Diezmos - 5
Apreciada hermana La-Simple
Cuando empecé a leer su mensaje me ilusioné, creyendo que de su lectura había comprendido que allí Jesús no aprueba el diezmo para los cristianos, sino a los más estrictos de los judíos, o sea los fariseos.
Con este mensaje -algo denso quizás-, le estoy contestando a Vd. y al hermano Miguel Loayza en su mensaje en que coincide con Vd.
Quienes utilizan este pasaje en apoyo a su posición de la vigencia en la iglesia del pago de los diezmos, enfatizan la última expresión “sin dejar de hacer aquello”. Por supuesto que el Señor Jesús no omitiría ningún aspecto de la ley, y éste estaba claramente establecido en Levítico 27:30: "Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es; es cosa dedicada a Jehová."
Sin duda que a diferencia de los demás pasajes del Antiguo Testamento, éste a lo menos presenta tres obvias ventajas sobre aquellos:
1 – Pertenece al Nuevo Testamento.
2 - Son palabras del Señor Jesús.
3 - La expresión “sin dejar de hacer aquello” mantiene la vigencia con la autoridad que le imprime el mismo Señor.
Vistas así las cosas, se espera que nadie replique nada a lo que parece un argumento concluyente.
No se requiere ser muy sagaz, sin embargo, para soltar una ingenua pregunta:
- ¿Está el Señor aquí enseñando algo a sus discípulos?
Ateniéndonos al pasaje de Mateo 23, podemos observar que hasta el v.12 hay instrucciones precisas para sus discípulos, por ejemplo el v.8: “Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos”.
Desde el versículo 13, en cambio, hasta el final de la porción en el v.36 es más que claro que ya no le está hablando a los suyos. Siete veces usa la expresión: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!” Siete veces les increpa con términos no menos duros: “¡Ay de vosotros, guías ciegos!; ¡Insensatos y ciegos!; ¡Necios y ciegos!; ¡Guías ciegos!; ¡Fariseo ciego!; ¡Peores que vuestros padres!; ¡Serpientes, generación de víboras!”.
No, no puede caber duda alguna que jamás el Señor emplearía tales calificativos con sus discípulos, ni tampoco les diría: “¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?” (v.33b). En toda esta porción, si queremos buscar a los discípulos del Señor recién los encontraremos en el v.34: “Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad”. Sabemos por el libro de Los Hechos, las epístolas, el Apocalipsis y la historia del cristianismo, que así aconteció con los discípulos del Señor.
Así que aquellos a quienes el Señor les dice que no deben dejar de diezmar no son sus discípulos, sino los escribas y fariseos que se justificaban a sí mismos haciéndose escrupulosos observadores de la ley.
El Señor no les anuncia a ellos el mismo evangelio que después proclamarán sus apóstoles, porque todavía se hallaban en la antigua dispensación de la ley, y Él todavía no había muerto y resucitado para la salvación por la fe en la sangre de un nuevo pacto. Pero les prepara el camino al mostrarles como con ser tan minuciosos al diezmar hasta las mismas hierbas, de nada les aprovechaba si dejaban de lado lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe.
Insólitamente, tal aberración se produce hoy en día en muchas iglesias llamadas de cristianas: si un miembro está conceptuado como un fiel diezmero, cualquier inconsecuencia de su conducta podrá fácilmente excusarse por accidental, o de un malentendido, o de una forma de piedad que no alcanzan a percibir quienes le critiquen. Y al revés: el mejor testimonio, piedad y capacitación espiritual que de un miembro se conozca, de nada le sirve a la hora de reconocer ministerios, funciones y responsabilidades, si el pastor o tesorero no pueden acreditarle como un buen diezmero. O sea, se presupone que quien es fiel en lo poco (al diezmar), lo es también en los aspectos más importantes de la vida cristiana; mientras que quien aparezca como muy servicial, consagrado y espiritualmente dotado, de fallar con su diezmo habrá que desconfiar de toda su integridad cristiana. Antes de quejarse a Dios por el estado de nuestras iglesias, habría que revisar primero las barbaridades que estamos cometiendo. Los fariseos y escribas a quienes el Señor censuraba no eran tan culpables como nosotros, pues todavía no habían alcanzado a leer Mt.23:23, como nosotros sí lo hicimos muchísimas veces. Quizá la única explicación que hallamos a esta misma actitud que ha sobrevivido por dos milenios, pese a poseer las Escrituras completas, sea la ceguera que el Señor les atribuye en esta porción en cinco ocasiones. No alcanza con haber leído y hasta predicado muchas veces de este capítulo y saber citar los versículos de memoria, si no se ha tenido la luz del Espíritu Santo para ser guiado a toda verdad.
Cuando no se quiere ver la verdad, porque no conviene verla, ocurre como con la luz; que no se viene a ella para que el mal no quede descubierto. Cualquiera que levante en alto una antorcha, automáticamente pasa a ser enemigo de cuantos reptan en las sombras. Como no es posible endilgarle nada malo a la luz de la antorcha, la bronca estalla contra su portador, diciéndose todo de él menos que es bonito. Esto está ocurriendo todos los días por todas partes, tanto por los ámbitos religiosos como por los seculares.
También puede resultar esclarecedor el versículo contiguo: “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello!”. Aunque ambos eran animales inmundos, el camello era el mayor de entre los que abundaban en Palestina. Hay que estar muy ciego para obrar de este modo, sin embargo es de lo más común. Siempre hubo en las iglesias una tendencia en ser puntilloso con lo insignificante, al tiempo que se mostraba una pasmosa ingenuidad frente a lo realmente importante.
Lo que llevamos dicho parecería ser tan sensato como suficiente como para quedar convencidos de lo impropio de usar esta porción como prueba de que el Señor sigue esperando que no dejemos de diezmar. El solo pensar que tales palabras suyas pudieran cabernos, nos haría merecedores igualmente de todas las cosas feas que dice a los escribas y fariseos hipócritas; porque nadie se animaría a tomar para sí el consejo del Señor, y a la vez rechazar aquellas fuertes reconvenciones. Si la porción es para nosotros, la tomamos en su totalidad. Si no lo es, entonces nos limitamos a aquellos a quienes fue dedicada. Se ofende a la congregación cristiana toda vez que un predicador usa este pasaje para mostrarle que no deben dejar de diezmar. Es un insulto a la moral pública basar la práctica del diezmo sobre esta porción.
No obstante, es posible que quien está habituado muy sinceramente a este sistema como a tantas otras cosas emparentadas con la Biblia, aún mantenga alguna duda que le hace permanecer aferrado a lo que siempre conoció, frente a lo bueno por conocer.
Es posible mantener cierta fidelidad literal a un pasaje sin hacer gran caso de su exégesis, al mejor estilo de Pilatos, quien cuando los judíos le pidieron que corrigiera el título sobre la cruz del Señor, respondió: “Lo que he escrito, he escrito”. Así también nos es posible simpatizar con quien insista a toda costa en conservar la eficacia de la expresión: “sin dejar de hacer aquello”. Valdrá la pena entonces poner nuestra mejor voluntad en entender tal posición, sin claudicar por supuesto en la inteligencia con que debemos manejarnos.
La primer dificultad con la que tropezamos es qué entendemos por
“aquello”. Si entendemos que el Señor se refiere únicamente al “diezmáis” es una cosa; y si fuera a todo lo que dijo: “porque diezmáis la menta, el eneldo y el comino”, es otra cosa. Basta que consultemos varias versiones bíblicas, para ver que generalmente los traductores optan por la forma plural en el relato de Lucas, como Casiodoro de Reina (1569) y Cipriano de Valera (1602) que vierten: “y no dejar las otras”. Si el Señor apenas se refiere al diezmar, nada podemos agregar a lo ya dicho. Pero es difícil que así sea, pues entonces disminuiría considerablemente la fuerza de su recriminación a los fariseos. Decirles que deberían seguir diezmando nada añadiría a lo que todos sabían y se supone que practicaban como judíos. El vigor de la imagen usada está precisamente en la forma que tenían estos escribas y fariseos de diezmar: “la menta, y el eneldo y el comino”; que no son los granos ni los frutos de los árboles de que habla Lev.27:30, sino apenas hierbas usadas como especias aromáticas. Recordemos que el Señor no está corrigiendo la forma meticulosa de diezmar, sino la omisión en lo que es de más peso.
Así que parece coherente entender que Él aprueba el que sigan diezmando de la misma manera que lo vienen haciendo, pero dándole prioridad a lo que en la ley lo tiene.
La importancia en convenir que esto sea realmente así, obedece, no solo a la coherencia del pensamiento que el Señor expresa, sino a que si de veras nos sentimos inclinados a hacer como el Señor dice a los fariseos que siguieran haciendo, entonces podría llegar a peligrar el mismo sostén de los pastores que el sistema de diezmos pretende asegurar. Veamos:
Para cumplir entonces este texto al pie de la letra, deberíamos:
1 – Dedicarnos al cultivo de la menta, el eneldo y el comino.
2 - En la época de su recolección, separar nueve hojitas en un montón, y otra en montón aparte (así es que diezmaban los fariseos).
3 - Una vez que tuviésemos las bolsitas o sacos con los diezmos de todo, deberíamos llevarlo al lugar donde nos congregamos. (Recuérdese que esta ofrenda no es mensual, sino al tiempo de la recolección).
Si bien los pastores y demás personal asalariado de la iglesia tendrían asegurado un sabroso aderezo para sus comidas, no se sabe de dónde saldría el arroz, las papas o carnes a ser condimentadas.
Por absurda que parezca esta conclusión, es a la que naturalmente se llega de seguir la literalidad del texto hasta hacerla extensiva a la iglesia de nuestros tiempos.
Ricardo.