Todo país, toda sociedad, toda cultura... tiene sus leyes, normas de conducta, y ética moral. Y todo hombre y mujer, sabe muy bien qué tiene que hacer o no hacer, para ser considerado "bueno" y cómo "obrar el bien", según las mismas, a los ojos de la sociedad donde vive, y según su propia cultura, que difiere de unas sociedades a otras. Y no, Dios ni influye en unos, ni en otros. Es la ley, y las normas de conducta, las que establecen qué está bien y qué está mal. E igualmente, la Ley de Dios, establece para los que son su pueblo, que está bien, y qué está mal. Quedando en el libre albedrío de cada persona en particular y en su libre decisión y elección; qué camino tomar, qué decidir, y cómo obrar.
Una y otra vez están negando el libre albedrío, y mostrando a los hombres y mujeres como simples marionetas que, según quién mueva en ellos los hilos —Dios o Satanás— obran de un modo u otro para bien o para mal. Y no es así, es cada persona en particular quien, siempre, decide libremente como obrar, si conforme a las leyes y normas de conducta y ética moral, o no.
Pero lo más grave de todo, porque es señal de que no han nacido de nuevo, lo es el hecho que aún no se han dado cuenta de que no hay ni uno solo bueno, ni un solo justo, a los ojos de Dios. NI UNO SOLO. Por mucho bien que uno haga en su vida, por mucho que se esfuerce en cumplir las leyes y normas, basta con incumplir un único mandamiento, una única vez, para merecer la muerte. Un único mandamiento de Dios incumplido, y toda supuesta obra buena llevada a cabo queda invalidada, y nada más resta la condenación. Es cuando esto se entiende, que uno mismo ve en él, la necesidad de un Salvador, de Jesucristo, el Señor.