EL DOGMA DE MARIA MADRE DE DIOS
Conviene advertir tajantemente que la definición dogmática de la maternidad divina de María tuvo lugar en Éfeso, seguida de una procesión de antorchas, un siglo después de que los gentiles hubieron entrado masivamente en la Iglesia. El hecho de que María fuera oficialmente declarada Theotókos en Efeso, donde estuvo «el templo de la gran diosa Artemisa»,' quizá no sea irrelevante. El pueblo de Éfeso reaccionó ante la decisión conciliar de forma semejante a como sus ancestros reaccionaron unos 400 años antes cuando pensaron que estaba en juego el honor de (Diana)Artemisa (Hechos 19). Ellos ahora aclaman por las calles a María -y ¡no por motivos cristológicos!- como la «Theotókos». Curiosa coincidencia: sus ancestros gritaron, cuatro siglos antes: «Grande es Artemisa (Diana) de los Efesios»;ahora ellos gritan: «La Theotókos». ¿No verían los efesios en este título una base para un culto sucedáneo del de Diana? (Hechos 19:34)
Los Padres de Éfeso, sin embargo, no pretendían privilegiar a María, sino dar cuenta de su fe cristológica: afirmar y confesar que el Hijo de Dios nació de mujer, fue verdadero hombre. Aunque, sin duda, la intención de los obispos reunidos en el concilio era correcta(defender la plena deidad de Cristo) el medio elegidopara hacerlo (denominar Theotokos a María) fue equivocado y trajo consecuencias inesperadas. La primera y más importante fue la de desplazar el carácter cristológico de la expresión hasta convertirla en un título mariológico.
Es a este término, theotokos, que la Iglesia Católica Romana lo traduce en su sentido más glorioso como Madre de Dios. No obstante, en vista de la posición super exaltada que María ha llegado a ocupar en el catolicismo romano, la falta de un precedente bíblico para el título, y el contexto histórico del concilio de Éfeso, los cristianos actuarían con sabiduría si evitaran el uso del título y usaran en cambio los términos bíblicos.
La Teología Católica se agarra a una «vulgarización» de la Metafísica, diciendo que María es Madre de Dios, porque ejercitó con la única persona de Jesús (el Hijo de Dios, que es Dios como el Padre) la misma función maternal que nuestras madres ejercen con nosotros, a pesar de que nuestras madres solo nos suministran el organismo corporal, no el alma.
Hoy día este término ha cobrado un significado completamente distinto. Ya no se trata de aclarar y exaltar la divinidad de Cristo, sino de conferir a María una aureola sobrenatural que nunca tuvo. María era ciertamente la madre del cuerpo humano del Señor Jesucristo. Él era de origen divino, concebido por la Virgen María por medio del poder del Espíritu Santo.
Las conclusiones teológicas de la Dogmática de Roma han sobrepasado excesivamente el tenor de la definición de Éfeso (de que «la Santa Virgen engendró según la carne al Verbo de Dios hecho carne»), urgiendo indebidamente (unívocamente, es decir, equiparando totalmente la maternidad de María con la de nuestrasmadres) la relación maternal de María respecto del Hijo de Dios, hasta llegar a concluir:
a) Que María pertenece internamente al orden hipostático trinitaria, o sea, al círculo íntimo del Dios Trino, como «Madre del Hijo», la segunda persona.
b) Que María fue ónticamente santificada por el mero hecho (formaliter) de su «maternidad divina».
c) Que, por tanto, María fue absolutamente impecable por necesidad moral.
Resumiendo, este concepto mariológico sostieneque siendo María la madre del Hijo de Dios, hay una relación única entre ella y su hijo. El Hijo es la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo mismo, de suerte, que puede y debe decirse que la Santísima Virgen concibió al Verbo encarnado. Ahora bien, el Verbo está en unión con el Padre y con el Espíritu Santo, y esta es la relación que se describe como unión hipostática.
Esto significa que María fue elevada al orden hipostático y que la divina sustancia del Verbo le fue infundida por el Padre mismo, efectuando por ello una relación única de María no sólo con el Verbo sino también con el Padre. Pero además, siendo que la concepción fue por el Espíritu Santo, queda establecida la relación de María con la totalidad de las tres personas de la Trinidad. Así María queda elevada a una categoría exclusiva por encima de todo lo creado, incluidas las criaturas celestiales.
Por estas circunstancias dice el Cardenal Cayetano «que la bienaventurada Virgen María llegó a los confines de la divinidad con su propia operación, ya que concibió, dio a luz, engendró y alimentó a Dios con su propia leche. Entre todas las criaturas, María es quien tiene mayor afinidad con Dios» (Juan II-II-103-4).
Ahora bien, decir que María era la «Madre de Dios», es tan ilógico como antiescritural.
Dios no tiene madre. Él existió antes de que fueran todas las cosas.
Afirmar que María es la Madre de Dios es presumir que ella existió antes que Dios. ¿Por qué esta insistencia? porque a pesar de que María era la madre humana de Jesús, ella no era la madre de Dios en el sentido de dar nacimiento al ser divino o tener una autoridad igual o superior a él.
Vemos, por lo tanto, que el término theotokos, aprobado por el Concilio de Éfeso en el año 431, como salvaguardia contra el adopcionismo, sufrió un doble cambio. Primeramente evolucionó de un término cristológico a uno mariológico. En segundo lugar, el término theotokos mismo llegó a ser el fundamento de dogmas y doctrinas mariológicas, por cuanto muchos católicos romanos consideran la maternidad divina como el principio fundamental de la mariología, es decir,aquella verdad inicial a la cual todas las otras verdades
se ligan lógica e inseparablemente. Difícilmente puede exagerarse la importancia que los católicos romanos atribuyen a la maternidad divina en su sistema de mariología.
De hecho, el concilio Vaticano II no ha hecho sino recoger esta interpretación torcida del concilio de Éfeso que ya cuenta con siglos de vida: «la virgen María... es reconocida y honrada como verdadera Madre de Dios y del Redentor». En otras palabras, lo que era un concepto destinado a señalar inconfundiblemente la gloria de Cristo, se ha convertido en expresión para reconocimiento y honra de María.
Aún se afirma más siguiendo esta «lógica espiritualizadora», que en virtud de su maternidad de Jesucristo por fe, María es también la madre de todos los creyentes: «Por lo tanto María, llevando al Salvador dentro de sí, llevaba también por así decirlo a todos aquellos cuya vida estaba contenida en el Salvador. Por tanto, todos nosotros los que estamos unidos a Cristo... hemos salido del vientre de María como un cuerpo unido a su cabeza. Entonces, de un modo espiritual y místico, nosotros todos somos hijos de María, y ella es nuestra madre...».
Como afirma un importante historiador y mariólogo católico: Efeso fue una victoria para los teólogos y obispos que defendieron con éxito la ortodoxia de las influencias paganas, especialmente de la idea amenazante de politeísmo. En el proceso, sin embargo, no se dieron cuenta de un rápido progreso de una religión popular, profundamente arraigada, que adoptó y bautizó innumerables prácticas paganas. La veneración de mártires, santos, estatuas, reliquias y amuletos se convirtió en expresión acrítica de devoción. Todo esto quedaba descolorido ante la devoción a la Virgen María.
Los Padres de Éfeso abordaron muy bien la cuestión cristológica, pero no la mariológica. Si María formaba parte de la humanidad pecadora, ciertamente que podía ofrecerle a su hijo la forma de siervo. Pero María transmitiría en ese caso su contaminación pecadora. Sólo cuando se desarrolló plenamente el tema de la lnmaculada Concepción pudo entenderse la encarnación de otra manera: como un auténtico acontecimiento cósmico. Es decir, en María, la Inmaculada, lo divino se unió con lo humano antes del pecado, y por eso pudo iniciarse una nueva creación. Al adoptar el titulo de Theotókos se abrió un camino hacia esta visión. Pero los teólogos se encontraban todavía muy por detrás de la piedad popular que contemplaba a María como la mujer vestida del sol, y a la que le tributaba todos los honores que los paganos reservaban a la Reina del cielo.
Como enseña el teólogo católico Royo Marín en su obra Teologia de la perfección Cristiana, número 23: «Todos los títulos y grandezas de María arrancan del hecho colosal de su maternidad divina. María es la inmaculada, llena de gracia, Corredentora de la humanidad; subió en cuerpo y alma al cielo, para ser ahí Reina de cielos y tierra, y la Mediadora univer sal de todas las gracias, etc., porque es Madre de Dios.
Y así se sigue afirmando: «De este hecho colosal, María Madre de Dios Redentor arranca el llamado principio de consorcio, en virtud del cual, Jesucristo asoció íntimamente a su divina Madre a toda su misión redentora y santificadora. Por eso, todo lo que El nos mereció con mérito de rigurosa justicia, nos lo mereció también María, aunque con distinta clase de méritos». ¿...?
Por último, poco puede dudarse de que el mito de la madre de Dios, que, con tanta lógica acabó imponiéndose a partir de la ciudad de Éfeso, hunde sus raíces no en el Evangelio predicado por Pablo y los apóstoles sino en la mitología de las diosas, madres de dioses y, muy especialmente, en el culto a la Artemis efesia.
Como hemos tenido ocasión de ver en capítulos anteriores, cuando se acude al testimonio de las diversas fuentes históricas, la realidad que se abre paso no es la de que la visión mitológica de María tiene su base en las Escrituras y/o la conducta de los cristianos de los primeros siglos. Por el contrario, nos encontramos con que su configuración arranca de las diversas mitologías paganas que fueron absorbidas, principalmente a partir del siglo IV, en el seno de las diferentes iglesias.
(Las desventuras de la Virgen María. Manuel D. Pineda. AEP)