La prístina doctrina de la Trinidad es la única que sin entrar en contradicción alguna explica la naturaleza divina de la pluralidad de Dios.
Entre otras razones es que, tanto el Padre como el Hijo como el Espíritu Santo tienen personalidad, son eternos, omniscientes, son omnipotentes y son omnipresentes y estos atributos no pueden ser de nadie creado, ninguna fuerza impersonal, ni de nadie que sea finito.
Así pues, en la revelación progresiva de Dios al hombre, la preservación de la Palabra gracias a la providencia divina y culminando con la Biblia es que hoy en día resulta evidente que la doctrina de la Trinidad está implícita en toda la Biblia.
Desde luego que hay incrédulos, herejes, inconversos y un sin fin de antitrinitarios que, junto con otras yerbas, rechinan los dientes contra esta doctrina, misma que ha soportado todo el furor de los enemigos de la cruz de Cristo y que se ha preservado a través del tiempo tan fresca y veraz como siempre.
Ya los judíos, reniegan que el Hijo sea Dios, los musulmanes arremeten contra los cristianos y la doctrina de la Trinidad feroz y abiertamente en el Corán, ya los incrédulos desde Arrio hasta nuestros días no pueden creer que el Hijo de Dios sea Dios sino solo hombre, ya otros reducen blasfemamente a la Persona del Espíritu Santo a cosa, a una fuerza impersonal, cosechando para sí, la perdición de sus almas para quienes tales hacen.
Todo esto es harto conocido, pero los peores son los que creyendo ser cristianos arremeten sin cesar contra este pilar del cristianismo y de la Iglesia de Cristo.
