Esta doctrina del Purgatorio se acepta como doctrina de la Iglesia en el Concilio de Florencia (1439), en el que se hace referencia al concilio de Lyón (1274).
El Papa Eugenio IV (1431-1447) fue el inspirador de este Concilio para anular el Concilio de Basilea (1431-14737), que calificó como una tumultuosa reunión de pordioseros. Estos pretendían reformar la Iglesia comenzando por el papado. Aquí se encontraban muchos de los que le habían elegido a él como Papa, y antes habían tratado de terminar con el cisma de la Iglesia, protagonizado por tres papas al mismo tiempo. En este clima se confirma esta doctrina del Purgatorio, a 1400 años de la revelación de la plena justicia de Dios en Su Hijo Jesucristo.
Otro Papa, que dio un paso más en la doctrina del Purgatorio, fue Sixto IV (1471-1484) con la idea de aplicar las indulgencias a las almas del Purgatorio. Habían pasado 1430 años de cristianismo sin que a nadie se le hubiese ocurrido semejante idea. No fue, pues, nada extraño que, como gran mecenas del Renacimiento, construyese la famosa Capilla Sixtina. El Papa Sixto se había inventado una fórmula para pagar su mecenasgo renacentista con las indulgencias por los difuntos. Eran unos ingresos seguros y continuos, producidos por el afecto de los familiares por sus muertos, sin contrapartida alguna de parte del Papado.
Es muy difícil entender como estas mentes ilustres del Papado, concedieron más eficacia a sus benévolas indulgencias para purificar plenamente las almas de los difuntos, que a la justicia perfecta que es por la sangre de Cristo según las Escrituras
El Concilio de Trento en su afán por anular el movimiento reformado que pedía a la Iglesia volver a las Sagradas Escrituras, también confirma en la sesión 25 el 3 de diciembre de 1563 lo siguiente: "Existe un Purgatorio, y las almas que allí se encuentran pueden ser ayudadas con sufragios de los fieles, y de un modo especial por el sacrificio del altar (la misa) " (DS1820). Si admites esta doctrina del Purgatorio das más valor a tus propios actos y a tus buenas obras, que a la obra redentora de Cristo en la cruz del Gólgota.
Todo hombre o mujer que admita a Jesucristo como su único y perfecto Salvador, jamás admitirá otro lugar de purificación , ni para sí ni para sus muertos. Porque en la sangre de Cristo se verá siempre limpio de todo pecado y "teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo" (Hebr. 10:19).
Y si alguien le pregunta por la certeza de su plena santificación, le responderá: "Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre " (Hebr. 10:10), en la cruz del Gólgota. Así nos lo confirma la Palabra: "Ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Cor. 6:11).
Esta es la causa bendita de Dios para nuestra total santificación, y no nuestras penitencias, rezos u ofrendas, ni tampoco las penas del Purgatorio. Porque lo único que acrisola las almas ante los ojos del Dios vivo es la sangre preciosa de Su Hijo. El apóstol Pedro en su primera carta pone como único medio de rescate, de nuestra vana manera de vivir y para purificación de nuestras almas, la sangre preciosa de Cristo: "Quien llevó el Mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero... para que nosotros vivamos a la justicia..." (1 Pe. 1:18-22; 2:24). ¿Por qué los que se llaman sus sucesores, los papas, se han apartado de esta sana doctrina del apóstol de Jesucristo e implantaron una doctrina diferente?
El apóstol Pablo, para confirmar la inmutabilidad del Evangelio de Jesucristo a través de los tiempos, dice: "Si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro Evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema" (Gal. 1:8,