Constantino declaró que se había convertido al llamado cristianismo, sin duda debido tanto a factores políticos como religiosos. Por lo tanto le era muy molesto ver esta división doctrinaria, pues la consideraba como una amenaza a la unidad de su imperio. Como Pontífice Máximo, es decir, el principal gobernante religioso, convocó el primer Concilio ecuménico en Nicea en 325 E.C. Aunque todavía no había sido bautizado como cristiano, presidió sobre este concilio al que solamente vinieron 318 obispos; con sus servidores es posible que hubiera una concurrencia de entre 1.500 y 2.000 personas.
Durante unos dos meses los trinitarios y los arrianos disputaron, los trinitarios a menudo recurrieron a tácticas de extrema intolerancia. Constantino, notando que los trinitarios formaban la mayoría, decidió a favor de ellos. Él “aplastó la oposición entre los obispos y exigió la firma de todos los presentes bajo pena de proscripción. Solamente dos obispos de Libia rehusaron; junto con Arrio y los sacerdotes que permanecieron fiel a él, fueron exhilados a Ilírico,” un territorio que corresponde a la Yugoslavia occidental del día actual. Los escritos de Arrio fueron confiscados, quemados, y se advirtió a todos en contra de poseer cualquiera de ellos, bajo pena de muerte.
Pero el triunfo de Atanasio y de sus trinitarios fue de corta duración. Constantino, quien había decidido a favor de los trinitarios, muy probablemente por razones políticas, estaba muy dispuesto a cambiar cuando el clima político pareciera variar. Y así sucedió cuando Constantino, solo unos pocos años más tarde, mudó su capital a Bizancio y construyó la ciudad que lleva su nombre, Constantinopla. Aquí el arrianismo estaba fuerte, los obispos de esta zona habían firmado la declaración de Nicea solamente debido al temor.
El principal obispo de Constantinopla, Eusebio de Nicomedia, era un arriano y él logró hacer que Constantino cambiara, por así decirlo, de caballos doctrinales. Ahora fueron los trinitarios los que fueron proscritos. En 335 Constantino desterró a Atanasio a Treves, en Galia (Francia). Poco después, y antes de morir, Constantino fue bautizado por el obispo arriano Eusebio.
Constantino dejó el imperio a sus herederos, algunos sobrinos y sus tres hijos, Constantino II, Constancio y Constante. Los hijos de inmediato se deshicieron de los otros herederos y después lucharon entre sí mismos. El que finalmente salió vencedor fue Constancio, un arriano convencido que gradualmente ganó control sobre todo el imperio, oriental y occidental, a la muerte de sus hermanos trinitarios. Decidido a hacer progresar el arrianismo, ordenó que los obispos trinitarios fueran reemplazados por obispos arrianos, cambios que hicieron que un historiador pagano de ese tiempo se burlara acerca de que “las carreteras estaban cubiertas de obispos al galope.”
Finalmente ganan los trinitarios
Sin embargo, esta dominación arriana duró solamente hasta la muerte de Constancio, pues los trinitarios todavía formaban la mayoría. Esto no debería parecer sorprendente debido a que Satanás es el “dios de este sistema de cosas,” y por lo general el error es más popular que la verdad. (2 Cor. 4:4) Otra razón por la cual los arrianos perdieron es que ellos mismos no estaban unidos. No apoyaron una declaración o credo en común que expresara sus creencias ni tampoco tenían un cuerpo gobernante al cual apelar. Así es que estaban divididos, ¿y cómo puede ‘permanecer en pie una casa que está dividida contra sí misma’?—Mat. 12:25.
Pero tal vez entre otras cosas lo que hizo que los trinitarios vencieran a los arrianos, fue el hecho de que los primeros estaban siempre dispuestos a recurrir a la violencia y a la fuerza para lograr sus metas. Cuando Arrio se levantó para hablar en el Concilio de Nicea, se nos dice que un cierto Nicolás de Mira lo golpeó en la cara, y, mientras Arrio estaba hablando, muchos de los obispos trinitarios se metieron los dedos en los oídos y salieron corriendo como si estuvieran horrorizados ante sus herejías. Otra cosa que fue característica de la intolerancia de los trinitarios, fue la huelga de brazos caídos que Ambrosio, el obispo de Milán, maniobró para evitar que ni siquiera un edificio eclesiástico de su ciudad fuera entregado a los arrianos, según lo había ordenado el emperador Valentiniano. Ambrosio hizo que su rebaño permaneciera en el edificio día y noche, cantando canciones por dos semanas, hasta que el emperador finalmente cedió a su demanda.
Un testimonio similar al hecho de que la violenta intolerancia de los trinitarios era un arma eficaz en contra de los arrianos, lo dan las declaraciones contrastantes que hicieron dos de los más notables gobernantes ‘bárbaros’ germánicos. Clovis, rey de los francos, que abrazó la ortodoxia católica romana y por lo tanto el trinitarismo, procedió en contra de los visigodos arrianos de Galia, diciendo: “Me apena que estos arrianos posean parte de Galia. Marchemos, con la ayuda de Dios, y sojuzguémoslos.” Y ciertamente que los sojuzgó. Con respecto a la siega que siguió a su siembra de intolerancia, leemos que “es un relato de crueldad, avaricia, y traición, de reyes depravados y reinas vengativas, para quienes [el papa] Gregorio encontró excusas debido a su defensa de la ortodoxia católica.”
En extraordinario contraste a la intolerancia del ortodoxo Clovis está el arriano Teodorico, rey de los ostrogodos. Zenón, el emperador romano en oriente, lo comisionó a apoderarse de la península italiana, pues durante ese tiempo ésta estaba ocupada por un rey que no reconocía a Zenón como gobernante sobre tanto la parte oriental como la occidental del Imperio Romano. Teodorico conquistó a Italia, pero, en cuanto a religión, su política fue: “La religión es un asunto en el que el rey no puede ordenar, porque no se puede obligar a ningún hombre a creer en contra de su voluntad.”
Otro factor que obró a favor de los trinitarios fue el del monacato, esto es, el hacer que los hombres llevaran vidas célibes en monasterios. Atanasio fue el primer teólogo católico romano de prominencia que promovió el monacato. Los monjes no solo eran una fortaleza del trinitarismo, sino que siempre estaban dispuestos a recurrir a la violencia en su celo por sus creencias trinitarias.
El hecho de que los guerreros germánicos que invadieron el Imperio Romano, tanto en su parte oriental como occidental, eran arrianos, también obró a favor de los trinitarios. ¿Por qué razón eran arrianos estos ‘bárbaros’? Porque habían sido convertidos por un obispo arriano, Ulfilas. Así es que el favorecer el arrianismo se consideraba como simpatizar con estos invasores.
Tal vez el golpe más serio en contra de los arrianos lo dio el emperador Teodosio. Mediante los edictos oficiales de 391 a 392 E.C., él impuso la ortodoxia católica romana sobre todos los “cristianos” y privó a los arrianos, así como a todos los paganos, de sus casas de adoración. Dice un historiador: “El triunfo legal de la iglesia sobre la herejía [arrianismo] y el paganismo y su evolución de una secta perseguida a una iglesia estatal perseguidora estaba completo.”