero, “habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas”, y ahí Él ha estado desde entonces, ordenando todas las cosas, controlando todas las cosas.
“Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo” (Ef. 1:22); de modo que Él puede hacer que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayuden a bien”, (Rom. 8:28); de modo que podemos gloriarnos en las tribulaciones que Él permite y envía, de modo que en esas mismas cosas que parecen contra nosotros podemos aprender las lecciones más bendecidas.
¡Qué hermosa apertura de un libro – purificados de pecados, y el Purificador de pecados en el trono!
El Vencedor en el Trono Capítulo 2:5:
“Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando”.
Ese es el mundo que deberá ser ordenado y bendecido después de que haya pasado esta dispensación.
“Pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que le visites?” (v. 6).
Esta es una cita del Salmo 8.
“Le hiciste (es decir, Adán) un poco menor que los ángeles, Le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos” (v.7). “Todo lo sujetaste bajo sus pies” (v. 8).
No vemos a Adán, o a los hijos de Adán, triunfando y reinando y gobernando en este mundo.
No vemos el cumplimiento de aquello para lo que Dios creó al hombre al principio.
El pecado entró, y el dominio fue arrebatado de las manos de Adán.
El pecado y la muerte han dañado toda la creación.
Pero, ¿qué vemos? “Vemos a Jesús” Aquí está el Hombre; aquí está el segundo Hombre; aquí está el último Adán, la Cabeza de la nueva creación.
“Vemos a Jesús, que fue hecho un poco menor que los ángeles”, que descendió para tomar la misma posición que Adán tenía al principio.
Se convirtió en partícipe de carne y sangre porque los hijos fueron partícipes de ello.
“Vemos a Jesús coronado de gloria y de honra” (v. 9).
Existe la promesa del último dominio del hombre; existe la promesa del cumplimiento del propósito de Dios en relación con el hombre; y aunque en la Cruz parece como si Dios hubiera permitido que Satanás siguiera adelante sin restricción, sin embargo al final vemos a Jesús exaltado y “coronado de gloria y de honra”.
Existe la promesa de que aquellos que creen en Él también serán coronados con gloria y honra.
Existe la promesa de que el pecado y la miseria llegarán a su fin.
En el primer capítulo Él es exaltado como el Purificador de pecados; y en el segundo es coronado como el poderoso Vencedor.
El Sumo Sacerdote en el Trono Capítulo 4:12, 13:
“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, … y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”.
Que permitamos que la Palabra de Dios nos examine y nos exponga a nosotros mismos.
No es agradable, pero es bueno para nosotros ser descubiertos y expuestos a nosotros mismos, para mostrarnos qué diferentes somos de Cristo; y ese es el proceso de santificación.
“Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad” (Juan 17:17).
Pero, ¿Cómo santifica la Palabra?
Penetra en el corazón como una espada.
Algunas veces la naturaleza toma un curso y el Espíritu de Dios toma otro.
La Palabra de Dios penetra para mostrar lo que es natural y lo que es espiritual; pero Satanás está observando constantemente para quitarle el filo. Nunca ha tenido más éxito que cuando consigue que la apliquemos a otros y no a nosotros mismos.
“¿No es ahora eso una sugerencia correcta para el hermano Fulano de Tal?
Me gustaría que estuviera aquí para escucharla”; y
“Esto conviene a la hermana Fulana de Tal”.
Dejemos de juzgarnos unos a otros, y permitamos que la Palabra de Dios nos examine.
Vaya a casa, y deje su efecto completo sobre la consciencia y el corazón.
Satanás no se opone que leamos la Palabra de Dios con un corazón frío y una cabeza dura.
Pero usted dice: “Tengo miedo de la luz”.
¿Qué dice el versículo 14? Mire:
“Retengamos nuestra profesión (no rendirse, no hundirse en desesperación), porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades”.
No tenemos un Sumo Sacerdote altivo, indiferente. Capítulo 2: 17, 18:
“Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”.
Con el propósito de que Él sea perfeccionado, no perfeccionado en el sentido de ser mejor de lo que era, sino perfeccionado como el “Autor de la salvación”; perfeccionado como el Sumo Sacerdote para entrar en nuestras penas y tentaciones, ahora que Él ha atravesado los cielos hasta el mismo trono de Dios.
Hay un abogado para Dios dentro de nuestros corazones, que es el Espíritu Santo; y hay un abogado para nosotros en el seno de Dios, y que es Jesucristo el Justo.
¡Oh, qué cerca Dios nos ha traído a Sí mismo, y qué cerca Él ha sido traído a nosotros!
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (cap. 4:16).
Cuando nos acercamos a Dios en oración es bueno tener siempre una mirada constante en este Sumo Sacerdote misericordioso y fiel, el que padeció siendo tentado, el que se ha compadecido de nuestras debilidades, ahora a la diestra de Dios.
Él lleva nuestros nombres sobre Su pecho, Él intercede por nosotros, Él vive para nosotros, y está preparado para procurarnos toda la gracia necesaria.
RESUMIENDO
No tenga miedo de la obscuridad. A Dios le gusta la gente obscura. Él muchas veces los arrastra desde la obscuridad a la luz del día.
No se alarme.
Ningún buen hombre puede ser enterrado vivo. Él brillará en su propio centro elegido, sin importar lo pequeño que sea. Cuando el hombre está más solo, Dios está con él. En Horeb, Moisés fue honrado con esta visión. Fue mientras estaban fuera en las llanuras, guardando sus rebaños, que los pastores recibieron las nuevas del nacimiento de Jesús.
Moisés vio más de Dios en el desierto que lo nunca había visto en la corte del Faraón.