Comentario Bíblico de William MacDonald.
Antiguo Testamento y Nuevo Testamento
El Pacto Edénico hizo al hombre, en su inocencia, responsable de multiplicar, poblar la
tierra y dominarla. Se le dio autoridad sobre todos los animales. Debía cultivar el huerto y
comer de lo que producía a excepción del árbol de la ciencia del bien y del mal. La
desobediencia a este último mandamiento traería la muerte.
El Pacto Adámico (Gn. 3:14–19)
Después de la caída del hombre, Dios maldijo a la serpiente y predijo la enemistad
entre la serpiente y la mujer, y entre Satanás y Cristo. Satanás heriría a Cristo, pero Cristo
destruiría a Satanás. La mujer tendría dolor en el parto y estaría bajo la autoridad de su
esposo. La tierra fue maldecida. El hombre tendría que contender con espinas y cardos al
cultivarla. Su labor sería con sudor y cansancio, y al final regresaría al polvo, de donde
vino.
El Pacto con Noé (Gn. 8:20–9:27)
Dios prometió a Noé que no maldeciría la tierra otra vez ni destruiría el mundo entero
con un diluvio. Dio el arco iris como garantía de Su promesa. Pero el pacto también
incluye el establecimiento del gobierno humano, con el poder de la pena capital. Dios
garantizó la regularidad de los tiempos y las estaciones, mandó que el hombre poblara de
nuevo el mundo, y reafirmó su dominio sobre el resto de la creación. El hombre ahora
podría añadir carne a su dieta vegetariana. Con respecto a los descendientes de Noé,
Dios maldijo al hijo de Cam, Canaán, a ser siervo de Sem y Jafet. Dio a Sem el lugar
favorecido, lo cual sabemos incluye estar en el linaje del Mesías. Jafet podría regocijarse
en la gran expansión y habitaría en las tiendas de Sem.
El Pacto con Abraham (Gn. 12:1–3; 13:14–17; 15:1–8; 17:1–8)
El Pacto con Abraham no tiene condición. Sólo Dios, manifestándose como «un horno
humeando y una antorcha de fuego», pasó por entre las dos partes del animal sacrificado
en Génesis 15:12–21. Esto es bastante significativo. Cuando dos personas hacían (en
hebreo se dice «cortar») un pacto, ambos caminaban entre las dos partes para señalar
que cumplirían las condiciones del pacto. Dios no impuso ninguna condición a Abraham;
de manera que lo establecido aquí (y a continuación) se cumpliría no obstante con la fe, o
la falta de ella, de los descendientes de Abraham.
Aquellos que no ven un futuro para el antiguo pueblo de Dios tratan de hacer que este
pacto parezca condicional, por lo menos en cuanto al territorio. Es así como reclaman
todas las bendiciones para la Iglesia, dejando poco o nada para Israel.
El pacto incluye las siguientes promesas para Abraham y sus descendientes: una gran
nación (Israel); bendición personal para Abraham; un nombre bien establecido; ser la
fuente de bendición para otros (12:2); favor divino a sus amigos y maldición sobre sus
enemigos; bendición a todas las naciones, a través de Cristo (12:3); posesión eterna de
las tierras conocidas como Canaán y más tarde como Israel y Palestina (13:14–15, 17);
posteridad numerosa, tanto natural como espiritual (13:16; 15:5); el parentesco de
muchas naciones y reyes, a través de Ismael e Isaac (17:4, 6); una relación especial con
Dios (17:7b).
El Pacto Mosaico (Éx. 19:5; 20:1–31:18)
En su sentido más amplio, el Pacto Mosaico incluye los Diez Mandamientos, que
describen las obligaciones hacia Dios y el prójimo (Éx. 20:1–26); numerosos reglamentos
en cuanto a la vida social de Israel (Éx. 21:1–24:11) y ordenanzas detalladas para la vida
religiosa (Éx. 24:12–31:18). Fue dado a los israelitas, no a los gentiles. Era un pacto
condicional, el cual requería la obediencia del hombre, de manera que era «débil por la
carne» (Ro. 8:3a). Nunca fue el propósito del Decálogo proveer salvación, sino producir
convicción de pecado y fracaso. Nueve de los Diez Mandamientos se repiten en el Nuevo
Testamento (con la excepción del día de reposo), no como ley que lleva consigo una
pena, sino como comportamiento apropiado para aquellos que han sido salvados por
gracia. El cristiano está bajo la gracia, no bajo la ley, pero está sujeto a Cristo por amor,
una motivación más elevada.
El Pacto Palestino (Dt. 30:1–9)
Este pacto tiene que ver con la ocupación aún futura de las tierras prometidas por
Dios a Abraham «desde el río de Egipto [o sea, el Arroyo de Egipto, no el Nilo] hasta el río
grande, el río Éufrates» (Gn. 15:18). Israel nunca ha ocupado estas tierras
completamente. Durante el reino de Salomón, los países del oriente pagaban tributo (1 R.
4:21, 24), pero eso no vale como posesión u ocupación.
El Pacto Palestino prevé la dispersión de Israel entre las naciones por su
desobediencia, su regreso al Señor, la segunda venida del Señor, el retorno a la tierra
prometida, la prosperidad de la tierra, su cambio de corazón (para amar y obedecer al
Señor), y el castigo de sus enemigos.
El Pacto Davídico (2 S. 7:5–19)
Dios no sólo prometió a David que su reino sería para siempre, sino que también
tendría un descendiente directo sobre el trono. Era un pacto incondicional, que no
dependía en modo alguno de la obediencia o virtud de David. Cristo es el heredero legal
del trono de David por medio de Salomón, como se ve en la genealogía de José (Mt. 1).
Él es descendiente directo de David por Natán, como se ve en la genealogía de María (Lc.
3). Él vive para siempre, de manera que su reino será eterno. Su reino de mil años sobre
la tierra dará paso al reino eterno.
El Pacto con Salomón (2 S. 7:12–15; 1 R. 8:4–5; 2 Cr. 7:11–22)
El Pacto con Salomón era incondicional en cuanto al reino eterno, pero condicional en
lo referente a los descendientes de Salomón sentados en el trono (1 R. 8:4–5; 2 Cr. 7:17–
18). Uno de los descendientes de Salomón, Conías (también llamado Jeconías) fue
condenado a no tener descendiente sobre el trono de David (Jer. 22:30). Jesús no es
descendiente de Salomón, como se ha explicado arriba. De otro modo, hubiera estado
bajo la maldición de Conías.
El Nuevo Pacto (Jer. 31:31–34; He. 8:7–12; Lc. 22:20)
El Nuevo Pacto se hizo claramente con las casas de Israel y Judá (Jer. 31:31). Era
futuro cuando escribió Jeremías (Jer. 31:31a). No es pacto que lleva condiciones, como el
Pacto Moisáico, el cual quebrantó Israel (Jer. 31:32). En él Dios prometió
incondicionalmente (note los verbos «haré», «daré» y «seré»): la regeneración de Israel
(Ez. 36:25); la morada del Espíritu Santo dentro de ellos (Ez. 36:27); un corazón
favorablemente dispuesto a hacer la voluntad de Dios (Jer. 31:33a); una relación única
entre Dios y Su pueblo (Jer. 31:33b); conocimiento universal del Señor en Israel (Jer.
31:34a); pecados perdonados y olvidados (Jer. 31:34b); y la existencia de la nación para
siempre (Jer. 31:35–37).
Como nación, Israel no ha recibido todavía los beneficios del Nuevo Pacto, pero los
recibirá en la Segunda Venida del Señor. Mientras tanto, los verdaderos creyentes sí
comparten de las bendiciones del pacto. La Cena del Señor revela el hecho de que la
iglesia está relacionada con el Nuevo Pacto, en donde la copa representa el pacto y la
sangre por la cual fue ratificado (Lc. 22:20; 1 Co. 11:25). Además, Pablo se refirió a sí
mismo y a los otros apóstoles como ministros del nuevo pacto (2 Co. 3:6).
Antiguo Testamento y Nuevo Testamento
LOS PACTOS PRINCIPALES DE LAS ESCRITURAS
El Pacto Edénico (Gn. 1:28–30; 2:16–17)El Pacto Edénico hizo al hombre, en su inocencia, responsable de multiplicar, poblar la
tierra y dominarla. Se le dio autoridad sobre todos los animales. Debía cultivar el huerto y
comer de lo que producía a excepción del árbol de la ciencia del bien y del mal. La
desobediencia a este último mandamiento traería la muerte.
El Pacto Adámico (Gn. 3:14–19)
Después de la caída del hombre, Dios maldijo a la serpiente y predijo la enemistad
entre la serpiente y la mujer, y entre Satanás y Cristo. Satanás heriría a Cristo, pero Cristo
destruiría a Satanás. La mujer tendría dolor en el parto y estaría bajo la autoridad de su
esposo. La tierra fue maldecida. El hombre tendría que contender con espinas y cardos al
cultivarla. Su labor sería con sudor y cansancio, y al final regresaría al polvo, de donde
vino.
El Pacto con Noé (Gn. 8:20–9:27)
Dios prometió a Noé que no maldeciría la tierra otra vez ni destruiría el mundo entero
con un diluvio. Dio el arco iris como garantía de Su promesa. Pero el pacto también
incluye el establecimiento del gobierno humano, con el poder de la pena capital. Dios
garantizó la regularidad de los tiempos y las estaciones, mandó que el hombre poblara de
nuevo el mundo, y reafirmó su dominio sobre el resto de la creación. El hombre ahora
podría añadir carne a su dieta vegetariana. Con respecto a los descendientes de Noé,
Dios maldijo al hijo de Cam, Canaán, a ser siervo de Sem y Jafet. Dio a Sem el lugar
favorecido, lo cual sabemos incluye estar en el linaje del Mesías. Jafet podría regocijarse
en la gran expansión y habitaría en las tiendas de Sem.
El Pacto con Abraham (Gn. 12:1–3; 13:14–17; 15:1–8; 17:1–8)
El Pacto con Abraham no tiene condición. Sólo Dios, manifestándose como «un horno
humeando y una antorcha de fuego», pasó por entre las dos partes del animal sacrificado
en Génesis 15:12–21. Esto es bastante significativo. Cuando dos personas hacían (en
hebreo se dice «cortar») un pacto, ambos caminaban entre las dos partes para señalar
que cumplirían las condiciones del pacto. Dios no impuso ninguna condición a Abraham;
de manera que lo establecido aquí (y a continuación) se cumpliría no obstante con la fe, o
la falta de ella, de los descendientes de Abraham.
Aquellos que no ven un futuro para el antiguo pueblo de Dios tratan de hacer que este
pacto parezca condicional, por lo menos en cuanto al territorio. Es así como reclaman
todas las bendiciones para la Iglesia, dejando poco o nada para Israel.
El pacto incluye las siguientes promesas para Abraham y sus descendientes: una gran
nación (Israel); bendición personal para Abraham; un nombre bien establecido; ser la
fuente de bendición para otros (12:2); favor divino a sus amigos y maldición sobre sus
enemigos; bendición a todas las naciones, a través de Cristo (12:3); posesión eterna de
las tierras conocidas como Canaán y más tarde como Israel y Palestina (13:14–15, 17);
posteridad numerosa, tanto natural como espiritual (13:16; 15:5); el parentesco de
muchas naciones y reyes, a través de Ismael e Isaac (17:4, 6); una relación especial con
Dios (17:7b).
El Pacto Mosaico (Éx. 19:5; 20:1–31:18)
En su sentido más amplio, el Pacto Mosaico incluye los Diez Mandamientos, que
describen las obligaciones hacia Dios y el prójimo (Éx. 20:1–26); numerosos reglamentos
en cuanto a la vida social de Israel (Éx. 21:1–24:11) y ordenanzas detalladas para la vida
religiosa (Éx. 24:12–31:18). Fue dado a los israelitas, no a los gentiles. Era un pacto
condicional, el cual requería la obediencia del hombre, de manera que era «débil por la
carne» (Ro. 8:3a). Nunca fue el propósito del Decálogo proveer salvación, sino producir
convicción de pecado y fracaso. Nueve de los Diez Mandamientos se repiten en el Nuevo
Testamento (con la excepción del día de reposo), no como ley que lleva consigo una
pena, sino como comportamiento apropiado para aquellos que han sido salvados por
gracia. El cristiano está bajo la gracia, no bajo la ley, pero está sujeto a Cristo por amor,
una motivación más elevada.
El Pacto Palestino (Dt. 30:1–9)
Este pacto tiene que ver con la ocupación aún futura de las tierras prometidas por
Dios a Abraham «desde el río de Egipto [o sea, el Arroyo de Egipto, no el Nilo] hasta el río
grande, el río Éufrates» (Gn. 15:18). Israel nunca ha ocupado estas tierras
completamente. Durante el reino de Salomón, los países del oriente pagaban tributo (1 R.
4:21, 24), pero eso no vale como posesión u ocupación.
El Pacto Palestino prevé la dispersión de Israel entre las naciones por su
desobediencia, su regreso al Señor, la segunda venida del Señor, el retorno a la tierra
prometida, la prosperidad de la tierra, su cambio de corazón (para amar y obedecer al
Señor), y el castigo de sus enemigos.
El Pacto Davídico (2 S. 7:5–19)
Dios no sólo prometió a David que su reino sería para siempre, sino que también
tendría un descendiente directo sobre el trono. Era un pacto incondicional, que no
dependía en modo alguno de la obediencia o virtud de David. Cristo es el heredero legal
del trono de David por medio de Salomón, como se ve en la genealogía de José (Mt. 1).
Él es descendiente directo de David por Natán, como se ve en la genealogía de María (Lc.
3). Él vive para siempre, de manera que su reino será eterno. Su reino de mil años sobre
la tierra dará paso al reino eterno.
El Pacto con Salomón (2 S. 7:12–15; 1 R. 8:4–5; 2 Cr. 7:11–22)
El Pacto con Salomón era incondicional en cuanto al reino eterno, pero condicional en
lo referente a los descendientes de Salomón sentados en el trono (1 R. 8:4–5; 2 Cr. 7:17–
18). Uno de los descendientes de Salomón, Conías (también llamado Jeconías) fue
condenado a no tener descendiente sobre el trono de David (Jer. 22:30). Jesús no es
descendiente de Salomón, como se ha explicado arriba. De otro modo, hubiera estado
bajo la maldición de Conías.
El Nuevo Pacto (Jer. 31:31–34; He. 8:7–12; Lc. 22:20)
El Nuevo Pacto se hizo claramente con las casas de Israel y Judá (Jer. 31:31). Era
futuro cuando escribió Jeremías (Jer. 31:31a). No es pacto que lleva condiciones, como el
Pacto Moisáico, el cual quebrantó Israel (Jer. 31:32). En él Dios prometió
incondicionalmente (note los verbos «haré», «daré» y «seré»): la regeneración de Israel
(Ez. 36:25); la morada del Espíritu Santo dentro de ellos (Ez. 36:27); un corazón
favorablemente dispuesto a hacer la voluntad de Dios (Jer. 31:33a); una relación única
entre Dios y Su pueblo (Jer. 31:33b); conocimiento universal del Señor en Israel (Jer.
31:34a); pecados perdonados y olvidados (Jer. 31:34b); y la existencia de la nación para
siempre (Jer. 31:35–37).
Como nación, Israel no ha recibido todavía los beneficios del Nuevo Pacto, pero los
recibirá en la Segunda Venida del Señor. Mientras tanto, los verdaderos creyentes sí
comparten de las bendiciones del pacto. La Cena del Señor revela el hecho de que la
iglesia está relacionada con el Nuevo Pacto, en donde la copa representa el pacto y la
sangre por la cual fue ratificado (Lc. 22:20; 1 Co. 11:25). Además, Pablo se refirió a sí
mismo y a los otros apóstoles como ministros del nuevo pacto (2 Co. 3:6).