Estimado Palestra. Saludos cordiales.
De Daniel 8 (y 9) aprendemos que este juicio, que es equivalente a la purificación del santuario, comenzó en 1844.
Saludos cordiales Gabriel147! Aqui doy una exegesis acerca de esta profecia:
Analizando la Profecía de Daniel 8:14
En la edición anterior comenzamos analizando la profecía de Daniel 8:14. Queremos
continuar en el análisis de esta profecía que por la interpretación adventista se ha convertido
en una cruel enseñanza que, como dijésemos anteriormente, se opone al 31. Para poder
interpretar dicha profecía (mal llamada como la Profecía de los 2,300 días) es preciso
entender que ahí no se está hablando de días como es el caso en el libro de Génesis: “Y fue
la tarde y la mañana un día” (Gn. 1:5), sino que se está hablando: “Hasta dos mil trescientos
sacrificios de tarde y de mañana; luego el santuario será vindicado” (Dn. 8:14). Dijimos,
además, en el pasado capítulo, que el contexto requería que la traducción fuera “vindicado” y
no “purificado”. (En el cielo todo es puro, no hay nada que purificar.) En esta ocasión
queremos consignar que es necesario entender a Dios por sus dichos y por sus hechos, y
que, por consiguiente, antes de entrar en señalamientos proféticos en torno a Daniel, vamos a
presentar un estudio, previo al asunto que nos concierne, sobre las prioridades divinas y el
porqué de esas prioridades.
El Tiempo y sus Efectos en la Profecía
La profecía no requiere de una cronometría exacta en términos de tiempo para el
cumplimiento y claridad de la misma. La profecía nunca ha marcado momentos exactos, por
causa de lo impredecible de las acciones de los hombres. En términos generales los hombres
somos muy variables, y aunque Dios sea invariable, la profecía siempre es de carácter
histórico, y viene para la humanidad exclusivamente, no para los ángeles (aunque eso no
implica que los ángeles no puedan tener sus propias profecías, pero la profecía bíblica es para
los hombres). Por consiguiente, Dios, quien no controla al hombre como si este fuese un
maniquí o un “robot” (recuerda que Dios respeta la voluntad de los hombres, pues los creó
individuos hechos a Su imagen y semejanza, esto es, con voluntad propia), simplemente
aguarda porque este, el hombre, por su iniciativa, se empeñe e involucre en viabilizar su parte
a los fines de que la profecía pueda tener un cumplimiento relativamente cercano a los
tiempos en que más beneficio pueda ofrecer al hombre mismo. Dicho de otro modo, los
hombres participan en el cumplimiento de las profecías (excepto una que otra que es
unilateralmente planteada por Dios, a lo cual tiene derecho). Por consiguiente, los hombres
afectan la profecía, dilatándola o adelantándola, con sus acciones presentes. Dentro de estos
distintos cumplimientos de las profecías marcadas en la Escritura, constituyen (los hombres)
un elemento variable o impredecible que no permite, o que adelanta, el cumplimiento de las
profecías en términos de cronología temporal, por ejemplo: Si la Iglesia cumple con presteza
el evangelismo requerido al fin de los tiempos, adelanta la venida de Cristo; pero si se toma
más tiempo en viabilizar el evangelismo final que Dios quiere, dilata la venida del Señor; no es
Dios quien la dilata, sino el hombre. Repetimos que Dios es un ser que no está sometido al
tiempo, es atemporal; es el hombre el que vive en el tiempo, sometido a este. Dicho de un
modo muy práctico, Dios realiza su parte tomando en consideración la criatura, no por
limitación de Sí mismo, sino por la relación que con el limitado hombre tiene. Dios lo que
necesita son acciones en el tiempo por parte del hombre mismo, que constituyen,
paradójicamente, eventos concretos no afectados por el tiempo. Dios vive enfatizando en los
acontecimientos, y no en la cronología temporal. En el caso del hombre es contrario, tiene
que vivir con el tiempo y con las circunstancias que le rodean. Por consiguiente, el tiempo no
es importante para Dios, pero sí lo es para la criatura (entiéndase el hombre) quien, por
necesidad, tiene que aguardar circunstancias específicas para la ejecución de la parte que a
él corresponde. Veamos esto ejemplarizado: Existe un versículo que dice: “Pero cuando vino
el cumplimiento del tiempo, Dios envió...” (Gá. 4:4). Nótese cómo Dios actúa venido el
cumplimiento del tiempo cuando se reúnen unas circunstancias específicas, ocasionadas por
las acciones de los hombres en el tiempo; Dios actuó y envió a su Hijo; pudo enviarlo cuando
le diera la gana, pero Él toma en consideración el hecho antes explicado de que el hombre sí
necesita del tiempo, y actúa entonces en relación con el tiempo dado al hombre y no con
relación a su propio tiempo, pues Dios es eterno. Sin embargo, como la profecía implica una
relación Dios-hombre, Él aguarda por estos y se coloca en sus tiempos sin dejar por eso de
dar prioridad al acontecimiento antes que a la fecha.
El fin ha llegado y evidentemente se está hablando del fin del tiempo para el ser humano, no
para Dios. No es que a Dios se le agotó el tiempo, pero sí Dios determina que el hombre tiene
un tiempo, porque no está dispuesto a aguardar más por el desenfreno que los hombres
seguirían haciendo por los siglos de los siglos si les da más tiempo del debido. Por
consiguiente, Dios se ve obligado a aguardar un tiempo, pero lo hace cesar cuando quiere, y
eso es algo muy claro a la luz de la Escritura. Veamos un ejemplo en Génesis 6:3: “Y dijo
Jehová: No contenderá mi Espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es
carne; mas serán sus días ciento veinte años.”
Sectas como la Iglesia Adventista del Séptimo Día, los Russelistas o Testigos de Jehová, la
Iglesia Universal que dirigía Herbert W. Armstrong y otras, prefieren que los acontecimientos
se cumplan cuando ellos programan una fecha, aunque el acontecimiento se realice de forma
inefectiva; mientras que Dios prefiere que el acontecimiento se cumpla de forma totalmente
efectiva, aunque haya variaciones en el tiempo, pues lo que importa para Dios no es el tiempo
que se tome, sino los efectos que surjan del evento mismo. De manera que debemos
ajustarnos a pensar del modo siguiente: Es mejor que el evento sea radicalmente distinguido
y de beneficios positivos, aunque no sea cronométrico; que el hecho de que sea cronométrico
y no determinantemente beneficioso para sus propósitos. Por eso hay tanto chasco entre los
hombres. Pobrecitos, pensamos que Dios nos falló, pero somos nosotros los que le hemos
fallado.
La mente occidental se caracteriza porque disfruta la exactitud cronométrica y relega el estilo
idiosincrásico del oriente. Cuando la mente occidental razona, se enfatiza en la exactitud,
mientras que la mente oriental disfruta más la claridad de la idea. Por consiguiente, hablar de
individuos occidentales es hablar de personas que hacen énfasis en la revestidura, y no en el
contenido de la idea. Ciertamente que el pueblo escogido para constituirse en depositarios de
la verdad fueron individuos orientales, quienes enfatizan más en la idea y la acción misma,
que en la forma cronométrica a la que se acoge el raciocinio occidental. El individuo oriental,
por ejemplo, ve un bote navegando en el mar, e inmediatamente lo relaciona con una acción
placentera de fresco, de velocidad y de diversión; mientras que para un occidental esa misma
escena constituye detalles como: “¡Qué color bonito tiene el bote!”, “¡Qué tranquilo está el
mar!”, afectando así las ideas y yendo en detrimento de la acción, enfatizando en el
esteticismo de la revestidura externa. Podemos ver, entonces, de esa misma manera que la
profecía se ve afectada por la mentalidad del que la contempla. La mente occidental en vez
de mirar la acción de Dios, mira el tiempo en que Este la realiza, constituyendo entonces la
profecía misma en algo de menor importancia y desvirtuándola eventualmente en su
significación. Con esto hemos querido decir que la mentalidad occidental que posee la Iglesia
Adventista, entre otras, de una cronología exacta en términos de fecha, va en detrimento del
énfasis en la idea y los efectos de la acción que Dios trae. De ese modo, con esa mentalidad,
limitan a una mera historia del pasado los alcances de la profecía, neutralizando el
fundamental y necesario estímulo con que Dios nos quiere mantener; relegando así el
propósito de la profecía misma que lo que propone es el final triunfo para el pueblo de Dios, y
que constituye un recuerdo constante, a manera de estímulo, para que nuestras fuerzas no
disminuyan y nuestra fe sea fortalecida.
En resumen, cuando se logran números exactos entre los hombres, y específicamente entre
los adventistas, se declara: “¡Qué bueno, somos el pueblo!” ¡Nos la comimos!” Mientras que
Cristo desde el cielo dice: ¡Booo! No te permitiste a ti mismo los beneficios amplios que
pretendí ofrecerte, sino que lo limitaste todo a un gozo numérico. ¡Qué gran torpeza! Por no
aceptar “el chasco del 1844” lo hiciste peor, lo alargaste, lo convertiste en un chasco de
grandes proporciones; o sea, de un “chasquito” ahora lo llevaste a “chascón” y, por
consiguiente, preocúpate un montón.
La Profecía de Daniel 8:14
Para comenzar con el pie derecho al interpretar esta profecía, debemos entender un punto
fundamental en torno a la misma. No está hablando el versículo 14 de Daniel 8 de 2,300 días,
sino evidentemente se habla, sin lugar a dudas, de 2,300 sacrificios, que vendrían a ser por
fuerza mayor 1,150 días, pues se hacía dos sacrificios al día. El señalamiento de
“tarde y de
mañana” es una alusión a ese hecho. No es esa aseveración alusiva o similar a los días de la
creación donde se dice que “fue la tarde y la mañana un día” (Gn. 1:5). Sin embargo, ese
señalamiento de Génesis, a pesar de que no es una misma connotación, con todo y eso,
establece nuestro criterio para entender qué cantidad de días hay en 2,300 sacrificios de tarde
y de mañana. Por consiguiente, no hay duda alguna de que el tiempo de la profecía se limita
a 1,150 días o años proféticos.
Conscientes ya de la duración de la profecía, pasemos ahora a componer el rompecabezas.
Debemos preguntarnos: ¿Cómo comienza el cumplimiento de la profecía? ¿Comienza dicho
cumplimiento con un trasfondo o contexto purificador, o con un contexto vindicador? Note
cómo el ángel revelador comienza expresando los actos de la prevaricación asoladora que
efectúa el prevaricador prefigurativo, Antíoco Epífanes, cuando históricamente arrasó con el
templo judío allá para el año 168 a.C. Logró Antíoco profanar el templo y quitar la ofrenda
diaria que ofrecía el pueblo prefigurativa y tipológicamente a Dios, por aproximadamente 42
meses o, lo que es igual, tres años y medio ó 1,150 días. Durante tres años y medio el pueblo
quedó sin el sacrificio continuo, hasta su restablecimiento entre los años 165 y 164 a.C. Esto
dio el cumplimiento literal a la profecía en su contexto histórico. Siempre debemos entender
que la profecía, históricamente hablando, se cumple doblemente o bilateralmente; me explico:
El término prefigurativo implica traer acontecimientos históricos cumplidos en el pasado y que
apunten hacia realidades finales. Antíoco Epífanes es una clara figura de la aniquilación del
templo que habría de realizar a su tiempo el romanismo en términos figurativos; y para
apuntar hacia el futuro es necesario utilizar el método de “día por año te lo he dado”.
Tomemos la autorización que Roma ofreció al sometido cristianismo durante el reinado de
Constantino, quien comenzara a oficializar el cristianismo como la religión aceptada por el
Imperio; obra esta que viabilizó el emperador Teodosio allá para los años 379 a 380, y que
legalizara Justiniano posteriormente. Con Teodosio fue el tiempo que, en términos prácticos,
el cristianismo de aquel entonces comenzó a hacer cuanto quiso en materia religiosa y,
específicamente hablando, comenzó a echar por tierra la verdad cuando colocó en el
sacerdocio la intercesión, en lugar de dejarla donde estaba establecida por Dios, que es en
Cristo —sacerdote según el orden de Melquisedec—, quien entró en el Lugar Santísimo una
vez para siempre, y con una sola ofrenda justificó la raza humana (He. 10:14). Si tomamos
este año (380) como punto de partida, y lo proyectamos hasta 1,150 años después, nos lleva
nada más y nada menos que al 1530, fecha en que la Reforma dirigida por Martín Lutero y
sostenida por su compañero Felipe Melanchton, vindicó el santuario en términos figurativos en
la conferencia de Augsburgo; conferencia esta que marcó el triunfo de Dios, y que ha sido una
de las batallas más exitosas de la guerra que implica el Conflicto de los Siglos, donde se
estableció que sólo el Evangelio o la justicia labrada por Cristo, constituye la base de nuestra
salvación, porque allí se fijó el Calvario como único camino hacia el cielo. Es el equivalente
de señalar que el santuario permanente y perfecto no es otro que el Señor Jesucristo, he ahí
el porqué Pablo señala: “Me preparaste cuerpo” (He.10:5). Que entienda el amigo lector de
un modo claro que los oficios tipológicos que en el santuario terrenal se realizaban
constituyeron actos y creencias que apuntaban hacia la realidad extraordinaria de Cristo, Su
encarnación, Su intercesión y Su obra redentora. Por consiguiente, he ahí la correctísima
interpretación de los 2,300 sacrificios ó 1,150 días. No hay duda alguna que no se debe tomar
esta profecía para hablar de un “Juicio Investigador” en 1844, por razones obvias, sino de
eventos realizados en la historia, que aun cuando no sean cronométricos, apuntan hacia la
realidad final. Te recordamos ahora, amigo lector, que la historia es repetitiva, que los
principios en pugna entre Antíoco y los judíos, entre el Imperio romano y la Reforma, seguirán
repitiéndose en la historia, y ahora, al fin de los tiempos, cobra vida nuevamente el
señalamiento profético que ha marcado el Conflicto de los Siglos. Por consiguiente, estén
todos atentos a esta importante secuela de interpretaciones proféticas, pues nos habremos de
beneficiar todos, y en especial los miembros de la Iglesia Adventista, quienes pueden tener
una alternativa profética y correcta en torno al libro de Daniel. Es evidente, hermano lector,
que el patrón de la historia ha sido repetitivo o circular, no es lineal como presuponen algunos,
y con esto queremos decir que las cosas que pasaron, en principio se repiten, por lo cual
veremos en futuros escritos, de una manera clara, que las alzas y las bajas que Roma ha
tenido en la historia seguirán, entiéndase la trascendencia negativa de los actos de Roma y
las conjuraciones por parte del cielo a esos actos. Como esto sigue habrá repercusiones de
todas estas cosas al fin de los tiempos.
Muchas bendiciones Gabriel!