Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.
Tomado de "Los Papas de la Edad Antigua y Medieval"
por Luis Suárez
Catedrático de Historia Medieval. Miembro de la Real Academia de la Historia
Liberio (Papa desde el 17 de mayo 352 al 24 de septiembre de 366)
Las disputas teológicas.
La querella cristológica, una vez que los emperadores eran oficialmente cristianos, llegaba a su punto culminante: se trataba de acomodar el pensamiento helenístico, todavía muy vivo (Juliano, 361-363, sucesor de Constante II, 337-350, recurriría a él en su proyecto para prescindir del cristianismo en la reconstrucción del Imperio), a la fe cristiana. Constancio II, convertido en emperador único, estaba absolutamente decidido a luchar en esta línea, favoreciendo un arrianismo mitigado, por razones políticas: evitar la tremenda disociación que el cristianismo reclamaba. Liberio, nacido en Roma, se mostró defensor absoluto del Símbolo de Nicea, que garantizaba una fe en la divinidad de Jesucristo (omousios = consustancial al Padre), pero buscaba también vías de entendimiento entre las Iglesias. Pidió al emperador Constancio, como solución, la convocatoria de un concilio que decidiese, como ya sucediera en Nicea. Los consejeros de Constancio se mostraban vehementes enemigos de San Atanasio, en quien veían el principal protagonista de la radical oposición.
Los obispos occidentales se mostraron cada vez más partidario de san Atanasio; algunos de ellos escribieron al Papa pidiendo que se opusiera a su deposición. Constancio II aceptó la propuesta de convocatoria de un concilio, señalando la ciudad de Arles y el año 353; le influían poderosamente Ursacio y Valiente, que no habían renunciado a su posición antiniceana. La asamblea no se ocupó de aclarar la doctrina, sino de juzgar a Atanasio. Las presiones fueron tan fuertes que incluso los legados pontificios acabaron admitiendo la sentencia condenatoria. Liberio protestó, desautorizando a sus legados y reclamando una nueva convocatoria del concilio, esta vez en Milán (octubre 355). Se había producido entre los arrianos una división: mientras que los radicales afirmaban que Cristo era anomoios (= desemejante al Padre), un sector mayoritario se mostraba dispuesto a admitir una cierta omoia (= semejanza), aunque no extensiva a la esencia divina. Nuevamente en Milán triunfó la maniobra de centrar los debates en torno a la personia de Atanasio y no en la doctrina. Quienes se negaron a ratificar la sentencia, fueron desterrados. Tropas imperiales ocuparon Alejandría para capturar al "terco" patriarca, que pudo huir al desierto. Liberio fue conducido a Milán y, cuando se negó a capitular, se le aplicó la pena reservada a los funcionarios desobedientes: el confinamiento en Beroea (Tracia).
Cuando un funcionario imperial, culpable de desobediencia, era desterrado, perdía automáticamente su oficio. Así se hizo con Liberio: los partidarios del emperador procedieron a elegir un nuevo papa, Félix, el cual tardó bastante tiempo en aceptar, consciente de la impopularidad que despertaba su persona. El emperador se encontraba ante un nuevo problema: la consagración de Félix por tres obispos arrianos provocó un verdadero levantamiento en Roma: sus calles eran campo de una guerra civil. Constancio pensó que era conveniente propiciar el regreso de Liberio, haciéndole aceptar una fórmula, lo cual al parecer consiguió a principios del año 357. Así surge "la cuestión del Papa Liberio", que sería esgrimida en el Concilio Vaticano I como un argumento contra la infalibilidad pontificia. La pregunta es: ¿capituló el papa sometiéndose a una doctrina no ortodoxa? Sozomenos dio ya una explicación que dejaba a salvo la integridad del papa, aunque autores como San Anastasio, san Jerónimo o Filostorgia hablan de una verdadera capitulación.
La cuestión de Liberio.
G. Moro ("La cuestión del papa Liberio", Revista Eclesiástica, 1936) entiende que para comprender lo sucedido es necesaria una referencia a los debates internos de los arrianófilos. Éstos, reunidos en Ancira (Ankara) en el año 358 habían hallado una fórmula que permitía decir de Cristo que era omoiousios (=semejante en esencia al Padre), la cual, traducida al latín, parecía compatible con la ortodoxa. Esta fórmula, conocida como la "tercera de Sirmium", fue la presentada precisamente en esta ciudad (la actual Mitrovica) y pudo ser aceptada por este. Quedaban matices muy fundamentales, pero había una posibilidad de entendimiento, algo que el propio Liberio buscaba. Los arrianos la rechazaron.
Constancio II autorizó el retorno de Liberio a Roma, aunque imponiendo la condición de que Félix conservara su condición de obispo, estableciéndose una especie de diarquía. El papa fue recibido con grandes aclamaciones ("un Dios, un Cristo, un obispo") y Félix tuvo que huir de la ciudad. Le debilitación del prestigio de Liberio fue la consecuencia de tan desdichados sucesos. Cuando el año 359 el emperador convocó un concilio en Rímini para intentar imponer en Occidente sus puntos de vista, no invitó al papa. Bajo la dirección de Constancio y de su equipo, la templada "tercera fórmula de Sirmium" parecía triunfar, revelando además que la "semejanza" se inclinaba más del lado de la distinción entre las esencias del Padre y del Hijo que del de la identidad. En este momento falleció Constancio II (3 de noviembre del 361) y su sucesor, Juliano, al rechazar a la Iglesia -será llamado "apóstata"- la dejó al mismo tiempo en libertad para resolver sus querellas. Liberio recobró la dirección y su energía. Restableció la comunión con Atanasio, que pudo regresar a Alejandría. En esta ciudad se reunió un sínodo que, reclamando el Símbolo de Nicea, acordó sin embargo medidas conciliatorias para que los disidentes pudieran retornar sin traumas a la unidad. Liberio operó de la misma manera: invitó a la comunión a todos los presentes en Rimini con la única salvedad de que debían aceptar el Símbolo de Nicea. Desde el 366 dicho Símbolo iba a convertirse en signo de identidad para la Iglesia universal.
Aunque la memoria posterior le haya sido desfavorable, hasta el punto de omitirse su nombre en la lista de santos, es evidente que su pontificado se cerró con un gran servicio a la unidad de la Iglesia y que su transitoria debilidad dialogante fue eficaz a la hora de evitar una ruptura entre Oriente y Occidente.
-----
Hale, a ver quién es el que rebate eso