Respuesta a Mensaje # 608:
1 – El título del epígrafe fue prolijamente estudiado, ya que no me interesaba negarle santidad a la sangre ni sacralidad a la vida que representa, sino el “cuán” o cuánto, es decir, que siéndolo –como por simple deducción convinimos-, no lo era más ni en forma especial a destacarse por sobre otras muchas cosas a las que las Escrituras expresamente llama de “santas” y “sagradas”. De este modo, el repetido alegato de los TJ a que Dios considera la sangre santa y sagrada, al grado de prohibir las transfusiones, quedaba desactivado.
2 – No solamente entre el pueblo judío antiguo la boca era el único conducto conocido para comer, sino que lo sigue siendo hoy día entre todos los pueblos del mundo, incluso los más atrasados. Los pigmeos de África y aborígenes del Amazonas también lo entienden así, aunque usan de veneno en las puntas de sus dardos que lanzados por cerbatanas penetran el cuerpo de sus presas o enemigos, matándolos o inmovilizándolos. Ellos saben diferenciar entre el comer por la boca y el meter en el cuerpo.
3 – Lo que tácitamente cualquier humano racional reconoce, es que todo lo que se come se mete al cuerpo; mientras que no todo lo que se mete al cuerpo es por la boca, pues los que conviven con balas en su cuerpo que les fueron disparadas, nunca las comieron.
La prohibición literal de no comer sangre la traduces ahora como que “no se debe ingerir sangre”, como si se aproximara algo a la idea de la transfusión intravenosa, pero el “ingerir” siempre ha significado introducir por la boca la comida y no por cualquier otra parte del cuerpo, así que esto tampoco te ayuda.
El hombre debe abstenerse de todo lo que Dios ha expresamente prohibido, pero el sentido común con que lo dotó también lo lleva a no comer metales y vidrios. Sin embargo, exhibicionistas lo hacen, habiendo acomodado su organismo a tal ingesta. Quizás no pequen, pero arriesgan.
Es natural que podamos preguntarnos la razón por la que Dios prohibió determinadas cosas, pero no tendría sentido preguntarnos el por qué no prohibió otras, ya que la lista se haría interminable.
4 – No es patético sino perfectamente lógico y natural que Dios prefiriera el “no comerás sangre” al “no meterás sangre en el cuerpo”, para concederle licitud a las transfusiones intravenosas en el futuro. De no haberlo querido así, hubiera optado por la versión de Alfageme endosada por ti.
Las transfusiones de sangre no son un paliativo para prolongar la vida por “unos cuantos años más”. En el caso de mi esposa, ya ha vivido por cuarenta años más desde su transfusión, y hay quienes fueron transfundidos de niños y hoy son longevos. Muchos TJ todavía conservarían su esposa/o, hermanos, hijos y nietos, si no se hubiesen obstinado en lo que el Eterno nunca mandó.
La “particularidad” que le asignas a la sangre va por vuestra cuenta, ya que he mostrado que en las Escrituras no es así, aparte de lo relacionado con la expiación, en lo que todos convinimos. Esto -con lo que concordamos-, hace a la sangre especial en cuanto a la remisión de los pecados, con referencia a los animales sacrificados y al Cordero de Dios que tipificaban. Esta sangre, siempre es inocente, y no proviene de hombres pecadores y culpables como lo somos nosotros todos, que la damos y recibimos para preservación de vida sin contrariar mandamiento alguno, antes bien, cumpliendo uno tan grande como dar nuestra vida por otros, con la ventaja, todavía, de no darla toda sino apenas lo necesario.
5 – Cierto que grasa y sangre son cosas distintas, pero no lo es el mandamiento que incluye ambas prohibiciones de una vez.
Es posible que tu profesor de hebreo fuese mejor que el mío (aunque era nacido y criado en Jerusalem) y el verbo “olam” no aluda a un tiempo sin fin sino a lo oscuro o secreto –como dices-; si Rav Lifman nos leyera quizás pueda sernos de ayuda. Pero lo importante acá es que lo que compete a la sangre en Lv 3:17 atañe igualmente a la grasa: no podrían comerlas.
6 – La razón de la importancia de la sangre la he atribuido a dos aspectos:
a) Su vitalidad intrínseca
b) Su aplicación en la expiación
En cuanto a lo primero, no voy más lejos del mandamiento original “vida/sangre” (Gn 9:4) o “la vida de toda carne es su sangre” (Lv 17:14). En tal contexto creo haber usado propiamente el vocablo “vitalidad”, o sea, en la primera acepción del Diccionario, no en la segunda.
En cuanto al punto b), no toda sangre era apta para hacer expiación, y recién cumplía esta función al aplicarla debidamente el sacerdote, no antes.
La prohibición estaba en el comerla sin alusión alguna al meterla o introducirla al cuerpo, como reincides nuevamente.
La única manera de irrespetar la sangre es dejando la prescindible en nuestras venas y no darla a aquel en cuyas venas se ha vuelto imprescindible.
7 – La valoración de todas las cosas creadas y las diversas partes de nuestro organismo es justa y absoluta en el Creador, pero en el hombre mortal es relativa, pues en su actual imperfección no tiene una apropiada justipreciación de las cosas. Dado que el Señor Jesucristo dijo que más valemos nosotros que muchos pajarillos ¿cómo podría no creerlo? De igual modo, si Dios hubiese dicho que Él valora la sangre más que cualquier otra parte de nuestro ser. Pero ¿lo dijo?
8 – Los elementos y demás cosas sujetos a santidad en las Escrituras no compiten entre sí, como para que confiramos a la sangre el premio mayor.
Así como Dios es santo, somos llamados a serlo en la integridad de nuestro ser.
Nuestra es la responsabilidad de que mente, corazón, boca, ojos, oídos, manos y pies sean santos, entendiendo con ello que nuestra conducta y conversación deben ser tan santas y piadosas como Dios quiere que sea, tanto en cuerpo como en espíritu (1Co 7:34).
En cuanto a la santidad de nuestra carne y sangre, desde la caída de Adam y en adelante no son confiables, pues el instinto natural ya desde antiguo está inclinado al mal (Gn 6:3,5), de modo que el pecado, la corrupción, la enfermedad y la muerte son propias de un cuerpo sujeto a los vicios y bajas pasiones.
Si nuestra carne es pecaminosa, nos cuesta admitir que nuestra sangre sea santa.
9 – Persistes con tu idea de “discriminar” totalmente extraña a mi intención.
Parece que has contraído el hábito de manejarte con las segundas acepciones del Diccionario y no con la primera. Los académicos de la Lengua razones tienen para poner una como primera y otra como segunda. Si atendieras a algo tan sencillo te ahorrarías el perderte en laberintos donde no he entrado.
10 – Lo del “reducido repertorio” a lo que me estaba refiriendo no era a argumentos sino a los efectos especiales, que podrás intercambiar a gusto con el forista Horizonte que gusta usar de ellos, pero que a mí no me conmueven: “coces contra los aguijones”, “confundir la gordura con la hinchazón”, y así por el estilo.
11 – Aparte de “la preciosa sangre de Cristo” (1Pe 1:19) con la que fuimos comprados (1Co 6:20; 7:23), no veo en la Escritura que Dios le haya fijado “VALOR” a la sangre, como si su cotización excediera a lo que el hombre es o tenga.
12 – En mi país, si un niño muriera de inanición saldría en todos los noticieros con gran conmoción de la sociedad; lo mismo por una transfusión fallida. Se enjuiciaría a la clínica y personal actuante. Estas cosas no se ocultan, sino que de producirse, adquieren inmediata difusión.
13 – ¿Qué necesidad tienes de decir que dije lo que no dije? Eso no me desmerece a mí pero te desprestigia a ti, cosa que no quiero pues te aprecio. ¿Cuándo dije yo disparate tal como que el “comer” no es “meter” comida al cuerpo? Dije al revés: no todo lo que se mete al cuerpo es comiéndolo. Lo que te esmeras en hacerme entender es incomprensible. ¿Para qué traes a colación corceles y caballos si con “comer” y “meter” ya tenemos dos conceptos básicos que todo el mundo distingue?
14 – Con la comparación que hice entre la circuncisión y la ablación femenina no sugería que fuese factible incluir la segunda en la primera, sino mostrar que es probable llevar la argumentación aparentemente lógica hasta una conclusión aberrante al sentido común, de lo que es prueba la manera en que son convencidos los TJ de que el no comer sangre incluya las transfusiones intravenosas.
15 – En estos momentos hay varios epígrafes dedicados al asunto del Nombre de Dios, y en algunos estoy participando. En cuanto a lo que dices respecto al nombre de Jesús y Jesucristo, nunca hubo en toda la historia ni en ninguna parte del mundo problema alguno. Salvo a los lingüistas y eruditos, a nadie le interesa cómo pudo haberse escrito y pronunciado en hebreo, arameo, griego y latín, o cómo hoy se haga en chino o guaraní. Lo único importante y necesario es que en cada nación se escriba y pronuncie del modo que todos entiendan, lo que universalmente ocurre. En cuanto a los significados de los nombres Jesús y Jesucristo tampoco hay discrepancias, a menos que alguien quiera tomar distancia para destacarse por su singularidad.
16 – El ejemplo que traes ya viene fallado de entrada.
El Eterno hubiera actuado en la conciencia individual del judío conocedor de la Ley a quien el médico mejor acreditado le recetara la ingesta de sangre. De ser incapaz al momento de decidir responsablemente, familiares u otros allegados no lo hubieran permitido. Si estos quedaran convencidos por la certeza que el médico le infundiría de la pronta recuperación del enfermo, Dios hubiera usado a un sacerdote o levita para prevenirle de los mayores riesgos a que se expondría, a más que, de hacerlo, la pena de muerte se aplicaría al infractor y al médico que osó recetar lo que la Ley prohibía. Ningún israelita sabía de enfermo alguno que comiendo sangre salvara su vida, pues no se conocía tal precedente. Así las cosas, si la muerte acababa con aquel paciente, nadie lo atribuiría a que no se le permitió comer sangre, sino a su condición terminal.
El caso actual con las transfusiones es al revés:
a) Sabemos que todos los transfundidos conocidos nuestros se salvaron.
b) Sabemos de algunos TJ que murieron por no transfundirse.
c) Sabemos que ninguna Ley de Dios lo prohíbe y que la suprema del amor lo manda (Juan 15:13).
17 – No, con este ejemplo aportado no estoy manipulando nada, pues no tiene que ver el comer sangre con el aparente quebrantar del sábado por salvar una vida.
Lo único a resaltar es que el Eterno no es un dios del Olimpo que se ofende por la transgresión al menor de sus caprichos, sino que es el Dios de Amor a quien la vida del hombre importa más que las tradiciones de los ancianos de sus congregaciones.
18 – Si yo estuviese hospitalizado y los médicos me ofreciesen una alternativa a la transfusión de sangre con la misma seguridad, yo preferiría aquella alternativa, puesto que salvo mi afición por las morcillas no tengo tendencias vampíricas. Lamentablemente, la actual tecnología no cubre todas las urgencias médicas ni todas las clínicas disponen de ella. Mientras los ancianos TJ locales se mueven por conseguir en otra ciudad alguna otra alternativa, el paciente puede morir, ya que la transfusión de veras urgía.
Los casos de TJ conocidos (y que fallecieron) no son por fallos en las terapias alternativas, sino que la transfusión era el único recurso disponible, y no se usó, confiando en un milagro que no llegó.
Que yo sepa, en ningún país existe la insana manía de sólo practicar transfusiones, con una generalizada confabulación médica de no valerse de otras terapias incruentas.
Que en el primer mundo esto sea posible, no lo hace extensivo a países subdesarrollados, donde las distancias y precariedad de recursos son notorias.
En países de África donde es difícil encontrar agua potable y no se dispone siquiera de la higiene más elemental que ayude a prevenir infecciones, no es posible soñar todavía con métodos substitutos a la transfusión intravenosa, por más riesgos que esto allí conlleve. Pero para la Organización Watchtower, existen las mismas disposiciones en Malí, Zaire, Chad, Somalia, Sudán y Etiopía, que en Brooklyn, Nueva York.
19 – Resulta paradójico y hasta jocoso verte con tal despliegue de generosidad de dar la vida TODA por salvar la de nuestro prójimo, e incluso fustigarme por mi avaricia de contentarme con dar apenas un POQUITO de ella.
La Escritura no provee siquiera un caso al insólito desafío que planteas (que la sangre se administre para salvar vidas), sino a lo menos dos de dar nuestra vida por nuestros amigos y hermanos (Jn 15:13; 1Jn 3:16).
Siendo que la vida en la sangre está, ¿rehusaremos dar un poco de la nuestra por salvar la de nuestro prójimo?
En el juicio los TJ dirán:
-Señor, yo estaba dispuesto a dar mi vida toda, pero por no pecar de mezquino nunca quise dar un poco de ella.
Sería como decirle al pordiosero que nos pide una limosna:
-Sabe Dios que bien quisiera darte el billete más grande, pero como no lo tengo, tampoco quiero humillarte recogiendo estas pocas monedas que rompen mi bolsillo.
20 - Preguntas:
- ¿Por qué entonces prohibió comer algo que era VIDA castigándolo con la MUERTE? ¿No es esto contradictorio acaso? ¿No te dice nada?
Contesto:
- Sí, me dice mucho, y lo aparentemente contradictorio se explica:
a) La sangre en la boca y el estómago representa muerte (la del animal).
b) La sangre bullendo por las venas de un hombre representa la vida (la del donante y la de su receptor).
Esta es la razón por la que la transfusión de sangre no viola ningún mandamiento divino, antes bien, lo cumple.
21 – A fin de cumplir tu aspiración –que yo también comparto- de que pronto lleguemos a puerto seguro, prefiero que no recales en los 19 puntos míos de este mensaje, sino que abrevies la travesía contestándome únicamente el punto anterior (el 20).
El buen juicio que habremos de suponer en los lectores de este epígrafe bastará para que avalen lo que largamente acabo de escribir, así como lo que te insumió más del doble de mi exposición en tu Mensaje # 608.
Tú y yo, de sobra material tendremos para culminar con la atención centrada en lo que me has preguntado y lo que te he respondido (20).
Con todo mi reconocimiento y personal afecto.