Cierto, hubo muchas traducciones de la Biblia en aquellos tiempos, pero todas ellas hechas al margen del papa y su Curia. La prueba está en la resolución del Concilio de Trento que prohibió la lectura de la Biblia a no ser la Vulgata en latín.
Precisamente las disputas más enconadas las suscitó la cláusula que declaraba que la Vulgata era la única versión autorizada. Los obispos españoles, acostumbraban a usar varias versiones vernáculas en la Península, y los alemanes espoleados por el ejemplo de la Reforma luterana, protestaron energicamente contra tal medida. El obispo Madruzzo se pudo de su parte. Declaró que prohibir la traducción de las Escrituras al aleman sería un escándalo público. Pero fue en vano. Se le opuso una bula de Pablo II. Replicó que los papas habían errado en muchos casos y que eran susceptibles de error, pero que el apóstol Pablo no había errado y él ordenaba que se leyeran a todos las Escrituras, lo cual no podia hacerse si no eran traducidas (Denzinger. Pág 447)
A partir de Trento, cualquier erudito católico que sentía interés por el estudio de la Biblia en sus textos originales, como le ocurrió a Fray Luis de Leon, era sospechoso de heregía y vivía expuesto a la contínua amenaza del Tribunal de la Inquisición.
Todo eso sin tener en cuenta que se afirmó en la práctica que la Revelación Bíblica sobre Jesucristo era incompleta y que era necesario añadirle la tradición
Así, mediante la tradición se anulaba a la misma Palabra de Dios.
Lo que realmente priva es que las traducciones y copias de las Escrituras siempre se hicieron al margen del llamado Magisterio del Vaticano. Cuando este tuvo la oportunidad de manifestarse lo hizo con claridad. Limitar hasta lo absoluto que el pueblo llegase hasta ellas.
Mis respetos.
Precisamente las disputas más enconadas las suscitó la cláusula que declaraba que la Vulgata era la única versión autorizada. Los obispos españoles, acostumbraban a usar varias versiones vernáculas en la Península, y los alemanes espoleados por el ejemplo de la Reforma luterana, protestaron energicamente contra tal medida. El obispo Madruzzo se pudo de su parte. Declaró que prohibir la traducción de las Escrituras al aleman sería un escándalo público. Pero fue en vano. Se le opuso una bula de Pablo II. Replicó que los papas habían errado en muchos casos y que eran susceptibles de error, pero que el apóstol Pablo no había errado y él ordenaba que se leyeran a todos las Escrituras, lo cual no podia hacerse si no eran traducidas (Denzinger. Pág 447)
A partir de Trento, cualquier erudito católico que sentía interés por el estudio de la Biblia en sus textos originales, como le ocurrió a Fray Luis de Leon, era sospechoso de heregía y vivía expuesto a la contínua amenaza del Tribunal de la Inquisición.
Todo eso sin tener en cuenta que se afirmó en la práctica que la Revelación Bíblica sobre Jesucristo era incompleta y que era necesario añadirle la tradición
Lo que realmente priva es que las traducciones y copias de las Escrituras siempre se hicieron al margen del llamado Magisterio del Vaticano. Cuando este tuvo la oportunidad de manifestarse lo hizo con claridad. Limitar hasta lo absoluto que el pueblo llegase hasta ellas.
Mis respetos.