Estoy conforme al 100% con usted. Es más, complementaré la información de la predicación de San Pablo. Después de su conversión en Damasco, entregó toda su vida por las almas (2 Corintios 12:15) y le quedó muy claro el significado central de la cruz: comprendió que Jesús había muerto por todos (suplicio al principio para sus seguidores, como para usted) y resucitado (deleite final para sus seguidores, como para mí). Entendió que en la cruz se había manifestado el amor gratuito y misericordioso de Dios, un amor que este mismo apóstol experimentó ante todo en sí mismo (Gálatas 2:20) siendo convertido de pecador a creyente (de perseguir a los cristianos a apóstol de Cristo).
Aquí radica la diferencia entre un testigo de Jehová (y la de usted con esta misma creencia de ellos respecto a la cruz) y los cristianos que vemos la cruz como algo más.
Que no llevaran materialmente una cruz no significa que la consideraran "instrumento de suplicio". Es más, para san Pablo eso es imposible con la cruz, para él tiene un primado fundamental en la historia de la humanidad; representa el punto central de su teología, porque decir cruz quiere decir salvación como gracia dada a toda criatura. El tema de la cruz de Cristo se convierte en un elemento esencial y primario de la predicación del Apóstol: el ejemplo más claro es la comunidad de Corinto. Frente a una Iglesia donde había, de forma preocupante, desórdenes y escándalos, donde la comunión estaba amenazada por partidos y divisiones internas que ponían en peligro la unidad del Cuerpo de Cristo, San Pablo se presenta no con sublimidad de palabras o de sabiduría, sino con el anuncio de Cristo, de Cristo crucificado. Su fuerza no es el lenguaje persuasivo sino, paradójicamente, la debilidad y la humildad de quien confía sólo en el "poder de Dios".
(1 Corintios 2:15) «Por mi parte, hermanos, cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado. Por eso, me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante. Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu, para que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios».
La cruz, por todo lo que representa y también por el mensaje teológico que contiene, es escándalo y necedad. Lo afirma el Apóstol con una fuerza impresionante, que conviene escuchar de sus mismas palabras:
"La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios. (...) Quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles" (1 Co 1, 18-23).
Las primeras comunidades cristianas, a las que san Pablo se dirige, saben muy bien que Jesús ya ha resucitado y vive; el apóstol quiere recordar, no sólo a los Corintios o a los Gálatas, sino a todos nosotros, que el Resucitado sigue siendo siempre Aquel que fue crucificado. El "escándalo" y la "necedad" de la cruz radican precisamente en el hecho de que donde parece haber sólo fracaso, dolor, derrota y "suplicio" (esto último como usted y los testigos de Jehová), precisamente allí está todo el poder del Amor ilimitado de Dios, porque la cruz es expresión de amor y el amor es el verdadero poder que se revela precisamente en esta aparente debilidad.
Que Dios nuestro Señor Verdadero le bendiga a usted y a los suyos.