El judaísmo y el cristianismo son dos religiones completamente distintas y separadas... DKT

Por estos motivos creemos que el nuevo pacto del que habla Jeremías es para con los cristianos, conforme a la promesa de Abrahama. Génesis 22:18.

Respeto la interpretación cristiana de este pasaje, no obstante, desde el contexto idiomático toda la descendencia que Dios le prometió a Abraham es de tipo netamente físico. Luego, a través de los descendientes de Abraham el mundo sería bendecido. Los aportes positivos que el pueblo judío ha hecho en todos los ámbitos son evidentes y difíciles de contar. Nos equivocamos mucho y aun así seguimos en píe por el amor y misericordia de Dios.

Ahora, volviendo a la historia de David. ¿Acaso el profeta Natán llevó testigos para señalarle su pecado a David?

No considero que este sea un buen argumento; si otro cometió una falta, entonces yo puedo cometerla…

Natán en primer lugar fue y le habló a David de una situación (una metáfora)…David se enoja (la cual no es buena concejera) y juzga una situación llevado por su impulso y no por la justicia. En ese momento Natán le dice que se trata de él y David acepta inmediatamente su culpabilidad moral y legal (por juzgar a priori una situación -la que le comenta Natán- en donde ni siquiera había testigos?). Nota la diferencia tan grande en la actuación de Natán y la iracunda acción de Jesús. Es simple, no hay necesidad de ahondar más.


Mi punto es este, la ley la dio Dios pero como un freno para el pueblo. No era Dios mismo el que juzgaba, sino que habían jueces humanos para juzgar a otros humanos. La ley era para el pueblo y no para Dios. Dios puede hacer lo que quiere sin que la ley le resulte como un freno.

Ok, interesante.

El problema es que el argumento que usted usa no tiene en cuenta realmente cómo funciona el sistema de la Torá. De hecho la Torá misma deja patente los casos en que se debe aplicar la justicia por mano del hombre y cuando debía ser aplicada por la mano de Dios
.

Debo aclarar que no creo que el niño expiara el pecado de David, sino que su muerte fue un castigo por lo que había hecho su padre.

Yo considero que este es un gran avance, le felicito de forma sincera y honesta.

Pero si ese ejemplo no te es suficiente te puedo dar otro, que también involucra a David. Lo encontramos en 2 Samuel 24. David hace un censo, pero los que sufren las consecuencias (aunque David reconoce su pecado) fueron los israelitas (donde debían haber circuncidados).

Quería explayarme, pero honestamente ya no considero que valga la pena explicarle el asunto, es un debate estéril. Le resumo que el censo está mal hecho, hubo resistencia a las ordenes del rey, entre otras cosas.


Saludos y bendiciones.
 
¿Cuándo la nación de Israel cargó o cargará con los males de otros? ¿Cuando se entregó o se entregará como ofrenda la nación de Israel? ¿Cuándo murió o morirá la nación de Israel? ¿Cuándo fue sepultada?

Le suena la Shoá, los genocidios de las dos diásporas (La cometida por Babilonia y por Roma), la aniquilación cultural de la cultura helénica, la expulsión de los reyes católicos de Sefarad, las persecuciones en Europa, los progroms en el este de Europa, la desolación cometida en las naciones árabes contra la población judía que allí residió. Le suena la inquisición en América o los continuos señalamientos contra el pueblo judío.

¿Cómo la nación de Israel se levantará y restaurará a si misma?

Le invito a visitar el actual Estado de Israel y lo que ha construido en 71 años de existencia y lo que nos falta.

Sin la figura del Mesías no se pueden explicar esas cosas.

No, realmente no es necesaria la figura del mesías (con minúscula, pues no es un nombre propio, es un adjetivo).

Cordial saludo.
 
Respeto la interpretación cristiana de este pasaje, no obstante, desde el contexto idiomático toda la descendencia que Dios le prometió a Abraham es de tipo netamente físico. Luego, a través de los descendientes de Abraham el mundo sería bendecido. Los aportes positivos que el pueblo judío ha hecho en todos los ámbitos son evidentes y difíciles de contar. Nos equivocamos mucho y aun así seguimos en píe por el amor y misericordia de Dios.



No considero que este sea un buen argumento; si otro cometió una falta, entonces yo puedo cometerla…

Natán en primer lugar fue y le habló a David de una situación (una metáfora)…David se enoja (la cual no es buena concejera) y juzga una situación llevado por su impulso y no por la justicia. En ese momento Natán le dice que se trata de él y David acepta inmediatamente su culpabilidad moral y legal (por juzgar a priori una situación -la que le comenta Natán- en donde ni siquiera había testigos?). Nota la diferencia tan grande en la actuación de Natán y la iracunda acción de Jesús. Es simple, no hay necesidad de ahondar más.



Ok, interesante.

El problema es que el argumento que usted usa no tiene en cuenta realmente cómo funciona el sistema de la Torá. De hecho la Torá misma deja patente los casos en que se debe aplicar la justicia por mano del hombre y cuando debía ser aplicada por la mano de Dios
.



Yo considero que este es un gran avance, le felicito de forma sincera y honesta.



Quería explayarme, pero honestamente ya no considero que valga la pena explicarle el asunto, es un debate estéril. Le resumo que el censo está mal hecho, hubo resistencia a las ordenes del rey, entre otras cosas.



Saludos y bendiciones.

Natán señala a David en el momento que le dice que el hombre de la situación es él. Pero Natán no presenta testigos. Y si hablamos de acciones agresivas, en la biblia hay muchos ejemplos también, como por ejemplo el profeta Elías con los profetas de Baal.

Bendiciones.
 
Natán señala a David en el momento que le dice que el hombre de la situación es él. Pero Natán no presenta testigos.

Si David acepta inmediatamente la acusación entonces no hay necesidad de testigos...es simple jurisprudencia. No va con agresividad contra David. En fin.

Y si hablamos de acciones agresivas, en la biblia hay muchos ejemplos también, como por ejemplo el profeta Elías con los profetas de Baal.

Pregunte qué dice la Ley directamente sobre los falsos profetas.


Cordial saludo y bendiciones.
 
Le suena la Shoá, los genocidios de las dos diásporas (La cometida por Babilonia y por Roma), la aniquilación cultural de la cultura helénica, la expulsión de los reyes católicos de Sefarad, las persecuciones en Europa, los progroms en el este de Europa, la desolación cometida en las naciones árabes contra la población judía que allí residió. Le suena la inquisición en América o los continuos señalamientos contra el pueblo judío.



Le invito a visitar el actual Estado de Israel y lo que ha construido en 71 años de existencia y lo que nos falta.



No, realmente no es necesaria la figura del mesías (con minúscula, pues no es un nombre propio, es un adjetivo).

Lo siento DKT, pero en esos casos la nación de Israel no cargó con los pecados de otros hasta la muerte. Isaías 53:12. Tampoco se entregó a si misma como ofrenda (fueron abusos por la fuerza de los que no pudo defenderse). Isaías 53:10.

Acontecerá en aquel día que las naciones acudirán a la raíz de Isaí, que estará puesta como señal para los pueblos, y será gloriosa su morada. Entonces acontecerá en aquel día que el Señor ha de recobrar de nuevo con su mano, por segunda vez, al remanente de su pueblo que haya quedado de Asiria, de Egipto, de Patros, de Cus, de Elam, de Sinar, de Hamat y de las islas del mar. Alzará un estandarte ante las naciones, reunirá a los desterrados de Israel, y juntará a los dispersos de Judá de los cuatro confines de la tierra. Isaías 11:10-12.

Respeto tu punto de vista, pero no lo comparto.
 
Si David acepta inmediatamente la acusación entonces no hay necesidad de testigos...es simple jurisprudencia. No va con agresividad contra David. En fin.



Pregunte qué dice la Ley directamente sobre los falsos profetas.




Cordial saludo y bendiciones.

¿Y qué tal que David no aceptara, se arriesgó (según tú) Natán a faltar a la ley, por qué no fue más precavido?

Yo creo que cuando se es profeta no hay necesidad de testigos porque se va en nombre de Dios. ¿Acaso necesito Dios de testigos para señalar su pecado a Adán y a Eva?

Bendicones.
 
"DKT, post: 3358786, member: 245505"]


Mi querida Norah, esta es la segunda parte:

Espero que puedas leerlo con calma y vamos conversando en la medida en que te surjan dudas.

Shalom ubrajot laj!


Por I. Gatell



A eso hay que agregar el otro detalle: el Éxodo es la memoria histórica de una colectividad (Israel), mientras que la arqueología de la que hemos hablado es la que se hace en relación a otra colectividad (Egipto).

Por eso es que, en términos objetivos, la evidencia arqueológica que mencionamos hace unos párrafos nos deja exactamente en el mismo lugar y con las mismas preguntas.

Entonces, es hora de regresar a la Crítica Textual. A partir de la próxima nota, vamos a revisar ciertos rasgos de la narrativa bíblica para empezar a ponerle orden al asunto. Es un ejercicio interesante y que puede aportar muchas cosas.

Simplemente, recuérdese cómo en notas anteriores el simple análisis del caso de los Aviru y los Hiksos nos permitió acercarnos un poco a lo que debió ser el perfil de los relatos del Génesis y del Éxodo en su contexto original, algo muy distinto a lo que nosotros leemos y encontramos allí.

En la próxima nota, comenzaremos con una idea que ha fascinado a muchos especialistas y que, como todo, tiene sus ventajas y desventajas, por lo que vale la pena revisarla:

¿Acaso hubo dos éxodos?

Hasta la próxima.

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gracias por la interesantisima nota.. coloque e negrita la sintetica conclusion.
La datacion del Exodo esta muy discutida entre los historiadores y arqueologos en virtud de la falta de precisiones de caracter historico ( por ej.. no se menciona quien el famoso faraon del relato) en el texto biblico.

Coincido con el sr Gatell en la necesidad de un abordaje desde la crtica textual y espero esta proxima nota.

gracias y gran saludo!
norah

gracias y un gran saludo!
 
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gracias por la interesantisima nota.. coloque e negrita la sintetica conclusion.
La datacion del Exodo esta muy discutida entre los historiadores y arqueologos en virtud de la falta de precisiones de caracter historico ( por ej.. no se menciona quien el famoso faraon del relato) en el texto biblico.

Coincido con el sr Gatell en la necesidad de un abordaje desde la crtica textual y espero esta proxima nota.

gracias y gran saludo!
norah

gracias y un gran saludo!

Hola querida Norah (con todo el respeto que te mereces), me agrada que te haya podido enganchar el tema. A continuación te comparto la tercera parte escrita por I Gatell. Un cordial y especial saludo:

“Ahora, así dice el Señor, Creador tuyo, oh Yaacov, y formador tuyo, oh Israel: no temas, porque yo te redimí, te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si pasas por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo el Señor, D-os tuyo, el Santo de Israel, soy tu salvador. A Egipto he dado por tu rescate, a Etiopía y a Seba por ti. Porque fuiste de gran estima a mis ojos, fuiste honorable y yo te amé. Daré, entonces, hombres por ti y naciones por tu vida. No temas porque yo estoy contigo; del oriente traeré tu generación, y del occidente te recogeré. Diré al norte: da acá; y al sur: no detengas, trae de lejos mis hijos y mis hijas de los confines de la tierra. Todos los llamados de mi nombre. Para gloria mía los he creado, los formé y los hice. Sacar al pueblo ciego que tiene ojos, y a los sordos que tienen oídos. Congréguense a una todas las naciones, y júntense todos los pueblos. ¿Quién de ellos hay que nos dé nuevas de esto, y que nos haga oír las cosas primeras? Presenten sus testigos y justifíquense; oigan y digan: verdad es. Vosotros sois mis testigos, dice el Señor, y mi Siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis lo que soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí. Yo, yo el Señor, y fuera de mí no hay quien salve. Yo anuncié y salvé, e hice oír, y no hubo entre vosotros dios ajeno. Vosotros, pues, sois testigos de que yo soy D-os, dice el Señor. Aún antes que hubiera día, yo era; y no hay quien libre de mi mano. Lo que hago yo, ¿quién lo estorbará? Así dice el Señor, Redentor vuestro, el Santo de Israel: por vosotros envié a Babilonia, e hice descender como fugitivos a todos ellos, aun a los caldeos en las naves de que se gloriaban. Yo el Señor, vuestro Santo, Creador de Israel, vuestro Rey. Así dice el Señor, el que abre camino en el mar y senda en las aguas impetuosas, el que saca carro y caballo, ejército y fuerza; caen juntamente para no levantarse; fenecen, como pábilo quedan apagados. No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas. He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz. ¿No la conoceréis? OTRA VEZ ABRIRÉ CAMINO EN EL DESIERTO Y RÍOS EN LA SOLEDAD. Las fieras del campo me honrarán, los chacales y los polluelos del avestruz, PORQUE DARÉ AGUAS EN EL DESIERTO, RÍOS EN LA SOLEDAD, PARA QUE BEBA MI PUEBLO, MI ESCOGIDO. Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará”.

Isaías 43:1-21

Muy pocas veces reparamos en las singulares características que tienen los capítulos 40 al 55 del libro del profeta Isaías. En términos generales, los lectores de la Biblia pasan por alto que esta sección resulta anacrónica en relación al resto del libro.

¿Qué es lo que sucede? Que los capítulos 40 al 55 son un amplio discurso dedicado a los judíos que estaban a punto de ver el final del exilio en Babilonia y que, por lo tanto, tendrían la responsabilidad de reconstruir la nación.

Resulta anacrónico en relación al resto del libro, porque Isaías vivió en el siglo VIII AEC, y el final del exilio lo marca la conquista de Babilonia por Ciro el Persa, en el año 539 AEC. Estamos hablando de dos siglos de diferencia.

La visión más simple es que estos capítulos son un anexo al libro de Isaías, y que fueron escritos por un profeta anónimo del siglo VI AEC. La alternativa es que Isaías habría escrito una versión inicial, pero que en las épocas del fin del exilio en Babilonia dicha sección habría sido reelaborada y adaptada para ajustarla a las necesidades concretas de ese momento (una práctica muy común en los círculos proféticos del antiguo Israel).

De cualquier modo, no tenemos dudas respecto a que la redacción final de esta sección se hizo en el siglo VI AEC, debido a las referencias explícitas y directas hacia Ciro el Grande (Isaías 44:28 y 45:1).

Entonces, comencemos por ubicarnos en tiempo y espacio: es un discurso dirigido a la generación que estaba a punto de presenciar el fin del exilio, y que tendría que atravesar el desierto para regresar a su antiguo hogar y reconstruir su nación.

Es decir: un segundo Éxodo.

El autor de este discurso está perfectamente consciente de ello, y por eso usa las expresiones que he señalado con mayúsculas en la cita al capítulo 43: “OTRA VEZ ABRIRÉ CAMINO EN EL DESIERTO Y RÍOS EN LA SOLEDAD… PORQUE DARÉ AGUAS EN EL DESIERTO, RÍOS EN LA SOLEDAD, PARA QUE BEBA MI PUEBLO, MI ESCOGIDO”.

El asunto ya está prefigurado desde el inicio del discurso: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro D-os. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle a voces que su tiempo ya se cumplió, que su pecado fue perdonado; que doble recibió de la mano del Señor por todos sus pecados. Voz que clama en el desierto: PREPARAD CAMINO AL SEÑOR, ENDEREZAD CALZADA EN LA SOLEDAD A NUESTRO D-OS. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane” (Isaías 40:1-4).

Como puede verse, ya está claramente indicada la idea de que tenía que prepararse “un camino en el desierto”. El objetivo es obvio: el pueblo de Israel va a caminar por allí junto con su D-os.

Esta idea de la larga caminata vuelve a aparecer al final del mismo capítulo: “¿No has sabido, no has oído que el D-os eterno es el Señor, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se cansa, y su entendimiento no hay quien lo alcance. Él da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas del que no tiene ninguna. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen, pero los que confían en el Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Isaías 40:28-31).

El asunto es claro: este amplio discurso incluye varias exhortaciones a un pueblo que está a punto de emprender un largo camino a través del desierto, para regresar a su hogar abandonado y reconstruirlo.

Exactamente igual que en el primer Éxodo.

Todo esto tiene una contraparte: así como el remanente de Israel está a punto de emprender su restauración, Babilonia está a punto de ser juzgada por D-os y condenada a la derrota. Por ejemplo: “Desciende y siéntate en el polvo, virgen hijo de Babilonia. Siéntate en la tierra, sin trono, hija de los caldeos; porque nunca más te llamarán tierna y delicada. Toma el molino y muele harina; descubre tus guedejas, descalza los pies, descubre las piernas, pasa los ríos. Será tu vergüenza descubierta, y tu deshonra será vista; haré retribución, y no se librará hombre alguno” (Isaías 47:1-3).

Egipto fue juzgado antes del primer Éxodo, y Babilonia correrá la misma suerte antes del segundo.

Con el paso de los siglos hemos perdido de vista este elemento esencial en la narrativa bíblica, pero lo cierto es que el regreso de Babilonia tras un exilio de medio siglo fue visto por esa generación como un segundo Éxodo.

Ahora bien: no es accidente ni falta de atención que casi nadie repare en esa idea. Sucede que ningún autor bíblico de la época es explícito al respecto. No existe un solo pasaje en donde se hable textualmente de un “segundo Éxodo”. Se mencionan detalles muy significativos que son claras reminiscencias del otro Éxodo (como los que ya hemos señalado: preparar un camino en el desierto, D-os como aquel que da fuerzas a los que hacen largas caminatas, agua brotando nuevamente de las rocas del desierto), pero digamos que las referencias se quedan hasta allí, como si los autores bíblicos no quisieran ser más evidentes en lo que dicen.

¿Por qué?

En realidad, la pregunta es más compleja. Veámoslo de este modo: evidentemente, después del primer Éxodo (haya sido como haya sido), se preservó una narrativa y una memoria histórica que luego fue la base para que Ezra -o algún contemporáneo suyo- le dieran forma al texto tal y como lo conocemos. Es decir: hubo un acontecimiento, y luego se puso por escrito.

Entonces la pregunta es esta: ¿por qué no se hizo una crónica del segundo Éxodo tal y como sí se hizo la del primer Éxodo?

Bien. Tal vez le sorprenda, querido lector, pero la realidad es que SÍ SE HIZO. No precisamente como una crónica, pero sí se elaboró una narrativa para explicar las condiciones y significado del segundo Éxodo.

Recapitulemos lo que hemos visto a lo largo de nueve entregas: el relato del Éxodo dirigido por Moisés y que significó la salida de Israel de Egipto nos presenta severos problemas cronológicos en relación a lo que la arqueología egipcia ha descubierto. En resumen, pareciera un pastiche de eventos o sucesos que en realidad sucedieron inconexos unos con otros: ciertamente pudo haber plagas como las descritas por la Biblia, vinculadas con la explosión del archipiélago de Santorín, pero eso habría sido hacia el 1500 AEC (o antes); del mismo modo, ciertamente se construyó la ciudad de Pi-Ramsés, pero eso sucedió casi tres siglos después; igualmente, es muy factible que haya existido un gran líder que promovió una revolución monoteísta al tiempo que una plaga provocaba la muerte de varios hijos de Akhenatón, pero eso fue entre los dos eventos mencionados. Y no cabe duda de que Canaán fue conquistada por un líder semita, pero… resulta que dicho líder era un faraón, y la conquista la llevaron a cabo los ejércitos egipcios.

Entonces, pareciera que todo esto fue metido en una licuadora y de allí salió el relato del Éxodo.

Por ello resulta fundamental tener en cuenta que el final del exilio en Babilonia y el regreso a Judea fue entendido por los israelitas como un segundo Éxodo. Eso nos puede explicar qué fue lo que sucedió.

En primer lugar, hay que señalar que la idea de que después del primer Éxodo se elaboró una crónica en donde se preservó la memoria histórica del evento es INEXACTA.

Vamos por orden: Ezra estuvo a cargo de la reorganización de la religión judía al regreso del exilio. Como ya mencionamos en algún artículo anterior, uno de los aspectos críticos de ese momento fue la restauración del patrimonio escritural, toda vez que la evidencia demuestra que los babilonios habían arrasado con cuanto pudieron. En consecuencia, Ezra y sus contemporáneos tuvieron que recuperar todo lo que hubiese sobrevivido, reorganizarlo y editarlo para que estuviera en condiciones de ser útil para el renovado pueblo de Israel.

Entonces, sabemos que se hizo una crónica del primer Éxodo, pero se hizo EN LOS TIEMPOS DE EZRA. Cierto: se elaboró con material sobreviviente a la destrucción de más de medio siglo atrás. De todos modos, no podemos asegurar que dicho material hubiese estado organizado exactamente de la misma manera en la que lo organizó Ezra (ni podemos afirmarlo, ni podemos negarlo; ni modo, son los límites de la investigación documental).

Entonces, por lo menos podemos decir esto que, hasta antes de la invasión babilónica, existía una crónica escrita en la que se preservaba la memoria histórica de que:

a) Egipto fue azotado por diversas plagas (seguramente causadas por la explosión de Santorín, lo cual fue entendido en su momento como un juicio divino) y ello significó el colapso de su poderío.
b) Una plaga infantil provocó la muerte de muchos niños egipcios, incluyendo a los posibles herederos de Akhenatón, lo que significó una grave crisis política para Egipto.
c) Un líder israelita huyó de Egipto mientras el sistema imperial colapsaba, y dirigió una exitosa revolución espiritual de la cual surgió la primera religión monoteísta.
d) Canaán fue conquistado por un líder semita.

¿Por qué podemos estar seguros de que en el antiguo Israel se preservaba todo esto por escrito? Sencillo: porque fue lo que le sirvió a Ezra para elaborar el libro del Éxodo. De hecho, el material se sigue preservando en el texto bíblico, aunque reorganizado con un objetivo muy concreto: ofrecerle al pueblo de Israel que regresó del exilio en Babilonia una interpretación de lo que estaba sucediendo con ellos EN ESE PRECISO MOMENTO (siglo VI AEC).

Replanteemos nuestro problema: habíamos mencionado que se hizo una crónica del primer Éxodo, y que la duda era por qué no se había hecho la crónica del segundo Éxodo (por lo menos, lo suficientemente explícita como para entender que era un segundo Éxodo).

Contestemos: se hizo. En realidad, lo que no tenemos es la crónica del primer Éxodo. Tenemos una serie de elementos narrativos tomados de diversas crónicas, pero que no son a pies juntillas una crónica precisa del primer Éxodo, SINO UN TEXTO ELABORADO PARA EXPLICAR EL SEGUNDO ÉXODO.

Es decir: nuestro clásico relato del Éxodo no se hizo para contar una historia antigua, sino para explicar un evento QUE ESTABA SUCEDIENDO EN ESE MOMENTO (los tiempos de Ezra). Y sin duda de allí viene una idea central en la celebración de la Pascua: cada judío debe celebrarla como si él también hubiera estado en el Éxodo.

¿Por qué? Porque el Éxodo es un relato trascendental a cualquier tiempo y cualquier lugar.

La genialidad en el texto tal y como lo definió Ezra -o algún contemporáneo suyo- es que construyó un relato arquetípico que engloba no sólo los eventos que habían ocurrido siglos atrás en Egipto, sino también los que estaban ocurriendo en ese momento en Babilonia. Y, dada la lucidez y precisión del relato, los eventos de cualquier otro Éxodo en cualquier otro tiempo y cualquier otro lugar.

Un relato de proporciones universales.

Considérese lo siguiente:

a) La explosión de Santorín se dio en la época en la que el poderío del Imperio Antiguo de Egipto estaba colapsándose. Al final, el poder fue tomado por los Hiksos -grupo de origen semita y cananeo directamente emparentado con los antiguos Hebreos o Aviru y, por lo tanto, predecesor de Israel-. Probablemente en la antigüedad haya existido toda una crónica de cómo estos pre-israelitas, seguramente sujetos al poder de los faraones, fueron “liberados” por estas “manifestaciones milagrosas de origen divino” y no nada más se sacudieron el yugo de sus amos, sino que además conquistaron el poder en Egipto.

b) Hubo un momento en el que se levantó un nuevo Faraón -Ahmosis I- con el que todo cambió. Derrotó a los Hiksos y los expulsó del país. Sus descendientes incrementaron su poder, e incluso Tutmosis III redujo a los descendientes de los Hiksos a una nueva servidumbre, ya que conquistó Canaán y buena parte de Fenicia.

c) Dicho poderío egipcio también se colapsó cuando otro Faraón -Akhenatón- se dedicó más a promover una reforma religiosa que a administrar su Imperio. Sus problemas se agudizaron con una plaga que afectó a los niños y que significó la muerte de la mayoría de sus hijos, quedando sólo Tutankamón, que de cualquier modo murió antes de cumplir 20 años. Con él, el esplendor del Imperio Medio Egipcio quedó enterrado en el polvo de la Historia. Debido a los problemas de Akhenatón con el poderoso clero de Amón, las crónicas de su desastrosa época fueron, simplemente, eliminadas. Cabe perfectamente la posibilidad de que en esta época un líder destacado haya dirigido una nueva migración de pre-israelitas hacia Canaán, toda vez que el control egipcio en la zona había desaparecido.

d) La situación en Canaán no fue cómoda, debido a la presencia de otros grupos allí. Si tomamos en cuenta que los “nuevos israelitas” venían guiados por alguien educado en la aristocracia egipcia, es factible que hayan sido recibidos de manera hostil. Sin embargo, esta situación cambió un siglo después, cuando Egipto ya había entrado en la fase del Imperio Nuevo, y las tropas de un faraón semita -Ramsés II- sometieron a los cananeos e instauraron un nuevo dominio en la zona. El control egipcio no duró demasiado, pero se sentaron las bases para que siglo y medio después se consolidara la monarquía israelita.

¿Qué significa todo esto? Que tal vez hasta antes de la invasión babilónica, en el antiguo Israel se tenían las crónicas de TRES DIFERENTES ÉXODOS: por decirlo en términos tomados del texto bíblico, el primero habría sido el de las plagas (el poder egipcio colapsa y los Hiksos pre-israelitas toman el poder); el segundo, el de Moisés (el poder egipcio colapsa y un gran líder le da a los israelitas un código legal, los encausa al monoteísmo y los dirige en una migración); el tercero, el de Josué (las tropas semitas conquistan Canaán y se deja el terreno listo para la eventual consolidación del Reino de Israel bajo Saúl, David y Salomón).

Esta especulación tiene lógica en un detalle: Números 21:14 menciona la existencia de un texto llamado Libro de las Batallas del Señor (Sefer Miljamot Ad-nai), vestigio de que había una crónica bastante amplia de eventos épicos seguramente protagonizados por los israelitas, seguramente más compleja que lo que quedó en el registro bíblico.

¿Por qué Ezra no preservó toda esta memoria histórica? La respuesta no parece difícil: porque mucho de ese material debió perderse durante la invasión babilónica. El hecho de que la Torá, en su estado actual, refleje que hubo secciones donde el editor final tuvo que recurrir a diferentes fuentes para completar el relato (de lo que hablamos en el artículo anterior), refleja que hubo que rescatar el material de una condición fragmentaria, resultado de una destrucción parcial.

Pero Ezra no fusionó los datos solamente porque no se le ocurriera algo mejor que hacer. Lo hizo de un modo claramente premeditado -y téngase en cuenta que NO ERA UN HISTORIADOR MODERNO, sino EL LÍDER ESPIRITUAL DE UN GRUPO DE EXILIADOS QUE ESTABA REGRESANDO A SU HOGAR-, cuyo objetivo fue darle un sentido existencial a la experiencia que su generación estaba enfrentando: regresar de un exilio, liberarse de un vasallaje cruel, y luego restaurar una nación.

Por ello, si acaso existieron estos tres hipotéticos relatos de tres hipotéticos Éxodos antiguos (o tal vez más, o tal vez menos), Era fusionó los elementos a partir de la lógica que le daban los acontecimientos del Éxodo que él mismo estaba experimentando, que además no fue el último, porque las migraciones de judíos desde Babilonia hacia Judea siguieron durante un siglo más (y de ello nos da fe el libro de Nehemiah).

Entonces, es probable que Ezra supiera que habían existido varios Éxodos, y que calculara que existirían otros más. Por eso construyó un relato de dimensiones titánicas, con alcances universales para cada tiempo, para cada lugar, para cada Éxodo. Un relato en donde cada generación de Israel pudiera identificarse e incluirse.

El resultado fue una obra cuya genialidad es indiscutible. Inspiración divina para los creyentes, sin lugar a dudas. De todos modos, para creyentes o no creyentes, un relato que ha fascinado o desconcertado a todos los que lo han conocido desde hace 2,600 años. Es la preservación de lo más relevante de la memoria histórica de un pueblo, el pueblo de los múltiples Éxodos, que cada año sigue repasando los detalles de este, el Éxodo primordial, el Éxodo universal, modelo de cualquier epopeya de liberación.

Para concluir por hoy, un par de reflexiones:

La primera: si había un hipotético Éxodo en el que los pre-israelitas no escaparon, sino que conquistaron el poder, ¿por qué Ezra optó por la narrativa del pueblo que salió de Egipto y no la del pueblo que se impuso a sus enemigos?

Porque tenía que responder a las necesidades concretas de su generación, que era un pueblo escapando de su esclavitud en Babilonia y atravesando el desierto para ir a reconstruir su país.

Y la segunda: en Deuteronomio 18:15, Moisés aparece diciendo lo siguiente al pueblo de Israel: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, COMO YO, te levantará el Señor tu D-os. A él oiréis”.

El análisis histórico del proceso de elaboración del libro del Éxodo nos dice quien fue ese profeta, líder como Moisés que guió a Israel a través del desierto, gracias a quien la Torá fue restaurada (y lo dice el Talmud), y que la enseñó al pueblo para que voluntariamente aceptaran renovar el Pacto con el Único y Verdadero. Como Moisés.

Ezra el Escriba.

El autor del primer gran tratado sobre la libertad del ser humano.


A partir de la próxima (entrega), vamos a entrar en la última fase de reflexiones sobre este tema, que serán un intento (en estos temas, no se puede ir más allá de un intento) por reconstruir lo que pudo haber pasado en términos históricos, a partir de lo que la evidencia arqueológica ha revelado, y en consonancia con lo que el análisis crítico del texto bíblico nos muestra también.
 
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La datacion del Exodo esta muy discutida entre los historiadores y arqueologos en virtud de la falta de precisiones de caracter historico ( por ej.. no se menciona quien el famoso faraon del relato) en el texto biblico.

Coincido con el sr Gatell en la necesidad de un abordaje desde la crtica textual y espero esta proxima nota.

gracias y gran saludo!
norah

gracias y un gran saludo!

La cuarta entrega Norah:

Por I. Gatell


Ahora que vamos a comenzar con un intento de reconstrucción de los hechos históricos, hay que tener bien presentes algunas ideas, por lo que nuestra reconstrucción no va a comenzar en el momento en que sucedieron los hechos, sino en el momento en que se escribieron.

Ubiquémonos, entonces, en Jerusalén hacia finales del siglo VI AEC, donde Ezra -sacerdote y escriba- está al frente de un difícil proceso de restaurar los textos sagrados del Judaísmo.

¿Restaurarlos de qué?

Casi un siglo atrás, la expansión babilónica había alcanzado al Reino de Judá. El rey Yehoyakim intentó rebelarse, y eso provocó una invasión militar que tomó el control del reino en el año 605 AEC, y luego destruyó Jerusalén y el Templo en el año 587 AEC.

Como es de suponerse, el patrimonio escritural de Israel fue severamente afectado. El país permaneció desolado durante más de medio siglo, aunque es probable que en ese lapso algunos de los sobrevivientes se hayan dedicado a recuperar los fragmentos de los libros que no fueron completamente destruidos.

En el año 539 AEC, el poderío babilónico se derrumbó ante el embate persa, y el nuevo emperador -Ciro el Grande- aplicó una política distinta con los judíos exiliados, permitiéndoles regresar a su país de origen e incluso reconstruir el Templo de Jerusalén.

Allí fue donde se consolidó el liderazgo religioso de Ezra. Es lógico: ante la urgencia de restaurar las escrituras sagradas -por un lado- y la imposibilidad de ofrecer sacrificios mientras no se terminara de construir el Templo -por el otro lado-, la guía espiritual de Israel estuvo a cargo de un escriba, no del Sumo Sacerdote.

¿Qué fue lo que Ezra tuvo disponible para el difícil proyecto de restaurar las Escrituras Sagradas del pueblo judío?

Por ciertos vestigios que se preservan en el Tanaj, sabemos que existía ya una versión primitiva de la Torá, de libros proféticos y de libros sapienciales (literalmente, un Tanaj arcaico: Torá, Neviim y Ketuvim).

Mucho de ese material simplemente se perdió. En la Biblia se mencionan libros como el de las Guerras del Señor, el libro de Yashar, el libro del profeta Natán, y otros más, que se perdieron irremediablemente.

Pero la esencia de todo, la Torá, no se perdió.

Sabemos que no estaba organizada exactamente igual que como nosotros la conocemos. A juzgar por la evidencia arqueológica contrastada con ciertos datos bíblicos, podemos asegurar que el núcleo fundamental -las ordenanzas dadas a Moisés en el Sinai- estaban integradas en un volumen que entonces se conocía como Libro del Pacto, del cual se había recuperado una copia en los tiempos del rey Josías, durante una remodelación del Templo. Según los especialistas, es muy factible que este texto haya sido la base para la elaboración de lo que hoy conocemos como Deuteronomio.

Aparte, existían textos en donde estaban codificados los protocolos litúrgicos que la Casta Sacerdotal debía seguir en los servicios del Templo, basados a su vez en los que debieron ser los protocolos del Tabernáculo. Dicha colección de protocolos debió ser la base para lo que hoy es el libro de Levítico.

Finalmente, como complemento de todo esto, debieron estar los libros en donde se narraba la Historia de la humanidad desde la Creación hasta la conquista de Canaán. Por lo menos, existieron tres versiones distintas: una habría sido elaborada por la Casta Sacerdotal, y habría sido un texto con una elevada dosis de contenido teológico. Allí seguramente se hablaba de la Historia del mundo y de Israel, con justificaciones implícitas que legitimaban el ejercicio del sacerdocio por parte de los Kohanim y los Leviim. Otro texto debió ser la parte inicial de la Crónica elaborada en el Reino de Judá, y lo más lógico es suponer que dicha crónica se extendía desde la Creación hasta el reinado de Tzidkiyahu, y que también tenía su buena dosis de teología: allí debió existir una justificación explícita de por qué el linaje de David era el único legitimado para reinar, y por qué Jerusalén era el único lugar legitimado para poseer un santuario.

En términos normales, estos debieron ser los libros sagrados del Reino de Judá. Pero en tiempos del rey Ezequías se había agregado algo más: ante la inminencia de la invasión babilónica, muchos israelitas del Reino de Samaria habían migrado hacia el Reino de Judá, y seguramente trajeron consigo su propio patrimonio escritural. Básicamente, debió tratarse de lo mismo: las Crónicas desde la Creación del mundo hasta los últimos reyes de Samaria. Sin embargo, debieron manejar otro enfoque teológico, uno en el cual Jerusalén no era remotamente el único lugar legítimo para tener un santuario, y en donde el linaje de David no era el único legítimo para ejercer el poder.

Esta versión alternativa está todavía presente en la tradición Samaritana actual. Si bien resulta imposible afirmar que sus detalles sean tan antiguos como el siglo VIII AEC, lo cierto es que las ideas generales sí deben serlo. Los actuales samaritanos preservan una narrativa histórica distinta a la bíblica. Según ellos, la división de los reinos no se dio después de la muerte de Salomón, sino mucho antes: cuando murió Eleazar, hijo de Aarón y Sumo Sacerdote, hubo una disputa por la sucesión y eso determinó la división de Israel. El linaje legítimo se preservó entre los Samaritanos, y el linaje ilegítimo fundó el Reino de Judea. Como hemos dicho, la evidencia documental sólo nos permite remontar esta tradición a las épocas del Segundo Templo, pero es un hecho que las ideas esenciales -el Sacerdocio de Jerusalén como un sacerdocio ilegítimo, y el linaje de David como un linaje sin derecho a gobernar en todo Israel- debieron estar presentes en los textos samaritanos anteriores a la invasión asiria.

Por ello es lógico suponer que esta versión proveniente del Reino de Samaria sólo fue archivada como algo apenas más relevante que una curiosidad, pero lo cierto es que en la época de Ezra resultó ser muy útil por dos razones: la primera fue que el panorama que debió enfrentar Ezra, en cuestión de patrimonio escritural, debió ser desastroso; la segunda fue que con Ezra y Zerubabel no sólo regresaron exiliados del Reino de Judá, sino que también se anexaron muchos exiliados del Reino de Samaria.

¿Por qué sabemos que la situación de los textos era desastrosa? Porque el resultado final -la narrativa del Tanaj desde la Torá hasta los libros de Crónicas- no es un intento de fusión de dos o más narrativas previas, sino una narrativa parchada.

Esto evidencia que Ezra no tenía la intención de hacer un trabajo nuevo, sino de restaurar el que ya existía. Por ello, si en algunos lugares hay amplias secciones que los especialistas han identificado como obtenidas del relato que llegó del Reino de Samaria, es porque Ezra debió toparse con grandes secciones faltantes en el relato original del Reino de Judá. Lo sorprendente es que no se hicieran ajustes de redacción, o incluso teológicos (aunque es obvio que no se incluyeron las secciones donde más evidentes fueran las diferencias): Ezra, o el editor final del trabajo, respetó el texto tal cual y así se anexó a la nueva crónica.

Además, estaba el otro detalle ya mencionado: según el propio registro bíblico, mucha gente del Reino de Samaria ya se había pasado a vivir al Reino de Judá desde tiempos del rey Asa, y aunque el exilio de los israelitas del norte comenzó casi dos siglos antes que el de los del sur, el edicto de Ciro el Persa benefició a todos por igual, ya que Ciro conquistó todas las regiones previamente dominadas por Asiria o por Babilonia, de tal modo que todos los exiliados de Israel -del norte o del sur- quedaron bajo su poder.

Por ello, a Ezra -o al editor final- le resultaba conveniente integrar un buen porcentaje del relato original de Samaria: de ese modo, los descendientes de las Tribus del Reino del Norte se sentirían mejor integrados al nuevo Reino de Judea.

Es lógico suponer que Ezra siguió el patrón establecido previamente: una sección inicial dominada por lo que se consideraba la revelación dada por D-os a Moisés en Sinai. Por cuestión de orden, puso como antecedente un volumen en donde se integraron las narraciones desde la Creación hasta la salida de Moisés de Egipto, al frente del pueblo de Israel.

Luego, el relato del Éxodo seguido de los protocolos sacerdotales para oficiar los sacrificios en el Tabernáculo (base de los protocolos para el Templo), y finalmente la versión adaptada (estrictamente, actualizada) de lo que debió ser El Libro del Pacto, y que ahora conocemos como Devarim o Deuteronomio.

Luego, la crónica de la conquista de Canaán (Yehoshúa y Shoftim), preludio obligado de la crónica de la monarquía israelita.

Al respecto, es muy difícil reconstruir cómo fue el proceso de elaboración de estas crónicas, pero sabemos que previamente debió existir una colección de textos más amplios y detallados. En los libros de Reyes y Crónicas, con mucha recurrencia se cita como fuente documental una crónica más amplia y completa que ya no existe. De cualquier modo, se recuperó información suficiente para hacer una reconstrucción bastante completa de los más de cuatro siglos de monarquía en Israel.

Todo este trabajo debió realizarse en las últimas décadas del siglo VI AEC (recuérdese que el edicto de Ciro, y con ello, el inicio de la reconstrucción de Judea, fue en el año 539 AEC), y es probable que se extendiera durante las primeras décadas del siguiente siglo.

Y sobre esto hay una cuestión fundamental que tomar en cuenta: Ezra -y quienes hayan colaborado con él o continuado su trabajo- no eran historiadores, sino líderes religiosos. Por lo tanto, no estaban intentando lograr una reconstrucción histórica en el sentido que hoy entenderíamos dicho trabajo, sino -antes que otra cosa- explicar la naturaleza del exilio en Babilonia y, sobre todo, la naturaleza de la restauración.

Por ello, a la hora de reconstruir la sección de los profetas, pusieron como base y norma a tres profetas con un perfil eminentemente ominoso: Isaías, Jeremías y Ezequiel, tres personajes que se dedicaron a lanzar duras críticas contra el sistema político y religioso con el que convivieron.

De ese modo, se estableció una base escritural para poder explicar el destierro en Asiria y Babilonia desde una perspectiva eminentemente moral: los israelitas habían caído ante sus enemigos no porque los dioses mesopotámicos fuesen más fuertes que el D-os de Israel, sino porque el pueblo -gobernantes y gobernados- se había alejado del Pacto establecido con D-os y de la obediencia a sus ordenanzas. Por ello, incluso se llegó al revolucionario planteamiento de que el D-os de Israel había, literalmente, usado a asirios y babilonios para castigar a Su propio pueblo, aunque luego también había juzgado a estas naciones por sus propios pecados (y de qué modo: los asirios, especialmente sanguinarios, fueron destruidos por completo, al punto de que prácticamente se borró del mapa todo vestigio de su esplendor; apenas si volvieron a salir a la luz gracias a la arqueología del siglo XIX).

Este es un dato de lo más relevante, porque en esencia es la pauta para entender el correcto significado del texto bíblico: prácticamente todo el Tanaj gira en torno a este momento crítico -el fin del exilio en Babilonia-, y por ello el mensaje global de cada libro es para darle forma al nuevo Israel que se estaba construyendo, y que vino a llamarse Judea.

Esto debe aplicarse especialmente al Éxodo: el objetivo de Ezra -o el editor final- no fue reconstruir una bitácora de hechos ancestrales, sino darle un sentido y explicación al Éxodo que, EN ESE MOMENTO, estaban viviendo los judíos que estaban regresando de Babilonia.

Por ello, es evidente que Ezra o el editor final se tomaron muchas libertades -si hablamos de historicidad estricta- a la hora de construir el relato: si por una parte el estado fragmentario de las fuentes documentales no les permitía una reconstrucción literalmente arqueológica, por otra los tópicos originales de muchos relatos (ya veremos algunos ejemplos) debieron resultar obsoletos para la situación que se vivía en ese momento.

La solución fue simple: muchos elementos originalmente provenientes de diferentes sagas se fusionaron en un nuevo relato de proporciones monumentales, hecho para darle una explicación moral y espiritual no a un Éxodo en particular (ya fuese el dirigido por Moisés o el dirigido por Ezra), sino a cualquier Éxodo, en cualquier lugar y en cualquier momento.

Con ello, sucedió algo que de todos modos siempre sucede en toda preservación de la memoria histórica de una colectividad: muchos aspectos que en su momento fueron importantes, simplemente quedaron relegados u olvidados.

La estrategia funcionó: durante los cuatro siglos posteriores al fin del exilio, el Judaísmo fue una religión bastante estable, en la que las tendencias disidentes apenas si se hicieron notar, quedando reducidas al ostracismo. Sólo hasta que vino una nueva catástrofe, casi equivalente a la invasión babilónica y que fue la Guerra Macabea, el panorama cambió significativamente.

Pero, por el momento, el propósito de Ezra garantizó la sobrevivencia de su pueblo y de su fe en ese momento tan importante. Por ello, el Talmud lo recordaría unos ocho siglos después con una idea generosa en gratitud: de no ser por Ezra, la Torá misma se habría perdido.

Bien: hecha esta rápida reconstrucción del panorama en el que se reconstruyeron las escrituras sagradas del pueblo de Israel, a partir de la próxima nota vamos a comenzar en orden cronológico desde la época de los patriarcas.

Se trata de reconstruir el perfil histórico de lo que debió ser el pueblo hebreo en su origen, el contexto en el que se elaboraron los relatos más arcaicos de la Torá, y acercarnos lo más posible al modo en el que fueron entendidos originalmente. Y, naturalmente, a las razones por las cuales esa comprensión original evolucionó, desarrollando nuevas perspectivas, pero al mismo tiempo dejando en el olvido otras tantas.

El tema es de la mayor relevancia: nos permitirá entender muchas dinámicas antiguas del entorno semítico-cananeo, básicas para entender los eventos históricos que luego permitieron la elaboración del relato del Éxodo.

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Respeto la interpretación cristiana de este pasaje, no obstante, desde el contexto idiomático toda la descendencia que Dios le prometió a Abraham es de tipo netamente físico. Luego, a través de los descendientes de Abraham el mundo sería bendecido. Los aportes positivos que el pueblo judío ha hecho en todos los ámbitos son evidentes y difíciles de contar. Nos equivocamos mucho y aun así seguimos en píe por el amor y misericordia de Dios.

Los cristianos creemos que Jesucristo es descendiente de Abraham y es solo por medio de él la bendición.

Tú y yo aún no nos ponemos deacuerdo sobre la palabra Zera. Yo veo el uso que se le da en la biblia (no fuera de ella) y no tiene necesariamente relación con el sexo. El muerto, en el levirato, no se reproduce sexualmente, hay plantas que tampoco lo hacen, pero esto si se reconoce: su descendencia lleva sus génes.

Para nosotros el sacrificio de Cristo vale más que cualquier cosa que cualquier hombre pueda hacer por nosotros.

Saludos.
 
Es para leerlo muyyyy tranquila.... gracias!!

Querida Norah, aquí viene la quinta parte:

Por I. Gatell.


En notas anteriores revisamos las ideas generales sobre dos grupos de la antigüedad: los Aviru y los Hiksos. Los Aviru fueron grupos irregulares integrados por semitas (arameos y acadios, principalmente) y cananeos (amorreos, principalmente) que se dedicaron al comercio, pero también al pillaje, atacando con frecuencia los centros urbanos. Sumerios, Egipcios, Elamitas, Babilonios y Cananeos se quejaron de ellos por el problema que representaron durante unos ocho siglos. Eran seminómadas y terminaron por asimilarse y desaparecer en el entorno semita-cananeo hacia finales del segundo milenio AEC. Los Hiksos fueron también un grupo semita-cananeo que logró tomar el poder en Egipto hacia el siglo XV AEC, y de allí su nombre, que en egipcio significa “rey extranjero”.

Derrotados por el faraón Ahmosis I, regresaron a Canaán y allí “desaparecieron” (en realidad, al perder su condición de “reyes”, dejaron de ser llamados “Hiksos” y volvieron a ser, simplemente, Semitas y Cananeos). Su estancia en Egipto es bastante más antigua, y sus redes comerciales alcanzaron toda la cuenca del Mediterráneo (se han encontrado vestigios suyos en Andalucía y Creta, por ejemplo).

Para los especialistas no es un secreto que el origen del pueblo de Israel está relacionado de un modo u otro con los Avara y con los Hiksos. De entrada, hay una conexión etimológica: Aviru (plural de Avir) está claramente relacionado con Ivrim (Hebreos), y la capital que los Hiksos construyeron en Egipto recibió el nombre de Avaris.

Luego, están los relatos del Génesis: la primera vez que se menciona a Abraham como un “hebreo”, es en Génesis 14, donde se narra cómo al frente de una tropa integrada con sus aliados amorreos atacó y derrotó a cuatro reyes elamitas que habían tomado a Lot como rehén. Perfectos Aviru, sin lugar a dudas. Luego, en la saga de Yosef, el bisnieto de Abraham, vemos cómo llegó a convertirse en un poderoso ministro en Egipto. La simple idea de que Yosef se integró al aparato del poder en ese país significa que, en términos simples, se convirtió en un Hikso.

Si acaso quedan dudas respecto al posible vínculo entre Aviru e Hiksos, creo que quedan resueltas por un hecho verificado: la memoria histórica del antiguo Israel preservó relatos tanto de Aviru como de Hiksos, tal y como hemos señalado. Por lo tanto, lo más fácil es deducir que Aviru e Hiksos siempre tuvieron una identidad compartida (no olvidemos que Avir e Hikso son etiquetas puestas por los egipcios) que luego, de un modo u otro, confluyó y se preservó en el antiguo Israel.

Entonces, el origen del pueblo de Israel está en esos antiguos Aviru que durante una época se hicieron con el poder en Egipto y fueron llamados Hiksos.

¿Qué tanto sabemos de ellos?

Hagamos un repaso histórico, y para facilitar nuestra comprensión de los vínculos de esta etapa con la del Éxodo, dejemos de lado los apelativos técnicos -Aviru e Hiksos- y usemos el que conocemos mejor: Hebreos.

Si nos limitamos al relato bíblico, pareciera que los Hebreos fueron apenas un clan familiar que, eventualmente, se convirtió en una nación. Sin embargo, la Historia nos pone enfrente un panorama más interesante.

La cultura más antigua en el planeta fue la Sumeria. Sus antecedentes vienen de muy atrás, y se remontan al Neolítico con la cultura Jarmo (6700 a 6500 AEC), y luego al Calcolítico con las culturas Hassuna-Samarra (5500 a 5000 AEC), El Obeid (5000 a 4000 AEC), Uruk (4000 a 3200 AEC) y Yemdet (3200 a 3000 AEC). Vale la pena señalar que fue en el período Uruk cuando se empezó a usar la rueda y la escritura.

Los Sumerios fueron los primeros en desarrollar la idea de una cultura que podríamos definir como “globalizadora” (dentro de los límites propios de su tiempo), en el sentido de que su tendencia siempre se dirigió a unificar políticamente la mayor cantidad de territorio posible. El primero que logró una unificación completa de la zona de la cultura Sumeria fue Sargón, un rey usurpador pero con una gran visión política, que hacia el año 2350 AEC fundó lo que puede considerarse el primer Imperio de la Historia.

Este proyecto unificador (o imperial) Sumerio no tuvo que pelear contra “otro Imperio” u “otra Cultura”. Es obvio: ellos fueron los primeros en cuajar algo semejante, así que en su tiempo no había otra nación o reino equivalente contra el cual guerrear.

Su principal enemigo fue de otra naturaleza: grupos de semitas (Acadios, principalmente) y Cananeos (Amorreos, principalmente) que no parecían dispuestos a asimilarse a una unificación política, y que siempre que pudieron imponerse a los Sumerios, fomentaron las autonomías locales por medio del sistema que suele ser llamado de Ciudades-Estado.

Las épocas de auge y decadencia Sumeria se alternan durante los siglos XXIII al XX AEC. Un siglo después de que Sargón unificase el poder, los Amorreos y los Gutis (semitas) desmantelaron las estructuras políticas y se regresó al sistema de Ciudades-Estado autónomas.

Las crónicas Sumerias de esa época describen a estos grupos Semitas-Cananeos como rapaces y violentos, pero la evidencia arqueológica ha demostrado que también alcanzaron un gran esplendor cultural durante sus épocas de auge. La diferencia con los Sumerios fue, simplemente, que nunca tuvieron un proyecto unificador. Acaso los Gutis lograron cierta reintegración política, pero fueron derrotados y expulsados de Sumeria hacia el año 2100 AEC por el rey Utu-hengal, el primero que además pudo conquistar los territorios acadios (al norte).

Sometidos los Acadios y derrotados los Gutis, fueron los Amorreos los que continuaron asediando a los Sumerios, y en complicidad con otras tropas de origen semita, incluyendo Elamitas (originarios del actual Irán), sitiaron y destruyeron la ciudad de Ur hacia el año 2000 AEC. Ello marcó el fin del esplendor Sumerio y la reorganización política de la zona. Babilonia comenzó su primera etapa ascendente, mientras que en el otro extremo del mapa, Egipto ya se había consolidado como un nuevo Imperio, y los Hititas no tardarían en hacer lo mismo.

El acoso de estos grupos integrados por Amorreos y Semitas no se limitó a Sumeria. Se hicieron presentes desde Elam (actual Irán) hasta Egipto, y de hecho lograron establecer durante bastante tiempo (otros mil años más) el sistema de Ciudades-Estado en Canaán.

Los Sumerios fueron los primeros en definirlos con un título. Nos resulta desconocido porque no se ha logrado reconstruir la fonética del idioma sumerio, pero la palabra cuneiforme está perfectamente identificada. Afortunadamente, al tener exactamente el mismo problema con estos grupos rapaces, los Egipcios también les asignaron un título. Y decimos “título” porque es más adecuado que decir “nombre”: ni los Sumerios ni los Egipcios se refirieron a un grupo homogéneo racial o culturalmente.

Simplemente, eran mezclas de Caneos y Semitas que se caracterizaban más por su modo de vivir seminómada y opuesto a cualquier tipo de unificación política, cuya principal actividad productiva fue el comercio, pero que también se dedicaban al pillaje.

Los Egipcios los llamaron HEBREOS (Aviru, en egipcio).

Este es el entorno histórico en el que se ubica el relato bíblico sobre Abraham. Al referir que originalmente vivía en “Ur de los Kashdim”, nos remonta a las épocas en las que todavía existía esta ciudad.


Kashdim equivale a “Caldeo”, y es un anacronismo del texto bíblico. En realidad, debería decir “Ur de los Sumerios”, pero es evidente que el redactor final del texto, hacia el siglo VI, ya no tenía noticias de esa cultura, que había quedado completamente enterrada y olvidada.

Entonces, ahora tenemos más elementos para imaginar cuál debió ser el perfil de los relatos originales sobre Abraham: debieron tratar sobre ese punto crucial donde los Hebreos -un grupo muy antiguo y más amplio que un simple clan familiar- empezaron a dejar la vida seminómada para optar por el sedentarismo. Más aún: el momento a partir del cual empezaron a abandonar la vida montaraz y violenta para optar por alternativas pacíficas.

Como señalamos en algún artículo anterior, esa es la lectura de las historias de Ismael e Itzjak primero, y Esav y Yaacov después: la tensión entre los miembros del grupo que siguieron viviendo en el modelo seminómada y violento -Ismael y Esav-, y los que buscaban establecerse en un lugar fijo y con conductas razonables -Itzjak y Yaacov-.

¿Por qué ese perfil de la narrativa no se preservó en el texto bíblico, sino apenas a nivel de vestigios que sólo pueden ser entendidos gracias a las aportaciones de la moderna arqueología?

Principalmente, por dos razones. La primera es que los autores de la versión final de estos relatos -la que tenemos en la Torá- no fueron Historiadores profesionales, sino líderes espirituales de una comunidad que tenía retos y problemas muy concretos: el pueblo judío que estaba regresando del exilio en Babilonia en la parte final del siglo VI AEC. Por lo tanto, la elaboración de esta versión definitiva del texto no obedeció a un interés por contar Historia, sino a un interés por darle sentido a la identidad reconstruida del pueblo de Israel.

La segunda razón es que dichos autores -con Ezra a la cabeza- debieron disponer de información fragmentaria e incompleta. Es probable que aún en el caso de que hubieran deseado preservar el perfil original de la saga de los patriarcas del Génesis, no hubieran podido. Los anacronismos en el texto lo demuestran: ya mencionamos el de relacionar a Ur con los Caldeos y no con los Sumerios, y a eso hay que agregar la mención de camellos en la caravana de Ismaelitas que llevaron a Yosef a Egipto. La realidad es que los camellos fueron domesticados como animales de carga mucho después de la época en la que supuestamente vivió Yosef.

Son detalles fáciles de explicar: los autores finales no tenían la información bien detallada, y en gran medida debió ser consecuencia de la destrucción a la que se vio sometida Jerusalén durante la invasión babilónica.

Con esa destrucción, todo el acervo que pudo haber existido sobre el pasado Hebreo e Hikso del antiguo Israel desapareció casi por completo, aunque se preservó lo esencial e importante: la historia de tres patriarcas que fueron el punto de partida para UNA IDENTIDAD HISTÓRICA que en ese momento crítico -siglo VI AEC- estaba en proceso de restauración.

Pero ahora podemos ver el panorama en una perspectiva más amplia: Abraham, Itzjak y Yaacov -entendidos como personajes históricos- habrían sido parte de un grupo muy amplio en el que coexistían como aliados acadios, arameos (como Abraham y su familia), elamitas y amorreos, principalmente, y que tenían una estructura comercial y militar bastante eficiente para su época.

Eran descendientes de una cultura que durante unos tres siglos alternó en el dominio de la zona con los Sumerios, y cuya diferencia principal con éstos últimos fue que no se querían ajustar a un proyecto de unificación política, sino que preferían el modelo de zonas autónomas basadas en las Ciudades-Estado.

Durante el dominio Amorreo y Cadio de la zona mesopotámica, estos antiguos Hebreos lograron un enorme desarrollo cultural, y al ser derrotados por los Sumerios, se marginaron de los centros urbanos y empezaron sus actividades de rapiña. A la larga, pusieron fin al Imperio de Sumer, pero sin fundar uno propio. Para ese entonces -siglos XX y XIX AEC-, ya eran una molestia para Egipcios, Hititas, Cananeos, Elamitas y Babilonios.

El fin de Sumeria dio paso a una nueva época en la que varios reinos entraron en colisión y competencia, tanto militar como comercial. En ese marco, los hebreos aprovecharon que sus antecedentes les habían distribuido en todo el territorio que va desde el actual Irán hasta Egipto. Gracias a ello, se volvieron prósperos comerciantes y con ello desarrollaron una nueva forma de vida, y de eso se trata la saga de Abraham, Itzjak y Yaacov: las transformaciones sociales en el grupo Hebreo en medio del desarrollo de una nueva vocación espiritual.

Entonces, los tres patriarcas del Génesis no sólo fueron el punto de partida de algo nuevo y distinto, sino más bien un punto de transición de un grupo muy amplio, bastante complejo y de gran desarrollo cultural que, en su momento, fue el enemigo mortal de los Sumerios. Grupo que nunca se planteó la idea de unificarse como sí lo hicieron los Egipcios, Babilonios e Hititas, y que por ello quedó condenado a la desaparición o asimilación, que hubiera sido total si no fuera porque la saga de Abraham, Itzjak y Yaacov nos cuenta que por lo menos un clan de este origen halló el modo de preservar los elementos fundamentales de su identidad -principalmente espiritual-, y gracias a ello logró sobrevivir, evolucionar y desarrollarse.

Nótese que ese debió ser el contenido más importante para los que estaban regresando del exilio en Babilonia unos quince siglos después: entenderse como descendientes de un clan que había sobrevivido a la desaparición de los antiguos Hebreos, gracias a que su identidad espiritual les había indicado el camino a seguir.

No es coincidencia: así fue redactado por los líderes espirituales del Judaísmo de la era de la restauración.

Para concluir en esta ocasión, recordemos las aportaciones de William Dever respecto a la memoria histórica de los pueblos: no sólo es importante lo que se preserva, sino también lo que se olvida.

Por muchas razones perfectamente comprensibles (digamos que sucede en absolutamente todas las culturas), muchos de estos elementos de la memoria histórica de los antiguos Hebreos fueron olvidados, y apenas se pueden reconstruir gracias a la lenta y paciente aportación de la arqueología.

Los Hebreos no surgieron de la nada. El término fue el título con el que los Egipcios llamaron a los herederos de un complejo y poderoso grupo que, en su momento, puso en jaque a la cultura Sumeria. Dadas sus características, el grupo no tuvo más alternativa que asimilarse al entorno de las culturas mesopotámicas, o simplemente desaparecer casi por completo.

Pero antes de ello, tuvieron un momento inicial de esplendor al alternar en Sumeria y dejar su huella en la Historia. Luego, tuvieron otro clímax comercial y político en el antiguo Egipto, donde fueron llamados también “reyes extranjeros” o Hiksos.

Finalmente, tras el colapso y fin de esas etapas de gran desarrollo, en el punto crítico de asimilación o desaparición hubo algo que les marcó una ruta para que un grupo minoritario -si se compara con todo lo que habían sido los Hebreos- pero bien establecido pudiera sobrevivir y desarrollar un nuevo sentido de identidad: el del antiguo Israel.

¿En qué se basó esa identidad y esa capacidad de supervivencia? A juzgar por la evidencia, en una vocación espiritual monoteísta cuyo principal líder fue un príncipe egipcio que dirigió un proceso de migración hacia Canaán, cuyo impacto fue tan fuerte que una identidad compleja y originada en muchos lugares y momentos confluyeron alrededor de eso que hoy llamamos Éxodo.

Entonces, para empezar a entender cómo se dio ese proceso de construcción de esa identidad, la próxima semana hablaremos del segundo gran momento de esplendor, cuando los antiguos Hebreos se convirtieron en faraones de Egipto y fueron llamados Hiksos.

Si quedan dudas sobre la posibilidad de un vínculo de esos antiguos grupos semita-cananeos y los posteriores israelitas, sólo considérese la similitud etimológica en estos dos casos: en la primera etapa de esplendor Hebreo, cuando dominaron Sumeria, la dinastía de reyes Gutis tuvo dos monarcas cuyos nombres luego se volverían muy importantes en el antiguo Israel: el rey Shulme gobernó entre los años 2192 y 2186 AEC, y el rey Ibrahum entre los años 2140 y 2139. La similitud con los nombres Shlomo y Abraham no es coincidencia. Simplemente, Israel heredó mucho de estos antiguos grupos que fueron llamados Aviru o Hebreos por los Egipcios.
 
Es para leerlo muyyyy tranquila.... gracias!!

Mi querida Norah, la sexta parte:

Por I. Gatell

Vamos a hablar de la época en la que los Hebreos fueron faraones en Egipto.

Como ya vimos en la nota anterior, los antiguos Hebreos -los anteriores a Abraham- fueron una continuidad del grupo mixto (semita y cananeo) que durante algún tiempo alternó en el poder con los Sumerios y, principalmente, de la coalición que destruyó Ur y le puso fin a la era de la que fue la primera civilización humana.

En estricto, no tenían un nombre propio. Sólo eran grupos de acadios, amorreos, arameos, elamitas o gutis (o mezclas de todos ellos), que en la última fase de existencia del Imperio Sumerio fueron identificados por los egipcios como “aviru”, equivalente del moderno término “hebreo”.

El apodo fue aplicado a quienes se dedicaban al pillaje, y que no sólo afectaron a los Sumerios, sino también a todos los reinos establecidos en la zona que va desde Elam (sur de Irán) hasta Egipto.

Pero el pillaje no fue la única actividad de estos grupos semita-cananeos. También se dedicaron a una incesante actividad comercial que garantizó su presencia en una zona bastante más amplia que la de la influencia Sumeria.

Hacia el año 2700 AEC -justo cuando Sumeria estaba en plena expansión del llamado Período Dinástico Arcaico-, Egipto logró consolidar la base de lo que llegaría a ser una gran civilización. El desarrollo bajo los faraones de las Dinastías III y IV -destacan Zoser, Keops, Kefrén y Micerino, constructores de las grandes pirámides- sentó las bases para una gran actividad comercial, y con la llegada de los faraones de la Dinastía V el comerció se expandió notablemente, tanto hacia el interior de África como hacia el occidente por el mar, gracias a la asociación con los antiguos Fenicios.

Sin embargo, el poderío egipcio se colapsó. Las Dinastías V y VI protagonizaron la decadencia del poder, y los siglos XXII y XXI AEC son llamados Primer Período Intermedio, una etapa bastante caótica en la que todo el orden social quedó trastocado. Sin que se pueda confirmar la veracidad de los hechos, algunas tradiciones egipcias posteriores señalaron como culpa de esa situación la pobreza generalizada que sobrevino al país por culpa de las costosas construcciones de Keops y Kefrén.

Esta situación llegó a su fin cuando Mentuhotep II asumió el poder, reunificó al país y puso el orden hacia el año 2040 AEC. Con ello inició el período del llamado Imperio Medio.

Era un momento crítico, justo cuando Ur estaba a punto de caer ante el embate amorreo-elamita. Así que el nuevo esplendor egipcio comenzó cuando la cultura Sumeria llegaba a su fin.

Naturalmente, esto debió influir poderosamente para que los Hebreos pusieran sus ojos comerciales en la nueva potencia mundial. A partir del siglo XX AEC, las redes de negocios de estos grupos semita-cananeos empezaron a avanzar hacia el occidente. Nótese que es la época en la que se suele ubicar, históricamente, al patriarca Abraham. De hecho, su migración hacia el occidente resulta perfectamente lógica: según el texto bíblico, el todavía llamado Abram sale de Ur y comienza un viaje que lo lleva hasta Canaán. Tiene lógica: Ur -capital de un Imperio que estaba colapsando bajo el asedio de los amorreos- estaba viviendo sus últimos momentos de existencia, y un nuevo impulso hacía crecer a Egipto como potencia militar y comercial. Por lo tanto, el proyecto de un arameo por origen y hebreo por filiación (recuérdese que en este tiempo “hebreo” no designa un grupo étnico, sino un grupo mixto caracterizado por sus actividades bélicas y comerciales) de trasladarse hacia Canaán, puerta de entrada a Egipto, resulta de lo más razonable.

Durante las décadas siguientes, el comercio con Creta se intensificó, e incluso hubo momentos en los que Biblos -la capital fenicia de ese entonces- quedó sometida al vasallaje egipcio. También se aprovechó la ruta comercial del Mar Rojo, especialmente por el interés en el incienso que se fabricaba en el reino de Punt, ubicado en lo que hoy es Somalia.

El esplendor comercial llegó a finales del siglo XX bajo el reinado del faraón Amenemhat II, y la decadencia vino un siglo después. Hacia el año 1750 AEC, el poderío egipcio volvió a colapsar.

Tras el final del Imperio Medio, comenzó lo que los historiadores han llamado Segundo Período Intermedio, que se extiende durante los siglos XVIII al XVI AEC. En esta etapa, la inestabilidad se apoderó del país y muchas regiones se volvieron autónomas. Además, los estrictos controles impuestos por Mentuhotep II casi tres siglos atrás, que cuidaban al país de las invasiones de grupos nómadas, se relajaron hasta prácticamente desaparecer.

Debió ser una situación cómoda para los Hebreos de la época patriarcal. Por ejemplo, en Génesis 26:2 encontramos a Itzjak recibiendo una instrucción muy precisa: “Y se le apareció el Señor y le dijo: no desciendas a Egipto…”. Evidentemente, el tránsito al reino de las pirámides estaba abierto, y fue el marco en el que los grupos semita-cananeos extendieron sus alcances comerciales.

La situación caótica debió resultarles ventajosa. A fin de cuentas, eran descendientes de los Hebreos que habían sobrevivido al colapso del Imperio Sumerio, y gracias a sus contactos con los Acadios y Amorreos, además de todo tenían un gran conocimiento de técnicas militares que todavía no eran aprendidas en la zona del Río Nilo.

De ese modo, los comerciantes semita-cananeos llegados a Egipto con el inicio del Segundo Período Intermedio empezaron a hacerse cada vez más poderosos. De acuerdo con vestigios arqueológicos, sus redes comerciales se extendieron hasta el sur de España. En este marco, un grupo proveniente de Canaán se lanzó a una verdadera campaña militar, logrando conquistar la zona oriental del Delta del Nilo, y extendiendo su influencia por medio del vasallaje de algunas provincias vecinas. Eran Aviru (Hebreos) sin duda: hábiles en la guerra, conocedores del uso de carros de batalla (desconocidos para los egipcios), y fundaron Avaris, su nueva capital.

A partir de este punto, se les empezó a llamar Hiksos (en egipcio, contracción del término “reyes extranjeros”).

Durante varias décadas, los Hiksos compartieron el poder con las Dinastías locales que mantenían el control de la zona occidental del Delta y del sur. Sin embargo, hacia la segunda mitad del siglo XVII el colapso del poder egipcio en el norte fue total, y los Hiksos se hicieron con el control absoluto.

Este fue el punto donde, según la datación por medio de radiocarbono (con un rango de precisión del 95%), tuvo lugar la explosión de Santorini, un archipiélago ubicado en las cercanías de Creta, que por entonces vivía el esplendor de la cultura Minoica.

La explosión -cuatro veces más fuerte que la de Krakatoa- fue una catástrofe para toda la cuenca oriental del Mediterráneo. De hecho, significó el abrupto final para los Minoicos, y se sabe que las repercusiones climáticas fueron de dimensiones globales.

Curiosamente, parece que no existen registros precisos de este evento en Egipto. En realidad, sólo dos documentos nos refieren acontecimientos anormales que podrían relacionarse con este episodio volcánico: el llamado Papiro Ipuwer, y el Éxodo de la Biblia.

El problema suele ser la datación. Si bien el Papiro Ipuwer pudo haber sido elaborado hacia el siglo XIII AEC, tradicionalmente se considera que habla de eventos sucedidos hacia el final del Imperio Antiguo (siglo XXII AEC). Aunque se trata de una datación muy cuestionable, y otros especialistas lo ubican en el momento del empoderamiento de los Hiksos.

Respecto al Éxodo, ya conocemos los problemas: el relato parecería ubicarse en el siglo XIII AEC, pero la explosión de Santorín ocurrió en el siglo XVII AEC. Imposible forzar la compatibilidad.

Sin embargo, algunas similitudes son sorprendentes. Véanse los siguientes fragmentos del Papiro Ipuwer: “… las plagas se propagan a través del país; la sangre está por todos lados; la muerte no escasea, la mortaja habla y nadie se aproxima a ella. Ciertamente, muchos muertos quedaron enterrados en el río, la corriente es como una tumba… el oro, el lapislázuli, la plata, la turquesa, la cornalina, la amatista, lucen excelentemente en los cuellos de las sirvientas…”.

Por supuesto, hay una sensible diferencia: el Papiro Ipuwer habla, más bien, de una situación caótica -tanto social como natural- que culmina con la toma del poder por parte de una clase social inferior. Básicamente, toda la queja va en ese sentido.

¿Se puede reconciliar esto con el relato del Éxodo? Se puede, a mi juicio. Como ya vimos en artículos anteriores, la memoria histórica israelita fusionó eventos distintos en un solo relato, y el relato de las plagas debió ser algo que podríamos llamar un “primer éxodo”, aunque no relacionado con una migración hacia afuera de Egipto, sino con el empoderamiento de los Señores de Avaris (es decir, los Hiksos o Hebreos), vistos como extranjeros y, por lo tanto, como pertenecientes a una clase social inferior.

Entonces, las diferencias entre el Papiro Ipuwer y el Éxodo pueden explicarse de un modo un tanto forzado, pero explicarse a fin de cuentas: el Papiro Ipuwer es parte de la memoria histórica de Egipto; el Éxodo, de Israel. Eso, por sí mismo, ya es una importante diferencia. Ahora bien: el Papiro Ipuwer se habría escrito como queja contra un momento en que hubo un trastorno social terrible en Egipto, acompañado de fenómenos naturales que se tradujeron en graves plagas y hambrunas. Por su parte, la versión conocida del Éxodo fue una reconstrucción hecha después del exilio en Babilonia (casi mil años después), por escribas que no disponían de toda la información necesaria (recuérdese que mucha de ésta se perdió durante la invasión babilónica), y que además tenían como objetivo darle una explicación teológica y existencia al Éxodo que estaban viviendo en ese momento. Definitivamente, para ellos no era prioritario escribir un tratado de Historia de Egipto.

Por ello, me parece razonable suponer que ese momento crítico en el que una sociedad egipcia en decadencia -intensificada por los efectos de la explosión de Santorini- se vio rebasada por un grupo extranjero y socialmente “inferior”, quedase registrada de un modo muy distinto y con perspectivas diferentes en dos textos ajenos el uno al otro, pertenecientes cada uno a la memoria histórica de un pueblo distinto.

Si descartamos la perspectiva tradicional de que el Papiro Ipuwer se refiere al colapso del Imperio Medio, y ubicamos los hechos allí narrados durante la toma del poder por parte de los Hiksos (algo perfectamente legítimo, toda vez que en términos reales NO EXISTE ningún elemento determinante para asumir la perspectiva tradicional como la única posible), lo que sucedió fue más o menos esto: en el contexto de una amplia decadencia del poder egipcio, justo en el momento en que los Hiksos ya se habían apoderado de una parte del país, la explosión de Santorini provocó una serie de desastres naturales que se tradujeron en una severa hambruna y en la interrupción del comercio con Creta y Biblos. Esto facilitó la toma del poder por parte de los Hiksos, así como el surgimiento de un relato sobre plagas y desastres egipcios que derivaron en el enriquecimiento de “los siervos” (nótese que incluso la saga de Yosef cuadra perfectamente con este panorama: varios años de hambruna que culminan con un esclavo convertido en el hombre más poderoso del país, sólo por debajo del Faraón). Luego, cada grupo conservaría su propia versión de esta epopeya. La egipcia sería simplemente fosilizada (al igual que muchas culturas antiguas, los egipcios no eran afectos a preservar la memoria de sus desastres o fracasos) en el Papiro Ipuwer, pero la Hiksa sería preservada por sus descendientes israelitas, luego parcialmente destruida por los babilonios, y finalmente reconstruida bajo el liderazgo de Ezra y los escribas que reorganizaron el patrimonio escritural de Israel después del exilio.


En resumen, una suerte de “primer Éxodo” en el que, en vez de una migración hacia Canaán, los Hebreos contemporáneos a Abraham, Itzjak y Yaacov se hicieron del poder en Egipto y se convirtieron en Faraones.

El esplendor del poder Hikso en Egipto no fue muy largo. Apenas unos 70 u 80 años (y también por eso es relativamente sencillo entender por qué la posterior memoria histórica de Israel no le puso demasiada atención). Hacia el año 1550 AEC, Ahmosis I -emperador en Tebas, capital de la zona que los Hiksos nunca lograron controlar- derrotó de manera definitiva a los “reyes extranjeros” y los expulsó del país. Con la reunificación del territorio, inició la etapa que los historiadores llaman Imperio Nuevo, en la que Egipto habría de lograr su máximo esplendor como potencia mundial.

Los Hiksos desaparecen de las referencias documentales egipcias, pero eso es fácil de entender: al perder el poder, dejaron de ser “reyes extranjeros”. Se sabe que fueron exiliados de regreso hacia Canaán, y dos siglos después las llamadas Cartas de Amarna registran que los Aviru (Hebreos) estaban otra vez asolando el territorio.

Siendo que Hiksos y Hebreos eran básicamente lo mismo, lo que seguramente sucedió fue que una vez de regreso en Canaán algunos grupos volvieron a dedicarse al pillaje, esta vez en contra de las Ciudades Estado cananeas que habían sido conquistadas por Tutmosis I y Tutmosis III -descendientes de Ahmosis I-.

No se les vuelve a mencionar. En cambio, en Egipto volvemos a percibir un repunte de la presencia semita a partir del reinado de Akhenatón (1352-1335 AEC): cuando este murió, el poder recayó temporalmente primero en su viuda, Nefertiti, y luego en Tutankamón, que murió apenas a los 19 años de edad. Entonces el poder quedó en manos del visir Ay, cuyo heredero en el trono fue su yerno Horemheb, que murió sin dejar descendencia.

El poder fue tomado entonces por el visir de este último, Paramesu, que cambió su nombre a Ramsés I y fundó una nueva Dinastía (la XIX). Por los nombres de los Faraones de esta nueva familia, sabemos que eran de origen semita. Por lo tanto, emparentados con los antiguos Hiksos e, inevitablemente, con los Hebreos.

Esto implica que, en el transcurso de los dos siglos que pasaron entre la victoria de Ahmosis I sobre los Hiksos, y el colapso del poderío egipcio que inició con Akhenatón, los descendientes de los otrora “reyes extranjeros” se asimilaron plenamente al contorno cultural y político del Imperio.

Esto se debió, en gran medida, a que a partir de Ahmosis I Egipto empezó una fuerte campaña de expansión. Tutmosis I -tercer faraón después de Ahmosis I, aunque no se sabe si fue su hijo, su nieto o incluso su yerno- conquistó Canaán y parte de Fenicia, por lo que apenas medio siglo después de su expulsión de Egipto, los Hebreos descendientes de los Hiksos volvieron a quedar sometidos al poderío de los Faraones.

Sin embargo, el hecho de que casi dos siglos después un visir tomara el poder y fundara una Dinastía de Faraones de origen semita, demuestra que la antigua tensión que veía a los semitas como “extranjeros” desapareció, y es obvio que eso sucedió porque por primera vez en la Historia Egipto logró imponer su dominio de manera incuestionable en la zona donde, aparentemente, habían terminado por concentrarse los Hebreos (para esas épocas, ya no se les menciona en los reinos o imperios de Mesopotamia o más al oriente).

Esto tiene otra implicación importante: sugiere poderosamente que hacia el siglo XVI AEC, y en especial después de la derrota y expulsión de los Hiksos de Egipto, los Hebreos ya tenían una cierta identidad tribal. Hasta antes, se definían sólo por su modo de vivir -comercio y pillaje-, y eran grupos de origen semita y cananeo. Pero a partir de este momento ya se percibe una cohesión de parentesco, misma que quedaría registrada en el texto bíblico como el concepto de “doce tribus de Israel” (tema que abordaremos en una futura nota).

Con las Dinastías Ramésidas (las XIX y XX), Egipto vivió su último momento de esplendor. Ramsés II -el más importante faraón de esta etapa- recuperó los dominios egipcios hasta Fenicia, y en Kadesh protagonizó la primera batalla de caballerías contra los Hititas, que en ese momento estaban en el clímax de su poderío, pero que pronto empezarían una rápida y total decadencia.

Hoy sabemos que la batalla fue ganada por los Hititas, aunque Ramsés II -en el típico estilo de los reyes de esas épocas- mandó a registrar que la victoria la había tenido él. De cualquier modo, después de la batalla Egipto y Hatti firmaron importantes acuerdos comerciales, y la relación se volvió más bien cordial.

Entonces, el panorama en Canaán básicamente volvió a ser el mismo que en las épocas de Tutmosis III, siglo y medio atrás: la zona natural de los Hebreos volvió a asimilarse al poderío egipcio.

Un poco más de medio siglo después de las conquistas de Ramsés II, todo el panorama internacional se empezó a alterar: los Asirios -en pleno desarrolló- conquistaron las minas de cobre de los Hititas, lo cual obligó a estos últimos a invadir Creta, afectando las dinámicas del comercio en el Mar Egeo. A partir de ese momento, diversas oleadas de mercenarios de origen griego comenzaron a atacar en las zonas costeras. Meremptah, el faraón heredero de Ramsés II, pudo contener su avance y rechazarlos de Egipto, aunque no logró evitar que uno de estos “pueblos del mar” se estableciera en un costado de Canaán, en la actual Gaza: los Filisteos.

Por su parte, los Hititas no tuvieron tanta suerte. Las invasiones de los Pueblos del Mar resquebrajaron su poderío, y hacia inicios del siglo XII AEC, el antes poderoso Reino de Hatti quedó enterrado en la Historia.

Por el registro bíblico, sabemos que importantes contingentes de Hititas se establecieron en Canaán, y que incluso se integraron a los clanes Hebreos, por lo que su herencia se preservó en el antiguo Israel. Esto pudo ser posible gracias a que el dominio egipcio en la zona generó un ambiente hospitalario para los sobrevivientes al colapso Hitita.

Aunque Egipto no se colapsó hasta la desaparición, lo cierto es que la época de las invasiones de los Pueblos del Mar marca el principio del fin. A inicios del siglo XI, las principales ciudades egipcias fueron atacadas y saqueadas, y la etapa del Imperio Nuevo llegó a su término. Egipto nunca volvió a ser la potencia de otras épocas.

Esta información es importante: la decadencia del Imperio Nuevo egipcio es, justamente, durante la época que el registro bíblico asigna a los Jueces, en cuyo libro se puede percibir ese panorama de caos e inestabilidad política, con pequeños reinos cananeos y semitas luchando entre sí.

Dicha condición debe entenderse como parte del colapso del poderío egipcio, debido a que -en teoría- todos esos territorios eran colonias egipcias.

Fue de esa crisis doble -la decadencia egipcia y la invasión filistea- que surgió una monarquía que por fin logró lo que durante diez siglos no se había logrado: unificar políticamente a la mayoría de los semitas y cananeos de la región. Y el reino recibió el nombre de Israel.

Tiene lógica. Fue Egipto quien inventó una palabra para designar a cierto tipo de grupos mixtos integrados por semitas y cananeos: Aviru o Hebreos. Luego, fue también Egipto quien inventó una palabra para designar a los Hebreos que se habían hecho del poder -parcial o totalmente- durante casi dos siglos: Hiksos. Luego, fue Egipto quien conquistó el territorio donde este grupo se había reubicado después de su expulsión, lo que permitió que durante unos dos siglos y medio los Hebreos se convirtieran en un componente más de la polifacética cultura egipcia.

Pero ahora, con el colapso definitivo del que el reino de los Faraones ya no se recuperó, los Hebreos hallaron el modo de continuar con su propio camino, y fue por medio de aquello a lo que se habían rehusado desde las épocas del esplendor Sumerio: una monarquía (es curioso: en la narrativa bíblica, Samuel es un ferviente opositor al proyecto, y eso no es otra cosa sino una auténtica rebaba de la vocación ancestral hebrea por otro tipo de organización política).

Con todos estos elementos, podemos entender el origen de los Hebreos (un grupo que entre los siglos XX y XIII AEC se caracteriza por sus hábitos, y sólo a partir del siglo XII AEC ya se le puede definir en términos de etnia) en dos grandes etapas:

La primera es el grupo Hebreo como continuidad y descendencia de las antiguas coaliciones semítico-cananeas que primero se opusieron a la hegemonía Sumeria, luego a la Acadia, y luego otra vez a la Sumeria, siendo la causa principal del colapso de esta gran civilización.

La segunda es el grupo Hebreo reubicado en el entorno egipcio, primero como grupos nómadas que se establecieron en Canaán, luego como comerciantes que extendieron sus redes en y desde Egipto, inmediatamente como “usurpadores” del poder -Hiksos- faraónico, y finalmente como grupo vasallo que se integró al contorno político egipcio en las épocas de su mayor esplendor militar.

Es decir: en la primera etapa, los Hebreos están muy lejos de ser “un pueblo”. Son un tipo de gente, independientemente de su origen (arameo, acadio, guti, elamita o amorreo, principalmente). En la segunda etapa, son un grupo en proceso de integración, siempre vinculado con Egipto -de una u otra manera-.

Por lo tanto, la tercera etapa es la de la consolidación, una vez que lograron una completa autonomía justo en la época en que las dos grandes potencias de la zona -Egipto y Hatti- se colapsaron, y los Asirios todavía no estaban listos para llegar hasta esa zona (lo harían dos siglos después).

Es en esta tercera etapa donde, por fin, el grupo queda identificado como Israel.

En la transición de la segunda a la tercera etapa hubo un evento fundamental que marcó, en muchos sentidos, la vocación de este grupo.

Es, en términos simples, el Éxodo básico, el que marcó el perfil teológico y existencial de todos los demás éxodos (anteriores o posteriores), al frente del cual estuvo un personaje muy difícil de entender desde la arqueología, ya que los únicos registros de él se conservan en el texto bíblico.

Moisés.

En la próxima nota, vamos a concentrarnos en el momento donde más fácilmente resulta ubicarlo: la crisis política y religiosa en tiempos de Akhenatón, un faraón tal vez más idealista que pragmático, cuyo intento de revolución espiritual monoteísta fracasó completamente en su país, pero no en un grupo que estaba en proceso de convertirse en una nación.
 
Es para leerlo muyyyy tranquila.... gracias!!

Mi querida Norah, la última parte por ahora de este asunto, muchas gracias por tu paciencia en leer estos extensos mensajes. Quedo atento a cualquier duda que pueda surgir. Un abrazo fuerte y gigante para ti:

Por I. Gatell


¿Quién fue Moisés?

Generalmente, la idea que tenemos sobre el Éxodo es que Moisés lideró una migración hacia AFUERA de Egipto. En términos simples, una huida que puso al pueblo de Israel fuera del alcance del faraón y sus tropas, de una vez y para siempre.

Históricamente hablando, es una perspectiva ERRÓNEA.

La realidad es que desde el reinado de Tutmosis I (que comenzó hacia el año 1504 AEC) hasta el de Meremptah (que concluyó hacia el año 1202 AEC), Canaán fue una provincia egipcia, que sólo en ciertos momentos de caos tuvo una relativa autonomía. Tomando en cuenta que resulta imposible ubicar a Moisés antes o después de ese período, la realidad es que todos los movimientos migratorios que dirigió y que están descritos en el texto bíblico se hicieron dentro de las fronteras del Imperio Egipcio, por lo que lo primero que hay que descartar es que haya dirigido un “escape”.

¿De dónde viene la idea de un pueblo de Israel “saliendo” de Egipto (es decir: yendo más allá de sus fronteras)? Principalmente, de dos eventos distintos.

El primero fue la expulsión de los Hiksos, grupo que -como ya vimos en notas anteriores- estuvo integrado por Aviru o Hebreos, antecedentes del posterior Israel. Cuando los Hiksos fueron derrotados por Ahmosis I hacia el año 1550 AEC, fueron obligados a abandonar Egipto y regresar a Canaán, que por entonces todavía no era una provincia egipcia. Entonces, resulta lógico que en Israel se haya preservado la memoria histórica de que, en un momento, sus ancestros efectivamente habían “salido de Egipto”.

Pero acaso más importante fue el segundo evento: recuérdese que la redacción y organización del relato del Éxodo, tal y como lo conocemos, se hizo después del exilio en Babilonia. Por lo tanto, muchos de los rasgos anecdóticos del relato responden a las vivencias del siglo VI AEC, aunque estén representadas en un pasado remoto. Por ello, como ese “segundo éxodo” significó la definitiva liberación de Israel de su exilio en Babilonia -nación que quedó colapsada por la invasión persa-, en el relato del Éxodo se pintó a un Israel huyendo de Egipto, nación que queda colapsada por las plagas divinas (hecho histórico, aunque distinto: hacia mediados del siglo XVII AEC, la crisis social egipcia se vio incrementada por los efectos de la explosión volcánica del Santorini, coyuntura que marcó la pérdida del poder por los faraones locales y la conquista del territorio por los Hiksos -Hebreos-).

En resumen, la memoria histórica de Israel fusionó el colapso de Egipto provocado por catástrofes naturales (o “plagas”, según los paradigmas de la época) con un evento un siglo posterior: la huida de los Hebreos-Hiksos hacia Canaán después de haber sido derrotados por Ahmosis I. A todo ello se agregó un elemento que sucedió otro par de siglos más tarde: la revolución espiritual dirigida por un príncipe educado en la corte, a quien la Biblia llama Moisés.

No puede haber demasiadas dudas de que este príncipe fue parte de la XVIII dinastía, en la que muchos de sus reyes -incluyendo los principales- usaron nombres similares. El fundador fue Ahmosis, y luego vinieron cuatro reyes con el nombre Tutmosis (el tercero fue el más poderoso de toda la dinastía, y acaso el más poderoso de toda la historia egipcia). Bien: el apócope “mosis” tiene la misma raíz etimológica que Moshé.

¿Cuál fue su origen? El texto bíblico lo describe como un hebreo educado en la corte faraónica, dato que parece inverosímil: ¿por qué el faraón habría aceptado a un niño de “otro pueblo” que, además, se supone debía morir?

Curiosamente, históricamente no es una posibilidad inverosímil: hacia las épocas del final de la XVIII dinastía, hay evidencia que sugiere que los semitas se habían integrado sin problemas a la cultura egipcia.

Tutmosis I fue quien conquistó Canaán, y con ello integró a cananeos y semitas -incluyendo a los Aviru o Hebreos- al universo egipcio. Entonces, para cuando Ahkenatón ocupó el trono, semitas y cananeos llevaban siglo y medio asimilados a ese entorno.

La prueba de que la asimilación había sido exitosa la podemos ver en que cuando murió Tutankamón -el hijo de Akhenatón-, el trono pasó de mano en mano hasta que Jaty -que fue visir del faraón Horemheb- consolidó su poder y lo heredó a su hijo Sethi. Por los nombres, es seguro que provenían de una familia de origen semita. Jaty cambió su nombre por Ramsés o Rameses (el apócope “meses” también podría estar relacionado etimológicamente con Moshé), y su nieto fue Ramsés II, el último gran faraón egipcio.

Tres siglos atrás, estos reyes habrían sido llamados “hiksos” por ser semitas. Pero jamás se les dio título semejante, lo que sustenta la idea de que los semitas de Canaán -y seguramente también los cananeos- ya eran vistos como parte integral de Egipto.

Entonces, con mayor razón se debe insistir: toda la actividad llevada a cabo por el Moisés bíblico fue en el marco del territorio egipcio y, dentro de los parámetros de la época, dentro de la cultura egipcia.

Esto tiene una implicación de lo más interesante: históricamente, el Éxodo dirigido por Moisés no fue tanto un “escape”, sino más bien una verdadera REVOLUCIÓN del pensamiento en el antiguo Egipto. Si la memoria histórica de Israel preservó la versión de que todo había sido hecho al margen del Imperio Egipcio, fue porque después de la invasión Filistea, Egipto perdió definitivamente el control de Canaán y la memoria histórica de Israel evolucionó AFUERA de Egipto.

Regresemos con Moisés: un líder tan egipcio como semita y hebreo, que dirigió una revolución espiritual en el antiguo Egipto.

Dicha revolución fue, básicamente, un proyecto de claro perfil monoteísta, y hay mucho que decir al respecto.

Generalmente, los detractores del Judaísmo dicen que Moisés sólo habría “copiado” (o incluso plagiado) las ideas de Akhenatón. Se trata de una perspectiva inexacta. En realidad, si le vamos a atribuir esas ideas a un faraón, tendría que ser al padre de Akhenatón, Amenofis III. Él fue el primero que propuso una renovación religiosa, aunque evidentemente cargada de objetivos políticos. La idea era mermar el poder -enorme, más bien desproporcionado- que tenía el clero de Amón, la principal deidad egipcia. Amenofis III promovió entonces el culto a Atón-Ra, el Disco Solar, y Akhenatón simplemente le dio continuidad a este proyecto.

Visto así -y, sobre todo, visto desde nuestra época y nuestra mentalidad- no parece un gran avance, pero lo cierto es que en la época fueron ideas revolucionarias. La simple propuesta de adorar SOLAMENTE A UNA DEIDAD representaba una transformación radical en ese momento, y dos cosas parecen definitivas: una es que Amenofis III pudo iniciar el proyecto por meros objetivos políticos, tal parece que Akhenatón lo continuó por genuina convicción religiosa; la otra es que este último faraón fue, lamentablemente, un pésimo administrador y gobernante. Durante su reinado el Imperio se colapsó, y al morir el clero de Amón recuperó todo su poder. Con ello, fracasó la revolución religiosa que hubiera hecho de Egipto la primera nación monoteísta del mundo.

Pero el fracaso no fue total. Entendida en su contexto histórico adecuado, la memoria del pueblo de Israel demuestra que un grupo egipcio le dio continuidad al proyecto monoteísta, y aunque hubo que esperar un poco más de tres siglos para su consolidación nacional, el éxito fue garantizado por un príncipe semita que, evidente conocedor de lo mejor de la cultura egipcia, estableció las bases legislativas para que el monoteísmo se convirtiera en una realidad bien aceptada por una amplia base social.

Entonces, Egipto no vino a ser la primera nación monoteísta, pero fue la nación donde surgió la primera sociedad monoteísta hacia finales del siglo XIV AEC.

¿Hubo una migración de este grupo hacia Canaán? Es probable. Lamentablemente, no se dispone de la suficiente información de este período por la simpática razón de que el clero de Amón, una vez que recuperó su poder, se dedicó a destruir la mayor cantidad posible de registros del reinado de Akhenatón, a quien siempre vieron como un enemigo.

Sin embargo, hay un elemento histórico que hace bastante viable esta migración: a la muerte de Akhenatón, el clero de Amón recuperó todo su poder y, naturalmente, se dedicó a revertir las reformas religiosas del “faraón hereje”. Entonces, el ambiente en Egipto no era el adecuado para darle continuidad a ningún proyecto religioso nuevo. Sin embargo, la pésima administración de Akhenatón había provocado que Egipto perdiera el control de sus provincias cananeas -situación que tardaría sesenta años en resolverse-, por lo que resulta muy verosímil suponer que Moisés decidiera llevar a su grupo monoteísta hacia un territorio conocido -Canaán, una provincia egipcia y que además era el origen de sus seguidores semitas-, providencialmente autónomo en ese momento.

Cierto: no hay registros egipcios que hablen de nada remotamente parecido, pero debe tomarse en cuenta que el clero de Amón mandó a destruir todo aquello que recordase la gestión de Akhenatón. Una venganza muy en el estilo egipcio.

Con todo esto en mente, podemos plantear un perfil histórico básico sobre Moisés: un príncipe egipcio (semita) que le dio continuidad a las reformas religiosas que intentó implementar Akhenatón.

Es interesante, porque otra vez el contexto histórico nos permite ampliar el panorama sobre un personaje bíblico.

En la Biblia, Moisés es presentado como aquel que sentó las bases para la definición de la identidad de una nación. Su reforma no es sólo religiosa, sino política: gracias a su liderazgo, un pueblo esclavo es liberado y sale de su prisión para poder trasladarse al lugar donde habrá de construir su propio destino.

Naturalmente, esta perspectiva tiene sus límites: en primer lugar, se trata de un texto elaborado por líderes religiosos, no por historiadores profesionales. Por lo tanto, los objetivos eran religiosos, no académicos. Y aunque la esencia del relato es precisa -la influencia de Moisés como decisiva para que se sentaran las bases doctrinales y jurídicas de lo que identificamos como el antiguo Israel-, hay una gran cantidad de datos que quedaron relegados de la memoria histórica (una situación natural e inevitable en la construcción de la memoria histórica de todos los pueblos).

Entonces, para contemplar de un modo más preciso el verdadero papel de Moisés, hay algunas ideas básicas que tomar en cuenta, ambas relacionadas con el profundo vínculo entre Egipto y los hebreos de ese entonces.

Aquí el meollo es simple: Egipto y el antiguo Israel tienen más vínculos de los que normalmente estamos conscientes. La narrativa bíblica según la cual los israelitas son un grupo foráneo que llega, se establece, crece, es esclavizado y luego huye, es una CONDENSACIÓN de lo que realmente sucedió en un período de tiempo bastante más amplio, y en el que estuvieron involucradas muchas más personas que las mencionadas en la Biblia.

En términos generales, podemos decir que Egipto e Israel fueron básicamente lo mismo hasta mucho tiempo después de la conquista de Canaán. Si la Biblia lo matiza de otra manera, es porque para cuando el texto bíblico se elaboró, hacía casi medio milenio que Egipto e Israel habían separado sus rutas, y ya casi no había nada en común entre uno y otro, salvo el vasallaje a los persas. Por ello, el relato bíblico se concentra en un clan familiar hebreo que, a la larga, se convirtió literalmente en una nación, sin mostrar ningún interés -no era necesario para los objetivos del momento de la redacción final- en quienes fueron o qué pasó con el resto de los Hebreos.

Y lo que pasó, evidentemente, fue esto: tras establecerse en Egipto a partir del año 2000 AEC por razones eminentemente comerciales, conquistaron el poder a mediados del siglo XVII AEC -poco tiempo después de la erupción volcánica del Santorini- e impusieron dos dinastías de faraones y recibieron el nombre de Hiksos, reyes extranjeros. Derrotados por Ahmosis I, tuvieron que replegarse a Canaán, por entonces todavía independiente. Sin embargo, un poco más de medio siglo después fueron conquistados por Tutmosis I, y poco a poco los Hebreos -lo mismo que otros semitas y cananeos- se asimilaron como componente normal del Imperio Egipcio. Para los tiempos de Akhenatón, los descendientes de los Hebreos volvían a ocupar cargos importantes en la corte, y por ello no es extraño que alguien como Moisés se educase allí. El colapso del poder egipcio en esas épocas pudo ser el marco para que una nueva migración llevase a un importante grupo de regreso a Canaán, si bien el poder volvió a caer en manos de una Dinastía seguramente emparentada con los antiguos Hebreos, misma que reconquistó Canaán durante un breve tiempo, antes de comenzar el período de declive definitivo de la que fue la más grande potencia militar, política y cultural de su momento. Derrumbado de manera definitiva el poderío egipcio, los descendientes de los Hebreos asentados en Canaán tuvieron que concentrarse en sus propios problemas, que fueron básicamente dos: los conflictos con algunos grupos cananeos hostiles, y la invasión de los Filisteos, uno de los llamados Pueblos del Mar. Lentamente se fueron sentando las bases para una reorganización política radical, y hacia el siglo X se conformó la primera monarquía de la zona, y por primera vez en el panorama internacional se identificó un nuevo reino: Israel.

¿Por qué en un momento dejé de hablar de “hebreos” para empezar a hablar de “descendientes de hebreos”? Recuérdese que la palabra “hebreo” tuvo un significado muy concreto en su contexto original egipcio: grupos mixtos integrados por semitas y cananeos que se dedicaban al pillaje. La última vez que se les mencionó fue durante el reinado de Akhenatón, en las llamadas Cartas de Amarna.

¿Por qué se les dejó de llamar así? Porque, evidentemente, dejaron de dedicarse al pillaje. Seguramente fueron sometidos a un orden legal por Ramsés II, un faraón al que debieron ver prácticamente como un pariente, toda vez que era de origen semita (para darse una idea de la situación, imagínense la reacción de todos los hispanos en los Estados Unidos si llegara a la presidencia un hispano, sin importar su país de origen).

Estamos hablando de un momento de transición de lo más relevante: los antiguos Aviru o Hebreos, que habían sido un dolor de cabeza desde prácticamente mil años atrás, por primera vez se “institucionalizaban” de manera sólida, y empezaban a integrarse como UNA NACIÓN.

Los grupos que protagonizaron esa integración debieron ser de lo más diverso. De entrada, debieron estar presentes los Hebreos semita-cananeos que nunca se movieron de Canaán desde el siglo XX AEC; luego, los descendientes de los Hiksos derrotados en Egipto que habían regresado a mediados del siglo XVI AEC; el siguiente grupo importante debió ser el llevado por Moisés hacia finales del siglo XIV AEC; y, por último, los descendientes de los semitas y egipcios que se hubieran establecido allí durante la época de la reconquista de Canaán dirigida por Ramsés II.

Todos estos grupos estaban emparentados en mayor o menor grado (volvamos al caso de los hispanos en los Estados Unidos: debió ser un fenómeno similar, aunque en proporciones más reducidas debido a que no estamos hablando de una extensión de territorio -desde Egipto hasta Canaán- remotamente parecida), y al final construyeron una sola identidad nacional llamada Israel.

Naturalmente, dicha construcción de identidad se logró plegándose a UNA TRADICIÓN (o, si gustan, llámenle “una memoria histórica”) de cuatro posibles: los que nunca se movieron de Canaán, los que llegaron expulsados y derrotados por Ahmosis I, los que llegaron con Moisés, y los que llegaron con la invasión ramésida.

Es evidente que la tradición dominante sobre la cual se construyó la identidad nacional fue la traída por Moisés. Por razones más que lógicas, el relato de un grupo que huyó de un Egipto en colapso, y que en el camino celebraron un “pacto” con un D-os Único, fue el que se convirtió en el epicentro de lo posterior memoria histórica de los descendientes de estos grupos emparentados, aunque diferentes.

Y digo que fueron razones más que lógicas porque Moisés y su grupo debieron ser los únicos que tenían en mente un proyecto colectivo bien definido, además sentado en una vocación espiritual revolucionaria y precisa: el monoteísmo.

Hasta ese momento, los Aviru o Hebreos no se habían caracterizado por tener una religión o religiosidad en particular (es lógico: no siendo una etnia, sino sólo un “tipo de gente” dedicada al pillaje -como lo que en el siglo XVIII fueron los piratas, por mencionar un ejemplo-), sus hábitos en todo sentido (incluyendo el religioso) debieron ser de lo más variados.

Por eso, justamente, es que el relato bíblico se centra en UN SOLO CLAN FAMILIAR de los Hebreos: el identificado con ese proyecto monoteísta que sólo tomó dimensiones colectivas importantes hasta que apareció Moisés, justo en la época en la que un intento similar había sido proyectado por dos faraones: Amenofis III y Akhenatón.

Esta revolución religiosa no funcionó en Egipto, y de hecho el panorama se complicó más cuando a la muerte de Akhenatón el clero de Amón -el más afectado por las reformas- recuperó su poder e intentó regresar las cosas a su antiguo orden.

Ese debió ser el marco para que otro príncipe egipcio decidiera ponerse al frente de un proyecto revolucionario similar, aunque lejos del alcance de los sacerdotes oficiales. Siendo de origen semita, y seguramente apoyado por amplios contingentes semitas, este príncipe tomó a su gente y la llevó de regreso a Canaán para poder establecer allí una religiosidad monoteísta.

Este panorama nos amplía la perspectiva de muchos detalles del texto bíblico. Por ejemplo:

a) Muchos seguidores de Akhenatón debieron unirse al proyecto. La misma Biblia nos dice que varios egipcios salieron con Moisés durante el Éxodo.

b) Los núcleos aristocráticos que acompañaron a Moisés desde Egipto -gente educada y pudiente- debieron ser la base para la integración del grupo de los Leviim y Kohanim, y por ello siempre fueron un clan aparte, sin un territorio fijo en Canaán sino más bien itinerantes, y con muy reducidas tendencias a mezclarse con el resto de “las tribus de Israel”.

c) También se aclara el por qué a lo largo de la narrativa bíblica, Israel antiguo siempre es una nación en la que combate el monoteísmo contra el politeísmo cananeo: los Hebreos que nunca se habían movido de Canaán, los descendientes de los Hiksos y los que llegaron con la invasión ramésida debieron ser politeístas exactamente igual que todos los grupos semitas y cananeos de la zona, y tardaron -literalmente- siglos en asimilarse a las ideas revolucionarias traídas por un príncipe egipcio y su gente.

El Moisés histórico tal vez no tenía la idea de crear una “nueva nación”. En su momento histórico, los semitas de Canaán y sus descendientes -y eso incluye a los Hebreos que luego le darían forma a Israel- ya eran parte natural del entorno egipcio (volvamos al ejemplo: igual que hoy en día muchos hispanos ya son parte natural en los Estados Unidos).

Probablemente, su único interés era una revolución espiritual. Cierto: tuvo que marcar distancia -digamos que “huir”- de ciertos núcleos de poder egipcios que debieron ser muy agresivos y hostiles contra su proyecto, pero a fin de cuentas se retiró a un lugar que había sido dominado por Egipto, y que lo volvería a ser durante varios años más.

Si Israel y Egipto terminaron por seguir rutas distintas, fue porque el esplendor y poderío de los faraones se colapsó de manera dramática después de la segunda Dinastía Ramésida (la XX). Canaán quedó completamente aislado, y a partir del siglo XI AEC empezó a reorganizarse para lograr aquello que los antiguos Hebreos semita-cananeos habían rehuido por casi un milenio: una monarquía llamada Israel.

Estamos próximos a concluir nuestras reflexiones sobre el Éxodo y su lugar en la Historia. Pero antes de ello, todavía hay otro tema relevante que abordar:

¿Por qué hemos incluido la invasión ramésida a Canaán como parte de la Historia de Israel?

De eso vamos a hablar en la próxima nota: el lugar en la Historia de las sagas de Josué y los Jueces.

Nota: querida Norah, aún hay más... (sonrisa) si deseas seguir avísame.
 
¿Y qué tal que David no aceptara, se arriesgó (según tú) Natán a faltar a la ley, por qué no fue más precavido?

RNatán se presenta donde David y le expone un caso que David debe considerar...David con enojo y fuera de la Ley (¿será que un rey estaba sólo en su corte?) emite un juicio errado (¿Será que un rey estaba sólo en su corte?) delante del profeta y los consejeros (Testigos suficientes). Natán señala (sin ira y enojo, rabia o altivez) que él (quien había proferido un juicio) era ese hombre que el mismo había condenado a muerte (el mismo se había decretado a muerte) e implicitamente la corte había sido testigo de su mal juicio, de su propia sentencia contra si mismo. David pide perdón a Dios (aceptando por segunda vez su error).

En conclusión: Natán expone un caso (sin señalar a nadie directamente a David) de un transgresor delante del rey David y la corte real. David sin hacer una revisión de los hechos y llevado por sus pasiones emite un veredicto (fuera del marco legal) de culpabilidad contra el transgresor (que es el mismo David) y sentencia pena de muerte (es el mismo). Natán entonces tiene a toda la corte del rey como testigo de la culpabilidad de David (por su mal veredicto/sentencia y porque aceptó publicamente que él era culpable de lo señalado por el profeta Natán. David se arrepiente de corazón...etc.

Yo creo que cuando se es profeta no hay necesidad de testigos porque se va en nombre de Dios.

Hasta donde yo sé nadie tiene privilegios en la ley, pues todos los judíos somos iguales ante Dios y la Ley: Eso es lo que dice la Torá.

¿Acaso necesito Dios de testigos para señalar su pecado a Adán y a Eva?

No comprendo por qué trae este pasaje en este tema: ¿Exactamente qué quiere significar?


Cordial saludo y bendiciones.
 
RNatán se presenta donde David y le expone un caso que David debe considerar...David con enojo y fuera de la Ley (¿será que un rey estaba sólo en su corte?) emite un juicio errado (¿Será que un rey estaba sólo en su corte?) delante del profeta y los consejeros (Testigos suficientes). Natán señala (sin ira y enojo, rabia o altivez) que él (quien había proferido un juicio) era ese hombre que el mismo había condenado a muerte (el mismo se había decretado a muerte) e implicitamente la corte había sido testigo de su mal juicio, de su propia sentencia contra si mismo. David pide perdón a Dios (aceptando por segunda vez su error).

En conclusión: Natán expone un caso (sin señalar a nadie directamente a David) de un transgresor delante del rey David y la corte real. David sin hacer una revisión de los hechos y llevado por sus pasiones emite un veredicto (fuera del marco legal) de culpabilidad contra el transgresor (que es el mismo David) y sentencia pena de muerte (es el mismo). Natán entonces tiene a toda la corte del rey como testigo de la culpabilidad de David (por su mal veredicto/sentencia y porque aceptó publicamente que él era culpable de lo señalado por el profeta Natán. David se arrepiente de corazón...etc.



Hasta donde yo sé nadie tiene privilegios en la ley, pues todos los judíos somos iguales ante Dios y la Ley: Eso es lo que dice la Torá.



No comprendo por qué trae este pasaje en este tema: ¿Exactamente qué quiere significar?



Cordial saludo y bendiciones.

Bueno, no te convence lo de Natan. Respeto tu punto.

¿Se ha convertido esta casa, que es llamada por mi nombre, en cueva de ladrones delante de vuestros ojos? He aquí, yo mismo lo he visto--declara el SEÑOR. Jeremias 7:11

¿Cuáles fueron los testigos de Jeremias?

Cordial saludo, bendiciones.
 
Lo siento DKT, pero en esos casos la nación de Israel no cargó con los pecados de otros hasta la muerte. Isaías 53:12. Tampoco se entregó a si misma como ofrenda (fueron abusos por la fuerza de los que no pudo defenderse). Isaías 53:10..

El texto ya dejó claro que en el contexto de este escrito el siervo de Dios es la nación de Israel/Jacob y eso es claro y contundente.

Israel hace referencia a todos los hijos del pacto que fueron, son y serán fieles a la Torá y Jacob hace referencia los hijos del pacto que desobedecieron y desobedecen la Ley de Dios. Es muy claro en el texto, ya se lo demostré. Por otro lado, no es difícil ver el contexto en que se escribió esta sección de libro (caps 40 a 55) que fue al final de exilio en Babilonia y que no fue escrito por el Isaías inicial (eso es claro). Estaba hablando de que ese Israel fiel fue llevado cautivo (Por ejemplo los profetas como Jeremías y Ezequías, como el líder Daniel y sus tres amigos entre otros muchos que padecieron el mismo destino de cautividad) junto al Jacob (aquellos que por sus transgresiones y errores llevaron al reino de Judá a la destrucción militar y política). En fin, ese Israel pagó también por las transgresiones (no pecados) de los que si transgredieron (el pueblo judío no del mundo entero), etc.

Si usted allí desea y le hace mejor persona ver a Jesús le aseguro que a mi no me molesta o incomoda, pero usted tiene que aceptar que es una creencia suya. Yo leo el texto en el idioma original, conozco la historia de mi pueblo, conozco el contexto histórico del texto, entiendo la estructura literaria usada y lo más importante aún es que siempre el texto ha dejado claro que el siervo de Dios al que hace referencia es Israel/Jacob.

Acontecerá en aquel día que las naciones acudirán a la raíz de Isaí, que estará puesta como señal para los pueblos, y será gloriosa su morada. Entonces acontecerá en aquel día que el Señor ha de recobrar de nuevo con su mano, por segunda vez, al remanente de su pueblo que haya quedado de Asiria, de Egipto, de Patros, de Cus, de Elam, de Sinar, de Hamat y de las islas del mar. Alzará un estandarte ante las naciones, reunirá a los desterrados de Israel, y juntará a los dispersos de Judá de los cuatro confines de la tierra. Isaías 11:10-12.

No comprendo cómo desea usar este pasaje, por favor explíqueme.

Respeto tu punto de vista, pero no lo comparto.

Estamos conversando como caballeros y esta es la idea que dialoguemos en respeto mutuo.
 
¿Se ha convertido esta casa, que es llamada por mi nombre, en cueva de ladrones delante de vuestros ojos? He aquí, yo mismo lo he visto--declara el SEÑOR. Jeremias 7:11

El naví está dando un mensaje al pueblo (una prédica en el lenguaje usado por los cristianos), claramente este contexto es distinto y la corrupción que había en la corte y el Templo eran evidentes. De hecho, el profeta estaba refiriéndose a los cultos paganos que estaban llevándose a cabo allí.

¿Cuáles fueron los testigos de Jeremias?

Usted está confundiendo dar un exhortación con una acusación de juicio, un llamado a corregir el camino con un ataque contra mercaderes que tenían asignado un lugar por mandato de Dios en La Torá para ejercer su función. En definitiva usted no ve la diferencia entre una nevu'a y una acusación de juicio punible. Su comparación es errónea.

Cordial saludo, bendiciones.

Cordial saludo y bendiciones.
 
El texto ya dejó claro que en el contexto de este escrito el siervo de Dios es la nación de Israel/Jacob y eso es claro y contundente.

Israel hace referencia a todos los hijos del pacto que fueron, son y serán fieles a la Torá y Jacob hace referencia los hijos del pacto que desobedecieron y desobedecen la Ley de Dios. Es muy claro en el texto, ya se lo demostré. Por otro lado, no es difícil ver el contexto en que se escribió esta sección de libro (caps 40 a 55) que fue al final de exilio en Babilonia y que no fue escrito por el Isaías inicial (eso es claro). Estaba hablando de que ese Israel fiel fue llevado cautivo (Por ejemplo los profetas como Jeremías y Ezequías, como el líder Daniel y sus tres amigos entre otros muchos que padecieron el mismo destino de cautividad) junto al Jacob (aquellos que por sus transgresiones y errores llevaron al reino de Judá a la destrucción militar y política). En fin, ese Israel pagó también por las transgresiones (no pecados) de los que si transgredieron (el pueblo judío no del mundo entero), etc.

Si usted allí desea y le hace mejor persona ver a Jesús le aseguro que a mi no me molesta o incomoda, pero usted tiene que aceptar que es una creencia suya. Yo leo el texto en el idioma original, conozco la historia de mi pueblo, conozco el contexto histórico del texto, entiendo la estructura literaria usada y lo más importante aún es que siempre el texto ha dejado claro que el siervo de Dios al que hace referencia es Israel/Jacob.



No comprendo cómo desea usar este pasaje, por favor explíqueme.



Estamos conversando como caballeros y esta es la idea que dialoguemos en respeto mutuo.

Fue oprimido y afligido, pero no abrió su boca; como cordero que es llevado al matadero, y como oveja que ante sus trasquiladores permanece muda, no abrió El su boca. Isaías 53:7.

Durante el camino a su muerte cargando el pesado madero Jesucristo no abrió su boca.

¿Guardó silencio la nación de Israel o lo guarda ante las agresiónes que ha sufrido o sufre?

Además Isaías 11:10-12 indica que la restauración de Israel va ligada a la presencia del Mesías. En ese sentido decir Israel es decir el Mesías.