Por ahí persiste la idea entre algunos evangélicos de que todo judío, musulmán, sij o baha'i que rinde los frutos del Espíritu en forma de buenas obras, está intentando ganarse méritos para ser salvo por sus obras. Algunos, aún más miopes, extienden esta noción hacia católicos, mormones, testigos de Jehová, adventistas, cuáqueros, y todos aquellos que no se ajusten a la teología que sus pastores defienden.
Tal idea no solo es errada: es también tóxica, porque descalifica la obra del Espíritu Santo en la vida de una persona.
¡Ay de aquellos pastores que han envenenado la mente de sus ovejas! ¡Les espera un pesado camino de aprendizaje!
Compañeros:
Si una persona está rindiendo los frutos del Espíritu, con sinceridad y sin vanagloria, no es porque tenga pacto con Beelzebú, sino porque está viviendo bajo la gracia de Dios mediante Jesucristo, incluso si tiene una idea borrosa o errónea de quién fue Jesucristo exactamente, qué hizo, qué dijo y por qué.
Los evangelios son contundentes: a Jesucristo no le interesaba gran cosa que asintiéramos intelectualmente a un dogma, y ni siquiera que lo confesáramos como "Señor". Lo que le interesaba es que nos arrepintiéramos de nuestras iniquidades y naciéramos a una nueva vida: una vida caracterizada por el amor, que nos permitiera ser ciudadanos del reino de Dios.
Por supuesto, esto no les conviene a los pa$tore$ mercenario$ que nece$itan de que sus feligreses sigan e$cuchándolo$ para aprender las doctrina$ que los harán $alvo$. A ellos les conviene mantener a los cristianos divididos entre sí, y separados de las personas de otras religiones. Les conviene propagar la idea de que "estar en la verdad" no es vivir de cierta manera, sino creer de cierta manera.
Recordemos la escena que Jesús nos regaló del fariseo y el publicano que oraban a Dios. Uno se sentía autosuficiente. El otro, indigno e impotente. Jesús no recalca que uno entendiera ciertas doctrinas que el otro no. De hecho, es muy probable que el fariseo tuviera un conocimiento más profundo de las Escrituras, incluso de las promesas mesiánicas. Jesús no cuenta que el publicano haya apelado al sacrificio vicario de un Mesías por venir. Más bien nos cuenta que el publicano solo decía, golpeándose el pecho: “Dios mío, ten misericordia de mí, porque soy un pecador.”