Originalmente enviado por: Ricardo
¡Abraham no diezmó ni con un centavo de su bolsillo!
Tanto hablar y hablar poniendo siempre por delante el estimulante ejemplo de Abraham para convencer a los fieles que tal práctica era común entre los patriarcas, mucho antes de la Ley, que el detalle más grande como que pasa desapercibido. Pero vamos a verlo seguidamente, y quedamos a la orden de cualquier forista que pueda mejor instruirnos caso que estuviésemos equivocados:
- Cuando leemos en Génesis 14:20 que Abraham le dio a Melquisedec “los diezmos de todo”, derecho nos asiste a imaginar la fortuna que en un momento pasa de la posesión de Abraham al sacerdote del Dios Altísimo.
En efecto, podríamos deducirlo así de lo que leemos en el capítulo anterior al que relata este encuentro: Génesis 13:2: “Y Abram era riquísimo en ganado, en plata y en oro”.
Pero ¡oh sorpresa! De toda esta grande riqueza Abraham no le dio a Melquisedec un gramo de metal ni un pelo de su ganado.
Efectivamente, al final de Hebreos 7:4 se nos especifica en qué consistía aquel “diezmo de todo”: “diezmos del botín”. Este pequeño y único detalle basta a cambiar todo el panorama.
Resulta que al final de la historia, el mismo Abraham que no tomó para sí un hilo ni cordón de zapato de los bienes recuperados de Lot y los reyes aliados, tampoco dio a Melquisedec ni la más pequeña moneda de su bolsillo. Claro está que esto no se puede atribuir a ninguna tacañería de Abraham sino al encuentro circunstancial con Melquisedec, que debió producirse cerca de lo que después sería la ciudad de Jerusalem, en el Valle de Save (Gn.14:17), cuando volvía desde muy lejos, más allá de Damasco, y todavía le faltaba bastante camino hasta donde entonces moraba en el encinar de Mamre, en Hebrón (Gn.13:18). Así que tampoco tenía Abraham posibilidad práctica de darle a Melquisedec los diezmos de sus posesiones y bienes. El hecho que cuenta para nuestro caso es que en definitiva Abraham no le dio nada de lo suyo sino el diezmo de lo ajeno, es decir, de lo tomado a los reyes vencidos.
Así que este caso de Abraham no sirve de ejemplo a imitar, a menos que caigamos en aquello del viejo dicho: “Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón”.
Conviene advertir que la fuerza de todo este capítulo 7 de Hebreos no está puesta en imitar a Abraham como diezmero (una sola vez y no de lo suyo propio), sino en lo que dice al comienzo del v.4:“Considerad, pues, cuán grande era este....”, es decir, Melquisedec, muy por encima de Abraham, y de sus descendientes Aarón y Leví, de los cuales es el sacerdocio. La supremacía del Sacerdocio inmutable, superior y eterno de Jesucristo por sobre el de mortales pecadores, es aquí el gran tema del capítulo, y no otro.
Ricardo.