Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.
XXI.- Entrega
Falsificaciones.-
Observando, de una manera analítica, todo el sistema papal de monarquía universal, ya la manera como se fue construyendo durante siete siglos, (remarco de nuevo que Döllinger escribió en la época del concilio Vaticano I y que en aquel entonces recibió el empuje final con la definición dogmática la presunta infalibilidad papal) es posible distinguir claramente las piedras separadas de que está compuesto el edificio. Durante mucho tiempo todo lo que se hizo fue interpretar el concilio de Sárdica para extender la jurisdicción de la apelación al Papa a lo que podría incluirse en la expresión general y elástica de “causas mayores”. Pero desde finales del siglo las pretensiones papales habían adelantado hasta un punto que iba mucho más allá, como consecuencia de la actitud tomada por León y Gelasio y desde entonces empezó la carrera de falsificaciones sistemáticas manufacturadas en Roma, aunque a veces originadas en otras partes pero adaptadas y utilizadas siempre allí.
La conducta de los papas desde Inocencio y Zoísmo, citando constantemente Sárdica y su canon sobre las apelaciones como si fuese un canon de Nicea tenía el deliberado propósito de insertar en los manuscritos romanos del sexto canon de Nicea que “la Iglesia de Roma ha tenido siempre la supremacía”. En el original de este canon de Nicea no hay NI UNA SOLA SILABA de la frase citada. (Mansi, Concil. VII. 444)
Hacia finales del siglo V y comienzos del VI, el proceso de las falsificaciones y los inventos en bien de los intereses de Roma tuvo una amplia actividad. Comenzó entonces la recopilación de las actas espúreas de los mártires romanos, que continuó durante algunos siglos, y que la crítica moderna, incluso en Roma, ha obligado abandonar, como es el caso, por ejemplo, de Pepebroch, Ruinart, Orsi y Saccaarelli. La fabulosa historia de la conversión y bautizo de Constantino fue inventada para glorificar a la Iglesia de Roma y hacer aparecer así al Papa Silvestre como obrador de milagros. Luego, tenía que establecerse la inviolabilidad del Papa, y el principio de que él no puede ser juzgado por ningún tribunal humano, sino solamente por sí mismo. Cuatro años antes de 514, Roma fue el escenario de una contienda sangrienta sobre esta cuestión; los partidarios de Símaco y su rival Laurencio se mataron entre ellos por las calles, y el godo arriano, rey Teodorico, fue tan mal juez como el emperador que era odiado en Roma. Las actas del Concilio de Sinuesa y la leyenda del Papa Marcelino fueron fraguadas allí, además de la decisión del sínodo de 284 obispos, que pretendía haber tenido lugar bajo su presidencia en 321 en Roma, mientras que todavía estaban frescas en las mentes las escenas sangrientas de ejecución de clérigos por sus crímenes. Allí de nuevo, fue inculcado el principio de que nadie puede juzgar a la primera Sede. (Append. Ad. Epp. Hom. (ed, Coustant), p. 38)
Otros relatos fueron compuestos en Roma en el mismo rudo latín, tales como “Gesta Liberti”, designado para confirmar la leyenda del bautismo de Constantino en Roma, y presentar al Papa Liberio como purificado de su herejía por el arrepentimiento y agraciado con un milagro divino. De la misma suerte eran las “Gestas del Papa Sixto III y la historia de Polychronio , en donde se acusa al Papa, pero en donde también sigue inmediatamente la condena del acusador, como también del acusador del fabuloso Polychronio , obispo de Jerusalén. Estas composiciones a principios del siglo VI, todas de la misma clase, hacían referencia a la actitud de Roma respecto a la Iglesia de Constantinopla. Era el período de la larga interrupción entre Oriente y Occidente causado por el “Henoticon” (484─519), cuando Félix citó incluso al Patriarca Acacio a Roma, y el Papa Gelasio, alrededor del 495, insultó por primera vez a los griegos y su canon 28 de Calcedonia, afirmando que cada concilio debe ser confirmado por el Papa y cada Iglesia juzgada por Roma, aunque ésta no lo puede ser por nadie. No era mediante cánones, como se afirmaba el concilio de Calcedonia, sino por la palabra de Cristo, que recibió Roma el primado (“Mansi. VIII. 54) En esto fue más allá de todas las pretensiones de sus predecesores. De allí vienen las invenciones fraguadas en Roma después de su muerte; una carta del concilio de Nicea rogando al Papa Silvestre su confirmación, y la confirmación dada por éste y un sínodo romano; la declaración de Sixto III, en las actas, de que el Emperador había convocado el Concilio por la autoridad del Papa; la historia de Polychronio, mostrando al Papa, ya en 435, sentado para hacer el juicio a un Patriarca oriental; y por último la fabulosa historia del Sínodo habido bajo Silvestre, que adoptó las afirmaciones de Gelasio acerca del divino origen de la primacía romana y confirmó la orden de precedencia de las Iglesias de Alejandría y Antioquia después de Roma, no haciendo mención de Constantinopla, subvirtiendo así los cánones de los Concilios Ecuménicos de 381 y 451 que daban a ésta la precedencia (Estos documentos están impresos de MSS, del siglo VIII en “Elementa Juris Canon”, de Amort., II. 432─486) Mientras esta tendencia a falsificar documentos era tan fuerte en Roma, es notable observar que por espacio de mil años no se hizo ningún intento de formar una colección de cánones propios, tales como los orientales tenían ya desde el siglo V. y eso resulta claro si tenemos en cuenta que durante mucho tiempo Roma tomó muy poca parte en la legislación eclesiástica. Se hizo, sin duda, constante apelación a los cánones de los Concilios y Roma hizo saber su resolución de observarlos con todo su poder y por su constante ejemplo: aunque el canon que Roma tenía principalmente en su corazón era el tercero de Sárdica, pero Oriente no aceptó nunca los cánones de Sárdica. Cuando Dionisio dio a la iglesia romana su primera Colección de cánones relativamente amplia, es decir: su traducción de los cánones griegos, con los africanos y los de Sárdica, mas de veinte Sínodos habían tenido lugar en Roma desde el 313, pero no pudo encontrar actas de los mismos.
Después de todo esto no hay la menor duda de cuando el anticristo comenzó a pervertir la iglesia romana mediante el ansia de poder de sus papas. Salvo raras excepciones todos los Papas romanos han caído en este pecado. Una muestra además que hace evidente que de cristianos no tenían más que el nombre. De haberlo sido jamás habrían olvidado las palabras de Jesús:
“Mi reino no es de este mundo”.