- Por primera vez en la historia de la Iglesia, hacia finales del primer milenio, los germanos (a diferencia de los eslavos) no celebraban la liturgia en su lengua vernácula, sino en la lengua extranjera latina, la única sancionada, porque supuestamente existirían sólo «tres lenguas sagradas»: hebreo, griego y latín. Y puesto que en la práctica sólo el clero sabía latín (en un principio la única lengua escrita), la liturgia, en lo que respecta a su comprensión lingüística, se convirtió en algo reservado a los clérigos. No había una liturgia en lengua vernácula.
- Puesto que en el reino franco no se tomó la liturgia parroquial romana, relativamente sencilla, sino la liturgia papa! solemne (marcada por el ceremonial de la corte romano-bizantina), en los supercelosos francos se llegó a una solemnización aún más fuerte de la liturgia: multiplicación de las genuflexiones, signaciones, inciensos.
- Puesto que la emotividad germánica quería expresarse en el culto divino también por medio de un ininterrumpido orar del sacerdote, al no entenderse ya la lengua, se formulan numerosas oraciones en voz baja (sobre todo al principio, en la preparación de los dones y comunión) hasta desembocar en la «misa en silencio» del sacerdote sin pueblo, en la que precisamente la oración eucarística (cantada en el Oriente) sólo se musita de forma misteriosa (<<¡Abracadabra!») y el relato de la Última Cena no se entiende ya como una proclamación para la comunidad, sino como «palabras de consagración» de los dones.
- Se llega así con el tiempo a un total distanciamiento entre altar y comunidad. La mesa del altar, con la construcción cada vez más alta del altar, termina por ser desplazada a la pared del ábside «<altar mayor»), y la eucaristía del sacerdote no es celebrada ya «con» el pueblo, sino «para» el pueblo «<sacrificio de la misa»); no ya de cara al pueblo, sino mirando a la pared de la iglesia.
- Lo que al principio era una celebración sencilla de comida y de acción de gracias se convierte cada vez más en un drama sacro «<misa solemne») que es interpretado de forma alegórica para el pueblo, desconocedor de la lengua, como drama de la vida de Jesús. Como los textos de la misa, en el tiempo de los francos tampoco la Escritura sagrada (hebrea, griega, latina) fue traducida a la lengua popular no santa («bárbara»). Sólo el padrenuestro y el credo fueron traducidos en el siglo VIII al alto alemán. - La actividad del pueblo se reduce así exclusivamente a ver. Las vestimentas, procedentes de las postrimerías del tiempo romano y conservadas por la tradición, son utilizadas ahora con determinados colores cambiantes. Las sagradas especies (el pan y el vino consagrados), puesto nora no son ya visibles tras la espalda del sacerdote, son elevadas y veneradas mediante genuflexiones. El «pan de vida», comido en otro o según el testamento bíblico, desde la alta Edad Media es contemplado y adorado por todos (más tarde, se introduce incluso una “custodia”). Del pan normal se pasa a la «hostia», blanca como la nieve, parecida al pan, sin levadura, que las manos «puras» de los sacerdotes depositan no en las manos («impuras») de los «laicos», sino en la boca. La comunión de los fieles se convierte en excepción; y pasa a ser tan rara que en la alta Edad Media hay que ordenar que se comulgue al menos una vez, en el tiempo de Pascua. La comunión del cáliz termina por quedar fuera de uso para los laicos.
Mientras que en el paradigma de la Iglesia antigua todos los sacerdotes concelebraban con el obispo la una y misma eucaristía, en la Edad Media cada sacerdote termina por celebrar su propia misa (por una compensación en forma de «estipendio de la misa»). Debido a las muchas misas se ruyen luego en las iglesias muchos altares laterales al lado del altar para hacer posible así al mismo tiempo las misas privadas encargadas por los fieles (en especial misas de difuntos, misas gregorianas, misas votivas). Sacrificio de la misa, pues, lo más frecuente posible; para conseguir «gracia» para vivos y muertos, para solicitar ayuda en toda necesidad, para pedir la realización de cualquier deseo, para toda ocasión y emergencia, desde la esterilidad de la mujer hasta la bendición de la cosecha. El ejercicio de devoción por excelencia de la Edad Media era la misa, y el que podía pagar, podía hacer «decir» cientos de misas para sí mismo o para otros, para su salvación temporal o eterna, sin tener estar presente en persona; un medio casi infalible, superior a cualquier otro.
El bautismo se administra ahora en exclusiva a lactantes, y en lugar (o creo» del bautizando (pronunciado ahora por los padrinos) ocupa el primer plano el «Yo te bautizo» del sacerdote; el cristiano se convierte en el receptor pasivo del sacramento, objeto de numerosas reglamentaciones. La unción conferida en un principio después del bautismo se separa en este tiempo, porque está reservada al obispo, y se convierte en un rito de confirmación autónomo, para terminar siendo “sacramento»”específico, que confiere ahora una gracia propia.
Fuente: Los estudios históricos realizados por Joseph Andreas Jungmann citados por Hans Küng en “Cristianismo, esencia e historia”. Ed Trotta. Pgs. 367-368