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EUROPA Y - O MEJOR DICHO CONTRA - LOS JUDÍOS
Los puentes del judaísmo
Por: Gustavo Perednik
La actitud del Viejo Continente, cuna de la cultura “occidental y cristiana”, para con los judíos ha sido de persecución y muerte, aun cuando los judíos hayan contribuido a los fundamentos de esa civilización. Hoy acusan a Israel, de todos los males del Medio Oriente, aun cayendo en las más absurdas contradicciones. Por qué y cómo, nos lo cuenta el autor de esta nota.
El idioma en el que escribo estas páginas, el español moderno, resultó de moldear el dialecto mozárabe. Una fértil labor resultante en buena medida de la creatividad de los traductores judíos de la corte de Alfonso el Sabio.
La renombrada Escuela de Traductores de Toledo forjó en efecto un medio literario de energía y riqueza, gracias al cual dos siglos más tarde un descendiente de marranos producía la pionera de las novelas cuando escribió las andanzas del caballero de la Mancha.
La contribución judía no es menor en la formación de otros idiomas europeos. Lo que un italiano o francés educado de hace dos o tres generaciones consideraba dialectos judíos, son en muchos casos reliquias de una era previa, antes de que las lenguas italiana o francesa siquiera existieran. El aporte hebraico a las letras fue esencial en la vida cultural europea, mucho antes de que las actuales lenguas nacionales y literaturas se conocieran.
En las artes visuales, la inspiración del judío también es insoslayable. Más de tres cuartas partes de la pintura europea de hasta 1500 y una buena parte de la posterior, trata de personajes y escenas hebreas.
En filosofía, Harry A. Wolfson mostró en 1947, en su magna obra acerca de Filón de Alejandría, que la “filosofía filónica” había dominado el pensamiento europeo por quince siglos hasta que fue destronada por otro judío, Spinoza, “el último de los medievales y el primero de los modernos”. Otro tanto podría exhibirse en música, educación y ciencia. A decir de Cecil Roth, “los judíos desempeñaron una parte vital en el proceso intelectual al que la Europa moderna debe su nacimiento”.
Incluso su nombre se lo deben a raíces hebreas. La palabra Europa viene de la raíz hebrea “Erev”, “ocaso”. Para el hombre de Judea, el atardecer venía desde el oeste.
El Viejo Continente no parece perdonar esta contribución seminal de Israel, y ha respondido con una hostilidad contra el pueblo hebreo que trasciende las explicaciones sociológicas y económicas. Por miles de años vienen matando judíos, o perdonando a quienes los matan, o censurando a los judíos cuando no se dejan matar. Así de cruel. Nos confrontamos con una especie macabra de matricidio cultural. Werner Sombart escribió que “Israel pasa por sobre Europa como el sol: cuando llega se produce una explosión de nueva vida. A su partida, todo cae en podredumbre”. La realidad es otra: “Europa no le ha dado a Israel un día de descanso. Nos ha venido asesinando, directa o indirectamente, durante más de dos mil años”. Y no parece darse de cuenta.
LA EUROPA QUE ENTRONIZA JUDEOFOBOS
No son grupos judeofóbicos directos los que prevalecen hoy en la escena europea, salvo altibajos pasajeros o países excepcionalmente insensibles como Austria (en donde como consecuencia de que se descubrieran los crímenes de guerra ocultados por uno de sus políticos de renombre, lo promovieron a presidente de la nación).
La judeofobia europea de hoy consiste mayormente en perdonar y estimular a otros cuando atacan al judío de los países. La judeofobia medieval quería desalojar al judío de la sociedad; la contemporánea tiende a aislar al Estado judío de la familia de las naciones.
El pequeño Estado cuya creación era de apremiante necesidad para salvar miles de vidas de las garras de Europa (campos alemanes y mares británicos) es el Estado que despertó la más sostenida hostilidad, una que no se reservó a ningún otro. Ergo, la lucha de los árabes palestinos cosechó una popularidad desproporcionada a la urgencia de sus objetivos y a la virulencia de sus medios. Aun organismos para la defensa de los derechos humanos se apresuran más en denostar a Israel que a los regímenes totalitarios que son sus enemigos, regímenes que perpetran contra esos derechos los abusos más intolerables.
De las docenas de pueblos sin Estado que hay en el mundo (cachemiros, tamiles, vascos, curdos, neocaledonios, tibetanos, surinamenses, aymaras, corsos y más) curiosamente, sólo los palestinos gozaron de enorme simpatía europea e internacional. ¿Quién sabría quién es el señor Arafat si no fuera por Europa?
Mientras los líderes de centenares de pueblos son ilustres desconocidos, Arafat ha tenido la tenebrosa suerte de elegir al enemigo perfecto, uno que le permitió ser catapultado al estrellato de los medios de difusión y aun al Premio Nobel de la Paz.
Europa sabe que Israel le ofreció a los palestinos todo el territorio que reclaman, y éstos respondieron con diez meses de bombas y atentados. Que se les ofreció ingresar dignamente al concierto de los Estados del mundo, con ayuda económica y científica que sus hermanos petroleros árabes nunca les ofrecieron. Que rechazaron todo. Que lo que quieren es destruir Israel y ni un milímetro menos. Europa lo sabe y perdona. Su resquemor antijudío se expresa así por interpósitas personas.
Los líderes palestinos se comprometieron en reiterados tratados de paz con Israel a que no echarán más mano al terrorismo, sino que esgrimirían sus demandas en la mesa de negociaciones. Europa lo sabe pero prefiere olvidarlo y excusarlos por el asesinato deliberado de niños y adolescentes. Europa se limita a condenar “la violencia” de todas las partes, la del agresor y la de la víctima agredida.
Explota una bomba en una discoteca en Tel Aviv, pero la BBC de Londres se las ingenia para escarbar en una guerra de hace veinte años para exigir que quien sea juzgado por “crímenes de guerra” sea el Primer Ministro de Israel. Israelíes son baleados día a día y el ministro noruego anuncia que está permitido matarlos.
Europa sabe que si los palestinos deben ser defendidos, es de sus propios cabecillas, que los empujan una y otra vez a baños de sangre, que los someten diariamente a un régimen de miedo y ejecuciones sumarias, a corrupción generalizada y falta de derechos, al envío de niños al frente como carne de cañón. Pero Europa condena a Israel.
JESUS, ¿UN “LUCHADOR PALESTINO”?
A principios de mayo el Papa escuchó en Siria cómo el presidente anfitrión acusaba a los judíos de haber traicionado a Jesús y a Mahoma. El Papa hizo silencio, Europa guardó respeto. No nos perdonan que hayamos engendrado al judío más famoso del mundo, uno que se regía por el idioma y el calendario que rigen hoy en Israel, estudiaba el mismo libro de los israelíes de hoy, practicaba su misma religión y asumía su misma historia. Después de todo, Jesús era un judío en su tierra, Judea. Imperdonable.
Europa lo sabe y calla frente al enorme robo de nuestra historia, por el que Jesús es transformado en “un luchador palestino”, como la tierra de la Biblia y la ciudad de David.
Israel es para Europa siempre el agresor, aun cuando se trate de las formas en que Israel se defiende. Es que la mera existencia de Israel debe de ser percibida como un acto de agresión. En el pasado la mera existencia del judío individual requería de disculpas y explicaciones. Hoy le ocurre a la nación en su conjunto.
Europa sabe que el quid del conflicto en el Medio Oriente no es el problema palestino, y que es un espejismo sostener que podríamos gozar de paz si el pueblo árabe palestino tuviera independencia política. Lo real es que el liderazgo palestino rechazó toda posibilidad de crear su propio Estado, cuando se percató de que para ello debía hacer las paces con los hebreos. Un estadista israelí lo sintetizó así: “Habrá paz, cuando nuestros enemigos amen más a sus hijos de lo que odian a los nuestros”. El quid del conflicto no es el problema palestino, sino la deslegitimación de Israel. Europa lo sabe y lo distorsiona.
Que no nos vengan con la abrumadora hipocresía de que el sufrimiento del pueblo palestino despierta misericordia. A Europa los palestinos le importan muy poco. Cuando Kuwait, en represalia por la guerra del Golfo procedió a expulsar de su territorio a decenas de miles de palestinos inocentes, no se escuchó ninguna voz de condena. Ni la de Europa, ni de las Naciones Unidas ni la de los líderes palestinos, ni de nadie.
En escandaloso contraste, cuando el gobierno de Isaac Rabin deportó al Líbano a cuatrocientos terroristas del Hamás, día a día se leían las angustiadas condenas en los medios de difusión del mundo. Por meses enteros. La moraleja encandila: no son los palestinos los que motivan las críticas; es el dudoso placer de castigar a Israel. Cuando Europa y las Naciones Unidas le perdonan al liderazgo palestino toda agresión, la provocan.
La contribución que podrían hacer a la paz es inmensa, si se concentraran un poco en demandar el fin de la incitación en las escuelas y censuraran el terrorismo, si se preocuparan por terminar con la violencia irracional que vino a suplantar las negociaciones. (Recordemos que hasta el día de hoy Israel ni siquiera figura en los mapas de los árabes, que los niños palestinos estudian en clase que Israel debe ser destruido, y que quien se suicida haciendo explotar una bomba en un ómnibus de pasajeros judíos es elogiado como modelo de “mártir sagrado”).
Si se invirtiera en la democratización de los Estados árabes un pequeño porcentaje de lo que se invirtió en la democratización de Latinoamérica, Sudáfrica y el mundo comunista, si se exigiera la legitimación del Estado judío, y el respeto a la democracia y los valores humanos, se habría avanzado hacia la paz. Aunque ése es el quid de la cuestión, Europa tiene otras prioridades.