Re: Cafe Virtual Cristiano: "Ya No hay Hombres, Ya no Hay Mujeres, Somos Uno en Crist
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Cuando David era aún un joven pastorcillo, pasó la mayor parte de su tiempo caminando por los montes silenciosos, acompañado sólo por sus ovejas y su arpa. Mientras andaba por valles verdes cerca de aguas de reposo, o se recostaba bajo un techo de estrellas contra el cielo oscuro, debió haber sido muy fácil tener comunión con Dios. A través de sus salmos, podemos ver que conocía esa intimidad del lugar secreto con Dios. En su juventud, vivió casi todo el tiempo así, como si no conociese otro lugar. Lea nuevamente la historia de cómo David mató a Goliat en 1 Samuel 17. No hay indicios de temor alguno. Al contrario, habla con toda confianza: “¿Quién es este filisteo incircunciso para desafiar a los escuadrones del Dios viviente?” (v. 26). Estaba imperturbado por el tamaño de Goliat, pero asombrado por su insensatez. ¡Cómo se atreve burlarse de Dios! Le dijo a Saúl: “No se desaliente el corazón de nadie a causa de él; tu siervo irá y peleará con este filisteo” (v. 32).
No requiere mucho para que la mayoría de nosotros seamos perturbados. Sólo el ver a ese gigante de lejos haría temblar mis rodillas y palpitar de prisa mi corazón. Pero no a David. Él se paró frente a ese gigante desafiante, bajo la mira de miles de soldados profesionales como si ya lo hubiera hecho docenas de veces, sin un ápice de duda respecto al resultado. Tampoco se sintió personalmente ofendido por las burlas del gigante, porque esa era realmente una batalla contra el carácter de Dios. Ese tipo de confianza y audacia sólo puede ser desarrollado en nosotros mientras esperamos calladamente en el lugar secreto de Dios.
Claro está, sabemos que David también tuvo sus momentos de derrota. Quizás la peor de ellas fue cuando sucumbió al adulterio con Betsabé. Luego de que el profeta Natán lo confrontara, David reconoció lo que había abandonado – ese lugar de íntima quietud con Dios. “No me eches de tu presencia, y no quites de mí tu santo Espíritu” (Sal. 51:11). Aunque Dios no lo echó de Su presencia, pagó un alto precio con la vida de su primer hijo con Betsabé. En otra ocasión, sufrió cuando volvió a salirse del abrigo de las alas de Dios al censar el pueblo de Israel para determinar el tamaño de su ejército (2 Sam. 24). A pesar de haber confesado su pecado, Dios envió una pestilencia que mató a 70,000 hombres. Hay otros quienes opinan que fue David quien escribió el Salmo 91 luego de ese incidente. De todos modos, si nosotros igualmente moramos bajo la sombra de Sus alas, podría caer mil a nuestro lado, y diez mil a nuestra diestra (v. 7), pero no podremos esperar la victoria si nos aventuramos en nuestra propia fuerza.
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Un Lugar de Valentía y Victoria
Cuando David era aún un joven pastorcillo, pasó la mayor parte de su tiempo caminando por los montes silenciosos, acompañado sólo por sus ovejas y su arpa. Mientras andaba por valles verdes cerca de aguas de reposo, o se recostaba bajo un techo de estrellas contra el cielo oscuro, debió haber sido muy fácil tener comunión con Dios. A través de sus salmos, podemos ver que conocía esa intimidad del lugar secreto con Dios. En su juventud, vivió casi todo el tiempo así, como si no conociese otro lugar. Lea nuevamente la historia de cómo David mató a Goliat en 1 Samuel 17. No hay indicios de temor alguno. Al contrario, habla con toda confianza: “¿Quién es este filisteo incircunciso para desafiar a los escuadrones del Dios viviente?” (v. 26). Estaba imperturbado por el tamaño de Goliat, pero asombrado por su insensatez. ¡Cómo se atreve burlarse de Dios! Le dijo a Saúl: “No se desaliente el corazón de nadie a causa de él; tu siervo irá y peleará con este filisteo” (v. 32).
No requiere mucho para que la mayoría de nosotros seamos perturbados. Sólo el ver a ese gigante de lejos haría temblar mis rodillas y palpitar de prisa mi corazón. Pero no a David. Él se paró frente a ese gigante desafiante, bajo la mira de miles de soldados profesionales como si ya lo hubiera hecho docenas de veces, sin un ápice de duda respecto al resultado. Tampoco se sintió personalmente ofendido por las burlas del gigante, porque esa era realmente una batalla contra el carácter de Dios. Ese tipo de confianza y audacia sólo puede ser desarrollado en nosotros mientras esperamos calladamente en el lugar secreto de Dios.
Claro está, sabemos que David también tuvo sus momentos de derrota. Quizás la peor de ellas fue cuando sucumbió al adulterio con Betsabé. Luego de que el profeta Natán lo confrontara, David reconoció lo que había abandonado – ese lugar de íntima quietud con Dios. “No me eches de tu presencia, y no quites de mí tu santo Espíritu” (Sal. 51:11). Aunque Dios no lo echó de Su presencia, pagó un alto precio con la vida de su primer hijo con Betsabé. En otra ocasión, sufrió cuando volvió a salirse del abrigo de las alas de Dios al censar el pueblo de Israel para determinar el tamaño de su ejército (2 Sam. 24). A pesar de haber confesado su pecado, Dios envió una pestilencia que mató a 70,000 hombres. Hay otros quienes opinan que fue David quien escribió el Salmo 91 luego de ese incidente. De todos modos, si nosotros igualmente moramos bajo la sombra de Sus alas, podría caer mil a nuestro lado, y diez mil a nuestra diestra (v. 7), pero no podremos esperar la victoria si nos aventuramos en nuestra propia fuerza.