Re: ¿Cuando fue el ladron al Paraiso?
Es inútil fomentar la razonabilidad si lo que está presente en la actual sociedad netamente materialista no contribuye a ello. Si los medios que utilizan para pregonar el mensaje salvador se limitan a “informar” de lo que piensan o dicen unos y otros, escogiendo para ello a quienes representan las posturas más extremas y vociferantes (representativas, por su parte, de la realidad religiosa, no así social), no están fomentando la razonabilidad sino más bien la exacerbación colectiva. En esta diaria lucha sin “cuartel” el que piensa en la apuesta por la tolerancia mutua, es quien más pierde como creyente en principios totalmente desconocidos para el mundo, pues se le exige que renuncie a más cosas, incluso se le está pidiendo que acepte como moralmente legítimas, decisiones que repugnan a su fe y que comprometen su relación con Dios.
Cuanto más restrictivo es el pensamiento humano, más difícil le será dar por buenas las opiniones abiertas y laxas de quienes las pregonan. Pero en ética y moral el problema tiene una única solución: sólo es una obligación moral lo que es universal, no desde el fanatismo, sino desde una abierta razonabilidad. Por eso conviene profundizar en ese valor, tanto para ponerlo en práctica como para evitar que sea la discusión no “razonable” la que, de hecho, articule los más enconados prejuicios que critican y denigran a diario y al calor impropio de una infame contienda ideológica, socavando las bases fundamentales que dan forma a la identidad que nos distingue. Ante un mundo incrédulo con su excesiva religiosidad pregonada por todo lo alto creyendo que con solo “alabar” al “Gran Maestro” y diciéndole “Señor, Señor”, dan por concluida su responsabilidad y obligación que tienen para con Él.
Hablan en su propia ignorancia personal del aparecimiento a finales del siglo XVIII y principios del XIX de sectas subversivas que arremetieron a su juicio contra la “bella tonada” que durante 1800 años fue monopolio casi exclusivo de los infames remedos del cristianismo apostólico, y a quienes los “hoy” entusiastas e inquisitivos descendientes, desean emular lanzando acusaciones a granel, amenazando con el “infierno” ardiente como implacable castigo; acusaciones adornadas con todo tipo de histrionismos ideológicos como los verdaderos actores modernos que pretenden ofrecer un espectáculo deprimente a la razón, no importa, pero tratando de infligir todo el daño posible sin ninguna consideración para de nuevo hacer historia como aquella otra, que a un mismo “ritmo” van copiando del original de donde provienen, perpetuando el salvajismo ideológico llevado al más conspicuo de los extremos, asesinando a sangre fría a cuantos consideraron los “herejes” contrarios a la religión oficial de quienes usurparon por la fuerza la gloria del Trono del Cristo, convirtiéndolo en un Reino de terror de este mundo. Estos propiciadores, gobernantes infames y religiosos mercaderes del error, lo enaltecen y se escudan siempre en el “Manto Sagrado del Mártir del Calvario.
Lo irónico del caso es que ahora pretenden silenciar el ruido ensordecedor de semejante culpa distrayendo a las nuevas generaciones de que esas “sectas” disconformes con la tonada que ya habían hecho suyas, son las culpables de la oleada “hereje” moderna en contra del Príncipe de Paz cuando se olvidan de manera impresionante en lo que se han convertido, exactamente, en una copia fiel de aquellos infames voceros que pervirtieron el evangelio de Jesús, confiriéndole más de lo debido, haciéndolo igual al Padre por quien murió y a quien siempre obedeció hasta el final, negándole al Hijo de Dios la veracidad de sus propias palabras que con derroche de gran respeto, siempre estableció su condición de Hijo, menor que el Padre, a quien él mismo adoraba y por quien también asumió el peso de la responsabilidad de llevar sobre sus espaldas, los pecados del mundo entero.
Pero la historia es la que nos enseña siempre y nos dirige por el verdadero sendero del entendimiento que hoy pretenden continuar con los relajos de la “fiestecita” que iniciaron hace ya casi dos milenios y que ha venido “de mano en mano”, de “iglesia en iglesia”, no importa de dónde vinieron ni cuáles bases sustentan su fe, sino que, a ultranza y en tropel, no desean abandonar al Cristo que se han inventado a su gusto y medida, cuya sencilla enseñanza llegó al corazón de los dispuestos y amantes de la verdad escondida en sus almas, contra todos aquellos que le calumniaron, le agredieron y le destruyeron su humanidad, como bien lo relata la Cyclopædia de M’Clintock y Strong en su análisis histórico de esa institución religiosa conocida como la “cristiandad”, dijo en parte: “la simplicidad del Evangelio fue corrompida al introducirse ostentosos ritos y ceremonias; cuando se confirieron honores y emolumentos mundanos a los maestros del cristianismo, y el reino de Cristo en gran medida fue convertido en un reino de este mundo.”—tomo 2, pág. 488.
Es inútil fomentar la razonabilidad si lo que está presente en la actual sociedad netamente materialista no contribuye a ello. Si los medios que utilizan para pregonar el mensaje salvador se limitan a “informar” de lo que piensan o dicen unos y otros, escogiendo para ello a quienes representan las posturas más extremas y vociferantes (representativas, por su parte, de la realidad religiosa, no así social), no están fomentando la razonabilidad sino más bien la exacerbación colectiva. En esta diaria lucha sin “cuartel” el que piensa en la apuesta por la tolerancia mutua, es quien más pierde como creyente en principios totalmente desconocidos para el mundo, pues se le exige que renuncie a más cosas, incluso se le está pidiendo que acepte como moralmente legítimas, decisiones que repugnan a su fe y que comprometen su relación con Dios.
Cuanto más restrictivo es el pensamiento humano, más difícil le será dar por buenas las opiniones abiertas y laxas de quienes las pregonan. Pero en ética y moral el problema tiene una única solución: sólo es una obligación moral lo que es universal, no desde el fanatismo, sino desde una abierta razonabilidad. Por eso conviene profundizar en ese valor, tanto para ponerlo en práctica como para evitar que sea la discusión no “razonable” la que, de hecho, articule los más enconados prejuicios que critican y denigran a diario y al calor impropio de una infame contienda ideológica, socavando las bases fundamentales que dan forma a la identidad que nos distingue. Ante un mundo incrédulo con su excesiva religiosidad pregonada por todo lo alto creyendo que con solo “alabar” al “Gran Maestro” y diciéndole “Señor, Señor”, dan por concluida su responsabilidad y obligación que tienen para con Él.
Hablan en su propia ignorancia personal del aparecimiento a finales del siglo XVIII y principios del XIX de sectas subversivas que arremetieron a su juicio contra la “bella tonada” que durante 1800 años fue monopolio casi exclusivo de los infames remedos del cristianismo apostólico, y a quienes los “hoy” entusiastas e inquisitivos descendientes, desean emular lanzando acusaciones a granel, amenazando con el “infierno” ardiente como implacable castigo; acusaciones adornadas con todo tipo de histrionismos ideológicos como los verdaderos actores modernos que pretenden ofrecer un espectáculo deprimente a la razón, no importa, pero tratando de infligir todo el daño posible sin ninguna consideración para de nuevo hacer historia como aquella otra, que a un mismo “ritmo” van copiando del original de donde provienen, perpetuando el salvajismo ideológico llevado al más conspicuo de los extremos, asesinando a sangre fría a cuantos consideraron los “herejes” contrarios a la religión oficial de quienes usurparon por la fuerza la gloria del Trono del Cristo, convirtiéndolo en un Reino de terror de este mundo. Estos propiciadores, gobernantes infames y religiosos mercaderes del error, lo enaltecen y se escudan siempre en el “Manto Sagrado del Mártir del Calvario.
Lo irónico del caso es que ahora pretenden silenciar el ruido ensordecedor de semejante culpa distrayendo a las nuevas generaciones de que esas “sectas” disconformes con la tonada que ya habían hecho suyas, son las culpables de la oleada “hereje” moderna en contra del Príncipe de Paz cuando se olvidan de manera impresionante en lo que se han convertido, exactamente, en una copia fiel de aquellos infames voceros que pervirtieron el evangelio de Jesús, confiriéndole más de lo debido, haciéndolo igual al Padre por quien murió y a quien siempre obedeció hasta el final, negándole al Hijo de Dios la veracidad de sus propias palabras que con derroche de gran respeto, siempre estableció su condición de Hijo, menor que el Padre, a quien él mismo adoraba y por quien también asumió el peso de la responsabilidad de llevar sobre sus espaldas, los pecados del mundo entero.
Pero la historia es la que nos enseña siempre y nos dirige por el verdadero sendero del entendimiento que hoy pretenden continuar con los relajos de la “fiestecita” que iniciaron hace ya casi dos milenios y que ha venido “de mano en mano”, de “iglesia en iglesia”, no importa de dónde vinieron ni cuáles bases sustentan su fe, sino que, a ultranza y en tropel, no desean abandonar al Cristo que se han inventado a su gusto y medida, cuya sencilla enseñanza llegó al corazón de los dispuestos y amantes de la verdad escondida en sus almas, contra todos aquellos que le calumniaron, le agredieron y le destruyeron su humanidad, como bien lo relata la Cyclopædia de M’Clintock y Strong en su análisis histórico de esa institución religiosa conocida como la “cristiandad”, dijo en parte: “la simplicidad del Evangelio fue corrompida al introducirse ostentosos ritos y ceremonias; cuando se confirieron honores y emolumentos mundanos a los maestros del cristianismo, y el reino de Cristo en gran medida fue convertido en un reino de este mundo.”—tomo 2, pág. 488.