Aarón y Josué, figuras de Cristo sacerdote y salvador
11. Jesucristo es llamado así con un doble vocablo: Jesús, porque otorga la salvación; Cristo, porque posee el sacerdocio(27). Dándose cuenta perfectamente de la situación, el divino profeta Moisés llamó con estos nombres a dos hombres escogidísimos: a Ausés, sucesor suyo en la jefatura, al que llamó Jesús cambiándole el nombren, y a su propio hermano Aarón, añadiéndole el nombre de Ungido(28); de esta manera, por medio de estos dos hombres eximios, representaba la potestad regia y la potestad pontifical que habían de estar unidas en el Jesucristo único que habría de venir. Pues Cristo es sumo pontífice a semejanza de Aarón(29), si es verdad aquello de que «tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: ... Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec» (Hebr 5, 5-6). Y en muchas cosas fue imagen de él, Josué, hijo de Nun(30), pues la jefatura sobre el pueblo tuvo su comienzo en el Jordán(31), donde también Cristo comenzó a evangelizar una vez recibido el bautismo (Mt 3, 13). El hijo de Nun hizo doce partes de toda la herencia (Jos 14, 1-5) yJ esús envió a doce apóstoles de la verdad como predicadores a todo el mundo (Mt. 10). Como imagen (de Jesús), protegió él (Josué) a la prostituta que había creído (Jos 2,1 ss; 6,17 cf. Hebr 11, 31). Pero el verdadero(32) exclama: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios» (Mt 21, 31). Ante el clamor de la alegría, aunque aquello sólo era imagen, se derrumbaron las murallas de la ciudad de Jericó (Jos 6, 20), y por la palabra de Jesús: «No quedará aquí piedra sobre piedra» (Mt 24, 2), cayó lo que a nosotros se opone, el templo de los judíos. Y no porque la sentencia de Jesús fuese causa del derrumbe, sino que esta caída la provocó el pecado de los impíos.
Jesús, Salvador, llamado así por el ángel
12. Unico es el Señor Jesucristo, nombre admirable indirectamente anunciado por los profetas. Pues dice el profeta Isaías: «Mira que viene tu salvación; mira, su salario le acompaña» (Is 62, 11)(33). Pero Jesús, en hebreo, significa «salvador»; sin embargo, la gracia otorgada a los profetas, previendo el torcido sentimiento de los judíos hacia la destrucción del Señor, les ocultó la verdadera denominación para que no pudiesen, conociéndolo demasiado pronto, estar al acecho contra él de manera más insidiosa. Pero Jesús fue llamado claramente de ese modo, no por todos, sino por el ángel, que no vino por su iniciativa, sino por la autoridad de Dios, y dijo a José: «No temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombra Jesús» (Mt 1, 20-21). Y al dar razón de este nombre, añadió de modo inmediato: «Porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (1, 21b). Pero has de entender cómo puede tener un pueblo quien todavía no ha nacido, y es que en realidad ya existía antes de nacer. Esto es lo que de su persona dice el profeta: «Yahvé desde el seno materno me llamó: desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre» (Is 49, 1)(34). Por eso predijo el ángel que habría de ser llamado Jesús. Como también deben entenderse de las insidias de Herodes estas palabras: «En la sombra de su mano me escondió» (Is 49, 2).
El Salvador que sana
13. Así pues, «Jesús» significa en hebreo «salvador», y en la lengua griega, «el que sana». En realidad él es médico de las almas y los cuerpos, y sanador de los espíritus: cura a los que están ciegos en sus ojos sensibles, pero lleva también la luz a las mentes: es médico(36) de los que están visiblemente cojos, y dirige también los pies de los pecadores a la conversión cuando dice al paralítico: «No peques más» (Jn 5, 14) y: «Toma tu camilla y anda» (5, 8)(36). Pues ya que a causa del pecado del alma había sido entregado el cuerpo a la parálisis, sanó primero el alma para llevar también después la medicina al cuerpo. Por tanto, si la mente de alguien está agarrotada por la enfermedad de los pecados, tiene ahí médico. Pero si alguien es de poca fe, dígale: «Ayuda a mi incredulidad» (Mc 9, 23). Y si alguien está plagado de enfermedades corporales, no desconfíe, sino acérquese, que también recibirá remedio, y reconozca que Jesús es el Mesías.
Eternidad e inmutabilidad del sacerdocio de Cristo
14. Los judíos conceden que Jesús es algo más, pero niegan que sea el Mesías. Por ello dice el Apóstol: «¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo (1 Jn 2, 22)?». Pero Cristo es el sumo sacerdote con un sacerdocio intransferible(37). No comenzó en el tiempo a ser sacerdote ni tiene sucesor alguno en su pontificado, tal como nos oísteis hablando el domingo en la asamblea(38) sobre aquello de «según el orden de Melquisedec» (Sal 110, 4; cf. Hebr 5, 6)(39). No ha obtenido el pontificado por sucesión corporal ni ha sido ungido con óleo terreno(40), sino que procede del Padre antes de los siglos; y es tanto más excelente que otros cuanto ha sido Sacerdote a través de un juramento: «Pues los otros fueron hechos sacerdotes sin juramento, mientras éste lo fue bajo juramento por Aquel que le dijo: "Juró el Señor y no se arrepentirá..."» (Hebr 7, 20b-21a). Para la seguridad del asunto bastaba con la voluntad del Padre. Pero esta seguridad se ha duplicado al añadirse a la voluntad además un juramento: «Para que mediante dos cosas inmutables por las que es imposible que Dios mienta, nos veamos más poderosamente animados» (Hebr 6, 18)(41) quienes acogemos a Jesucristo Hijo de Dios.
Pese a los anuncios, Cristo fue rechazado
15. A este Cristo le rechazaron los judíos cuando llegó(42), pero lo confesaron los demonios (cf. Lc 4, 41). Tampoco lo ignoraba el patriarca David cuando decía: «Aprestaré una lámpara a mi ungido» (Sal 132, 17). Algunos han entendido esta lámpara como el esplendor de la profecía; otros han entendido por esta lámpara la carne tomada de la Virgen, según aquello que dice el apóstol: «Llevamos este tesoro en vasos de barro» (2 Cor 4, 7). No desconocía a Cristo el profeta al decir: «Anunciando a los hombres a su Cristo» (Am 4, 13 LXX). También lo había conocido Moisés, lo había conocido Isaías y también Jeremías: ninguno de los profetas lo desconoció. Lo reconocieron incluso los mismos demonios. «Les conminaba», y, se añade, «porque sabían que él era el Cristo» (Lc 4, 41). Los príncipes de los sacerdotes lo ignoraron, pero lo confesaron los demonios. Mientras los príncipes de los sacerdotes le desconocían, lo anunciaba la mujer samaritana diciendo: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?» (Jn 4, 29).
Universalidad del cristianismo
16. Este Jesucristo es el «Sumo Sacerdote de los bienes futuros» (Hebr 9, 1 1), que por la largueza de su divinidad nos comunicó a todos su mismo nombre. Cuando alguien es rey, no comunica a los demás la denominación de su dignidad regia. Pero Jesús, el Cristo, Hijo de Dios, se dignó denominarnos con el nombre de cristianos. Verdaderamente, dirá alguno, se trata de algo nuevo. Este nombre de «cristianos» no se había oído anteriormente, y a veces se despierta oposición a las cosas nuevas simplemente por el hecho de ser nuevas. De esto trató el profeta al decir: «A sus siervos les dará un nombre nuevo tal que quien desee ser bendecido en la tierra deseará serlo en el Dios del Amén...» (Is 65, 15-16)(43). Preguntemos a los judíos: ¿servís a Dios o no? Mostradme, si acaso, vuestro nuevo nombre. Pues en tiempo de Moisés y de los demás profetas erais llamados judíos e israelitas, e igualmente después del retorno de Babilonia y hasta nuestros días. ¿Tenéis acaso un nuevo nombre? Pero nosotros, sirviendo al Señor, tenemos un nombre nuevo: y es realmente nuevo, nombre nuevo que «será bendecido sobre la tierra»: este nombre ha arrebatado toda la tierra, como quiera que los judíos están limitados a los confines de una sola región, pero los cristianos están extendidos por todo el mundo. Lo que ellos anuncian es el nombre del Hijo unigénito de Dios.
Pablo, anunciador del Evangelio tras haber perseguido a los cristianos
17. ¿Quieres saber que los apóstoles conocieron y anunciaron el nombre de Cristo, y que más bien tuvieron en sí mismos al mismo Cristo? Pablo dice a sus oyentes: «... ya que queréis una prueba de que habla en mí Cristo» (2 Cor 13, 3). Pablo anuncia a Cristo diciendo: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús» (2 Cor 4, 5). Pero, ¿quién es el que así habla? El que anteriormente era perseguidor. ¡Oh gran milagro! El que antes fue perseguidor anuncia ahora a Cristo. ¿Y por qué razón? ¿Ganado por el dinero? Pero no había nadie que lo persuadiese con tales artes. ¿O acaso lo había visto personalmente en la tierra y actuaba impulsado por reverencia y pudor? En realidad ya había marchado al cielo. El (Pablo) había partido como perseguidor y, luego de tres días en Damasco, el que se dedicaba a perseguir se convierte en su pregonero (Hech 9, 1-25). ¿En virtud de qué? Algunos citan testigos de su casa para cosas familiares, pero yo te he traído como testigo a quien antes había sido enemigo. ¿Todavía tienes dudas? Grande es ciertamente el testimonio de Pedro y Juan, pero podría considerarse con cierta sospecha, pues eran familiares (de Cristo). Pero cuando quien antes era enemigo ahora afronta la muerte en favor del mismo asunto, no hay ya lugar para dudar acerca de la verdad.
Conversión de Pablo a Jesucristo. Fecundidad de su actividad escritora
18. Mientras se habla de estas cosas, sorprende gratamente el admirable designio del Espíritu Santo de que fuesen muy escasas en número las cartas de los demás, pero concedió a Pablo, que anteriormente había sido perseguidor, que escribiese catorce. Y no es que restringiese esa gracia en Pedro y Juan, como si fuesen menores. Nada de eso, sino que para afirmar la autoridad indudable de la doctrina, a quien antes había sido enemigo y perseguidor le concedió escribir ampliamente para que así tuviésemos todos una fe cierta. Ciertamente todos se asombraban de Pablo y decían: «¿No es éste el que en Jerusalén perseguía encarnizadamente a los que invocaban ese nombre, y no ha venido aquí con el objeto de llevárselos a todos a los sumos sacerdotes?» (Hech 9, 21). «No os asombréis», dice Pablo, sé que para mí «es duro dar coces contra el aguijón» (Hech 26, 14)(44). Sé que «no soy digno de ser llamado apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios» (I Cor 15, 9), pero «por ignorancia» (I Tim 1, 13). Pues creía que la predicación de Cristo era la ruina de la Ley: no sabía que él había venido a cumplir la Ley, no a anularla (cf. Mt 5, 17). «Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí» (I Tim 1, 14).
Innumerables testimonios y testigos de Cristo
19. Queridos, hay muchos testimonios acerca de Cristo(45). Desde el cielo testifica el Padre acerca del Hijo (cf. Mt 3,17; 17, 5); testifica el Espíritu Santo descendiendo corporalmente bajo el aspecto de paloma (Lc 3, 22); testifica el arcángel Gabriel anunciando el evangelio a María (Lc 1, 26-38); testifica la Virgen madre de Dios (ibid.); testifica el lugar dichoso del pesebre (Lc 2, 7). Es testigo Egipto, que acogió en cuerpo al Señor cuando era todavía un niño muy pequeño. Es testigo Simeón, que lo tomó en brazos y dijo: «Ahora, Señor, puedes según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos» (cf. Lc 2, 28-31). Y Ana, la profetisa, continente (y viuda)(46) piadosísima y que llevaba una vida ascética, testifica igualmente de él (Lc 2, 36-38). Testifica Juan Bautista, el mayor de los profetas (Jn 1, 15; 1, 19 ss) y el primero del Nuevo Testamento, que en cierto modo conecta en sí ambas Alianzas, la antigua y la nueva(47). Entre los ríos es testigo el Jordán, entre los mares, el de Tiberíades. Dan testimonio los ciegos, los cojos, los muertos llamados de nuevo a la vida. Los demonios dan testimonio diciendo: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret?... Sé quién eres tú: el Santo de Dios» (Mc 1, 24). Testifican los vientos refrenados por su poder (Mt 8, 23-27); testifican los cinco panes repartidos entre cinco mil hombres (Mt 14, 13-21). Lo testifica el santo leño de la cruz, que se contempla entre nosotros hasta el día de hoy y que ha llenado casi todo el mundo con los trozos que algunos, por su fe, han cogido de él. Testifica en el valle la palmera que proporcionó las palmas a los niños que en su momento acogieron con alabanzas a Cristo (Jn 12, 13). Da testimonio Getsemaní como mostrando también todavía a Judas a quienes entienden lo sucedido (Mt 26, 47 ss). Este santo monte, el Gólgota, destacando sobre los demás, también testifica al dejarse ver; también dan testimonio el santo sepulcro y la piedra junto a él colocada hasta el día de hoy (cf. Mt 27, 60). El sol que está ahora luciendo es testigo por haber experimentado un eclipse en la pasión. Testigo fueron también las tinieblas que en aquella ocasión se extendieron desde la hora sexta hasta la hora nona (Lc 23, 44). Testigo es la luz que iluminó desde la hora nona hasta la tarde. Testigo es el monte santo de los Olivos desde el cual ascendió al Padre (Hech 1, 9-12). Testigos también las nubes de tormenta que acogieron al Señor(48). Igualmente las puertas celestiales que acogieron al Señor, de las que dice el salmista: «¡Alzaos, puertas, alzad los dinteles, puertas eternas, para que entre el rey de la gloria!» (Sal 23, 7). Testifican asimismo quienes con anterioridad habían sido enemigos, de los que ahora hay que recordar al bienaventurado Pablo, que por un cierto tiempo vivió en la enemistad, pero (después) ejerció su ministerio de modo duradero. Testifican los doce apóstoles, que no sólo con palabras predicaron sino también con sus propios tormentos y su muerte. Testifica la sombra de Pedro, que en nombre de Cristo sanaba a los enfermos (Hech 5, 15); testifican los pañuelos y los mandiles, que a través de Pablo realizaban igualmente curaciones con el poder de Cristo. Son testigos los persas, los godos y todos los convertidos de los gentiles que no dudan en enfrentarse a la muerte por aquel (49) a quien no vieron con los ojos de la carne. Testifican los demonios, exorcizados hasta el día de hoy por el servicio de los fieles.
Con tantos testigos la fe se hace evidente
20. Muchos, diversos y diferentes son los testigos. ¿Se rehusará, pues, la fe a un Mesías comprobado por tantos testimonios? Si alguien, por consiguiente, no ha creído ya antes, crea ahora; pero si ya creyó, reciba un mayor incremento de fe: creyendo en nuestro Señor Jesucristo, sepa de quién recibe la forma de llamarla. Has sido llamado cristiano: que no sea blasfemado por tu causa nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, sino que tus buenas obras resplandezcan ante los hombres, para que los hombres que las vean glorifiquen en Cristo Jesús, Señor nuestro, al Padre que está en los cielos (Mt 5, 16), a quien sea la gloria ahora y por lo siglos de los siglos. Amén.